La Guía definitiva para comer en el Estéreo Picnic
Foto: Sebastián Comba

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Música

La Guía definitiva para comer en el Estéreo Picnic

Una ayuda para todo tipo de presupuestos y gustos.

Comer en un festival de música implica dos cosas. La primera es asumir la realidad de que la oferta va a estar limitada a lo que los organizadores del evento permitan vender dentro de su jurisdicción. Y la segunda, seguir la recomendación científica de contradecir la regla de oro de cualquier nutricionista: es decir, comer al revés.

Cualquier persona que haya querido emprender una dieta sabe que la ingesta calórica debe descender a lo largo del día: de un desayuno ligero a una cena modesta, todas las comidas (incluyendo las medias nueves y las onces) deben ir decreciendo en medida y cantidad, en grasa y sustancia. De huevos revueltos con salchicha a primera hora del día a una lata de atún y no mucho más a la llegada de la noche.

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Esa es la idea que está, por demás, fundamentada en una ciencia elemental: entre menos energía necesite, menos comida el cuerpo requiere. Digamos que ese es el triángulo de la salud: el balance perfecto. Pero hoy (mañana, pasado mañana, el día siguiente), la vida de ustedes va a ser experimentada contra regla: cuanto más avance el día, más energía requieren.

En promedio, una persona juiciosa que asiste al FEP va a oír, de pie, un promedio de cinco bandas que tocan entre una y dos horas. Eso sin contar las caminatas entre escenarios, los litros de licor consumidos (no sabemos qué pasa, pero aunque no esté en los planes, terminamos tomando trago) y el baile inconsciente que se apodera de cada persona cuando la música rueda. Eso es mucha energía: no comer no es solo desaconsejable, sino totalmente inviable.

Estéreo Picnic tiene a disposición varios locales, divididos en dos zonas llamadas “de comidas”. La primera está ubicada entre el escenario de Chevrolet, al norte del Hippie Market, y la otra justo al lado de la entrada del escenario Tigo Music. La oferta, medianamente variada, es una amalgama de comida típica (lechona, carne a la llanera) con rápida (hamburguesas, perros) y unas excepciones de corte ya muy adulto (galletitas, hojaldrados).
Hay que saber algo antes de planear su día en torno a la comida: la plaza principal, que consta de grandes y pequeñas marcas, está casi siempre muy llena pese a su portentosa carpa con mesas. La secundaria, no. Haga su cálculo en esto y pida comida para llevar de un lugar a otro si quiere sentarse cómodamente a comer. De resto, depende del presupuesto.

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Lo gratis
Domicilios.com trae este año la opción sin costo. Es probable que usted quiera arrumarse para la foto con decenas de personas que esperan el conteo regresivo de la única torre del reloj que, cada hora y media, lanza al aire una lluvia de comida en pequeñas raciones acondicionadas para desplazarse suavemente en el aire a través de un paracaídas: “tenemos empanadas, tenemos choriperros”, nos dijo una delegataria de la marca, mientras nos daba manillas a aquellos de VICE que nos parqueamos alrededor del punto y teníamos la aplicación descargada en el celular: la finalidad con ella, con la manilla, es tener un descuento en ciertas marcas a través de la activación de un código.
Es una posibilidad. Probablemente la mejor para aquellos que no vienen con un peso al FEP. Implica aguantar parado por lo menos una media hora antes de que el contador llegue a cero, comer poco, pero algo, y gratis, además.
Aguanta.

Lo caro
A veces hay que irse al otro lado, sobre todo si usted tiene abultadas, por ambo extremo, panza y bolsillo. Las opciones más costosas, de todas formas, no aseguran el hecho de que usted no haga fila, pero sí que sea mucho menor que la de un local de empanadas.
La mejor opción para alguien con apetito y billete es Los Torres. Kilos de carne abultados, precocidos y aromatizados en una vitrina limpia de grasa: cogote y entrepierna de ternera o lomo y costillas de cerdo. La carne, que se ve entre roja y quemada, sabrosísima, no tiene parangón en el parque: viene en lonjas producto del filo de un hacha y rociadas de sal, acompañadas a su vez de papa salada, guacamole, plátano maduro y arepa. Es increíble, en realidad. Los precios, también: entre 27.000 y 35.000 pesos. Suena exagerado, pero el monto de comida es notable. Un plato entero de esto, recién llegado al FEP una vez la noche caiga sobre el parque, puede salvarlo de cualquier consumo posterior de sustancias.

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De resto, uno puede acogerse a terreno seguro e ir por un snack de, no sabemos, tal vez Kokoriko: trozos de pollo apanado con papas a la francesa, por 18.000 pesos, o un combo de Dogger sencillo: perro de salchicha gorda, papita ripio y salsas a disposición, con papas a la francesa como guarnición. O Papa John’s, quizás, que se llena de fila, en forma de pizza personal de pepperoni aderezada cada porción con salsa de ajo y una mínima guarnición de jalapeño entero. Incluso Mistral, para quienes llegan a media tarde y quieren tomar onces.

Lo barato
Bueno, aquí sí vamos a darnos garra. El concepto de lo barato, nos parece, puede variar de acuerdo a categorías como calidad y cantidad de comida, pero sabemos que más de $15.000 pesos puede resultar una afrenta a cualquier bolsillo. Así que vámonos.

Home Burgers, de acuerdo con su creador Camilo Peláez, es quien vende “la hamburguesa oficial del Estéreo Picnic”. Aunque sorprende que El Corral o Presto no aparezcan con sus inmensas filas, esa es un poco la tendencia gastronómica de nuestros días. Los consumidores habituales de hamburguesa se han pasado como logia a consumir un producto artesanal que destaque los sabores reales del producto: con varios locales distribuidos por ambas “zonas de comidas”, Home Burgers es el paradigma de ese nuevo tipo de consumo.

La técnica provee una cena magnífica: carne no congelada, sino refrigerada, que proviene de una mezcla entre morrillo y punta de anca, siempre a término medio, aderezada con una salsa que mezcla mostaza, mayonesa y de pepinillos y un pan proveído por Comapán de fórmula del creador. La lechuga, el tomate, la cebolla se ven frescos en los compartimentos metálicos que los contienen. El valor del combo sube a medida que los acompañamientos se incrementan: el queso, la tocineta. Pero una sencilla, con esa carne magnífica, vale 11.000 pesos. Las papas que la acompañan, largas, al punto, metidas en un tubo blanco de cartón, le suben 4.000 pesos al combo. Lo dicho: una cena. Y está bien. Las largas planchas de Home Burgers logran que el combo esté rápido, que la carne se cocine con la rapidez que exige un término medio: su creador dice que el combo está listo en cinco minutos. Hay que ver esa teoría una acción una vez se armen las predecibles largas filas de gente que van a copar los locales. Pero, de verdad, muy buen provecho (un tip: en la “zona de comidas” pequeña hay un local, aprovéchelo).

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Comida rápida a un lado, Federico Rocha dice que hay que meterle el diente a lo típico, que para él está representado en una caja de llena de lechona. La técnica es particular. Una lechona tradicional, digamos, hecha en El Espinal, Tolima, es carne de cerdo en finas tiras mezclada con arvejas que llenan el cuero tostado de una marrana cocinada al horno. La Planchonería, por su parte, trae la carne precocida, mezclada con arroz, y la calienta en una plancha para asegurar que el producto no sea grasoso. La realidad, mucho más allá de una “lechona saludable”, es una caja repartida en tres partes: chicharrón, lechona seca, empacada al vacío previamente cuando se cocina por primera vez, y arepa picada. Unos minutos de silencio por ese golazo de aislarse en solitario con una caja llena de una lechona hecha por fuera de los parámetros que dicta la vieja usanza. ¿Algo menos conocido, quizás? ¿Le estamos recomendando cosas de las que usted ya había comido hasta el hartazgo?

Dentro de esta “investigación”, encontramos una pequeña joya camuflada en la zona grande: Dos Chingones. Heredero en Colombia de una tradición salvadoreña y mexicana, Ricardo Rodríguez sirve tacos a 5.000 pesos. Tacos hechos y derechos, en tortilla de maíz, con la magia inevitable de la variedad: de carnitas, de cochinita pibil, de chicharrón, al pastor. La especialidad parece ser esta última: los trozos de carne se ven a lo lejos amontonados al estilo kebab en un tubo al que dan ganas de pegarle un mordisco. Se sirven con piña cocinada para que quede como mantequilla, limón y la salsa de preferencia (la nuestra es la roja). Cada taco cuesta 5.000 pesos. Con tres queda comido, mijo.
Y bueno, queda la opción final de las empanadas crocantes llenas de carne, pollo o queso. En El Marquez, cinco por 13.000 pesos, acompañadas de ají y limón, que puedan paliar los efectos negativos del alcohol.

Buen provecho, hermano.

Aunque en realidad no le quede mucho más, comer es mejor que no comer.