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Cultură

Mi madre trabajó en una línea erótica

Las mujeres maduras dominan el sector del sexo telefónico. Hablé con mi madre y con otras mujeres destacadas de la industria para averiguar por qué.

Después de años fracasando en el intento de conseguir lo que se podría denominar un trabajo «normal», mi madre finalmente acabó dedicándose a responder llamadas en una línea erótica. Previamente, había probado suerte en bares, tiendas y restaurantes (ya que tenía años de experiencia en todos ellos), y todo apuntaba a que las entrevistas le habían ido bien. Sin embargo, a los pocos días comprobaba con desánimo que le habían dado el trabajo a alguien más joven que ella. Siempre le pasaba lo mismo y, mientras tanto, las facturas se acumulaban.

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Un día me llamó y, con un tono de voz más jovial de lo habitual, me anunció que había conseguido un trabajo. Y lo que era aun mejor, trabajaría desde casa y podría escoger cuántas horas dedicar al día. «¡Soy operadora de una línea erótica!», dijo alegremente. Tras recibir su primer sueldo, finalmente pudo venir a visitarme a Londres, por primera vez en años.

Mientras tomábamos unos vinos, mi madre me explicó los efectos de sonido que había estado practicando para darle realismos a sus llamadas. El Blandi Blub era ideal para emular los sonidos de succión y fricción, mientras que, al parecer, soltar una toallita en el inodoro suena exactamente igual que un cagarro enorme al caer al váter. Para los amantes de los pedos, lo mejor es soplar a través de una frambuesa, siempre procurando no reírte. Por lo visto, mi madre le estaba cogiendo el tranquillo a su nuevo trabajo.

Pero ella no es la única mujer madura que se dedica a este negocio. La plataforma de anuncios laborales relacionados con la industria del sexo Sexyjobs.com actualmente cuenta con 7.695 solicitantes de más de 40 años. La empresa para la que trabajó mi madre, xxxpanded.com, tiene un proceso de selección bastante breve que consiste en redactar y enviarles por email una historia guarreta.

Las mujeres maduras son muy buenas en el sexo telefónico. Tuve una mujer de 42 años que era abuela, a los clientes les encantaba.

La mayoría de líneas eróticas utilizan el mismo procedimiento superficial, bien sea por escrito o mediante una sencilla entrevista telefónica con el fin de verificar que la operadora habla inglés con fluidez. Pero lo más importante de la entrevista es la edad. A todas las operadoras se les pide que envíen fotocopias de sus certificados de nacimiento y una foto de carné.

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Me sorprendió comprobar que el negocio de las líneas eróticas seguía activo. Son servicios caros, cuando en internet hay muchísimo porno gratuito. La clave está en lograr que la experiencia sea realista: si lo consigues, estarás ofreciendo algo que PornHub no puede dar.

«Supongo que como eres más madura, resultas más creíble», me explicó mi madre. Antes de empezar en este trabajo, ella tampoco lo entendía. «Solían llamarme los mismos clientes; a veces me preguntaba cuánto se gastarían al mes en llamadas. ¡Tan mal no lo estaría haciendo cuando repetían!».

Hablé con otras tres operadoras de líneas eróticas para preguntarles por qué creían que las mujeres maduras triunfaban en este sector y cómo era eso de ganarse la vida con esta actividad. Tonya Jone Miller lleva 12 años trabajando en líneas eróticas. Esta mujer de 40 años empezó en 2003 y ganaba unos 100.000 dólares (unos 88.000 euros) al año, pero se cansó de tener que estar constantemente al teléfono y de no poder moverse de casa por miedo a perder una llamada. Ahora se dedica a impartir talleres sobre cómo hablar de forma obscena y tiene un espectáculo en el que ella misma interpreta a varios personajes inspirados en sus clientes telefónicos. Todavía atienda llamadas, pero solo con cita previa.

Yo lo veo como una especie de servicio social.

Miller dijo que no todo el que llama a una línea erótica quiere oír a una mujer tirarse pedos o fingir que caga. «Lo primero que todo el mundo quiere saber es cuál es la petición más rara que me han hecho», dice entre sorbos a su taza de café. «Yo les cuento algunas anécdotas, pero luego también hay gente que solo quiere que le digas que la amas, así como, "Te quiero, amorcito"».

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«La gente quiere conocer las anécdotas escabrosas sobre clientes a los que les gusta comer mierda o follar con perros, pero, ¿y toda esa otra gente que llama? ¿En qué sociedad tan jodida vivimos, para que el amor se haya convertido en un tabú a la altura de algunos de esos fetiches extremos?».

No es la primera vez que oigo eso. Mi madre compaginaba el trabajo con sus estudios de Psicología y asegura que era sorprendente la simbiosis que existía entre ambos. «Yo lo veo como una especie de servicio social», afirma Miller. «Que sea raro o una locura es solo una cuestión de opinión. Al fin y al cabo, todo se reduce a la conexión entre personas, a que alguien que te sorprende en tu momento de mayor vulnerabilidad te acepte sin condiciones».

El resto de operadoras con las que hablé coincidían en que las mujeres de su edad eran menos impresionables, más tolerantes y receptivas. «¡He oído de todo, Abby!», me dijo mi madre. «Ya no hay nada que me sorprenda, de verdad. Cuando tienes unos añitos a tu espalda, piensas, "Vale, no va conmigo, pero ¡hay de todo en la viña del Señor!"». Yo me imaginaba que había tanta demanda de mujeres maduras simple y llanamente por las fantasías que tantos hombres tienen con las MILF. ¿Por qué otro motivo se dejarían, si no, un ojo de la cara en llamadas?

El sexo telefónico es un negocio que mueve unos 4.000 millones de euros en todo el mundo, pero para la mayoría de las mujeres es solo un trabajo secundario que no da para vivir. Mistress Susan, operadora de línea erótica de 46 años y «camgirl que no hace desnudos» me dijo que la forma de ganar mucho dinero es trabajando por cuenta propia.

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Esta mujer de 40 años empezó en 2003 y ganaba unos 100.000 dólares al año, pero se cansó de tener que estar constantemente al teléfono.

«Es complicado», explica. «Lo más difícil es encontrar clientes. ¿Cómo consigues que un hombre te escoja a ti entre un millón de operadoras? Si tuviera clientes, lo haría sin dudar».

Pero trabajar para una gran empresa también tiene sus ventajas. Además de ser fácilmente accesible para los usuarios, todas las llamadas realizadas se controlan desde una serie de oficinas en el Reino Unido y los EUA. En caso de que un tipo se ponga violento o agresivo, un moderador se encarga de finalizar la llamada de inmediato. Las operadoras compran un teléfono fijo y facilitan el número a sus empleadores. Cuando quieren trabajar, acceden a su perfil en el sitio web de la empresa para indicar que están disponibles para recibir llamadas. Los usuarios llaman a un número de pago centralizado, marcan la extensión de la mujer con la que quieren hablar (cuyo perfil aparece en el sitio web) y son redirigidos automáticamente a la operadora en cuestión. De esta forma, los clientes nunca llegan a conocer el número de teléfono privado de la operadora.

Estas empresas son independientes y de lo más variopinto, desde las clásicas a las más especializadas en toda clase de fetiches, pero, en esencia, todas funcionan de la misma manera. Algunas ofrecen espectáculos con cámaras por internet como servicio adicional. El trabajo es por cuenta propia y puedes dejarlo en cualquier momento. Nadie te pedirá explicaciones.

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A cambio de esta seguridad y libertad relativa, las empresas se llevan una buena parte de tus beneficios. La mayoría cobran entre 1,50 y 2 euros por minuto desde una línea fija. De esa cantidad, la operadora se lleva, de media, unos 25 céntimos por minutos efectivos de llamada, sin contar con las esperas. Si eres muy buena, puedes llegar a ganar algo menos de 14 euros por hora. Es mejor que estar reponiendo estanterías o sirviendo copas, pero tampoco es el sueldo de una estrella del porno.

Cheryl (me pidió que no revelara su apellido) tiene una línea erótica propia, Hushes. Empezó en el negocio hace más de una década y ahora lidera un equipo de operadoras, pero no lo hace por calderilla.

«La regla de oro en este mundillo es: si no estás ganando más de 88.000 euros al año, estás perdiendo el tiempo», afirma. Ella paga a sus empleadas el 60 por ciento de lo que cobra por minuto, más del doble de lo que pagan las grandes empresas.

Según ella, las mejores operadoras son las mujeres maduras. «Son muy buenas en el sexo telefónico», explica. «Tuve una mujer de 42 años que era abuela. Madre mía, a los clientes les encantaba. Quería comprarse una casa; ¡en dos años había reunido todo el dinero y pagó la casa a tocateja!».

Miller, por otro lado, no parece muy preocupada por tener que sacrificar el aspecto de la seguridad que proporciona trabajar para una gran empresa. Utiliza su nombre real, se publicita con fotos y ha contado a amigos y familiares exactamente a qué se dedica. ¿Le preocupa que eso conlleve riesgos?

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«En cualquier caso, el concepto del anonimato en internet es una utopía», afirma. «Además, conozco los nombres de mis clientes, sus direcciones de email, las direcciones que aparecen en sus tarjetas de crédito y sus más profundas y secretas fantasías. Ellos tienen más que temer que yo».

No todas opinan lo mismo. Aunque la mayoría de las mujeres con las que hablé se sienten orgullosas de su trabajo y no tuvieron reparo en contarme los detalles, se mostraron reticentes a que publicara sus nombres. La razón es sencilla: ya sea para pagar las facturas o para financiar el hogar de tus sueños, el trabajo sexual sigue siendo un tabú. Mistress Susan me contó que nunca reveló cuál era su segundo trabajo a sus compañeros por miedo a que la despidieran. «Para muchos, no hay diferencia entre esto y ser una prostituta», dijo.

Según Miller, ese tabú es lo que impide que haya más mujeres de su edad que se dediquen a lo mismo. La sociedad sigue teniendo problemas para aceptar que las mujeres expresen su sexualidad con libertad, más aun cuando cobran por ello y son mujeres de cuarenta y tantos, muchas de ellas madres.

«Para mí fue como una muestra de activismo», afirma Miller. «Ser una trabajadora del sexo declarada, contra todo prejuicio, ser inteligente… Si puedo hacerlo, debo hacerlo, y quizá así allane el terreno a las que vengan después».

Mi madre dejó de trabajar en la línea erótica una vez hubo solucionado sus problemas económicos y volvió a su trabajo en un centro de beneficencia para la rehabilitación de toxicómanos. ¿Se arrepiente de su época como operadora en una línea caliente? «Por supuesto que no», asegura. «Solo que me habría gustado que se me hubiera ocurriera hace años».

Traducción por Mario Abad.