Donde sea que haya reglas, es seguro que alguien va a romperlas. Por eso, cuando no sigues el protocolo de limpieza que estableces con tus roomies siempre terminan gritándose u odiándose en silencio. Cuando decidimos vivir juntos hace unos años, elegimos a propósito el camino más fácil. Nos ahorra las malas vibras pero aún así tiene sus desventajas. Después de un rato resulta difícil saber quién dejó esa montaña de trastes sucios a punto de desbordarse en el lavabo o cuándo una olla se convierte en un experimento científico, desaparece misteriosamente y pasa días (o semanas) en el balcón.
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Lo más emocionante de nuestro departamento generalmente sucede en la cocina, cuando preparamos algo, comemos o limpiamos (mejor dicho, cuando no limpiamos). Como la mayoría de nuestras conversaciones giran en torno a la fotografía, lo cual es de esperarse viniendo de un grupo de estudiantes de fotografía, sólo era cuestión de tiempo para que empezáramos a explorar el microcosmos de nuestra cocina, con todo y cámaras.
Desde entonces, hemos documentado constantemente la baba y el moho que crece cuando olvidamos sacar algo. Queremos que quede claro que, pese a que se tira mucha comida en Alemania, donde vivimos, no dejamos que nuestra sopa se echara a perder solamente para fotografiarla. Todas estas fotos son de tesoros perdidos que encontramos en las profundidades de nuestro refrigerador. De alguna forma, la fotografía se volvió la terapia perfecta para olvidar todo el trauma visual que nos provocamos nosotros mismos en los años de vivir juntos.Puedes ver la obra de Nikita aquí y la de Max aquí.