FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Personajes de la ciudad: Gil, el migrante

La primera y única vez que Gil intentó cruzar la frontera con Estados Unidos tenía 16 años. Entonces vivía en Oaxaca, era el año de 1986 y un primo lo animó a buscar el sueño americano.

Fotos por Francisco Gómez.

Gil parece un rockstar. Si uno se para a sus espaldas verá a una veintena de personas debajo de la plataforma de uno 30 centímetros de alto que compone su escenario.

Toda esa gente lo mira. Cuando voltea a verlos levantan los brazos, le gritan para llamar su atención. Pocos, casi nadie es lo más seguro, saben su nombre, pero eso no importa. Lo que en verdad interesa es el espectáculo que da. Sus manos se mueven rápido, como las de un mago, combina ingredientes como un químico —asiento de manteca, frijoles molidos con hoja de aguacate, tasajo de res, cecina de cerdo y chorizo—, y adorna como si fuera un decorador con salsa y col. El espectador luego de unos cinco minutos recibe una tlayuda, ese antojo oaxaqueño hecho con una tortilla de maíz tan grande como un volante.

Publicidad

Sí, Gildardo Soto es la estrella de "Aquí es Oaxaca", un pequeño local en el barrio de La Merced, en el Centro de la Ciudad de México, que vende productos oaxaqueños traídos de aquella tierra. Pero no siempre fue así. Gil primero tuvo que ser migrante en su propio país.

La primera y única vez que Gil intentó cruzar la frontera con Estados Unidos tenía 16 años. Entonces vivía en Oaxaca, era el año de 1986 y un primo lo animó a buscar el sueño americano. Sin embargo, momentos antes de poner un pie en el Río Nuevo, en Mexicali, y cruzar al otro lado junto a otras 14 personas, Gil cambió de opinión.

"En ese tiempo el río todavía no estaba hondo. Entonces el agua nomás te daba aquí. Caminando pasabas", Gil se toca la pierna a la altura de la pantorrilla. "Pasaron todos y yo vi las dos banderas (la de México y la de Estados Unidos). ¿Sabes lo que dije?: 'Nunca voy a traicionar a mi país. Y no me voy'. Eso me hizo retroceder a mí y a otro, que no era de Oaxaca; era de El Salvador, creo".

Gil sacó el dinero que traía y se lo dio a su primo en calidad de préstamo por si le hacía falta o por si le pedía más el pollero que los estaba cruzando. Jamás volvió a ver los dólares que soltó en la frontera.

El cocinero deja un momento su espátula con la que voltea la cecina o el tasajo que corona sus tlayudas. Saca su teléfono celular y me muestra la foto del primo que se quedó a hacer vida en los Estados Unidos.

Publicidad

"Me quedé en Mexicali sufriendo, comiendo lo que Dios me daba. Por menso, por güey. Yo llevaba mi dinero y se los di a los que se iban: 'tengan ustedes'. Se me hizo fácil y pensé que Oaxaca estaba aquí a la vuelta".

En aquella ciudad fronteriza Gil encontró a un tío. Parecía que no tendría problemas para regresar a su tierra con el apoyo de un familiar, pero al tío no le importó mucho la condición de su pariente. "Me desconoció", dice el hombre de las tlayudas. Ni siquiera quería saber a dónde se dirigía. El muchacho pidió algo de dinero en la calle, juntó para su pasaje y se fue a Sonora.

"Me fui a piscar jitomate. Y de ahí salió un viajecito para ir a piscar algodón a Veracruz".

El trabajo no era nada sencillo. Tenía que cumplir un horario de ocho horas bajo el sol, agachado, con una comida al día y con una paga pobre —si hoy los jornaleros reciben en promedio 150 pesos por día de trabajo, en aquel entonces el pago era mucho menor—. Pero con un poco de esfuerzo juntó de nuevo el dinero para comprar un pasaje de autobús hacia Oaxaca

Un mes después estaba de vuelta en su tierra.

En Oaxaca Gil trabajó en la Central de Abastos, primero como repartidor de refresco y luego fue chofer de un camión. Su patrona un día le dijo que lo necesitaba en la granja de la cual era propietaria. Un día la señora iba a dar una fiesta así que le mandaron llamar a un sujeto que sacrificó algunos conejos, chivos y una res. Gil observó la variedad de cuchillos que utilizaba para hacer su trabajo. Se acercó y comenzó a ayudarle. Así aprendió también a tasajear.

Publicidad

Unos años después, en 1990, Gil volvió a dejar Oaxaca. Tomó rumbo hacia la capital mexicana, cuando todavía era Distrito Federal. Buscaba mejores oportunidades de vida.

"Llegué aquí trabajando en Calzada de la Ronda como ayudante de mecánico. Me fui de ahí y me puse a vender por mi cuenta café, nescafé, así preparado. Pero no me convino, no me resultó. Entonces conseguí un trabajo. Vendía peluches, regalos, todo eso. Pero la señora ya no me pagaba, nomás me daba que 100, que 50 pesos. Yo no podía y la dejé y ya por mi cuenta me puse a vender cosméticos en la calle. Y ahí sí levanté mi negocio y me mantuve estable".

Sin embargo, en el año 2000, su hijo tenía dos meses de nacido y se enfermó de gravedad. El hombre tuvo que sacar sus ahorros y vender toda su mercancía para pagar medicinas y tratamientos. Su hijo sobrevivió pero la cuenta de Gil estaba en ceros. Su familia le sugirió ir al local de productos oaxaqueños a trabajar con ellos, lo cual ya hacía en temporadas altas como día de muertos o navidad. Pero el hombre se resistió. Orgulloso, como buen oaxaco, prefirió vender en la esquina de la calle de Santísima, donde se encuentra la tienda de su tía. Sólo que tenía que torear a la policía para que no se lo llevaran a él o a su mercancía y utilizaba la accesoria como escondite. Hasta que lo convencieron hace nueve años y se quedó a trabajar en el negocio familiar.

"Aquí estaba la otra tía, Areli Soto López. Ella tenía un comal. Hicimos la prueba para vender las tlayudas diario. En el comal, obviamente, no llamaba mucho la atención. Se mandó a hacer esta planchita y vi como las preparaba ella y dije: 'yo también las se hacer'. Hicimos la prueba y me quedé ya aquí".

Cuando Gil trabaja no sonríe, no porque no esté feliz sino porque está concentrado. Para él lo difícil no es hacer una tlayuda sino darle sazón. Además, como bien dice: "¿cómo no voy a saber hacerlas si soy de Oaxaca?"

Una voz pide una tlayuda combinada. El hombre voltea hacia la plancha. Aunque sus facciones son duras, su rostro es apacible. No hay huella de arrepentimiento en él por haber retrocedido cuando estaba a punto de cruzar la frontera. La música de banda que sale del radio que tiene al lado de su estación de trabajo no deja de sonar.

"A veces tienes dos tres problemas, pero yo siempre lo he dicho: los problemas se quedan en casa. El oaxaqueño siempre es alegre, contento. Todo el día vas a ver el radio ahí. Siempre he trabajado con música. Me dicen: 'No la bailas pero bien que la escuchas'. Pues sí. Yo siempre he sido alegre".