He estado trabajando en este proyecto de largo aliento para explicar, visualmente, por qué la guerra contra las drogas es un fracaso. Por siglos la coca ha sido satanizada y las personas que la consideran sagrada y medicinal han sido etiquetadas como traficantes, algo con lo que miles de personas en toda América no están de acuerdo.Ancianos de la etnia Murui Muinai de la Amazonía, cuentan la historia de los días en que sus dioses se enojaron por el comportamiento de su gente. "De ahora en adelante, como castigo, le quitaré la coca a su pueblo y la pondré en manos del hombre blanco. La planta traerá dolor, miseria y ríos de sangre donde sea que esté", dijeron los dioses.
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Esta leyenda, verdadera o no, me ha seducido a seguir las huellas de esta planta a través del continente y de una droga que devasta vidas alrededor del mundo.Un viaje que comienza desde el punto de vista espiritual de algunas culturas de los Andes, que ven en la coca un regalo de los dioses, una celebración de una mata que cura enfermedades y alimenta los aspectos sociales de las comunidades. Pasando por los cultivadores colombianos que procesan la planta, la convierten en base de cocaína y la utilizan como moneda de facto para hacer trueque en las tiendas y farmacias. A partir de allí sigue un baño de sangre que se extiende en la ruta de la cocaína hacia el norte, cruzando Centro América y México, y la llegada final a los hogares de los consumidores, convirtiendo todo en un conjunto de banalidades.Esta serie fotográfica hace parte del libro Coca, la guerra perdida, de Carlos Villalón, que publicará a finales de año la editorial Pinguin Ramdom House.