La democracia endemoniada
Carolina Sanín conversó consigo misma sobre su tusa electoral. | Ilustración: Julián Guzmán. 

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verduras de las eras

La democracia endemoniada

La escritora Carolina Sanín tiene una conversación consigo misma después del resultado electoral de las elecciones del 17 de junio en Colombia. Todavía se siente cansada.

Artículo publicado en VICE Colombia.

CS: ¿Todavía cansada? ¿Cuántos días han pasado sin que escribamos nada?

CS: Desde el 17 de junio: dos semanas. Ya han pasado tres lunes, y en cada uno me despierto como si fuera el primero, el que siguió a las elecciones.

CS: Ni un solo post de Facebook, ni los dos artículos que tenemos pendientes, ni una página. ¿No te has sentido capaz?

CS: Tampoco me he sentido capaz de leer noticias, ni de opinar sobre las noticias, ni de leer las opiniones de otros sobre las noticias. Solo he podido terminar el curso sobre la tragedia que dictaba en Pereira. Solo me he sentido dispuesta a hablar sobre la tragedia: sobre el canto y el sacrificio, en ese escenario teatral que es el salón de clase.

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CS: ¿Crees que otros que participaron en la campaña sienten también esa especie de cansancio de participación?

CS: Sé que se sienten raros también. Que quedaron tocados. Los he visto. Lo hemos comentado. Pero no es cansados como nos sentimos, sino remecidos. Como después de pasar una prueba verdadera y muy honda. Nos sentimos cambiados.

CS: ¿Cómo?

CS: Durante esos meses de la campaña estuvimos, creo, liberados de nosotros mismos. Nos expresamos como miembros de un cuerpo mayor y que crecía. Vivíamos esa unidad, al tiempo que nos multiplicábamos.

CS: ¿Será que fueron sacrificados, según lo que enseñabas precisamente en el curso sobre la tragedia, de que “El sacrificio se realiza para que algo mayor, procedente de otro mundo más real o más poderoso, ocupe el cuerpo que se deja; para que en el mundo se encarne algo mayor que la individualidad del sacrificado”? Yo te veo mortalmente cansada. Has necesitado dormir mucho. ¿Anoche fueron cuántas?, ¿diez horas?

CS: Sí. El sueño restablece después de la visión: después de haber estado tan despierto a las visiones, hay que pasar un tiempo dormido. Pero “mortalmente cansada”, como “mortalmente herida”, significaría que me moriría de aquello que mortalmente me aqueja, y no me he muerto ni parece que vaya a morirme de este cansancio. Entonces debo de estar inmortalmente cansada. O sea, incansada. Como si ahora fuera sabedora de que tengo una parte que no puede morirse porque no soy yo misma ni eres tú, sino un montón de otros, de antes y de después de nosotras. No me siento cansada sino más bien como disuelta.

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CS: ¿Disuelta en qué?

CS: En la comunidad, que no significa ni mi patria, ni mi país, ni mi especie, sino todas las cosas que viven. No siento el cansancio que se siente después de hacer un trabajo. Ni siento desánimo. No es eso.

CS: ¿Y si hubiéramos ganado? ¿Te sentirías igual?

CS: Si la victoria hubiera sido una posibilidad, no habríamos participado así. No nos habríamos dado así, ni nos habríamos transportado así, con esa alegría. Pues lo que hacíamos no era luchar por la victoria (eso era solo lo que parecíamos estar haciendo), sino que participábamos en una tragedia: sabíamos que íbamos a ver, al cabo de la campaña, cómo éramos vencidos; e íbamos a ver cómo, después de ser vencidos, íbamos a continuar vivos y viendo, contentos de estar vivos y de poder ver. Lo que sufrimos fue una experiencia de la inmortalidad: pudimos sentir cómo en nosotras vivían los vivos y los muertos, y cómo iban a seguir viviendo después del desenlace. Pudimos ver, como al asistir a una tragedia, que nadie se muere en las tragedias. Que nadie se muere en ningún lado.

CS: ¿Entonces qué es lo que te pasa, si no es cansancio?

CS: Eso que te digo. El efecto trágico. Pero no creo que sea la catarsis que dice Aristóteles, sino algo que no sé decir. O hasta sí, también puede caber en lo de Aristóteles… El horror y la piedad. El terror y la compasión.

CS: ¿En qué se parecía la campaña política al teatro?

CS: En que meternos a esa campaña fue meternos a ser los otros. Salirnos de nosotras mismas e imaginar que queríamos lo que querían los distintos de nosotras, los distantes a nosotras, y quererlo entonces también, encontrando a los otros dentro de nosotras mismas.

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CS: ¿Qué personaje representábamos?

CS: Éramos el coro. Éramos actores y espectadores al mismo tiempo. Nos dejamos llevar por una música que nos llevaba y que no necesariamente entendíamos. Lo que hicimos en la campaña fue tratar de experimentar verdaderamente el lugar donde vivimos, nuestro escenario: no el lugar del protagonista (que en esta analogía con la tragedia podría ser el candidato), ni lo que la gente parece enunciar cuando repite lo de “ponerse en el lugar del otro”, sino el común lugar de todos. No esperábamos que el candidato nos representara (no buscábamos lo que se nos pareciera, sino lo que nos asombrara), ni que representara a nadie en particular. Yo siento que hicimos una política más allá de la representación. La llamaría una política de la transmisión y la intensificación. En ella no se defendían intereses, sino que exponía el deseo. El deseo de la vida. Y todo lo que participaba, es decir, todo aquello a lo que uno se iba uniendo: no solo era la gente —más y más gente—, sino también la naturaleza.

CS: Entonces a lo mejor lo que sientes ahora no es cansancio, sino recogimiento. Como una necesidad de regresar a ser individuo nuevamente, con el individual músculo. Sientes que hay que dejar un espacio para volver a la tarea cotidiana, clara, a la voz tuya individual y a la forma de los días.

CS: Puede ser. ¿Pero cómo voy a volver, después de haber pasado por allá?

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CS: Ya se verá. Ahora dices que te sientes como recién salida de un drama, pero a mí me parece más bien como si estuvieras con resaca. Como después de una bacanal. El candidato hablaba de “paroxismo”. Decía que la gente que lo escuchaba en las plazas estaba experimentando un paroxismo. A mí me pareció atrevido que usara esa palabra, y me parecía que él también sabía que era una osadía, pero que no podía evitar usarla…

CS: Es que durante el tiempo de la campaña uno estaba así, de una manera alterada, como ya te dije. En la embriaguez. Salido de uno mismo, liberado al deseo.

CS: ¿Cuál deseo?

CS: No el deseo como afán de posesión de lo otro, sino como impulso de transformación en lo mayor.

CS: Eso no se entiende bien.

CS: No puedo decirlo de otra manera. Está en lo oscuro: en esa embriaguez, en la que uno está separado de sí mismo para unirse con to…

CS: Diles lo del descubrimiento que hiciste hoy, a ver si así se te entiende mejor.

CS: ¿Lo de los demonios? Acá la gente es muy bruta y malentiende.

CS: Que malentiendan lo que quieran.

CS: Pero también habrá algún lingüista que dirá que no lo explico bien.

CS: Pues no lo expliques mucho.

CS: Que demos, que es distrito y pueblo y gente, y que está en la palabra “democracia”, comparte una misma raíz con daimon, que es demonio; comparten la partícula protoindoeuropea “de”, que significa dividir, distribuir.

CS: ¿Y?

CS: Que esta campaña fue una manera de participar democráticamente separándose de sí mismo, repartiéndose, como se hace en la tragedia, para experimentar la unidad. Fue abrirse a endemoniarse. Pero no en el sentido del demonio de los cristianos, sino más bien lo contrario: en el sentido del daimon griego, que es el destino y el inconsciente y es el dios y el espíritu que guía, y es también el espíritu de los muertos. Yo he pensado que la manera como participamos en esta campaña fue yendo a la raíz misma de la participación, es decir, de la desindividuación. Fue endemoniarse en tanto que fue llenarse y dejarse poseer. Éramos una multitud demonizada, llena de su destino, seguidora de su voz interior. Y lo que decíamos que queríamos era precisamente la repartición de todo: que hubiera todo para todos; es decir, que todos tuvieran la libertad de llegar a ser todo lo que pudieran ser. Y estuvimos como poseídos: por la abundancia de la vida. Durante la campaña sentíamos que éramos las abejas, que éramos las fuentes de agua, que éramos los animales que iban a poder seguir viviendo, y que éramos los muertos que habían sido abatidos. Nos sentíamos presentes en el ímpetu de lo viviente, sustentando el interés de la vida. Y para estar presentes en el interés de la vida y su continuidad, había que pasar por esa experiencia de dejar de ser uno mismo. De olvidarse del yo, de liberarse y reunificarse. En el coro pretendimos cantar con todas las voces y sobre todas las cosas….

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CS: A lo mejor todavía no lo estás diciendo con suficiente claridad.

CS: Hay otra manera de contarlo, entonces: no describiendo la experiencia del coro, sino describiendo el drama representado en el escenario: había un protagonista, que enunciaba la voluntad, la vitalidad: el cambio, lleno de quereres y de palabras y de emoción, lleno de espíritus, o de demonios, como los hemos llamado, y un antagonista, que representaba la instauración de la muerte; que no tenía emociones ni palabras; que imitaba la inercia y la nada, y era la sombra de la sombra, una máscara de la sombra. El protagonista era lo hospitalario, lo que podía ser poseído por las fuerzas y las voces; era el encantado, si se quiere; el artista. El antagonista era lo cerrado y hostil; lo desencantado. El protagonista transmitía la combinación de las perspectivas. El antagonista hacía creer que el engaño era verdad, como hace el Diablo de los cristianos. El protagonista transmitía lo extático. El antagonista, lo estático. Al cabo de ese drama que se representaba en el escenario, y que dialogaba con el coro —que fuimos nosotros—, perdió el protagonista. Pero todos seguimos viviendo: de eso se trata la tragedia. Puede representarse infinitamente.

CS: Cuenta ahora la otra manera como se te representó la historia.

CS: ¿Cuál otra manera?

CS: Lo que pasó enseguida después del desenlace. Las coincidencias. Las escenas alternativas, o explicativas, o como se llamen.

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CS: Ah, eso. Que la noche del domingo de las elecciones, después de asistir al discurso de nuestro candidato, volví a mi casa en un taxi. La taxista tenía puesta una camiseta y una gorra de propaganda del antagonista, el candidato ganador. También ella estaba separada de sus propios intereses, pero a la manera de quien va contra sí mismo y a la vez traiciona a los otros: era una trabajadora y era favorable al candidato que desfavorecería a los trabajadores; era una mujer y vitoreaba al partido que confirmaba las prerrogativas patriarcales. Después de bajarme, descubrí que había dejado en ese carro del adversario mi billetera con todos mis documentos de identidad. Y a la mañana siguiente, se me desconfiguró el teclado del computador. Yo hundía una tecla y en la pantalla no aparecía la letra de la tecla, sino otro signo.

CS: ¿Y eso cómo se interpreta?

CS: Más bien eso interpreta lo que me pasó después de las elecciones, esta desidentidad que siento. No es que yo esté cansada, sino que estoy desconfigurada por haber empezado a ser consciente de la vida en común. Tuve una experiencia de liberación a la vida común, y eso implica, creo, la búsqueda de otra identidad. Se puede decir que la identidad que aspira a la reunión —más allá de la identidad individual, provisional y relativa de uno, de la máscara— se construye a través del deseo que describí antes, de ser algo más que uno mismo. Y la expresión auténtica de la vida en comunidad, es decir, de la participación en algo mayor y que no se conoce, puede ser un rumbo posible de ese nuevo deseo de identidad; de ese deseo de una identidad nueva. Eso puede tener que ver con lo que en el coro llamábamos “nuevas ciudadanías” y “política del deseo”, que yo nunca supe qué quería decir, pero que sonaba a algo que quería…

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CS: Entonces no es cansancio lo que tienes. ¿Cómo qué mas se siente?

CS: Se siente como un encantamiento que ya pasó, pero que no dio paso al desencanto. Ha quedado como el vislumbre de una nueva figuración de lo real. Experimentamos, a través del drama político, algo mucho más grande que la política: el misterio. La unidad. No estuvimos haciendo proselitismo, sino que estuvimos cantando. Y ahora necesito dormir más.

CS: ¿Fue una especie de política mística? ¿Democracia ditirámbica?

CS: Que nos hubiera visto Nietzsche.


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