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La trágica y ejemplar vida de Arthur Ashe

El tenista Arthur Ashe ganó Wimbledon en 1975 y desde entonces ningún otro hombre de raza negra lo ha vuelto a hacer.
Foto: Bogaerts, Rob / Anefo / Wikimedia Commons

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Arthur Ashe fue un tenista marcada directamente por los grandes dramas la segunda mitad del siglo XX. Dos de ellos, por lo menos. El primero e inevitable, el de su raza y la voraz discriminación que suscitaba. El segundo, el del VIH. Arthur Ashe, tenista de élite, enfrentó el pensamiento de un siglo.

Si se le recuerda es porque ningún otro tenista afroamericano ha ganado el trofeo masculino de Wimbledon. Él lo ganó cuando tenía 31 años, es decir, en la fase descendente de la parábola de su carrera. Y, por si fuera poco, batió en la final al joven talento, al número uno del mundo, a su compatriota, Jimmy Connors. La probabilidad jugaba en contra y, secretamente, un problema cardiaco también, aunque eso por ahora no es lo importante.

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Su camino estuvo marcado, al igual que para tantos otros, por una extraordinaria fortuna. Un chico negro de Virginia, nacido en los años 40, que compite en un deporte tan excluyente por defecto —las pistas de tenis, como tanto en ese entonces, eran terreno segregado—, que compite y sobresale, es improbable. Su madre murió de preclampsia y creció con su padre y sus hermanos en una casa enfocada en la disciplina y el logro. Por casualidad, una de tantas, su padre era trabajador del departamento de recreación y deporte de la ciudad de Richmond. Por ello, la casa estaba dentro del parque público más grande de la ciudad. En ese parque había, lógicamente, algunas canchas de tenis que el joven Arthur podía utilizar. Eligió el tenis y no otro deporte porque su constitución era esbelta —"bones" fue uno de sus apodos infantiles—, y dado su estilo y su comportamiento, quizá por ser el juego más estratégico y solitario de todos los disponibles.

Por suerte, lo vio un jugador de tenis en la universidad local. Ese personaje le recomendó practicar con otro tenista con el que paso a entrenar más y mejor. Por méritos, y por saber hacer de la suerte destino, consiguió una beca para la Universidad de California Los Ángeles. De ahí, su acenso fue incesante. Ganó la Copa Davis y pasó un tiempo como sargento en el ejército estadounidense. Donald Dell, amigo y agente de Ashe solía llamarlo "Sargento" cuando la cosa estaba seria, cuando quería llamar su atención.

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Aquí, como para tantos, la suerte le cede el lugar a una mezcla de ética de trabajo combinada con una percibida inevitabilidad. Es decir, para el Sargento Ashe, ser el primer hombre de raza negra en ganar la Copa Davies (1968 y 1969), el Abierto de Estados Unidos (1968) y el Abierto de Australia (1970) no parece tan descabellado. Era decidido y metódico, infatigable en su preparación y lo con el punto justo de talento como para no depender en exclusiva de la repetición y la memoria muscular. El rasgo distintivo, el pequeño guiño que sintetiza y condensa al personaje Ashe, no queda duda, son esas gafas cuadradas de armazón delgado. Más que una superestrella al estilo que conocemos ahora, el sargento Arthur Ashe parecía un freaky.

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Ganó Wimbledon en 1975 contra Jimmy Connors. En cada cambio de campo, su actitud era la de un maestro zen: parecía estar meditando. Dell contó que en un sobre escribió una serie de consejos para derrotar a su compatriota. La televisión lo captó estudiando el sobre que había guardado en la funda de la raqueta y los comentaristas estaban enloquecidos por saber qué era lo que hacía: "¡Está meditando!", decían. La calma de Ashe contrastó con la irascibilidad de Connors en la posta. De hecho contrastó con la de gran parte de sus colegas profesionales. Lo suyo nunca fue el berrinche ni la rabieta. Lo suyo era el silencio concentrado. "Me daría vergüenza", dice Ashe cuando le preguntan por qué no perdía la calma: "Y me daría vergüenza también porque al principio pensábamos que ese tipo de exabruptos reflejarían quienes somos como raza. Aquí en Estados Unidos tendríamos a gente que diría 'Ves, ves lo que pasa cuando les das a unos cuantos de ellos la oportunidad de participar… lo echan a perder, transgreden las reglas'".

Aquí la suerte vuelve a aparecer, pero en la pista opuesta. La mala suerte. En 1980 un ataque al corazón lo obligó a someterse a un cuádruple bypass: la mala salud cardiaca fue una herencia familiar que hasta entonces permaneció oculta. Y en una segunda operación en 1983 para corregir lo que no quedó bien, la transfusión de sangre lo infectó de VIH. No supo de su enfermedad hasta 1986 y guardó el secreto lo máximo posible, hasta que un periódico lo descubrió. El año era 1992. La epidemia del SIDA se había iniciado algunos años antes y Ashe dedicó su esfuerzo a educar acerca de la enfermedad. Según cuenta su obituario en el New York Times, después de saber que estaba enfermo, jamás vivió la vida de un enfermo. Fue columnista del Washington Post, daba conferencias, jugaba golf y escribió una historia de 1.600 páginas en tres volúmenes acerca de los atletas de raza negra: A Hard Road to Glory: A History of the African-American Athlete. Ashe murió en un hospital de Nueva York en 1993.

Si bien la aparición de Ashe en la escena tenística profesional marcó un hito, no trajo consigo centenares de jugadores profesionales de raza negra. Paulatinamente fueron apareciendo, a cuenta gotas. Dos hermanas, por ejemplo. Una de ellas, ha ganado siete veces en Wimbledon y es una de las dos mujeres con más títulos de Grand Slam de nuestra era.