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Vistiéndolos para matar (o ser matados)

Hablamos con uno de los poquísimos maestros de "trajes de luces" en España.

Entrevista por Luis Lardín; Fotos por Luis Díaz
Matador: Javier Cortés; Apoderado: Manuel García
Coordinado por Antoni L. Querol

El traje para torear, llamado "de luces" por su abundancia en color, bordados, alamares y lentejuelas, es uno de los elementos clave del rito taurino. El que hoy visten los matadores es una variación sobre la indumentaria utilizada por los majos de finales del siglo XVIII, gente rica que vivía y vestía bien. La indumentaria se compone de medias, zapatillas, taleguilla, faja, camisa, chaleco, chaquetilla y pañoleta o corbatín. Y montera, claro. Al toro se le burla con un capote, que suele ser rosa por fuera y amarillo en el envés, y se torea a muerte con la muleta, un lienzo rojo de vuelo reducido. La confección de un traje de luces es de una gran laboriosidad. En España habrá apenas media docena de sastres especializados, quienes, en su mayoría, se han formado en la Sastrería Fermín, que es un poco la universidad del oficio. Al frente del negocio, en el centro de Madrid, está el maestro Antonio López, un veterano que dice haber mamado directamente de las fuentes.  Vice: Una sastrería en la que se pueda fumar me parece algo insólito hoy en día, cuando ya no se fuma ni en los bares.
Antonio López: Aquí se fuma, claro. Aquí quien quiere fumar, fuma. ¿Pero no has visto a Morante, que lleva a gala fumar farias [cigarros baratos]?  Supongo que los toreros se visten por los pies, como los hombres.
Hombre, claro, por supuesto. Ya me dirás cómo te pones una taleguilla [el calzón] por la cabeza si en el fondo es una bata.  Y se visten con mucho ánimo, como novias en su día.
Claro. Vestir a un hombre de torero puede ser relativamente fácil, pero lleva su tiempo y va desgranando un vocabulario específico. Sentirse “bien apretado”, por ejemplo. Hay que sentirse muy ajustado cuando te vas vistiendo. Hay detalles muy hermosos en la operación, como atar los machos, que son esas borlas que cuelgan de la taleguilla o de las hombreras y que el público le arrancará al matador si este sale a hombros. Se atan ayudándose con saliva o mojándose los dedos en agua. Todo eso es la trastienda, que sólo puedes ver si tienes amistad con algún torero y le vas a vestir a la habitación de su hotel. Se trata de un ritual sagrado y muy serio. El torero siempre se viste delante de un espejo y ahí ya empieza a crecerse, va dándose ánimos, los mismos que luego le faltarán en la arena cuando se ponga delante del toro. Vistiéndose hace todo el acopio que puede.

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Pero el traje de luces tiene algo de femenino.
Todo. Todo en él es femenino. Por eso se llama vestido antes que traje. Antes no había escuelas de toreros. El torero se hacía en el campo ya fuera el hijo de un mayoral o un mozo de una de aquellas fincas inmensas que antes había. Los chicos toreaban allí con 14 o 15 años, con medio cuerpo desnudo y bronceado. Los hacendados estaban por ahí ganando dinero en sus negocios porque las haciendas nunca han dado dinero, pero sus mujeres se quedaban en la hacienda. Y, claro, esas mujeres le echaban un novillo a los muchachos para mirarlos funcionar.  O sea que todo parte de un impulso erótico, como cualquier cosa de importancia.
Totalmente. Esas señoras acabaron vistiéndoles, haciéndoles ropita. Hoy en día, todos los colores están asimilados. Cualquier hombre puede vestir de rosa si le apetece, pero, en otros tiempos, esas mujeres vistieron a los chicos de colores insólitos para un varón. Los vistieron de mujer, pero logrando que se vieran machos. Hoy le pones un vestido de luces a una mujer y la ves masculina, al margen de que sea o no “más culona”.  ¿Cómo se llega a ser sastre de luces?
Esta profesión siempre ha sido una sucesión de padres a hijos, aunque hoy los hijos ya pasan, y los que toman el relevo son los foráneos, que llegan con ganas y aprenden las técnicas artesanales. Porque esto es completamente artesanal. Hay muy poquita máquina aquí, y es una máquina, en el fondo, también manual. En mi caso, mi madre y toda la familia por su parte, era bordadora. Mujeres más o menos apañadas que cogían el patrón de alguna chaquetilla y procedían a hacer virguerías con él. La sastrería, como tal, nace después de la guerra, y la levanta mi hermano Fermín, que va afinando el oficio y lo hace evolucionar. Poco a poco, va creándose el mito, que se ampliará a México y el resto del mundo. Y aquí seguimos. Es que esto de los toros no se puede quitar: es un veneno.  Tú antes habrías toreado…
No, no, yo tengo que vestir al torero. Si a mí me cogen, nos cogen a todos. Cuando yo asumí la dirección de la sastrería, me gustaba esquiar, pero ahora ni eso me permito. No puedo exponerme a ninguna actividad peligrosa porque los dejaría a todos en pelotas.

¿Y cuál es la evolución del vestido? Porque el de los toros es un mundo muy regido por la tradición.
Esto no puede evolucionar. No debe. No es necesario. Esto sirve únicamente a esa tradición que dices, a un clasicismo. Lo único que ha ido cambiando han sido los bordados. La chaquetilla lleva sin moverse desde principios del siglo XX. Entonces llegaron las fibras sintéticas, pero antes todo era seda natural. El problema de la seda es que la misma luz la oxidaba, y acababa vencida por el peso de los bordados. El caso es que el torero siempre se va a enfrentar con el mismo animal. La ceremonia es la misma, y los condicionantes físicos, como que el torero esté cómodo para bailar delante del toro, ya están resueltos. Supongo que los colores del vestido tienen que ver con la edad de los matadores y las supersticiones.
Con las dos cosas, pero lo que más se da es asociar el color al triunfo. Dámaso González estaba convencido de que con su traje de caña y oro iba a salir por la puerta grande de Madrid, por ejemplo, y todos los años se hacía uno. Una vez les ha ido bien de un color, los matadores suelen insistir en él.  ¿Los bordados también consideran el rango?
No. Bueno, en todo caso, el mismo oro está dando el rango. La plata es inferior. El oro es Dios, reyes y nobleza, y el bordado es dorado para el matador porque es rey del pueblo. La función del bordado, además de la ornamental, como recurso embellecedor, es estilizar al que es gordo, por ejemplo.  ¿Y el mítico hilo de oro?
Nada, son todo baños. Podría coserse porque la ventaja del oro es su maleabilidad, pero cuenta que un vestido corriente, medianamente bordado, ya tiene un peso aproximado de 4.8 kilogramos. El oro le sumaría, como mínimo, un kilo más porque tiene una densidad mucho mayor que el cobre, además de que incrementaría el coste, claro.  ¿Y la posibilidad de la sangre se contempla?
¿La sangre? La sangre se lava con agua. ¡Todo se quita con agua! Agua, agua, venga agua. No haces un vestido para la sangre y, si lo hicieras, sería siempre rojo.

Estoy siendo morboso. Es que no sé cuánto de traje de superhéroe hay en el vestido ni cuánto de mortaja.
Nunca se plantea como mortaja. Nunca. El torero es un hombre antes de la corrida, y otro muy distinto, después; eso lo percibes hablando con ellos, y es impresionante. En cuestión de minutos, pueden ocurrir muchas cosas. Basta con una pequeña ráfaga de viento que mueva los machos de la taleguilla para que el toro los vea y corrija su embestida, y en ese instante puede ocurrir lo peor. Pero no, yo no contemplo la mortaja, no quiero hacerlo. Aunque se te pase por la cabeza cualquier posibilidad, no puedes pensar en estar vistiendo un cadáver. Bueno, también está lo de torear desnudo cruzando el Guadalquivir.
El que es torero, con lo que vaya, aun desnudo, es torero. Con que coja la muleta, ya se lo ves. En la tranquilidad, en el temple, en traer al morlaco, ponerlo aquí, y ahora… que me voy. ¿Qué me dices de las incursiones de los grandes diseñadores? Hace poco, Armani le hizo un traje goyesco a Cayetano. Picasso había hecho lo propio con su tío abuelo, Luis Miguel Dominguín.
Todos los modistos quieren tocar este palo alguna vez porque es muy goloso, y en este negocio no te puedes distraer: hay que estar al tanto de cualquier noticia de “innovación”. Pero esto no es el mundo de la moda; esto es algo que no tiene nada que ver con Gaultier ni con Chanel. Ellos no saben darle el esplendor a los pechos y les es imposible entrar en los bordados. Las bordadoras existen gracias al mundo del toreo porque los militares ya no bordan, y los sacerdotes llevan por casulla un trapito, un mantel. El mundo del toreo está conservando oficios que, fuera de él, están obsoletos; por tanto, es lógico que esas incursiones de altos modistos no hayan funcionado jamás. Este mundo es secreto. Hay que estar aquí todo el día.  Entonces, son las figuras del toreo quienes marcan la tendencia de cada temporada.
Sí, y las primeras corridas y el triunfo. Si una figura lleva un determinado color y triunfa con él, todos los que vengan detrás se van a fijar. En el mundo del toreo se cumple algo que se ha perdido en la realidad: aquí no se desprecia al padre, al maestro.  Pero los clientes vendrán con ideas propias.
Claro, pero, cuando se te ponen de frente, les pasa como con el toro porque vienen con fantasías. Te consultan sobre la viabilidad, escuchas y luego tienes que explicarles que no a todo el mundo le funciona eso que han visto. Si no fuera así, estaríamos hablando de uniformes, y eso es algo que me horroriza porque el mundo de los toros es colorido. En ese sentido, no hay otro mundo más bello que el de los toros. Yo a veces me enfado con los clientes y no entro en su juego, no doy el brazo a torcer. ¿Que quieren un lazo en el pelo? Pues, a lo mejor yo no se lo pongo. Cuando me quieren llevar hacia lugares que yo no veo, cuando me piden un bordado del que yo no logro convencerme, pues, no lo hago. Nos enfadamos. Luego igual un día vuelven y hablamos otra vez.

¿Quién es el torero más elegante?
En principio, el que más dinero se gasta. Pero no, no va así. En su tiempo, pudo serlo Ortega Cano. Hoy es Sebastián Castella por muchas razones; de entrada, porque su figura ya lo da. Podrá haber otros que inviertan más dinero, pero, si es en tierra baldía, nada germinará. Y, cuidado, también los hay que no saben lucir un vestido, pero lucen sus narices, su entrega, y eso los distingue. Son muchas cosas, como el medir los pasos o el ser escaso en palabras porque el torero normalmente no es parlanchín. Hay señores que tienen arte y lo lucen todo, y los hay con quienes no hay manera. En el toreo, como en todo, está el torero artista, y está el trabajador del toro.  Fermín ha vestido a todos.
A todos, pero no puedo decirte quién me ha encargado esta capa o aquella porque a veces ni siquiera es para un profesional, sino para alguien que la quiere como fetiche o como pieza ornamental, para colocar sobre una cómoda como un mantón de manila. Podemos hablar de piezas de un año de confección. Recuerdo a un mexicano del cuerpo de seguridad de Bill Clinton que vino a encargarme un capote. A los hombres sólo se les conoce en la cama o en la taberna, y, como a la cama no me lo iba a llevar, le invité a unos vinos, y allí me confesó que había entrado en los Estados Unidos como espalda mojada y que recordaba las corridas en Tijuana, donde le llevaba su abuelo. En Washington se casó con una americana que le tenía prohibido este mundo, el asunto de los toros, pero él quería un capote de paseo con la virgen guadalupana bordada.  ¿Y yo ahora mismo cuánto he de gastarme para que me hagas un vestido? Pongamos que quiero una cosa sencilla, como aficionado, por capricho, para bajar a por el pan vestido de luces.
Pues, te puede salir muy caro el pan. El vestido digamos “normal” te puede costar 3.280 euros, pero esto es como los coches, que vas sumando según los extras que le eches. Que si una guarnición determinada. Que si caireles, que son el remate en seda. Muchas cosas.  Me estaba preguntando si podrías reconocer uno de tus capotes por el vuelo porque supongo que es una pieza de ingeniería en su distribución de peso y demás.
Claro, por supuesto. Eso se ve. Los capotes antes eran la capa misma, que hacía las veces. Luego derivaron en una rueda, pero eran difíciles de manejar, y los toreros pedían que se quitase gajo. Por eso antes se toreaba como se toreaba, por los lados. Si ahora hiciéramos los capotes de seda natural, como antes, pocos iban a ser capaces de torear. Aquellos capotes se sostenían en pie solos, pero, como no tuvieras temple y muñeca, no había manera con ellos. ¡Qué aguas daban aquellos capotes! El estilo cambió a partir de Manolete, que lo que hizo fue torear en vertical, lo que ahora mismo está haciendo José Tomás. Eso obliga a pasarse el toro más cerca, claro.  Yo estuve viendo a José Tomás sin saberlo, sin haber oído hablar de él jamás. Fui a la plaza por primera vez hace un par de años, en Barcelona, un poco por despecho. No tengo ningún referente familiar, y antes me asqueaba todo este asunto de los toros, pero me empezó a asquear más que pensasen por mí y que hablasen de “prohibir”. Al principio, cuando picaron el primer toro, me fue muy crudo, pero de pronto entré en aquello, y ya no puedo salir. Sin embargo, en Cataluña es horrible desarrollar la afición porque el pensar general es el “esto no va con nosotros”.
¿Pero tú crees que realmente es así? ¿No será porque los toros significan España, una cuestión política?  Algo de eso hay, claro, pero los antitaurinos insisten en que es una tradición obsoleta y primitiva.
¿Y por qué no critican las pirámides de Egipto? O la dama de Elche. Lo antiguo tiene un valor. No se puede construir nada de la nada. Hay que preservarlo. En el toreo hay un montón de arcaísmos que se han quedado fijados pero, para mí, eso es valioso.

A mí me gustaría compartir este descubrimiento tan grande de los toros, pero me es muy difícil, y, cuando lo intento, me suelen llover reproches de todos los frentes. No escuchan.
¡Y con lo que era Barcelona! Barcelona ha sido una de las ciudades con mayor afición de España hasta que empezaron a languidecer los carteles, se fue bajando el listón. Yo creo que toda esa movilización parlamentaria se quedará en nada.  Es que la fiesta es algo “natural” y, como tal, no puede morir jamás o, al menos, prohibirse. Tendría los efectos de una ley seca.
Efectivamente. A mí me parece bien que se toree o que no se toree, me parece todo maravilloso, pero que se pueda llegar a la prohibición de las costumbres es peligroso. Si las corridas no tienen que existir, se extinguirán por sí solas, pero no pueden prohibirse. El único problema es que de la fiesta desapareció esa figura que podía condensar toda su fuerza de cara al pueblo.  ¿José Tomás no es un poco eso?
José Tomas es distinto por muchas cosas. Es un hombre que llega de verdad a su cuadrilla, que es algo que hoy no se estila, es un hombre desprendido y con detalles muy bonitos que, además, no se publicitan porque no están hechos para ser publicitados y él mismo lo evita. En sus detalles, asoma la grandeza de todo esto de los toros porque la historia del toreo no solamente está en la plaza.  Y no se santigua. Está captando nuevos adeptos para la fiesta, además de por su arte, por su actitud atea y antimonárquica, por citar a Mishima en lugar de a la Macarena. Parece que esté dejando de lado esos aspectos conservadores o casposos que repelen a cierto público, y con ese ir despojando va abriendo camino a otra afición, nueva y joven.
Yo no creo que José Tomás sea un tío antinado, pero sí un hombre ecléctico y, sobre todo, con principios y con un corazón enorme. Es un tío de verdad y, además, es consecuente con “su verdad”. Cuando uno llega a ser un mito, todo pasa a estarle permitido. José Tomás no le brindó un toro al rey, pero a lo mejor tampoco se lo habría brindado a Tarradellas, no sé. José Tomás es honesto, no hace reverencias a uno que no le va ni le viene, y a lo mejor prefiere brindarle el toro a un tocador de guitarra.