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Elecciones Catalunya

Catalunya: volver a empezar

El resultado de las elecciones nos devuelve a la casilla de salida.

Tras la escalada de tensión, los meses más movidos de la historia reciente de Cataluña llegaban a una cima desde la que, se nos aseguraba, volveríamos a verlo todo con más claridad. Las elecciones posteriores al cese del Govern devolverían la normalidad y el entendimiento a una tierra dividida por la guerra DUI-155. Lo cierto es que la normalidad no llegó durante una jornada de votación en la que el favorito, según la mayoría de encuestas publicadas los días previos, Oriol Junqueras, seguía la cita desde la cárcel madrileña de Estremera.

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El cesado presidente catalán lo hacía desde Bélgica para evitar acabar acompañando a su vicepresidente en la celda. Qué lío de cuartel general sería eso durante una noche electoral, se excusó Puigdemont cuando avisó de que había cruzado la frontera sin fecha de vuelta.

Descartada la participación de los dos principales protagonistas, las cámaras se agolpaban alrededor de la única candidata con opciones reales que reunía las dos características necesarias para lucir en el telediario mientras votaba sonriente en su colegio electoral: estar en libertad y en suelo español. Inés Arrimadas se gustaba. La líder del partido naranja era optimista y se mostraba, ante las cámaras, segura de que, como anunciaban los grandes medios en sus editoriales, tenía en su mano la llave del cambio en Cataluña si PSC y PP le prestaban sus manos entrelazadas para auparla al sillón de la Generalitat.

Ella hizo su parte consiguiendo un resultado histórico, ganando en votos y escaños unas elecciones en la tierra que vio nacer al partido naranja. Hace once años, Ciudadanos consiguió 3 escaños muy celebrados. Hoy son 37, insuficientes para gobernar una Cataluña en la que el independentismo ha vuelto a decir esta boca es mía consiguiendo otra vez la mayoría absoluta en el Parlament. No, llegar a esta cima tampoco ha acabado con la división. Cataluña, como antes de la DUI y del 155, sigue dividida en dos bloques que mantienen el mismo equilibrio que cuando todo esto comenzó. Habrá gobierno de JPC-ERC-CUP y habrá oposición fuerte liderada por Ciudadanos.

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Albert Rivera e Inés Arrimadas celebrando su victoria electoral de ayer en la Plaza España de Barcelona. REUTERS/Eric Gaillard

Ciudadanos (37 escaños)

Al partido de Arrimadas le ha funcionado bien el discurso de la unión y el coser los rotos. Una multitud de catalanes que se sintieron ninguneados durante las movilizaciones independentistas, se ha reivindicado con fuerza. La Cataluña que solía mirar y callar, mientras las opciones independentistas —nacionalistas en otro tiempo— monopolizaban históricamente la cosa catalana, ha despertado y lo ha hecho apoyando a un partido naranja capaz de aglutinar votos que se mueven en una horquilla que va desde la extrema derecha hasta el voto que en otras elecciones fue socialista. La bandera de España dentro de Cataluña es de color naranja.

Puigdemont tras comentar los resultados de las elecciones de ayer, desde Bruselas. REUTERS/Francois Lenoir

Junts per Catalunya (34 escaños)

De las posibles combinaciones contempladas antes del 21D, las dos apuestas que parecían tener más fuerza eran las de gobiernos liderados por Oriol Junqueras o por Inés Arrimadas. Pero ha sido el president cesado Puigdemont el gran ganador del 21D. Con un resultado que, Piolín mediante, lo devuelve al sillón de la Generalitat.

Una muestra de apoyo a lo que muchos en Cataluña consideran el Gobierno legítimo liquidado desde Madrid. El president lo celebraba desde Bruselas con un mensaje claro: “La República catalana ha ganado a la monarquía del 155”. Ni una coma ha cambiado en su discurso. Si vuelve a Barcelona para ser investido, podría convertirse en el primer presidente catalán en tomar posesión del cargo desde una cárcel madrileña. O lo que es lo mismo: normalidad democrática del tipo república bananera. El lío no ha hecho más que volver a empezar.

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Marta Rovira y Carme Forcadell celebrando los resultados de ERC. REUTERS/Juan Medina

ERC (32 escaños)

Hace tres meses todos hubiéramos pensado que un político catalán encarcelado en las circunstancias en las que lo ha sido Junqueras hubiera sido aupado por los votantes independentistas hasta lo más alto del castell. Tres meses después, lo que era impensable es ahora cosa cotidiana y hasta a eso se ha acostumbrado el independentismo.

El vicepresident no pasará de ahí, vicepresident seguirá siendo, Piolín mediante. Si a Puigdemont se le achacó el cruzar la frontera mientras el otro comía días de cárcel, al Junqueras hay quien lo acusa de no haber querido reeditar el pacto de las elecciones anteriores por cálculo electoral cuando la situación era de emergencia. Puede que, en parte, ERC haya pagado esto.

Miquel Iceta comentando los resultados electorales del PSC. REUTERS/Jon Nazca

PSC (17 escaños)

Ni pena ni gloria. El socialismo en Cataluña hace tiempo que dejó de ser lo que era y ya es lo de siempre. Un escaño más que en las elecciones de 2015 que no le sirve para nada.

El candidato Borgen. Así se presentaba a estas elecciones Miquel Iceta haciendo referencia a la serie danesa sobre política en la que, por cuestiones de pactos, no es el primero ni el segundo más votado quien acaba asumiendo la presidencia del gobierno de Dinamarca, sino quien más apoyos consigue en una aritmética distinta a la de los dos bloques. Pero parece que no va a ser así e Iceta tendrá tiempo para seguir viendo series.

Xavier Domènech votando en Barcelona. REUTERS/Jon Nazca

Catalunya en Comú-Podem (8 escaños)

La situación de la marca de Podemos en Cataluña desde que nació, coincidiendo con el inicio del Procés, la definió bien Íñigo Errejón tras el mal resultado en las elecciones de 2015: “Esto era un Madrid-Barça y nosotros íbamos con el árbitro”. Y el árbitro, cuando la cosa va de banderas, apenas tiene apoyos en el estadio.

El resultado de la marca de Podemos en Cataluña ha sido malo pero podía haber sido peor. Podía haberles tocado ser la llave que decidiera qué bloque gobernaría Cataluña los próximos años, con los arañazos que eso supone. Hubieran sido culpables de ayudar al independentismo catalán o de ponerse, mediante una abstención, del lado del bloque españolista. Por suerte para quien se ha presentado vestido de árbitro de nuevo, en el partido no ha habido más situación de fuera de juego que la suya propia manteniéndose entre dos aguas en el choque de bandos y banderas.

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CUP (4 escaños)

Hace sólo 2 años, la CUP entraba arrasando al Parlament de Cataluña con 10 diputados. Los 4 que mantienen dos años después son los que inclinan la balanza para que el bloque indepe siga mandando en Cataluña, pero el golpe es duro a nivel interno. Les ha pasado factura el famoso voto útil que en este caso se ha ido a Esquerra Republicana.

PP (3 escaños)

El golpe que se ha pegado el PP en estas elecciones catalanas se ha escuchado hasta en Bruselas. El partido que gobierna España y que destituyó al Gobierno catalán es, a día de hoy, un partido residual en Cataluña, el último de la fila. Lo de ayer fue histórico y las caras de García Albiol y Andrea Levy por el suelo lo dejaban muy claro. El PP no contaba con jugar un buen papel en estas elecciones —la apuesta nacional era Ciudadanos— pero tampoco contaba con que les surgiera el problemón que tienen ante sí: su considerada marca blanca —Ciudadanos— se ha demostrado más eficiente que la marca clásica para conseguir votos españolistas. Hoy ha sido Cataluña, pero mañana esto puede extenderse al resto del territorio. El subidón del 155 ha acabado en el bajón del 3.

***

Para entender lo que viene, un poco de contexto y perspectiva. El prólogo de la historia que desembocaba en el día de ayer es desolador. Al 21D llegábamos con un drama ibérico sobre los hombros que igualaba el ADN catalán y español: no haber querido aprender absolutamente nada de lo ocurrido durante estos meses. Por ninguna de las partes.

Por el lado del independentismo, no hemos encontrado durante las últimas semanas ni pizca de reflexión autocrítica tras una declaración de independencia que dejaba fuera a la mitad del pueblo catalán. Una mitad que se cabreó y mucho. Por el marketinianamente llamado lado Constitucionalista, más ombliguismo: C’s, PSC y PP jugando a hacerse trampas al solitario, repitiendo una y otra vez que negarse a sentarse a hablar y que tener políticos presos por hacer política, nos convertía en una democracia de lo más sano.

A partir de hoy mismo, todo eso debería cambiar. El independentismo ha recibido un mensaje en las urnas: vale, sigues gobernando, pero ten claro que enfrente tienes otra Cataluña capaz de movilizarse. El mensaje recibido por quien presume —la vicepresidenta Soraya lo hacía la semana pasada en un mitin— de haber descabezado al Govern de Cataluña, se resume en un PP que se queda sin grupo parlamentario en el Parlament. Son tres. Los diputados catalanes del PP no son suficientes para jugar una partida de mus. A Rajoy le toca barajar de nuevo las cartas y dar comienzo a una nueva partida en la que las cárceles y la represión no sean parte del juego político.

Treinta y cinco años después de “Volver a empezar”, película de José Luis Garci que narra la historia de la vuelta a España de un exiliado, nos encontramos de frente con un volver a empezar en Cataluña que requiere de la vuelta con normalidad de quienes hoy están exiliados o en prisión. Lo contrario no habría quien lo entendiese y en Cataluña se espera la vuelta de lo votado.