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Post-identitario

Parece que nunca podré cambiar mi nombre legalmente

Aunque legalmente tengo nombre masculino, soy mujer trans.

Pocas cosas me parecen tan significativas como lo que digan mis documentos legales. No conozco a nadie al que realmente no le importe salir presentable en la foto de su identificación —aunque más de uno lo habrá intentado— y mucho menos a alguien que se queje por un pasaporte que diga que nació en otro lugar o que mides más o menos de lo que realmente mides.

Así como yo creo que el hecho de no tener a alguien entre tus contactos de Facebook, no significa que no sean amigos en la vida real, si tu documento oficial dice cualquier tipo de sandeces, no implica que tú seas lo que dice el cartón. Más de una de mis amigas ha pasado por cirugías extensas en su rostro y cambios de look y esperan que se refleje en sus documentos.

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Cirugía de feminización facial. Un combo de cuatro a diez intervenciones al rostro para trabajar un look que comunique "mujer".

Pero como mujer trans he llegado a aprender que éste es uno de los grandes indicadores en el proceso de transición y por consecuencia creo que es un tema que hay que abordar. He visto chicas que defienden a capa y espada la necesidad de que su IFE —así no vayan a votar— diga un "Marcela" y no un "Óscar". ¿Que puede motivar esto? Puede ser que al entregar una identificación a un guardia sea motivo de discriminación. Tal vez te sucede algo y terminas en el hospital sin poder identificarte correctamente, o el escenario que más me asusta aquí es terminar en algún centro de detención —como el torito o un reclusorio— anotado como hombre y no como mujer.

Supongo que es válido querer cambiar el nombre en los documentos oficiales. Es agradable ver tu propio nombre con ese pensar que un libro es siempre un libro, aunque no contenga nada. Es una lástima que por embrollos de inmigración yo no lo pueda hacer.

Que no quiere decir que nadie intente salir a votar con su nombre masculino. Fotografía: Mauricio Patrón/CNNMéxico.

La cosa es así: México tiene leyes de resignación sexogenérica en documento y eso está bien. Con simples documentos que comprueben que estás transicionando te reajustan en el registro civil tu nombre y marcador de genero a petición de un juez que revise tu caso y eso también es bueno. De hecho, tan avanzada es la ley en México que ahora se está concursando la necesidad como ley de una revisión por parte de un juez. El argumento es que si quieres cambiar tu nombre sólo vas con la intención, pero si quieres cambiar el nombre y el sexo, entonces se asume que potencialmente estás evadiendo una deuda o crimen, así que se tiene que repasar tu caso a mano, lo cual sería discriminación.

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¿Qué sucede en mi caso? Soy mexicana por naturalización. Emigré de Colombia hacia México y aunque tengo pasaporte, no tengo entrada en este registro civil como lo menciona la ley. Y por pequeño que suene esta traba, aquí es donde arranca mi novela.

Al sol de hoy he hablado con expertos de leyes, género, debatistas, activistas, despachos de abogados y ahora me topo con que llevo tres años de procesos donde me es imposible conseguir a un abogado que se ponga las pilas con mi caso. Creo que di con alguien al que le llama la atención el cometido, pero la realidad es que siempre me dicen que es un proceso muy lento. Digo, nada me preparó para que se hablara de tres años de demora.

En verdad es triste. ¿Recuerdan que les dije que ni a mi endocrinóloga, ni mis psicólogos, ni a mis cercanos les importa el caso transgenerista? En últimas, la mera singularidad de mi caso hace de mí un tema de muy baja prioridad.

Así que hay dos modos de ver lo que sucede aquí, o la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) está generando un acto de discriminación contra mí por no querer llevar mi proceso, o se está llevando a cabo un acto de desigualdad al no otorgarle a una mexicana naturalizada los mismos derechos que los que tiene una mexicana que nació en este país.

Ni hablar de mi otra nacionalidad. En Colombia tampoco tengo mucha suerte. Incluso un amable señor, notario del registro civil, me dijo a la cara que "nadie cambia de sexo" y por consecuencia sólo me puede cambiar el nombre. En fin.

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Para mí lo más sano fue bajar el proceso a lo que debería de ser: un tercer plano. En esencia, ignorar el hecho que cambiar mi nombre en documentos tiene importancia alguna y seguir adelante con las cosas que importan. Siento que de seguro existen cientos de Lupita González que en documentos se llaman Jessica Manuela Alberta Guadalupe de la Vega Díaz González.

Algo me dice que estas personas no andan por el mundo dando su nombre legal así tan a la ligera.

Pero no les niego que armé tremendo desmadre. En Colombia me llamo Ophelia Pastrana, hombre, y en México me llamo Mauricio Francisco Pastrana, hombre. Cuando llego al aeropuerto viajo en falda y se dirigen a mí como mujer sólo al verme. Si eso no es suficiente, mis visas están a un nombre o al otro, medio al azar y cada que viajo soy la visitante número uno y alcalde de Foursquare del "cuartito" de seguridad de cada país. En una ocasión, la Policía Federal me detuvo en el Aeropuerto del DF porque mi aspecto no coincidía con el de sus documentos. Venía de Corea del Sur, donde tuve mi cirugía para adelgazar la voz y no debía hablar. Terminé gritando y con un desgarre en la garganta. Me dejaron ir como si nada, básicamente el "paquete narcotraficante", supongo.

Y la pregunta sigue ahí, ¿qué es todo lo que hay en el nombre? Si el nombre propio es el que marca la individualidad, no podemos olvidar que bajo esta lógica el apellido sería el que marca las relaciones sociales —y el por qué a varios familiares les importa profundamente mi transición—.

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Estoy de acuerdo que llegar a un corporativo y que te hagan llamar por un nombre masculino cuando la entrevista laboral es para una mujer puede despertar dudas, pero igual para los que no quieren decir nada, ¿el plan sería pedir que te contraten y nadie sepa nunca que eres trans? El miedo acá vendría más bien de que no te den el trabajo por ser transgenerista. Y es un miedo bien fundado.

En Estados Unidos la tasa del desempleo ronda el 7% de la fuerza laboral, el 13% de la fuerza laboral con discapacidades y el 14% de la fuerza laboral transgénero. Entiéndase —y dejando de lado que ambos segmentos deberían de tener igualdad laboral— es más fácil conseguir trabajo si eres discapacitado (incluye sordomudos y gente invidente) a que si eres trans. Así mismo hay cientos de miles de crímenes de odio contra gente trans —incluídos cientos de homicidios a nivel mundial— y luego está el caso de humillación y bullying, por mencionar algo.

Básicamente muere una persona trans cada quincena y en Navidad un par más.

Así que , es importante cambiar el nombre, pero por los motivos incorrectos. Es algo así como defender el uso de ropa de chicas que sea "segura para caminar de noche" para evitar los actos de violación a cambio de no hacer algo contra el violador mismo. Cambiar el nombre resulta una medida de seguridad en contra de la discriminación y la mala percepción, como una mujer que se llegara a llamar "Miguel". Y con eso sólo dejo el pensar, ¿Que más se hace en una transición debido a la presión de terceros por conformar con el ámbito femenino? Los invito a dejarme sus opiniones en los comentarios

@OphCourse