FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Alfredo Ríos, el hombre detrás de El Komander

¿Para qué perseguir la narcopolítica si se pueden censurar narcocorridos?

El Barrio Antiguo es un periódico semanal que se fundó en mayo de 2013 para servir al Barrio Antiguo y sus alrededores en Monterrey, Nuevo Leon. Fundado por el periodista y colaborador de VICE México, Diego Enrique Osorno, El Barrio Antiguo se une como una publicación colaboradora de esta página. Cada martes compartimos con nuestros lectores una nota publicada originalmente en El Barrio Antiguo.

Son las 12:55 AM del viernes 16 de julio. Estoy dentro del estadio Jaime Canales Lira, en Ciudad Juárez, donde alguna vez formé parte de un club infantil de béisbol. Hay unas 4 mil 500 personas, la mayoría desesperadas por la aparición de El Komander, ídolo del narco corrido, narco-rockstar que dibuja la letra K de su nombre artístico con un cuerno de chivo apuntando al cielo.

Publicidad

Hemos estado aquí desde las 8:00PM, hora citada por los anuncios en las bardas de la ciudad. Hasta ahora han tocado dos bandas más del mismo género amado por los chacales. Durante la última hora de la presentación de El Shaka la gente comenzó a lanzar objetos y a silbar; quieren a El Komander. Por si fuera poco, el cielo se está cayendo entre rayos y truenos.

La atmósfera tiene demasiadas botas picudas, hombres con bolsos estampados por Armani, botellas de Buchanan’s y mujeres con vestidos que apenas llegan pocos centímetros debajo de las nalgas. En el escenario hay unos siete hombres uniformados de rojo con una estampa en blanco del cuerno de chivo vertical que forma la letra K, todos con instrumento en mano. Frente a ellos, los VIP, unas cien personas que pagaron 10 mil pesos por sus mesas. Yo estoy dentro de una masa alborotada que chifla, grita y lanza botellas de plástico al escenario.

-¿Dónde chingados está El Komander? -escucho que preguntan a mi alrededor. Yo me pregunto lo mismo.

La lluvia ha elaborado una síntesis interesante con los olores: es una mezcla de fritangas, perfumes oxidados y tierra mojada. ¿Habrá alguien aquí que se haya rociado con la fragancia de Espinoza Paz?

De pronto el círculo de seguridad comienza a rodear el escenario. Seguido de una grabación que lo anuncia “desde Culiacán, Sinaloa” y acompañado por el sonido de la ráfaga de un arma que, según el hombre que está a mi lado, “son de una mauser”, aparece Alfredo Ríos, El Komander.

Publicidad

Vestido de pantalón y saco blanco sobre una camiseta negra con las iniciales de la marca Armani Exchange, grita “¡Estamos en Ciudad Juárez, pariente!” y abre con “Las dos cruces”. Es el relato de un hombre que ruega a un general por la vida de su padre, un sembrador de marihuana. “General, ya no sea tan violento, que mi padre ya está casi muerto.”

Si este fuera un concierto de heavy metal, estaría rodeado de melenas largas, púas, labios oscuros, gritos guturales y headbangs. Si fuera un concierto de punk, olería a sobaco, frente a mí habría mohawks, camisetas de The Clash y un violento slam. Pero estoy en un concierto de El Komander. A mi alrededor hay cortes militares, gritos rancheros y la gente baila pegadito.

Los hombres regalan rosas a sus mujeres, aquí en el área general, de una en una; allá en el VIP entregan docenas y arreglos florales completos. Aquí bebemos Tecate roja y allá cada mesa tiene una botella de Buchanan’s. Y en otros negocios la gente fuma marihuana. Por allá, me he enterado, anda un hombre repartiendo cocaína a 350 pesos el gramo.

-¡Hasta que amanezca, compita! -grita El Komander casi al final de la primera canción.

La época de la prohibición

Extrañamente, la prohibición del narcocorrido para el estado de Chihuahua comenzó en Tijuana con una frase: “Un saludo para ‘El Teo’ y su compadre ‘El Muletas’. ¡Arriba la maña!”

En aquel verano de 2008 los Tucanes de Tijuana cantaban en un hipódromo más que lleno cuando Mario Quintero, vocalista de la agrupación, envió un saludo a los narcos Teodoro García Simental y Raydel López Uriarte, ambos aprehendidos a principios de 2010 y acusados de asesinar y disolver a unas 300 personas en ácido.

Publicidad

Para el entonces jefe de la policía tijuanense, Julián Leyzaola, aquello fue “el acabose de los Tucanes de Tijuana” y los narcocorridos en el estado de Chihuahua. Al comienzo sólo retiró los elementos de seguridad que les proporcionaba, dejándolos desprotegidos durante sus conciertos, pero finalmente aplicó mano dura y les prohibió presentarse en la ciudad.

Leyzaola es militar en retiro. Llegó a Ciudad Juárez en 2011 para atender el llamado del alcalde Héctor Murguía. La ciudad había pasado sus peores 12 meses: más de 3 mil 100 asesinatos en enfrentamientos, emboscadas y el fuego cruzado de balaceras.

El nuevo jefe de policía trajo su experiencia, el uniforme, su familia y un disgusto por los Tucanes de Tijuana. Comenzó una campaña junto al alcalde Murguía y Ricardo Boone, diputado local y empresario del Grupo Radiorama en Chihuaha. Se multaría a cualquier persona o agrupación que intentara reproducir, transmitir o promocionar música con letras que aludieran al narcotráfico. Ese mismo año, Boone presentó la iniciativa ante el congreso local. Fue aprobada. No más narcocorridos en el estado de Chihuahua.

Tan solo en un mes, cuatro bandas fueron multadas por violar la disposición en Ciudad Juárez. Tres más sufrieron lo mismo en Chihuahua; MS, Los Recoditos y Colmillo Norteño tuvieron que pagar 23 mil pesos cada una por cantar narcocorridos durante la Feria de Santa Rita.

***

Es la 1:10 de la mañana y apenas vamos en la segunda canción de El Komander. “Muchos le dicen ‘El Katch’ y ‘El Seven’ para su equipo. La gente que lo aprecia también le dice Panchito. No le anda haciendo al pancho, aunque su nombre es Francisco”. La gente corea su voz y enfatiza algunas palabras: acelera, alerta, violencia.

Publicidad

Mi nuevo compañero de Tecates me cuenta la historia de Francisco Gallardo “El Katch”, apodado así porque presuntamente evadió las balas con una mano. Fue un militar que operaba en Baja California y que, luego de salvar la vida de un narcotraficante, se volvió su mano derecha y miembro del cártel.

Al parecer las autoridades locales cambiaron de opinión respecto a los narcocorridos porque es apenas la segunda canción y aquí se ha dicho de todo.

Alfredo Ríos, El Komander o El Wiko

Hoy salió vestido de blanco. El barullo de la prohibición, las multas, lo que se puede decir y lo que no lo han convencido de relajar su vestimenta. Cuando El Komander está en Culiacán, en Los Ángeles o en Durango, va vestido para la guerra: traje militar, chaleco antibalas y una pistola 9 milímetros colgada a un costado. La gente está esperando su ya famoso grito, el que llega tras un potente estruendo en el cielo:

-¡Ando buscando al compa más pisteador de Ciudad Juárez, uno que se acabe la botella, pariente!

De pronto 4 mil manos se alzan en el aire. El Komander firma sus conciertos subiendo a varios asistentes, hombres y mujeres, al escenario para lograr que se acaben una botella Buchanan’s de un trago.

Es parte de este show lo que ha convertido a El Komander en el ídolo chacal más grande de México y Estados Unidos. Pero Alfredo Ríos poco tiene que ver con esta caricatura de “El Chapo” Guzmán que se sube al escenario y pretende balacear el aire mientras canta “Cuernito Armani”.

Publicidad

En su gira 2013, El Komander ofrece hasta tres presentaciones diarias. Por ejemplo, comienza el 1 de agosto en Guanajuato, luego el día 3 tiene dos eventos en Tlaxcala y uno en Hidalgo; el 4 da otro set de presentaciones igual; descansa del 7 al 12 y no para hasta el último día del mes.

El trabajo duro le ha rendido frutos: ha vendido más de 70 mil unidades en Estados Unidos, 20 mil más que la popular Banda El Recodo. Además, sus videos en YouTube superan las 200 mil visitas.

Y aún así, Ríos no se considera un grande.

-Estoy apenas en crecimiento. Me ha ido muy bien, pero todo con el fin de ser algún día uno de los grandes -explicó en una entrevista.

Cuando regresa a su natal Culiacán, El Komander sube a los escenarios y Alfredo Ríos se queda en Los Ángeles, donde sólo conocen a “El Wiko”.

Doña Aracely, la propietaria de una pequeña fonda de comida corrida en el centro de Culiacán, considerada la otra madre de Ríos, le prepara unos huevos estrellados.

-Supuestamente es El Komander y se llama Alfredo, pero aquí en el barrio es “El Wiko”, y si no le gusta, pues ni modo. Lo hubiera pensado antes -dice mientras calienta las sartenes.

En 1970, cuando Alfredo Ríos nacía frente a los ojos de Doña Aracely dentro de un cuarto del Seguro Social de Culiacán, Sinaloa, su padre estaba en un concierto de Ramón Ayala, ídolo de El Komander.

-¿Dónde estaba el papá de “El Wiko” cuando nació?

-Pues viendo a Ramón Ayala -contesta la Doña limpiándose las manos en el delantal.

Publicidad

En 1980, Culiacán habla de grandes narcos. Están en los periódicos, en la televisión y en las calles, pero también en la cabeza de un niño; su nombre es Alfredo Ríos, tiene 10 años.

También se menciona al alcalde Antonio Toledo Corro, su rancho Las Cabras y a un Félix Gallardo. En la televisión se dice que el tal Félix ha asesinado a un gringo, un tal agente de una tal DEA.

Ríos creció con esos hombres en el televisor y otros dos en casa: su padre y su abuelo. Ellos no hablan ni de Félix ni del alcalde; prefieren las guitarras y canciones. En 1984, ya todo un adolescente, Ríos decide aprender de los dos maestros. Su padre le enseñó a tocar la guitarra, su abuelo a usar las cuerdas vocales.

Y luego la síntesis: tras estudiar formalmente composición, canto y guitarra, escribe las historias que lo han rodeado casi tanto tiempo como la música. Habla de Joaquín “El Chapo” Guzmán y de Jesús “Chuy” Lizárraga; compone sobre miembros del Cártel de Sinaloa. Ya conocedor del mundo de la música y del narco, encuentra a otros como él, también sinaloenses, y fundan Komando Norteño. Juntos recorren varias ciudades de México hasta que a Ríos se le ocurre una idea: comenzar una carrera de solista y entrar al mercado estadunidense.

Alfredo Ríos ya no es un adolescente. Ahora se llama El Komander y no le canta “El Chapo”, sino a “El Katch”. Tiene 43 años, ha ganado premios aquí y allá, cobra 300 mil pesos por una hora de su voz, le gusta la ropa Armani Exchange, los autos lujosos, toma Buchanan’s y cuando canta deja su brazo izquierdo pegado al pecho, un atisbo de nerviosismo. El Komander dice ser precavido a la hora de escribir sus canciones, pero aún así acepta el miedo.

-Todos tenemos miedo. Claro que yo también, pero no queda más que encomendarse a Dios -le responde a “El Gordo” de Molina durante una entrevista en televisión.

Para describir la ola de violencia que ha sacudido al país, El Komander usa la palabra “cochinero”.

Continúa leyendo el texto completo en El Barrio Antiguo y checa su columna en VICE.com.