FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Le dije que sí a todos los chicos que intentaron ligar conmigo en la calle

Traté de averiguar quiénes son, cuáles son las técnicas que utilizan y si saben que puede llegar a ser molesto.
Foto vía Flickr

"Hola, ¿a dónde vas? ¿Hablamos un poco?". Sábado a las siete de la tarde, una parada de metro cualquiera.

"Está bien", le digo. El chico frente a mí permanece por un momento en silencio. Me mira en un intento de averiguar si le estoy tomando el pelo. "Sí, ¿de verdad?" Me dice sonriendo. "La verdad es que no me lo esperaba". Ni yo, la verdad.

Pero he pasado las últimas dos semanas respondiendo a las preguntas y cumplidos de los hombres que intentaban ligar conmigo en la calle. Traté de averiguar quiénes son, cuáles son las técnicas que utilizan y si saben que puede llegar a ser molesto.

Publicidad

El único límite que he puesto en el curso de este experimento ha sido mi instinto. En la escuela primaria nuestro profesor nos había explicado que cada uno tiene dentro de sí mismo "una especie de anti-robo, como los de los coches". Aunque la persona que te está hablando te diga que no hay nada que temer, lo mejor es escuchar el bip bip cada vez que se produce. En el caso específico de este tipo, sin embargo, mi alarma no registró ninguna actividad sospechosa.

Claro, desde fuera debía parecer un poco siniestra. Me quedé quieta, recta como un palo, a unos centímetros de él, que se sentó con las manos juntas. Nos presentamos y lo primero que me dijo es que le gustaba mi vestido rosa.

"Me encanta París, porque las mujeres se ponen ese tipo de ropa". Luego me explicó que era de la región de Picardie y que jugaba al fútbol. Cuando me preguntó la edad y le dije que 29, pareció sorprendido y un poco decepcionado. "Pero bueno, nunca lo hubiera adivinado". Traté de hacerle algunas preguntas también yo. "En esa zona de Picardie, ¿es dura la vida del deportista?" Pero él me empezó a contestar con monosílabos, y luego me dijo: "Judith, no quiero hacerte perder el tiempo, tendrás a un chico esperándote en algún sitio". Esta vez lo dijo sin reírse. Durante los siguientes dos minutos me quedé callada. Esperé al metro sin decir una palabra, un poco como cuando estás en un ascensor con el jefe, y cuando llegó el metro el se puso los auriculares y se sentó en el lado opuesto del vagón.

Publicidad

Un poco confundida por esta primera aproximación, me preparé para hacer nuevas amistades. No tuve que esperar mucho tiempo, ya que volviendo de correr (lo hago cada mañana de domingo), me abordó un hombre justo debajo de casa. "Deportista, ¿eh?" "Lo intento", dije sonriendo ligeramente. Él tendría unos cuarenta años, una parka beige y todo el aire de un hombre de familia clásico. "¡Muy bien! ¿Y llevas allí suficiente soporte? No sé si me entiendes…" Yo no contesté. "¿Lo entiendes?" Para estar seguro hizo en el aire la forma de unas tetas y una mueca con los labios. "Me gustaría incluso tocar un poquito, no pretendo ser indiscreto pero… ¿Puedo? Puedo pagarte". Traté de ser cortés, pero firme: "No, gracias tengo que subir, y además esto no me gusta, no insista". Él no pareció afectado, o no lo entendió realmente, porque me insistió: "¡Ah, bueno! Pero era suficiente con decirme que no te gusta tu cuerpo". Entré en el portal y lo dejé allí.

Cada mujer se ha encontrado con un desgraciado como ese al menos una vez - si no cinco veces. Afortunadamente, me he dado cuenta de que cuanto más mayor me hago, atraigo a menos pervertidos. Entre los 14 y los 18 años me crucé con un montón. Gente que me pedía ir a su hotel con ellos o que fingía hacer un cunnilingus en el aire mientras me miraba. Sólo para mortificarme aún más, incluso lo hacían mientras estaba con mi madre. Creo que hay algo sobre la fragilidad de los adolescentes que les excita.

Publicidad

De todos modos, dejando a este imbécil a un lado, el experimento tenía que continuar.


Mira: Terapia de cannabis:


El siguiente chico que conocí se llamaba Yacine. En realidad, la gran mayoría de los chicos que se me acercaron a lo largo de las dos semanas fueron árabes. Pensé en si decir esto o no, porque no quiero alimentar prejuicios raciales, pero es la verdad. De hecho hablé sobre el hecho con Yacine.

"¿Ah, sí? ¿Te dicen muchas cosas los árabes? ¡Eso puede ser porque tienen muy buen gusto en mujeres!", me dijo riendo. Y con eso barrió mi pobre intento de análisis sociológico. No me importaba. Yacine y yo estábamos sentados en un banco de metal oxidado cerca del Parque de Belleville, con una vista preciosa de todo París. Él fue, con mucho, mi favorito de entre los chicos que se me acercaron.

Tengo que admitir que Yacine tenía muy buena pinta. Piel de caramelo con largas pestañas negras -parecía que llevaba máscara de pestañas. Su forma de abordarme fue bastante original, supongo. Simplemente caminó directo hacia mí y me preguntó si me gustaría fumar un porro.

"Estoy desintoxicándome, pero me gustaría fumar un cigarrillo", le mentí.

Había un montón de gente que nos rodeaba, niños que jugaban, turistas… Por lo que me sentí segura. Me sentí bien, incluso. Yacine me dijo que vivía en un pequeño suburbio llamado Les Lilas, en Seine-Saint-Denis. Me dijo que él nunca habla con las chicas en la calle, sólo "en ocasiones excepcionales, cuando una mujer es tan hermosa como tú". Probablemente era un guión, pero bueno.

Publicidad

"Estoy tratando de establecerme y ser serio. Quiero una pequeña familia y una bonita casa al igual que la que tienen mis padres. Supongo que es natural, me estoy haciendo viejo. Tengo 30 años ya". Admitió que él no pensaba conocer a la mujer de sus sueños en la calle, pero le resultaba divertido. A veces funciona, a veces obtiene un "no" sin paliativos.

"Estoy seguro de que puede ser molesto para las chicas que se les acerquen así. Algunos chicos son realmente unos plastas. Pero creo que lo entiendo bien. Mi ex siempre se quejaba de que se le acercaban 'chicos molestos', pero también se quejaba cuando nadie le decía nada, porque la hacía sentir fea. ¡En serio! "

Esta pareja tal vez podría haberse encontrado en la calle. Aunque probablemente no. Foto vía.

No era en absoluto desagradable escuchar a Yacine hablar de la complejidad de las relaciones hombre-mujer. Él estaba constantemente riendo y muy alegre. Me gustó mucho por su lado hablador, ya que ayudó a evitar silencios incómodos. Él no me hizo muchas preguntas acerca de mi trabajo, pero estaba interesado en los pequeños detalles: preguntándome si mis pies estaban sufriendo a causa de mis tacones altos o qué tipo de deporte que me gustaba hacer. Creo que es por eso que era muy agradable pasar el rato con él, porque en realidad tenía algo que decir. Hablamos durante unos buenos 40 minutos, nos besamos en la mejilla cuando nos fuimos e incluso le di mi número. Me llamó de inmediato para comprobar si era falso, por supuesto.

Publicidad

Con el resto de chicos que conocí, el tono de conversación cambió tan pronto como les dije que era periodista. Por ejemplo, el hombre que conocí un martes por la noche mientras estaba sentado en un banco esperando a un amigo.

"Por favor, no me digas que estás esperando a tu novio. ¡Por favor!" En realidad, me hizo reír. Abdelkarim tenía 23 años y vivía en Saint-Denis. Puede que nunca sepamos más que eso porque tan pronto como le dije lo que hago para ganarme la vida, plegó velas.

"¿En serio? ¿Eres periodista? Así que eres masona? Deja de mentir, eres masona. O lo es tu padre".

Guau. Traté de indagar sobre su odio a los periodistas y explicarle que yo no era masona pero me quedó la sensación de que me estaba golpeando la cabeza contra una pared. Lo dejamos ahí.

Al día siguiente, fui abordada por dos estudiantes junto a la Universidad de La Sorbona. Yo estaba sentada en la terraza cuando vinieron y me preguntaron si quería tomar una cerveza con ellos. Los chicos – estudiantes de historia y ciencias políticas – se sorprendieron mucho cuando acepté. Una vez más, la situación cambió poco después me les revelara mi identidad. "¿Estás haciendo un artículo para VICE? Yo sólo leo periódicos internacionales, son mucho mejores. Le Monde es de derechas y ni siquiera voy a hablar de Liberation", dijo uno de ellos, mientras el otro asentía con la cabeza.

Cuando terminamos la cerveza, su amigo se fue a pillar un autobús y caminé con él hasta una estación de metro. No teníamos nada que decirnos el uno al otro, así que simplemente nos reíamos de forma nerviosa. Siguió murmurando sobre las trivialidades de los canales de noticias de 24 horas, la "dictadura de las emociones", las "mismas imágenes difundidas durante todo el día", etc., etc., hasta el infinito. Tuve mucha menos paciencia con él de la que tuve con Abdelkarim. Como estábamos a punto de separarnos, el tío decidió intentarlo, dios lo bendiga.

Publicidad

"¿Quieres venir a mi casa? Vivo cerca. Estaríamos más…", hizo una pausa.

Me quedé allí preguntándose cómo iba a reunir el valor necesario para terminar la frase. ¿Con qué atributos gramaticales iba a vestir a esta propuesta indecente? Estábamos de pie en el bulevar Saint-Michel, en la mitad del día, sobrios… Estaba siendo valiente.

Me quedé en silencio y le miré fijamente. Lo que seguramente no le ayudó.

Si yo fuera una persona agradable, fácilmente podría haber sonreído dando a entender que lo había pillado, o simplemente podría haberme negado sin dejarle tiempo para terminar la frase. Podría haber tenido el tacto de actuar como si no lo entendiera y simplemente escapar rápidamente, "Oh, Dios mío, llego tarde!" Pero como soy una sádica, me quedé mirándolo mientras sufría buscando qué decirme.

"Más… Más… Bueno… Estaríamos más tranquilos", terminó.

Como podréis adivinar, educadamente le dije que no.

"Pero entonces, ¿por qué te has tomado una cerveza con nosotros?", murmuró mientras se iba. "De todos modos, Judith es un nombre de mierda". No tuvo ningún problema para conseguir decir esa frase.

* Todos los nombres han sido cambiados. Puedes encontrar a Judith en Twitter.