Tlacoyeros en la Ciudad de México hay muchos. Muchos de verdad. En cada esquina o fuera de cada mercado te encuentras un puesto improvisado con un anafre, una señora tirando tortillas al comal caliente, y unos cinco o seis mexicanos echando el antojito, sentados en banquitos coloridos de plástico y embarrándose los dedos con la salsa que se escurre —y eso que hoy no estamos hablando de los que sirven las fondas y hasta los restaurantes fine dining—.
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Pero la verdad, pocos son tan ricos como los que hace Alejandro, uno de los pocos hombres tlacoyeros de la ciudad, afuera del mercado Escandón.¿Que por qué están tan buenos? Quién sabe. Será que Alejandro los hace con sumo cuidado y paciencia. Los hace gorditos, con bastantito relleno de requesón, frijol o haba —los mejores, los de frijol—; los moldea como si fuera una escultura que expondrá en el próximo Zona Maco; los deja cocerse a fuego lentito; y cuando ya están al dente —suaves por dentro crujientes por fuera—, los abre por la mitad, los rellena de la típica ensalada de nopales con cebolla y plastiqueso rallado.La magia de este puesto es Alejandro, porque cuando él no está y su cuñada lo cubre, los tlacoyos no salen tan buenos. Como él es muy tímido y se sonroja cuando elogias su cocina, no quiere decirme por qué cuando él está el puesto está a reventar y cuando su cuñada atiende no hay más de dos o tres clientes perdidos. "Será por que a mí me gusta mucho lo que hago", me dice. "Ella lo hace por obligación".
No se diga más.Hay que ir al mercado de la Escandón a echar la curacruda con los tlacoyos de Alejandro. Recomiendo no llegar después de las 11 de la mañana porque sino ya no se puede ni acercarse a pedir la orden. También sugiero que no se pidan para llevar, porque los tlacoyos fríos son la peor desgracia de este mundo.
El mercado de la Escandón, en la Ciudad de México, está en la esquina de Agricultura y José Martí. El puesto de Alejandro está sobre José Martí.MÁS curacrudas aquí.