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Gracias por su preferencia sexual

Gracias por su preferencia sexual: La cama y otros muebles para coshar

Excepto por estos nuevos muebles que he descubierto, la monogamia no ha reinventado el lecho conyugal en varios siglos al hilo.

Cuando veía pornografía pocas veces me fijaba en el mobiliario usado para coshar. Supongo que soy de esos costumbristas a los que lo único que les importa es la carne. Y de entre mi porno preferido, lo que verdaderamente me interesaba era la carnicería multitudinaria que viene siendo el sexo duro, alguna fijación de raza o fantasía relacionada con el tipo de cuerpo, y, por último, ciertas prácticas sexuales como la mamada o la masturbación en grupo. En mi caso, el lugar donde los actores porno se acomodaban para coger era lo de menos. Si ocurría en una cama, en una escalera o de pie. Si estaban acostados, en un sillón o en una mesa. El mueble o el armazón era un detalle del porno en el que nunca reparaba hasta que mi novio sufrió un accidente que lo dejó malito de una pierna. Me pregunté entonces ¿cómo se coge con alguien temporalmente lisiado? A la verga. ¡Qué lata!

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La cama (que por lo regular usábamos como binomio del descanso-placer y para el dormir-coger) de pronto se volvió impráctica y anacrónica. Debido a la pierna enyesada de mi novio, poco importaba que en el pasado el colchón hubiera sido un gran asador para nuestras carnitas sexuales. Incluso había dejado de ser cómodo para compartirse entre dos. La barra de yeso que me separaba de su cuerpo se volvió una presencia extraña del tipo que imagino debe ser un bebé que mantiene a los padres alertas y medio en vigilia para no ahogarlo ni aplastarlo. Pero yo me volví un ser descuidado que con mis movimientos nocturnos lo lastimaba. Sobra decir que el sexo se volvió un caos, y lo que le sigue. Ni un almohadón ni una silla junto a la cama lograban sostener el peso de la pierna enyesada. Los meses que pasamos así fueron desesperantes y un termómetro enloquecido para la relación. Sin embargo, la prueba de fuego llegó cuando ya sin coraza de yeso la pierna de mi novio estuvo libremente expuesta de ser lastimada. Fue entonces que en una búsqueda más bien ciega di con muebles diseñados para mejor las prácticas sexuales. Era eso, o de plano coger/dormir por separado. Conocí el diván tántrico y el columpio del amor.

El cine pornográfico es un género, no hace falta aclararlo. Es una categoría cultural como el melodrama o el cine de acción. Así que no hay que abochornarnos si revelamos que una gran mayoría de nosotros (seamos solteros o tengamos pareja) convertimos nuestra vida sexual en un subgénero: la rutina. Hablando de una vida sexual monógama, uno ya sabe dónde hacer hincapié o en dónde meter el pie o la mano o el dedo para que el otro consiga el orgasmo. Y así el acto funciona. Y cada vez sucede más rápido. Llegamos al punto en que eliminamos el protocolo, las atmósferas o la búsqueda de un nuevo espacio y del momento adecuado. Nos vamos directo al plato fuerte. Por todo eso no andamos preocupando por los muebles. Ni les prestamos atención cuando los vemos en el porno. Ni mucho menos nos imaginamos comprando esos muebles para integrarlos a nuestros espacios de vida. Pero, oh, es una gran pendejada. Los primeros que caemos en la rutina somos los que en la vida de solteros nos la pasábamos en cuartos oscuros, saunas, locales de sadomasoquismo y otros parques de diversiones donde el meollo del asunto es convivir con desconocidos.

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A lo largo de la historia, la cama ha sido uno de los elementos del hogar que ha evolucionado con la época: pieza cotidiana, mueble personal o embarcación social, sitio para el banquete, lugar de entretenimiento y símbolo de estatus. El lecho, escribió Balzac en el siglo XIX: "es todo el matrimonio". Además, teorizó sobre la organización del lecho conyugal dividiéndolo de tres maneras: en dos camas gemelas, en dos alcobas separadas, o en una sola y misma cama. Estos modelos siguieron vigentes hasta avanzado el siglo 20 no sólo en Europa, sino también en los Estados Unidos del médico Williams Masters y Virginia Johnson, quienes investigaron la sexualidad humana (y que recientemente figuran como centro de la serie Masters of Sex). Incluso en mi memoria de finales del siglo pasado están las imágenes de cómo mis padres pasaron por estas tres organizaciones del lecho conyugal. Excepto por estos nuevos muebles que he descubierto, la monogamia no ha reinventado el lecho conyugal en varios siglos al hilo.

La supuesta falta de muebles conyugales es atribuida a la economía familiar. A lo más que aspira una pareja es a contar con dos camas individuales que les permita mejorar el descanso. Si echamos un ojo a la economía y los espacios de la vivienda mexicana (por ejemplo), sería imposible que una pareja tuviera dos camas dadas las medidas de una casa del Infonavit. Y sería una locura que compraran muebles exclusivos para la práctica sexual que permitan explorar fantasías que eviten la oxidación del cuerpo. Incluso, en las normas de vida cotidiana, se espera que una pareja afincada no demuestre su deseo erótico en público. Como si eso fuera un acto exclusivo de las relaciones no formales. Sería un escándalo que la abuelita viniera y encontrara en la alcoba instalado un columpio del amor donde debería ir una planta colgante. O que en la inocencia del tema alabara la forma que tiene el sillón tántrico para descansar la espalda.

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Los departamentos de soltero son espacios que gozan de plenitud debido a que pocas veces son cuestionados como el espacio familiar. Hugh Hefner, creador de la revista Playboy, quien es representante de la soltería y la fiesta non stop por excelencia, diseñó una cama redonda que giraba a placer en 1956. Esta cama giratoria y electrónica, nos dice Beatriz Preciado en su libro Pornotopía, era utilizada por Hefner "como mesa de trabajo, estudio de televisión, sofá para ver la tele, escenario teatral y fotográfico, lugar de encuentros sexuales, espacio de orgías, superficie para dormir e incluso lugar de reunión familiar… era un nuevo centro de producción económico y sexual". Para Preciado, la historia de la pornografía para el hombre heterosexual está vinculada con el poder adquisitivo y la invención de arquitectura, diseño industrial y pornotopías (que tienen la capacidad de establecer relaciones singulares entre espacio, sexualidad, placer y tecnología). Para el soltero es larga la lista de inventos de diseño ergonómico que explotan sus bolsillos.

El sillón del amor o el sofá tántrico (sí, se apega a la cultura hindú y juega con el kama sutra) representa la reconquista del espacio doméstico que se diluyó en la fiesta del soltero. Su plan es la ubicación de un mueble erótico que parezca inofensivo y de buen gusto, sin perder su posibilidad de cachondería, en el espacio de uso común donde bien puede vivir la pareja o la habitación que recorre un niño o la visita de la abuela metiche. ¿Qué prometen? Mejorar las relaciones de pareja. La experimentación perdida. Incluso prometen que sin importar el sobrepeso adquirido con la vida marital se podrán conseguir posiciones sexuales que se pensaban imposibles. Yo me pregunto entonces ¿somos tan flojos que necesitamos de muebles para conseguir orgasmos como cuando éramos solteros? Esto claramente depende de diversos factores. Por ejemplo, que hayamos conocido el cuerpo del otro, y que uno haya decidido a qué cede y a qué no. La mercadotecnia nos manipula. Incluso nos hace girar en torno a muebles de uso erótico, e insiste en decirnos que ocupamos esos elementos para eliminar nuestra apatía. Nos venden muebles como pastas para mejorar la erección. Las camas y otros muebles para coshar se han vuelto un juguete erótico más.

A la par de los sillones del amor están los cojines, llamados love pillows, que mejoran el engranaje durante la penetración, es decir, lo que no entraba suficiente. Con esas almohadas duras y que elevan la cadera, el acto sexual será más profundo. También hay una serie de sillas que permiten practicar el sexo oral de una manera más cómoda para ambas partes. Evidentemente todo este mobiliario para coshar responde a una fase de desconfianza en nosotros en la que creemos que con esos muebles el sexo volverá a ser maravilloso pues nos atreveremos a experimentar posiciones a diestra y siniestra, arriba y abajo, de cabeza o de pies. Si el primer lugar donde tuvimos sexo fue una cama. ¿Por qué necesitaríamos nuevos muebles? Y no es que no disfrutemos a nuestra pareja, sino que nos obligan a pensar que sería insoportable que a la hora del sexo no pudiéramos sacar el instinto animal y que para echar pata tuviéramos que cumplir encima con un montón de reglas diplomáticas. Así que por más que seamos devotos de una sexualidad mecanizada y programada cual película porno, la incomodidad cuestiona la rutina: mueve la pata, no te dejes caer todo, no aguanto tu peso. Y ahora todo se resuelve con un sofá que incluso pasa inadvertido para la censura y las buenas costumbres. Mira, estás redecorando la casa, qué sofá tan moderno te compraste.

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