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De vigilia y ayuno con los católicos que protestan contra el aborto en Colombia

La organización "40 días por la vida", tiene convocadas vigilias durante la cuaresma en 11 ciudades de este país. Fuimos a una de ellas.

Miércoles por la noche. Camino por las calles del barrio Teusaquillo. Las personas que me cruzan por el lado vienen cada una con su marca en la frente: una mancha gris casi borrada, informe. En muy pocos casos la figura de la cruz se ve. En la mayoría, se intuye apenas. Miércoles. El único del año en el que la gente hace de calendario. El único día en que no hay que sacar el celular para saber qué día es.

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La Iglesia de Santa Ana se ve a lo lejos. Su vistoso campanario –una torre con cúpula y reloj, ladrillo a la vista– se impone a lo alto sobre los techos de las casas de uno y dos pisos del barrio. Es imposible no verla. Frente a la iglesia –costado sur– está una casa grande pseudo estilo suizo: es la sede de Oriéntame, una clínica especializada en abortos. Los dos edificios –frente a frente– se retan a menos de una cuadra de distancia, los separan dos andenes y una calle de barrio. Se desafían, se amenazan, se muestran los dientes. Nunca se llegan a tocar.

El frío de esta noche es especialmente agudo. Se me mete por entre la chaqueta y los tenis. Yo solo quiero devolverme: agarrar para mi casa y resguardarme de los vientos gélidos. ¿Qué hago yendo para un plantón a las 7:00 de la noche cuando podría estar entre las cobijas de mi cama tomando chocolate? ¿Qué hago yendo para una reunión de vigilia y ayuno cuando mi estómago no recibe nada desde las 12:00 del día? Me estoy haciendo estas preguntas cuando al fin le doy la vuelta la cuadra y los veo:

Diez, doce personas sentadas, todas en hilera en sus sillas rimax frente a muchas velas prendidas. Ni curas ni monjas.

–Buenas, ¿acá es lo de la oración?

–Sí, claro. Sigue, siéntate.

Llego a donde está convocada la vigilia por parte la organización "40 Días por la vida" el miércoles de ceniza de este 2016. La organización –filial colombiana de una internacional con sede en más de 20 países– tiene como objetivo mostrarle a la sociedad las consecuencias del aborto. Es decir, mostrarle que la vida es sagrada, que nadie tiene derecho a matar la "obra más importante de Dios". Salvo Él.

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¿Cómo? Dicen que orando, haciendo vigilia, ayuno, llevándole a la comunidad local su mensaje a favor de la vida. Las oraciones –dicen– van dirigidas a las mujeres que están a punto de abortar, las que ya abortaron, también a los que van a ser abortados, a los que trabajan en centros de aborto, a los líderes y políticos nacionales.

Tienen convocadas vigilias en 11 ciudades del país aparte de Bogotá: Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Montería, Cúcuta, Manizales, Pereira, Tuluá y Tunja. Este año su propósito es hacer vigilia los 40 días –con todas sus noches– durante la época de la cuaresma.

Vigilia: permanecer despierto o en vela, a la espera de un acontecimiento religioso importante…la falta de sueño o dificultad de dormirse ocasionada por una enfermedad o una preocupación.

Ayuno: abstenerse de comer o beber de manera voluntaria…o privarse de algún gusto o deleite.

¿Por qué 40 días? El 40 es un número importante en la Biblia. Ese número de días duró Noé en su arca, lo mismo, pero en años, Moisés en el Monte Sinaí, 40 días estuvo Jesús en el desierto, ayunando, antes de volver y recorrer toda Galilea para hacer milagros. Para los católicos este es un periodo replicable, de purificación, de camino y penitencia. Dicen que el tiempo de Dios es perfecto. Cuarenta parece ser un numero redondo.

Todas las fotos, Santiago Mesa.

Saco una silla de la torre de sillas, la pongo al final de la hilera, me siento y espero. Un señor –que lleva colgado en el pecho un cartel que dice ORAMOS POR EL FIN DEL ABORTO– se me acerca con una planilla, me dice muy amable que si quiero firmar un acta de compromiso en el que prometa NO hacer las siguientes cosas: obstruir el paso público; tirar basura en la calle o la acera; amenazar o violentar a clientes de Oriéntame. A su vez, SÍ hacer estas: atender a cualquier niño que traiga a la vigilia; cooperar con las autoridades locales. Y, además, donde asegure que no estoy asociado a ningún centro abortivo de ninguna manera. Una declaratoria verdaderamente comprometida con la no violencia. Yo, que no pertenezco a Profamilia, ni tampoco quiero cometer ninguna infracción civil o penal, firmo el documento.

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Al instante, me pasan un libro de guía y me dicen que lo abra en la página 17. Están rezando el viacrucis: con sus respectivas estaciones, sus meditaciones, sus padrenuestros y avemarías, con sus comentarios al pie sobre el aborto. Yo sigo la lectura.

La gente que pasa –la poca gente que pasa– mira como con cara de sorpresa, de "¿y estos tipos qué?". Al otro lado de la calle un reciclador arrastra su carreta con un grafiti rojo de anarquía pintado en el costado. Somos más vitrina que otra cosa: todo el que pasa mira con cara de desconcierto, de sorpresa: el de las aromáticas, la mamá y su hija, el que vuelve del trabajo, todos nos ven a nosotros como quien ve una atracción que no esperaba encontrarse.

Las sillas están dispuestas frente a las rejas de la iglesia en el andén, de cara a la clínica pero separadas por una calle donde casi no pasan carros. Colgadas en la reja hay pancartas que dicen "Hoy siempre te amo", seguido todo de un gran corazón rojo. Otras, tienen la cara de Ghandi y una frase que supongo es suya que dice "Me parece tan claro como el día que el aborto es un crimen". Si uno pone la frase en Internet, Google se la atribuye a él.

Dejo de pensar en el Mahatma porque caigo en cuenta de que me toca leer a mí. La señora del lado me indica dónde vamos: me corresponde la quinta estación: esa en la que los romanos obligan a un Simón de Cirene a que lleve la pesada cruz de Cristo. Luego me toca leer la Meditación y pienso en una metáfora: Simón ayudó a alivianar el peso de la cruz. Hay muchos que están ayudando a aliviar el sufrimiento del aborto.

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Al instante, me pasan un libro de guía y me dicen que lo abra en la página 17. Están rezando el viacrucis: con sus respectivas estaciones, sus meditaciones, sus padrenuestros y avemarías, con sus comentarios al pie sobre el aborto. Yo sigo la lectura.

Hago la lectura que los otros siguen devotamente con sus rezos, en sus oraciones.

La verdad es que desde que me arrodillé no pienso en otra cosa que en el dolor de mis rodillas raspando el pavimento. Creo que no llevo más de dos minutos hincado y ya estoy que grito. Pienso que es una verdadera hazaña lo que estas personas hacen: no por ser una cruzada por la vida, sino por su asombrosa capacidad de resistir de rodillas los rezos sin quejarse en un solo momento.

Luego me doy cuenta de que todos tienen un aislante bajo sus rodillas.

Veo el arrume de fomes al lado de las velas, me levanto y cojo un pedazo. Lo pongo en mi puesto pero decido sentarme en la silla. (En lo que sigue del relato, su servidor, quien les habla y escribe, permanecerá sentado por el resto de vigilia).

–Por la muerte de tantos inocentes

–Perdón, Señor, piedad…Si grandes son mis súplicas, mayor es tu bondad.

En ese momento estoy convencido de que todo católico respaldaría este tipo de reuniones, manifestaciones o vigilias; de que todo católico respaldaría indefectiblemente los rezos y plegarias frente a este tipo de instituciones medias.

(Me equivoco. Al día siguiente hablaré con Laura Torres, de Católicas por el Derecho a Decidir, y me dirá que, para ellas, "la maternidad debe ser una opción y no una obligación como muchas veces se cree desde el interior de la Iglesia Católica". Me dirá que esperan que las mujeres no se dejen amedrentar ni intimidar por este tipo de acciones de estas sectas religiosas –así me dirá: sectas religiosas).

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De vuelta al miércoles:

Al grupo llega un joven con pinta de estudiante, maleta a la espalda y gafas: se da la bendición, se queda orando un rato y luego se va: nadie le dice que firme ningún compromiso, ni ninguna planilla. Llega un papá –supongo que es el papá– con sus hijos, niña y niño. Se sientan y les pasan el librito de guía. Nunca somos más de 15 personas, tampoco menos de 10.

De pronto el portón de la clínica se abre. Yo estoy casi seguro de que van a salir médicos o enfermeras a confrontarnos. Nada de eso. Una señora de aseo saca tres bolsas verdes de basura, vuelve a entrar y luego sale con otras tres bolsas y una tabla. Cierra el portón.

Yo me quedo mirando las bolsas. ¿Qué basura habrá ahí metida? ¿Qué desechos son los más usuales en una clínica de aborto? Y no puedo dejar de pensar que todo –estar acá, la gente rezando, las velas prendidas, todo– tiene que ver con las bolsas de basura. Que la discusión en el fondo tiene que ver con que unos puedan sacar los desechos –la materia orgánica– en sus bolsas plásticas; mientras otros aseguran que nadie tiene el derecho a sacar esa materia orgánica –porque no es materia orgánica: ese es el punto– en bolsas de basura: que no se pueden botar los fetos a la caneca. Mientras pienso esto, un indigente se acerca a la basura, la escudriña y sigue de largo: nada que le sirva.

–¿Qué es el aborto? –le pregunta el hijo a su papá.

–Todos los bebés que abortan son las rosas del jardín de María –le responde el papá a su crío.

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La oración del viacrucis y sus estaciones –su lectura, sus rezos– está llegando a su fin. Mientras los demás están de rodillas –yo sentado– pasa una mujer cogida de la mano de su pareja, un tipo de bigote. Logran esquivar las velas y las sillas sin tropezarse cuando la mujer dice como para sí: "desocupados". Luego, ya lejos, dice más duro, esta vez como si quisiera que oyéramos: "¡Desocupados!". Yo soy un desocupado también. De hecho, yo soy el más desocupado de todos. Pero nadie –ninguno– le responde a la mujer.

(Yo me pregunto si los de la clínica, allá adentro, nos oyen. Me pregunto si les incomoda o no. Al día siguiente les haré estas preguntas: que si alcanzan a oír los rezos. Ellos me dirán que sí, que incluso a veces dificulta la comunicación por el alto volumen de los cantos. Me dirán que a muchas mujeres las abordan al entrar a la clínica y se sienten acosadas; les preguntaré que si muchas de sus pacientes son católicas y ellos me dirán que por supuesto; me dirán finalmente que ellos respetan la libre expresión siempre y cuando se haga en el marco del respeto, sin hostigamiento ni agresiones).

De vuelta al miércoles:

–Bueno, ahora qué hacemos –dice una de ellas cuando termina la lectura y el rezo del viacrucis.

Las organizadoras de "40 días por la vida" se dan a la tarea de explicar los orígenes de la organización –fue en Texas, 2004– y leen el primer capítulo del libro de la organización: un capitulo por día, cuarenta en total.

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Yo no logro seguir el hilo conductor de la historia, solo sé que el primer capítulo termina con lo siguiente: "Bienvenido a esta experiencia de 40 días". Esto –la vigilia, el ayuno– es realmente una experiencia, un sacrificio: se necesita tener las convicciones muy arraigadas para sacrificar las horas de sueño y las tazas de chocolate caliente.

–No podemos intervenir en el espacio público. Si quisieran, nos pueden molestar con las sillas –nos advierte Pamela Delgado, coordinadora en Colombia de la campaña 40 Días por la vida.

(Hablaré con ella dos días después. Pamela me explicará que hacen vigilia tomando turnos. Que hacen un acompañamiento a las mujeres; que para nadie es un secreto que un embarazo no deseado sea fácil; que ofrecen respetuosamente rosarios y tarjetas con teléfonos frente a la iglesia y frente a la clínica; me dirá que el interés de ellos no es visibilizar ningún nombre ni ninguna marca; me dirá que esto no es un combate de leyes o política, porque saben que ese combate ya está perdido; me dirá que el aborto genera consecuencias en la mujer –en su espíritu y su cuerpo; que en el barrio la gente los apoya; me dice que el padre de la iglesia de Santa Ana no se ha involucrado para nada a pesar de que apoya la causa; eso me dirá Pamela Delgado).

¿Qué basura habrá ahí metida? ¿Qué desechos son los más usuales en una clínica de aborto? Y no puedo dejar de pensar que todo –estar acá, la gente rezando, las velas prendidas, todo– tiene que ver con las bolsas de basura.

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De vuelta al miércoles:

Cada vez creo menos que esto sea una reunión religiosa: esto tiene menos de teología que de discusión política. Si no, de qué otra manera podría explicarse que los rezos –que pueden atravesar paredes, mover montañas– tengan que hacerse de cara a la clínica. ¿Por qué no hacerlos en otro lugar? ¿En la Iglesia, por ejemplo? Este, por supuesto, es un conflicto político; un conflicto en el que se quiere dirimir quién decide sobre el feto en el vientre de la madre: ¿El Estado? ¿La familia? ¿La Iglesia? ¿La madre? ¿El padre? ¿Algún dios? ¿Dios? Estas personas –como muchas tantas– manifiestan su posición frente a la sociedad en el espacio público por excelencia: la calle.

La conversación se vuelve –de hecho– cada vez más política. Empezamos a hablar –miento, los demás son los que hablan, yo solo escucho– sobre el discurso del Papa en la ONU; sobre como los medios de comunicación desinforman cuando hablan del virus del zika, porque no se ha demostrado científicamente que haya una relación vinculante entre el virus y la malformación del feto, que el zika está genéticamente alterado desde unos laboratorios en África que pertenecen –oh sorpresa– a los Rockefeller: unos de los mayores promotores de las políticas pro aborto en el mundo.

–¿Quiénes son los Rockefeller? –le vuelve a preguntar el hijo a su papá.

– Una familia que es muy poderosa –responde el padre.

Ya en este momento es pura geopolítica. El discurso pro aborto –dicen– viene desde los países en desarrollo para frenar el crecimiento poblacional de los países sudacas como el nuestro. En Estados Unidos, por ejemplo, los índices más altos de aborto son por parte de la población afroamericana y latina. (Esto, hay que decirlo, es cierto: según un informe del 2009 del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos la población que más aborta es la afro americana, con 32,5% seguida de la población hispana, con 19,3%)[1].

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En el fondo –sigue la geopolítica– todo es culpa de esta idea del progreso; de que la Iglesia por ser vieja no vale; de que ahora le decimos sí a todo el mundo; le decimos sí a la ONU; le decimos sí al gobierno; le decimos sí al dinero; pero tenemos que entender que al que hay que obedecer es al de arriba.

(Dos días después hablaré con Mónica Roa, defensora de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer –la demanda que interpuso ante la Corte en 2006 abrió la despenalización del aborto en tres casos–. Ella me dirá que uno de los mayores desafíos de este tipo de manifestaciones es evitar que las autoridades y los funcionarios públicos se involucren, porque su labor es garantizarle a las mujeres el acceso al servicio de salud sexual y reproductiva. Eso me dirá ella en dos días.)

De vuelta a la noche de miércoles:

–Bueno, les propongo que oremos: ya casi se me acaba el turno y me quiero ir orando. Una felicitación por traer sus niños –le dice el señor que me pasó el acta de compromiso al padre de familia.

Yo ya no me aguanto ni el frío ni el hambre. Dejo el libro guía sobre la silla mientras ellos siguen rezando las letanías de San José.

Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros…

Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros…

Sostén de las familias, ruega por nosotros…

Salgo caminando por las calles, paso frente a la Iglesia y veo a Santa Ana coronando el portal del templo: Santa Ana, la que conocemos precisamente por ser la mamá de la Virgen: de no haber concebido a su hija María, por las razones que fueran, ella no estaría acá, y la Iglesia no llevaría su nombre. La maternidad es una cosa importante para la Iglesia, casi desde sus comienzos.

Entro a la primera panadería que encuentro. Rompo mi ayuno de dos horas. Un pastel de pollo, más hojaldre que pastel. No me creería capaz de aguantar 40 días al mismo ritmo. Yo no soy tan macho como ellos.


[1] http://www.cdc.gov/mmwr/preview/mmwrhtml/ss6108a1….