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Música

Desde Lituania, con sabor: El viaje de un cumbiero lituano por Colombia.

Adomas Koreniukas vino desde las heladas tierras de Europa del este para aprender la magia de cumbia.

Fotos por Stephanie Ascanio.

Adomas Koreniukas tiene 26 años y es de la ciudad de Vilna, en Lituania, en donde los inviernos llegan a los veinte grados bajo cero. Una ciudad que se sitúa en pleno Báltico a más de diez mil kilómetros de Bogotá. Sin embargo es un tipo cálido, con carisma y sabrosura. Habla español con acento peruano y expresiones costeñas colombianas y lleva casi dos meses en Colombia.

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Conocí a Adomas en abril de este año por su grupo de cumbia, Parranda Polar, también radicado en Lituania. Cuando lo vi por primera vez (por internet) quedé, impresionado por su manera tan original de tocar el acordeón y cantar las cumbias de Andrés Landero, de Carmelo Torres y los vallenatos de Enrique Díaz. Su pronunciación, sus expresiones, sus notas y su sabrosura me llenaron de intriga. Pronto comencé a escuchar más de su música. De alguna forma sentía mucha curiosidad por saber cómo fue que alguien al otro lado del mundo llegó a tocar la música de la sabana de Bolívar con tanto sentimiento. Así fue que lo comencé a seguir. Vi que su página de Facebook ya era seguida por los nietos y sobrinos del fallecido maestro Landero. Lo saludé y felicité por su música y el me contó que pronto vendría a Colombia. Para ese momento él seguía en Vilna, pero pronto se embarcaría en un viaje de experiencias cumbiamberas.

Siempre he tenido ciertos reparos cuando veo, o escucho la cumbia sonar en otros países. ¿Me emociona? ¡Claro que sí! Pero desde que en un seminario de nuevas músicas colombianas, el periodista, escritor, fundador del sello discográfico Festina Lente, director de Señal Cumbia y raspafiestas del mítico bar bogotano *Matik-Matik*, Luis Daniel Vega, me jaló las orejas cuando con gran ímpetu me jactaba a nombre propio por que Joe Strummer de The Clash escuchaba cumbia sabanera en pleno Central Park en Nueva York, aprendí algo muy importante. En ese momento como que de alguna forma yo validaba la música tradicional por el reconocimiento que tiene por músicos de otros lados como Strummer. Aprendí luego que la música de Landero, la cumbia, y en general nuestros ritmos tradicionales se validan por sí mismos, por su riqueza musical, por su complejidad, por su magia y por su sabor. Pero esta vez era distinto. La música de Adomas y de Parranda Polar me transmitía familiaridad y admiración, o no sé si simplemente un tremendo orgullo nacional cursi y sobrevalorado en estos tiempos de globalización.

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Hablé con Adomas un par de días antes de que volviera a Bogotá de sus viajes por la costa atlántica Colombiana. Quedamos de encontrarnos en la Candelaria. Fui a buscarlo donde su amigo Jorge Parra, Co-director del Festival Internacional de Cine de Medellín, un paisa afrancesado que lo recibió como en casa y con quien también está grabando un documental de sus andanzas por Colombia. "Tengo soroche, necesito un aguardiente" decía Adomas que estaba medio agripado. Es un tipo alto, flaco, con bigote de cantinflas y manos largas. Me abrió la puerta y me invitó a pasar mientras Jorge volvía a casa. Luego salimos y compramos un cuartico de aguardiente y un par de cervezas y nos fuimos para la terraza de las residencias estudiantiles R10 a pocas cuadras de allí. Con una vista hermosa de los cerros y del barrio Las Cruces sacamos los acordeones, una guacharaca que se había comprado él y un tambor alegre que yo llevé para tocar y comenzamos a charlar.

"Viví dos veces en Perú. Ahí me empezó el amor por la cumbia, por la guacharaca. Yo estaba viviendo en Lima. No había escuchado nada todavía pero tenía unos vecinos que ponían tecnocumbia todo el día. Ahí empezó ese ritmo a meterse en mi cabeza… el sh-q-sh sh-q-sh de la guacharaca. Un buen día fui al barrio Cantagallo en Lima, en donde vive gran parte del pueblo Shipibo-conibo, grupo étnico de la Amazonía peruana. Escuché por primera vez la chicha peruana, que viene de la selva amazónica, y con ella descubrí a Los Máximos, a Juaneco y a Los Destellos. Ahí me empecé a enamorar de la cumbia. Para ese entonces yo hacía música electrónica retro, como de Nintendo. Pero no lograba dar con la sabrosura, con el patraseo, con lo que en Lituania llamamos aetchiaska con mis amigos". recuerda Adomas entre sus risas.

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"La cumbia acordeonera llegó a mi vida cuando escuché la Cumbia de Juanita de Andrés Landero. La cantaban los indígenas Shipibo allá en Lima. ¡Uf parce! Me encantaba. Traté de aprenderla en un acordeón de juguete que tenía. Ahí me di cuenta que la sabrosura sólo la lograría si tocaba con instrumentos acústicos. Cuando volví a Lituania le enseñé la música de Landero a mi amigo Jonas Narbutas, con el cual tenía la costumbre de poner música mientras él me cortaba el pelo. Un par de semanas después, el sh-q-sh sh-q-sh de la guacharaca ya había invadido a otro lituano. Él me dijo '¡Oye compadre, no me puedo sacar el sonido de la guacharaca de la cabeza, hay que hacer algo!' Comenzamos a tocar. Él en la percusión y yo en el acordeón y la voz. Luego incorporamos a Vytautas Puidokas en el bajo y montamos nuestro grupo, Parranda Polar". Adomas no deja su acordeón en el suelo y sus dedos oprimen los botones. Se le ve ansioso de tocar. Me cuenta que en la costa conoció a un grupo de champeta que lo bautizó como Adán Comeyucas después de que no pudo enseñarles a pronunciar su apellido, Koreniukas.

A las composiciones de originales de Adomas se les siente una sed de exploración cumbiambera. Se nota que no ha hecho más sino tocar el acordeón desde que regresó a Lituania desde Perú, en donde además de otras cosas, fue arrestado por la policía después de intentar fugarse de una comisaría por tocar en la calle, aprendió a montar en un monociclo que le compró a una payasa embarazada, y participó en el programa de televisión "Perú Tiene Talento". "En Lituania les encanta: las chicas gritan, lo chicos bailan, los viejos también. Es una música que calienta. Y tiene una aceptación increíble. En un mismo verano tocamos con Parranda Polar en un festival de techno, en uno de psytrance, en un programa cultural de música folclórica que llega a toda la provincia de Vilna, y en todos ellos, la gente respondió muy bien".

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Naturalmente le pregunto como le ha parecido Colombia y cuál fue su primera impresión. "La primera experiencia que tuve al llegar a Colombia fue en Bogotá. Un parcero colombiano con el que compartía apartamento en Vilnius, en Lituania me invitó a parchar con unos viejos amigos suyos. Terminamos por allá en Bosa. ¡Poca cerveza la que nos hemos tomado! En el sitio había una maquina así toda grandota en la que sonaba full Diomedes Díaz. Me pareció bacano pero raro que sonara vallenato, así de cotidianamente en la ciudad. Esa fue la primera impresión que tuve. Una primera impresión que cambió bastante con los días", me cuenta.

Dice que su viaje por Colombia lo emprendió un poco por azar. Buscando las raíces de la cumbia de alguna forma terminó en el departamento de Córdoba. Entre risas confiesa que tenía la brújula un poco desviada y luego, muestra lo que le enseñaron en Lorica, Córdoba, en donde estuvo varias semanas. Toca un merengue vallenato en su acordeón amarillo que me deja impresionado. Luego le pregunto cómo fue que terminó allá.

"Tengo un amigo que tiene mucho talento para hacer conexiones y yo hace rato quería venir a Colombia. Él me conectó con mi maestro de acordeón, Bernardo, en Lorica, Córdoba. Fui muy afortunado ya que él podía enseñarme casi todos los días. Con él viví un mes, de los tres que estaré en Colombia. Inicialmente quería aprender más cumbia sabanera. Pero mi maestro me dijo 'no, yo soy más vallenatero, pero vamos a tocar los aires vallenatos para que empieces a soltar más los dedos'. Practicaba desde bien temprano, luego almorzaba, me echaba un poquito en el chinchorro un rato y luego tocaba hasta las 9 de la noche o hasta cuando me dejara tocar mi casera, Doña Magola".

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Luego me habla un poco acerca de la percepción que tiene del vallenato. "Yo siento que de alguna forma, el vallenato ha perdido su origen raizal, su cosa tribal. Y eso es con lo que yo quiero conectarme y por eso me encanta la cumbia, su polifonía, sus melodías y su magia". No obstante, Koreniukas es un gran conocedor del vallenato y se explaya hablando de Alejo Duran, de Enrique Díaz y de Diomedes.

"Mi maestro Bernardo luego me presentó con un señor campesino que me enseñó sus canciones de cumbia en su acordeón. Se llamaba Avendaño. El pasa todo el día dando machete en el campo, pero ya tiene más de quinientas canciones. Observa cualquier cosa, la política, sus herramientas, hasta las hormiguitas y de ahí saca la inspiración para sus canciones. Eso me impresionó. La cumbia no solo habla de amor, si no de la vejez, de la vida, de la pobreza, de la naturaleza, de temas universales de la humanidad. En Lorica no encontré mucha cumbia pero aprendí muchas otras cosas que me inspiraron a seguir buscando. Sentía hasta entonces como que no encontraba la cumbia por ningún lado. Hasta llegué a empezar que ella estaba muriendo de alguna forma. Luego estuve en el Festival del Porro en San Pelayo, en el festival de cumbia del Banco, Magdalena y finalmente en San Jacinto, Bolívar en donde me di cuenta que hay mucha gente que no permitiría que la cumbia muriera. Estuve hasta en una parranda con Carmelo Torres y escuché lo que Yeison Landero (nieto de Andrés Landero) está haciendo con la cumbia y cosas de música electrónica".

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(Bernardo, en Lorica)

Le pregunto si ha escuchado las exploraciones musicales que se han gestado en las ciudades de Colombia en relación a las músicas tradicionales. "Mucha gente me habla acerca de esta música que se hace acá en Bogotá y que tiene mucha influencia de la música tradicional de Colombia. He escuchado Romperayo y Los Meridian Brothers. ¡Uf, increíble! Es muy interesante. Ustedes con la cumbia pueden conquistar al mundo, estoy seguro. Pero quiero seguir aprendiendo porque siento que aun no conozco ni un poquitito de toda la música que hacen las nuevas generaciones acá".

Luego toca un poco de su canción, "Lago de Rubikiai". Quedo perplejo por la composición. Se siente la cumbia, pero es diferente, tiene un toque que no logro describir. Pienso en todas las veces que he escuchado música de Europa del este. Pero es distinto, tiene más nostalgia, más sentimiento.

Adomas además de ser un gran músico, es una gran persona. Su talento se desborda, pero su carisma también. Me hace reír a mi, a Jorge, a Stephanie, mi fotógrafa y a toda la gente de la residencia estudiantil en donde estábamos parchando. Su presencia de alguna forma ilumina. Sus gestos, su acento al hablar español, sus expresiones y su parecido con Cantinflas lo convierten en un completo personaje. Comienzo a entender cómo es que la música de Parranda Polar logra calentar las fiestas del underground lituano y subir los -2.5 grados centígrados de temperatura promedio de Vilna al calor del trópico caribeño. No solo es la interpretación del acordeón o la pronunciación y gesticulación a la hora del cantar y tocar. Este tipo pone a gozar a cualquiera con su sabor.

El frío de la noche bogotana poco a poco llegaba, y con ella el final de mi tarde de intercambio musical con Adomas. Me cuenta que no va a poder ir a ver tocar a Carmelo Torres en el Strummer Jam el 19 de agosto por que ese día él también toca en Bogotá en el bar El Pepino cerca al parque El Virrey. Se despide con una gran sonrisa y me cuenta que se va a ensayar para su concierto. Me termino mi cerveza y me voy.

Al llegar a casa veo que Adomas me envía un video de su ensayo. En el video aparecía él tocando junto a los músicos que lo acompañarán en su concierto. Me doy cuenta que son el León Pardo y el Chongo de Colombia. Pienso que el mundo es un pañuelo y que su concierto del viernes va a estar muy bueno. ¿La parranda polar de Lituania junto a esos dos monstruos? ¡No joda!

***

Adomas Koreniukas estará tocando hoy 19 de agosto junto al León Pardo y al Chongo de Colombia en el bar el Pepino. Toda la info acá.