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Cultură

El suicidio como política de Estado

La nueva obra de la Compañía Exilia2 Teatro en Bogotá nos pinta un futuro donde el gobierno garantizará el derecho a morirse. ¿Estás preparado para ello?

–Bueno, y entonces, ¿nos vemos el viernes?

–Hmmmmmm. Tendría que ser antes. El jueves tengo turno para mi suicidio.

Vivimos en un mundo en el que los nacimientos se agendan, las mamás pueden planear con antelación cómo serán los días anteriores a la cesárea, los médicos pueden saber a la perfección cuántos partos concertados tendrán cada día. Así es que en la actualidad, el nacimiento es un evento preestablecido y que ha sido despojado (en muchos casos) de su carácter sorpresivo. ¿Qué pasaría si la muerte tuviera ese tipo de características? Qué pasaría si la muerte llegara cuando fuera convenida y no estuviéramos a merced del albur de su irrupción intempestiva, descontrolada e incierta. Si realmente tuviéramos que cumplir una cita con la muerte, con seguridad, nos enfrentaríamos a charlas como la que abre este texto y estaríamos obligados a cambiar por completo nuestra relación con ella.

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La semana pasada fui a ver Voz, el más reciente estreno de la Compañía Exilia2 Teatro, escrito y dirigido por Víctor Quesada. Este joven director y su compañía se han ido convirtiendo en la gran revelación del teatro colombiano y las varias noches de boletería agotada en la Casa del Teatro Nacional en Bogotá son prueba de ello. Un elenco que combina viejas glorias de la escena como Consuelo Luzardo y Álvaro Bayona y un grupo de actores jóvenes como Javier Méndez y Edwin Maya.

Desde el día que la vi no dejo de preguntarme por la muerte y por la manera desenfadada en que este dramaturgo la plantea en su obra. Como espectadores nos reímos de un hombre tetrapléjico y su enfermera, a quien la culpa le impide guardar silencio; de una madre desalmada y arribista y del drama de su hijo resentido; de una joven depresiva, impulsiva y sexy; de unos médicos cuyas preguntas éticas son más etílicas que otra cosa y de los decretos de un presidente de avanzada. La obra ocurre en un futuro no muy lejano donde el Estado implementa una serie de mecanismos para asistir la muerte de sus ciudadanos. Pero en caso de llevar a cabo el suicidio por sus propias manos, serios castigos se les impondrán a quienes en vida rodearon al suicida. Cada uno de estos personajes tiene sus razones para decidir quitarse la vida o asistir la muerte de otro. Nos reímos de todo eso, entre otras cosas, porque nos asusta. La muerte puede estar a la vuelta de la esquina, y ese carácter incierto nos asusta pero también nos libera de responsabilidades. ¿Y si realmente fuéramos dueños de nuestra vida? Definitivamente ello implicaría ser dueños de nuestra muerte.

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En este montaje, la muerte, el gran interrogante de la vida, se convierte en el gran desafío. La discusión que propone va más allá de la eutanasia, o suicidio asistido, en determinadas circunstancias en las que un paciente con una enfermedad terminal así lo haya solicitado. En la actualidad, incluso se ha llegado a hablar de “Turismo suicida”. En palabras del mismo autor de la pieza, “el momento llegó, la muerte está regulada en algunos países y liberada bajo ciertas circunstancias. No sé si pueda ser controlada pero por ahora desde la ficción es muy provocativo hacerlo”.

Pero, ¿y el suicidio? Digamos que si bien carga con una terrible censura social, está permitido, y siempre lo ha estado (pues, ¿quién lo puede controlar?). No obstante, en esta obra se propone su regulación. Imaginemos por un segundo que la población mundial sigue en aumento y que las tecnologías y avances médicos continúan haciendo descubrimientos que prolonguen la expectativa de vida de los seres humanos. Podría llegar ese momento en el que los gobiernos deban reglamentar tanto el nacimiento como la muerte. Se convertirá en un asunto de salud pública y los Estados deberán ofrecer ciertas garantías para que su procedimiento sea el más adecuado e higiénico.

Pienso que lo más poderoso de la nueva pieza de Exilia2 Teatro se esconde detrás de la potencia de su pregunta por la muerte, que no es más que una pregunta por la muerte en potencia. Y es ahí donde todos nos sentimos tocados. De manera que la voz (así no se pueda emitir ningún sonido) es la metáfora sobre la posibilidad de ser dueño de sí. La voz se convierte en el último reducto de voluntad y de decisión. Encuentro muy provocador el hecho de que las piezas de ese joven autor me generen preguntas, me incomoden e interpelen. Como la voz que en la obra pronunció ese decreto presidencial que aún retumba en mi mente: “Le damos la bienvenida a la vida como opción y a la muerte como decisión. Ríjase y cúmplase a partir de este instante. ¡Buenas noches!”.

Puedes seguir a Sofía Arrieta, @medeatica, quien escribe para En Órbita, donde se publicó originalmente este texto.