FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Soy ludópata y no pienso dejar de serlo

Juega compulsivamente y no piensa abandonarlo, aunque eso le haya hecho perder a su novia. Asegura que, además, gana dinero.

Imagen vía

Esta es la historia de Roberto, un joven que juega cada día a las tragaperras en los bares de viejos, esos bares de toda la vida que tienen los días contados en el centro de Madrid. Que se juega las propinas en quinielas y bonolotos. Que frecuenta salas de juego con frecuencia circadiana desde que empezaron a reproducirse como setas las casas de apuestas deportivas. Que se pasa horas delante del ordenador jugando al póker por internet. Que visita casinos con devoción religiosa. Que juega y apuesta y gana y pierde dinero todos los días de su vida y que nunca, bajo ningún concepto, quiere dejar de hacerlo, dejar de jugar, dejar de apostar. ¿Por qué iba a tener que hacerlo si puede permitírselo? ¿Por qué no seguir jugando si el balance entre pérdidas y ganancias casi siempre es positivo?

Publicidad

Roberto y yo nos conocimos en una cena informal. Cuando la conversación y la bebida escaseaba, Roberto pronunció una frase que dio lugar a un diálogo más o menos como el que sigue, en el que participaron su novia Marta y otra joven pareja.

- El otro día estuve en el casino jugando a la ruleta -dijo Roberto sin pensarlo.

- ¿Ah, sí? ¿Ganaste algo? -preguntó Antonio.

- No me habías dicho nada -dijo Marta.

- ¿Ah, no? -respondió Roberto.

- ¡Yo nunca he estado en el casino! -dijo Lidia.

- ¿Por qué no vamos un día los cuatro? -sugirió Antonio.

- ¡Claro! -exclamó Lidia.

- Creía que te lo había dicho -dijo Roberto.

- Es igual -respondió Marta.

- ¿Jugaremos a la ruleta? -preguntó Lidia.

- La última vez que yo fui a casino vi a Luis Aragonés jugando en tres mesas a la vez -dijo Antonio.

- ¿Quién es Luis Aragonés? -quiso saber Lidia.

- Sólo estuve un par de horas -dijo Roberto-, no jugué ni 200 euros.

- Luis Aragonés, cariño, era un entrenador de fútbol -matizó Antonio.

- Te digo que me da igual -reafirmó Marta.

- ¿Y qué hacía un entrenador de fútbol jugando a la ruleta? -preguntó Lidia.

- Además, me divierte jugar a la ruleta, te guste o no -precisó Roberto.

- ¿Podemos hablar de otra cosa? -exclamó Marta.

- ¿Por qué no jugamos al Monopoly? -sugirió Antonio.

- ¡Eso!, exclamó Lidia, y luego añadió, pero, ¿cuándo vamos todos al casino?

A los dos días, la novia de Roberto dejó a su novio porque no podía soportar su adicción. "Eres un ludópata, me dijo. ¿Lo sabías?, y yo le dije que sí, que por supuesto que lo sabía". Hemos quedado en una casa de apuestas del centro, al lado de la glorieta de San Bernardo. "Aquí", dice Roberto, "siempre hay varios chinos sentados en las tragaperras, muchos latinos apostando a los galgos y demasiados locos de todo tipo, algunos con una puta colgando del brazo, pero me gusta este sitio, sí. Me gusta". La casa en cuestión, asegura Roberto, es una de las más animadas que hay por la zona. Yo mismo he venido alguna vez para apostar unos pocos y miserables euros a los partidos de la jornada. "Es una suerte que haya empezado la Liga de nuevo. Me he pasado el verano apostando a los partidos amistosos, y en esos partidos no hay quien acierte. Por eso las cuotas son más altas de lo normal. ¿Quién puede saber cómo va a quedar el Logroñés contra el Nantes?"

Publicidad

"A veces siento asco por todo el dinero que me gasto en esto", dice Roberto mientras apostamos 10 euros a pachas a un partido en juego de la Liga inglesa. "Al principio lo hacía a escondidas, sin decírselo a nadie, pero ahora no me importa que todo el mundo lo sepa. Es más, animo a mis amigos a que vengan conmigo a estos sitios". Roberto tampoco tiene reparos en hablarme de su terapia. "No es exactamente una terapia contra la ludopatía. Una solo vez fui a un grupo de adictos y el ambiente allí era demasiado deprimente. Gente que ha perdido sus casas, sus trabajos, su familia, por jugar compulsivamente hasta el último céntimo que tenían, y el que no tenían también. Yo me juego bastante dinero, a veces más del razonable, es cierto, pero me lo puedo permitir porque también gano bastante". Y apostilla con la serenidad del maestro: "Hay que saber jugar con cabeza".

Imagen vía.

"En realidad estoy yendo a un coach. ¿Te lo puedes creer? Quiero potenciar mis capacidades, y sobre todo quiero aceptar quién soy. Mi novia, tú la conociste, no quiso aceptarlo. Allá ella". Roberto y ella llevaban un año juntos. Se habían conocido en el bar donde aún trabaja Roberto de encargado. "Ahora le daré asco, vale, pero no se quejó cuando me jugué el bote de los trabajadores de todo un mes, más de 2.000 euros, y logré triplicarlo. Lo hice con el consentimiento de todos, incluido ella. Bueno", matiza Roberto, "de todos no, pero la mayoría es quien decide". El partido al que hemos apostado que marcaban los dos equipos sigue empate a cero. "De todas formas, te apuesto lo que quieras a que en menos de una semana me echo otra novia. ¿Qué, te atreves?".

Publicidad

Roberto apuesta a todo lo que se puede apostar. Fútbol, baloncesto, boxeo, caballos o tenis. Apuesta con sus amigos si van a follar esa noche, cuántas copas podrá beberse, cuántas rayas será capaz de esnifar. Apuesta en las partidas de cartas con amigos, en las pachangas de los domingos y apuesta en los partidos de la Liga Municipal infantil con los padres de los niños. Su primo tiene 11 años y apuesta con su tío si marcará gol o no, en qué parte, con qué pierna, de penalti o de cabeza, por la derecha del portero o por la izquierda. "La vida por sí sola es un coñazo, ¿no te lo parece? No se trata solo de ganar o perder dinero, se trata de la emoción, del ritual del juego, de la posibilidad siempre presente de caer con todo el equipo o salir victorioso".

Sus padres, al tanto de todos sus movimientos, no saben cómo comportarse con su hijo. Al fin y al cabo Roberto tiene 30 años y es un adulto. Pero ¿lo es realmente? "Mi madre no le da mucha importancia al asunto. Todas las semanas jugamos juntos a la primitiva, a la bonoloto y al euromillones. Siempre a los mismos números. Mi padre piensa que soy un tarado, pero tampoco se queja cuando llego con un billete de 500 euros y se lo regalo metidito en un sobre". Roberto no tiene otros vicios más allá del juego. Gasta lo justo para poder invertir el 50% de su sueldo en apuestas. A veces más, a veces menos. Pero también sabe que hay que ponerse unos límites. "Hubo una larga temporada que estuve en el paro y me pasaba ocho horas al día jugando al póker por internet. Como si fuera un trabajo. Calculando bien los tiempos y las mesas en las que jugaba. Sabiendo cuándo parar. Guardando siempre el 10% de las ganancias y jugándome el resto. Como si fuera un profesional, vaya".

El casino es otra historia. Allí no se puede ir en plan cutre. Allí es donde se pierden y se ganan fortunas en cuestión de segundos. Por eso hay que ser precavido. "Yo perdí las ganancias de todo un año porque me lo jugué todo al 13". ¿A cuánto ascendían esas ganancias? "Pues eran 9.000 euros. Joder, un millón y medio de pesetas. ¿Te lo puedes creer?" Sí, me lo podía creer. El partido al que hemos apostado ha terminado en empate, así que hemos perdido nuestra apuesta. "No importa", dice Roberto, "lo esencial ha sido la expectativa que hemos creado, y eso que nos hemos jugado una miseria. ¿Quieres apostar de nuevo?". Le digo a Roberto que no, que ya es hora de irme, pero antes de hacerlo Roberto me cuenta cómo fue aquella vez en el casino.

"Fueron los segundos más excitantes de toda mi vida. La puñetera bolita giraba y giraba y yo abría y cerraba los ojos y me hubiera gustado también rezar pero no está bien meter a dios en estos asuntos así que simplemente perjuraba porque pasara lo que tenía que pasar, pero en realidad me hubiera encantado que la bolita del demonio nunca dejara de dar vueltas sobre la ruleta, que esa sensación de poder y al mismo tiempo de dolor no acabara nunca, estaba excitado y conmovido, casi diría que estaba empalmado, notando la presión y la energía de todos los que estaban mirándome cómo me jugaba mi dinero. Y luego la bola se paró en el 25 y todo se fue a la mierda, pero recuerdo que yo estaba feliz. Lloraba, sí, y me cagaba en la puta madre que me parió, pero estaba feliz".

Al salir de la casa de apuestas, Roberto está más decaído de lo que me esperaba. Es posible que tener que reafirmar su adicción todos y cada uno de los días de su vida no sea tan fácil como parece. ¿Nunca te han entrado ganas de dejarlo?, le digo con cautela. "Por supuesto que sí, pero no es tan fácil como parece. De todas formas, ¿no es tan preocupante, no? ¿A ti te parece preocupante?". Cualquier exceso lo es, le digo a Roberto. Entonces sonríe abiertamente, como un niño travieso, y sentencia: "Podría dejarlo cuando quisiera, pero no quiero. ¿No me crees? Te apuesto 1.000 euros a que lo dejo mañana mismo. ¿Te atreves?".