Conversaciones con profesores 'cuchilla'

FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Conversaciones con profesores 'cuchilla'

Entrevistamos a cinco profesores que son persona non grata para sus alumnos por estos días.

A falta de estaciones que alteren nuestras rutinas y estados de ánimo, en Colombia tenemos semestres universitarios. Semestres con sus primaveras, en las que florecen nuevos cursos, amores, inquietudes, vicios, compincherías. Luego, en mayo y noviembre, cada uno retrocede a sus cuarteles de invierno con lo poco o mucho que ha acumulado durante las últimas diez semanas y esperará a que sea suficiente para sobrevivir la temporada de exámenes finales. La intensidad de la helada depende en buena parte del profesor que esté a cargo del termostato. A veces uno pasa el invierno casi sin notarlo, abrigado con la falacia de los trabajos en grupo o esa bobada que llaman 'nota apreciativa'. Otras veces, para asegurarse de que sobrevivan únicamente los fuertes, el docente a cargo del curso decide hacer caer nieve, granizo y lluvia de gotas gordas.

Publicidad

Ese es el profesor al que llaman 'cuchilla'.

En honor al periodo de finales de la mayoría de las universidades colombianas, estuve conversando esta semana con unos cuantos profesores que se han ganado entre su alumnos la fama de ser 'cuchillas'. Hablamos acerca de sus metodología, de sus alumnos y de cómo se siente ser el tipo malo de la película.

Jorge Perdomo
(Econometría II en la Universidad de Los Andes)

El parcial de Econometría II del profesor Jorge Perdomo fue durante muchos semestres un ritual de paso para los estudiantes de economía de la universidad de Los Andes.Tanto así, que en diciembre de 2013 uno de sus exalumnos le dedicó una crónica a la célebre evaluación. " El parcial lo pueden presentar de 7:00 a.m. a 8:30 a.m., pero yo voy a estar aquí repartiéndolos desde las 6:00 a.m. ", le advertía Perdomo a sus alumnos antes del parcial. El martes pasado, cuando le expliqué por teléfono el propósito de mi artículo,el economista me contestó con una carcajada de casi diez segundos. El tipo de risa que sólo puede venir de una persona que ha renunciado a la docencia.

A pesar de que Perdomo dejó de dictar clases en las universidades de Los Andes y el Rosario hace ya seis meses, accedió a conversar un rato conmigo acerca de su pasado como profesor cuchilla.

Yo prefiero que digan hoy: 'Ese hijueputa me rajó', a que el día de mañana digan como profesionales: 'Ese hijueputa a mí no me enseñó nada'.

Publicidad

Según él, ahora exprofesor, su metodología derivaba de los principios de su profesión: "Yo me basaba en el tercer principio de economía: los individuos responden a los incentivos, pueden ser negativos o positivos". ¿Y esto qué implica? "Lo primero es que hay que hacer quizes sorpresa", me dijo Perdomo desde la oficina en la que trabaja como consultor. Para este economista, el quiz sorpresa funciona ya que "Influye directamente en la nota, que es el incentivo para cualquier estudiante".

Para Perdomo, quien es bien consciente de su reputación, el término "profesor cuchilla" es algo que surge entre los estudiantes de rendimiento medio-bajo; es decir, aquellos que están acostumbrados a pasar los cursos sin dedicarles mucho tiempo o esfuerzo".

Durante sus 17 años como docente, Jorge Perdomo tuvo que enfrentarse a que sus alumnos le hicieran reclamos del estilo ''esta no es la única materia que yo estoy viendo''. Y él siempre les contestó con la misma pregunta: "Aparte de estudiar, ¿tú qué otras obligaciones tienes?". Para él, en el momento que uno se matricula en una universidad se compromete a poner el estudio sobre todas las demás cosas. Y a pesar de que esta postura no le ganó muchos afectos entre sus estudiantes, Perdomo cree, como lo hacía Fidel Castro, que la historia lo absolverá: "Yo prefiero que digan hoy: 'Ese hijueputa me rajó', a que el día de mañana digan como profesionales: 'Ese hijueputa a mí no me enseñó nada'".

Publicidad

Eduardo Gutiérrez
(Historia de la Comunicación de Masas en la Universidad Javeriana)

No sólo los que se matriculan en carreras que gradúan ministros tienen que lidiar con profesores 'cuchilla'. También aquellos que, como yo, se inclinan por carreras que tienen una fama (merecida o no) de ser fáciles tienen que lidiar con docentes cortopunzantes. Este es el caso de Eduardo Gutiérrez, profesor de Historia de la Comunicación de Masas en la facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana.

"Yo soy profe", me dijo Eduardo con pleno convencimiento, luego de explicarme que se había formado en la licenciatura de Lenguas y Literatura de la Universidad Pedagógica y que había comenzado a dictar clases a los 21 años. Gutiérrez, quien lleva el pelo hasta los hombros y gesticula con ganas cuando habla acerca de su oficio, afirma que dar clases es hacer una puesta en escena. "Sin suspenso no hay clase", me explicó en uno de los cubículos de la facultad en la que estudié. "Uno tiene que estar desconcertando a los alumnos todo el tiempo para hacerlos pensar. Esa es la tarea de un profesor: moverles el piso a sus estudiantes, no transmitirles conocimiento".

Según Gutiérrez, quien suele dictar su materia a estudiantes de segundo semestre, tras 12 años de colegio la gente entra a la universidad excesivamente escolarizada; es decir, acostumbrada a acumular información y hablar de lo que ya sabe en lugar de hablar de las cosas que le gustaría entender.

Publicidad

¿Y cómo intenta Eduardo Gutiérrez sacar a sus jóvenes estudiantes de esta zona de confort? A punta de camello.

Los alumnos de su clase tienen entre 100 y 200 páginas de lecturas "disponibles más no obligatorias" cada semana. Además deben escribir en todas las clases, y no precisamente trabajos chimbos de copiar y pegar. Por ejemplo, esta semana sus estudiantes tienen que hacer una infografía a partir de las lecturas. A pesar de que con el tiempo este profesor ha hecho cambios en su metodología para que esta se ajuste a los distintos tipos de inteligencia que encuentra entre sus alumnos (por ejemplo, sumar un componente de sustentación oral a sus parciales escritos), hay algo que nunca ha cambiado: "En mi clase, si usted trabaja y persiste durante todo el semestre va a pasar así no sea el más pilo".

Por eso muchos profesores acceden a hacer un pacto de mediocridad en el que el profesor se hace el que enseña y los estudiantes se hacen los que aprenden

Gutiérrez sospecha que exigir un esfuerzo constante de parte de sus estudiantes es lo que le ha costado el rótulo de profesor 'cuchilla': "La lógica del estudiante suele ser: 'yo quiero aprender pero trabajar poquito'. Por eso muchos profesores acceden a hacer un pacto de mediocridad en el que el profesor se hace el que enseña y los estudiantes se hacen los que aprenden".

¿Y entonces cuál es el pacto que ofrece Eduardo? "Yo a usted le aseguro que va a aprender, pero sólo si trabaja", me dijo. Prueba de esto es que Gutiérrez valora más a un estudiante que, sin llegar muy preparado a su clase, logra un progreso significativo a lo largo del semestre que a uno que, llegando con buenas bases, obtiene buenos resultados pero progresa poco durante su curso.

Publicidad

La obsesión de Eduardo Gutiérrez con el trabajo duro y parejo no implica que su clase se atenga a un régimen estricto de comportamiento. A pesar de que Gutiérrez fue un fundamentalista de la puntualidad y cerraba la puerta de su salón a la hora que comenzaba la clase en punto, hoy en día permite retrasos hasta de 15 minutos. "Si viene más tarde, mejor ni venga". Comer y mirar ocasionalmente el celular está permitido, pero no vender cosas ni abusar de Whatsapp.

Al igual que el economista Jorge Perdomo, también es consciente de la reputación que lo precede y no tiene ningún problema con ser considerado un 'cuchilla'. De hecho no duda en usarlo en su puesta en escena. Como esa vez, hace ya varios años, en la que luego de entregarles un parcial a sus estudiantes, se sentó en su puesto a leer un libro cuya portada decía en letras grandes: El Sadismo en la Educación .

Javier Rincón
(Derecho Administrativo en la Universidad Javeriana)

El Doctor Rincón, como lo llaman sus alumnos, introduce cada semestre su clase de Derecho Administrativo con la fábula de la Coca-Cola. La fábula, que no está entre las de Esopo, va más o menos así: "Al final de este semestre es posible que las 35 personas que están sentadas aquí pasen la materia. Si eso pasa, yo llego a mi casa esa noche, destapo una Coca-Cola, abrazo a mi esposa y me siento a ver televisión. También es muy posible que todos pierdan la materia. Y si eso pasa, yo llego a mi casa esa noche, destapo una Coca-Cola, abrazo a mi esposa y me siento a ver televisión. Yo cumplo con dar la clase y su resultado me da exactamente igual".

La pintoresca fábula, que se presta a tantas interpretaciones como 2001: Una odisea espacial, y su manera implacable de calificar a los estudiantes han hecho que Rincón se consolide como uno de los 'cuchilla' de la carrera de Derecho en la Universidad Javeriana.

Publicidad

A diferencia de Eduardo Gutiérrez, Rincón lleva el pelo bien corto. Me recibió en su oficina privada en la facultad, vestido de paño y corbata anaranjada. Este abogado, que se graduó de la misma universidad en la que dicta clases y luego hizo una maestría y un doctorado en la Universidad de Poitiers, en Francia, también tuvo un paso de dos años por la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla. Y este paso por la educación militar se refleja en su metodología.

En sus clases aplica un código similar al del sargento instructor de Full Metal Jacket, o sea duro pero justo. "Usualmente dicto clase en el horario de 7:00 a.m. a 9:00 a.m. A las siete en punto entro al salón, cierro la puerta y nadie entra después de mí", me dijo Rincón en la entrevista a la que llegué 20 minutos después de lo acordado. "Pero también termino la clase a las 8:30 a.m. en punto, así este en la mitad de una idea. La cosa es sencilla: yo exijo que los estudiantes respeten mi agenda y a cambio yo respeto la de ellos".

Aparte de la justicia pura y dura, la suerte es otro de los elementos que invade toda la metodología de la clase de Derecho Administrativo de Rincón. En sus exámenes finales orales, durante los cuales se abstiene de mirar a los estudiantes a los ojos y se limita a tomar nota de sus argumentos jurídicos, los alumnos deben sacar la pregunta a contestar de un sobre de manila lleno de posibilidades para ganar o perder la prueba. Sin embargo, para ser justo y acabar con el 'me salió preciso la que no sabía', una vieja excusa que, según Rincón, sacan todos los estudiantes de Derecho en las pruebas orales, da chance de descartar la primera pregunta y volver al sobre para pescar otra. Al igual que Jorge Perdomo, este abogado también cree en mantener a sus estudiantes con la guardia bien alta, y por eso se asegura de que dos de los seis controles de lectura que hace en el semestre sean una sorpresa.

Publicidad

Durante sus años como estudiante, Rincón afirma haberse encontrado con varios profesores 'cuchilla', pero prefiere reservar ese calificativo para los profesores que eran arbitrarios y no para aquellos que eran exigentes, pero justos. Lógicamente él se considera parte del segundo grupo.

Aquí no valen apellidos, escotes ni minifaldas, aquí todos nos rajamos por igual.

Al igual que todos los profesores 'cuchilla' con los que conversé, el de Derecho asegura que sus exigencias no son un capricho y tienen como única finalidad preparar a sus pupilos para lo que se les viene pierna arriba: "Exijo puntualidad porque si usted como profesional llega un minuto tarde a radicar un papel puede perder un proceso y hasta la tarjeta profesional. En los exámenes orales no acepto que me contesten cosas distintas a las que pregunté porque el día de mañana eso no le va servir a su jefe o a su cliente".

Pero a diferencia de todos los demás profesores con los que hablé esta semana, Javier Rincón no cree que entre sus alumnos reine una cultura del mínimo esfuerzo. Y como prueba señala las evaluaciones de profesores que hacen sus alumnos, en las cuales suele ser de los mejores calificados de toda la facultad. Para él, uno de los momentos más satisfactorios de su carrera como docente fue el día en el que una alumna suya (una muy bonita, aclaró), le dijo: "Doctor, a mí me gusta su clase porque aquí no valen apellidos, escotes ni minifaldas, aquí todos nos rajamos por igual".

Publicidad

Rafael Garzón
(Física en la Universidad Distrital)

A Rafael Garzón no llegué por el voz a voz, sino a través de una encuesta realizada en una página de memes de la Universidad Distrital. Minutos después de preguntar por el profesor más 'cuchilla' de la universidad, un estudiante contestó: "Pues el papá de los pollitos, el alfa y el omega, Rafael Garzón. Ese **** termina el semestre con 5 y deja a 6".

Un par de días después estaba sentado frente al papá de los pollitos en la oficina que comparte con otro profesor en el edificio más alto de la Universidad Distrital. Comencé la entrevista con la misma pregunta que le hice a todos los profesores que accedieron a atenderme: ¿Cómo es una semana normal en su clase? "¿Normal?", me contestó el hombre de cincuenta y tantos, que llevaba una chaqueta verde oliva y camisa sin corbata. "Aquí casi no hay semanas normales, de por sí esto no es normal", me dijo señalando hacia la plazoleta que estaba ubicada varios pisos abajo y desde la cual provenían arengas amplificadas por un megáfono.

Garzón estudió Física, hizo una maestría e inició estudios de doctorado en la misma materia, todo en la Universidad Nacional. Me atendió el jueves en la tarde. La modorra postalmuerzo, el calor del cubículo y la voz parsimoniosa de este físico hicieron que la entrevista fuera una batalla contra el sueño más intensa que ver el programa deportivo de Faryd Mondragón. "Algunos estudiantes me pusieron el cirujano porque primero los duermo y luego los rajo", dijo Garzón, quien me pidió que tomara nota en lugar de grabar la entrevista.

Publicidad

Este profesor es tan consciente de la dificultad de su curso que dedica la primera sesión de cada semestre a darles a sus estudiantes lo que él llama sarcásticamente "el curso sicoprofiláctico". El curso consiste en explicarles a sus estudiantes que la física no se estudia con el celular en el escritorio; que las sesiones de estudio no deben ser maratones de dos y tres horas, sino sesiones de 40 minutos, y todos los tips de estudio que, como bien anota Garzón, no debería tener que dar. "Al estudiante se le prepara, la clase no es una bofetada", comentó.

Garzón afirma que muchos de sus alumnos llegan a la clase creyendo que esta va ser similar a la asignatura de física que vieron en el colegio, en la cual aprenden a memorizar fórmulas y reemplazar valores. Y no. Afirma (y probablemente esté en lo correcto) que en la física "la idea no es que el problema le dé lo que el solucionario dice que tiene que dar, sino que los muchachos entiendan por qué da eso".

Con el tiempo Garzón ha modificado su metodología para honrar esta convicción: aunque en un principio expulsaba a cualquier estudiante al que sorprendiera tratando de usar algo a parte de lápiz, papel y calculadora, con el tiempo autorizó a sus alumnos a llevar un papel con todas las fórmulas que les da la gana usar durante los parciales. Luego fue más allá y autorizó llevar a los parciales libros, con la única condición de que el libro y la hoja de respuestas no estuvieran sobre el escritorio al mismo tiempo. Un día, se sorprendió al encontrar que ninguno de sus estudiantes había llevado libros al parcial y les preguntó a qué se debía la curiosa elección. "Profesor, es que nosotros ya nos dimos cuenta de que el único libro que sirve en su clase es la Biblia", le contestó una de sus alumnas.

Publicidad

Los estudiantes son como morcillas: "Si uno trata de meterles muchas cosas se revientan".

Según Garzón, quien me pidió en un punto de la entrevista que parara de morder mi esfero, para que suceda ese fenómeno que llamamos aprendizaje el profesor debe tener buen conocimiento de la materia, pero también debe existir motivación por parte de los estudiantes. "Mi trabajo no es darles esa motivación, la motivación debería ser el futuro profesional de cada alumno".

Antes de ser profesor, Garzón quería dedicarse de lleno a la investigación. Y lo hizo. Pero en un momento decidió que todo ese conocimiento no servía de nada si no lograba comunicarlo, y entonces se hizo profesor. Hoy, veinte años después, afirma haber aprendido que los estudiantes son como morcillas: "Si uno trata de meterles muchas cosas se revientan".

En un momento de la entrevista Garzón se hizo una pregunta que ni él ni nadie puede contestar: "¿Será la física la que es difícil, o seré yo el difícil?"

Nestor Pardo
(Profesor de Diseño Industrial en la Universidad Javeriana)

Nestor Pardo, quien habló 30 minutos menos que sus colegas, es uno de los cuatro miembros que se sientan en el comité encargado de calificar los proyectos de grado de los estudiantes de Diseño Industrial de la Universidad Javeriana. La diferencia entre él y los otros tres profesores del comité es que él es el único al que los estudiantes apodan "Terminestor".

Contrario a los profesores con los que hablé esta semana, Nestor, quien saluda con un apretón de manos digno de su apodo, no me condujo hasta su oficina. Me atendió en un muro bajo, frente a la cafetería de su facultad, muy cerca de otro muro al que lleva a sus estudiantes para explicarles por qué los rajó.

Rajarse es una cagada, pero también es una oportunidad para reflexionar: de pronto usted no está listo para pasar o de pronto este no es su proyecto de vida.

Pardo fue parte de la primera promoción de diseñadores industriales graduados de la Javeriana en 1982. Un año después ya era profesor en su alma mater. Estos 23 años de docencia le han enseñado que muchos de los que pagan la matrícula no saben bien qué están haciendo en la educación superior: "Se supone que están aquí para comenzar un proyecto de vida, pero muchas veces parece que sólo estuvieran marcando chulos en una lista. Ya me gradué del colegio, chulo. Ya sé inglés, chulo. Entonces ahora voy a chulear la universidad ".

Para Pardo la tarea de un profesor no es impartir un conocimiento, es enseñar a pensar. Y, según él, la mejor herramienta para hacerlo son las notas. "Rajarse es una cagada porque se pierde plata y se pierde tiempo. Pero también es una oportunidad para reflexionar: de pronto usted no está listo para pasar o de pronto este no es su proyecto de vida", me explicó.

A diferencia de los demás profesores que sentaron a hablar conmigo, Pardo no ostenta maestrías ni ha perseguido estudios de doctorado. Afirma haber identificado con los años dos "razas" de profesores: aquellos que, cómo él, ostentan pocos cartones, mucha experiencia y se dedican a enseñar por pasión y otros con credenciales de sobra, que han cogido la enseñanza como profesión.

Terminestor, quien parece dividir el mundo entre pelados, como yo, y cuchos, como él, afirma que la culpa de que exista una cultura del mínimo esfuerzo entre muchos de sus alumnos es de los cuchos. "Nosotros cómo papás los consentimos mucho. Ustedes han crecido con toda la tecnología y las posibilidades del mundo ahí servidas y por eso son, como generación, débiles". Para él esta debilidad se ve reflejada en los argumentos con los que algunos de sus estudiantes refutan sus calificaciones: "Se agarran de los tecnicismos, dicen que merecen pasar porque presentaron todo lo que les pidieron. Y sí, presentaron todo. Pero todo era una chanda".

Pero la mejor parte de mi conversación con un androide que ha venido desde el futuro para cagarse en tu proyecto de diseño fue el comienzo. "Más bien debería entrevistar a los estudiantes, pregúnteles porque son tan flojos", me dijo cuando le expliqué por qué había decidido acaparar toda su hora de almuerzo.

Digan lo que quieran de los 'cuchilla': serán anticuados, indiferentes, escueleros y hasta terroristas escénicos, pero al menos son de los pocos que se toman todo este negocio de la educación en serio.