Sexo

Pasé una noche en un club swinger

En la Ciudad de México es menos complicado adentrarse en el submundo swinger que en el resto de la República, pero tampoco son enchiladas.
Pasé una noche en un club swinger.
Todas las ilustraciones por Maldito Perrito.

Esta nota fue inspirada en la nueva serie El Juego de las Llaves de Amazon Prime Video.

Siempre tuve curiosidad de ir a un lugar swinger. Donde crecí, en Puebla, no había un espacio así (o al menos nunca me enteré, porque seguramente existen en todo el país, pero muy escondidos, porque #doblemoral). En la Ciudad de México hay espacios swingers en varias alcaldías, y también los hay en algunos municipios del Estado de México, como Nezahualcóyotl. En la mayoría te dejan entrar gratis si eres una chica y vas sola, pero existen algunos que sí te piden consumo mínimo. Esa regla me incomodó porque, francamente, yo quiero estar en mis cinco sentidos. De hecho, yo considero que se debe siempre cuidar el consumo de alcohol para consentir todo intercambio, y Casa Swinger lo toma en cuenta, por lo que fue mi elección para probar esta experiencia.

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Casa Swinger tiene once años. “Lujo, Confort, Seguridad, 1er Nivel, Barra Libre. Miércoles a Sábado”. Lo que prometen no es lo que cumplen, pero tampoco estaba mal. Originalmente ubicada en la Nápoles, su actual ubicación no es precisamente la Verónica Anzures, como lo indican, sino las orillas de la colonia Anáhuac (cerca de Ejército Nacional). Eso lo supe al llegar. No me iba a echar para atrás. Total, entré dando el número de reserva que me dieron por WhatsApp.

Me dieron a elegir entre tres pulseras de gel luminoso: la de color naranja indica que solamente estás ahí para ver; la azul revela indecisión; y la verde es un “adelante, QUIERO TODO”. No sabía si estaba dispuesta a interactuar, así que pedí la segunda. Me recibió Cynthia, la animadora, topless y en tanga, para darme el tour. Solo en las escaleras y en la primera sala del primer piso es posible hacer uso de celular, pero en el resto de la casa está prohibidísimo para evitar que se tomen fotos y graben videos, pues el anonimato es ley.

Después me mostró el llamado Cuarto al vacío, donde es posible que las personas que se encuentran en la terraza del primer piso puedan observar directamente. Pasamos al lounge, donde está la barra libre con ron, whisky, tequila (que no puedes beber libremente por todo el espacio “para evitar accidentes”). Al lado hay unas cabinas y enfrente están los baños. Saliendo, hay una sala de masajes y el guardarropa con casilleros. Luego me mostró La pecera, un cubo con un colchón donde, si entras, se permite todo. Después me condujo al Cuarto de cristal, donde hay una cama grande y, obviamente, todos lo que pasan por ahí pueden ver y asomarse.

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Subimos al Gran salón, donde hay una pista de baile, un tubo, un colchón central y regaderas a la vista de todos (no me tocó ver a nadie usarlas). Me senté cómodamente con mi whisky en las rocas y esperé mientras pasaban un pésimo porno lésbico en las pantallas alrededor que, si has tenido relaciones sexuales con una mujer, sabes que la cosa no funciona como la proyectan. A media noche bajaron la intensidad de las luces y nos enlistaron las reglas: respeto ante todo y todos, no es no, no drogas, no prostitución, no pasarse de copas ni de listo(a) porque te sacan.

El show erótico comenzó con un bailarín excitado que vestía entallada ropa de vaquero. No pasaron ni tres minutos cuando apareció una bailarina exótica. También vestida como vaquera, se desnudó casi por completo. Después, buscaron entre el público la participación de mujeres que quisieran experimentar un squirt. Pasaron dos mujeres y el vaquero las tocó con sus expertos dedos enguantados en látex hasta lograr el cometido. Mientras tanto, había mucho besuqueo y faje entre los presentes. Cambiaron la música a salsa y, entonces, aproveché para bajar al primer piso. Algunos platicaban, otros estaban quitándose la ropa, y un par de parejas estaban cogiendo. Todo tranquilo. Conforme pasaron los minutos, la temperatura se elevó. Los sonidos de choque entre los cuerpos resonaban por todo el lugar. Me excité. Me acerqué a una chica y comenzamos a tocarnos. Nos besamos. Un hombre y una mujer, que eran pareja, nos miraron y asentimos con la cabeza. Tuvimos una interacción conjunta. Fue bastante sensual.

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Como siempre, no podía faltar el que tocaba sin antes pedir permiso (y eso que yo no tenía pulsera verde). Eso me molestaba, pero se detenían. Me hizo pensar que me sentía mucho más segura en Casa Swinger que en un antro buga, donde a veces los tipos intentan e insisten. Redescubrí lo importante que es sentirse segura para disfrutar de la sexualidad propia. Habíamos pocas chicas solas. Me acerqué a una mujer al finalizar su gangbang y, en medio de la euforia, me dijo que no venía realmente sola. La había acompañado un amigo, porque no se atrevía a pararse sola en un lugar así.

Seguí observando a mi alrededor y entré al Cuarto de cristal, donde ya había parejas cogiendo. La chica con la que me había besado desde el principio y yo empezamos a fajar. Encontramos un lugar en el colchón y se nos acercó un chico. Nos preguntó si podía participar. Nos miramos ella y yo, y aceptamos. Empezamos a besarnos entre los tres. Sentí una mano, pero no era la de ella ni la de él. Levanté la vista y le dije al tipo abusivo que no. Seguimos en lo nuestro, los tres. Pero tuvimos que detenernos, porque a cada rato había manoseo salido de quién sabe dónde, y aunque siempre había un “soy yo” aclaratorio de mis él y ella elegidos, las manos extras no cesaban.

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Ilustración de Maldito Perrito.

Nos movimos a la Pecera y entró una pareja a la que yo había estado siguiendo con la mirada. Él disfrutaba mucho de ver cómo ella disfrutaba con otros (¡aplauso al deconstruido!). Quisimos interactuar entre los cinco, pero no se dio, por lo que seguimos nosotros tres hasta que terminamos juntos. Él adentro de mí y yo de ella. Recibí un sentido agradecimiento. Salimos ultra sonrientes. Yo subí al Gran salón y el ambiente era como el de un antro “normal”. La gente bailaba en calzones y platicaba. El ambiente era poca madre.

A las tres y media de la mañana, el agotamiento llegó al cuerpo. Cerca del final me puse a platicar con una pareja. Él me confesó que no le gustaría ver a su mujer hacerlo con otro hombre enfrente de él. Bueno, yo creo que solo de pensarlo se moría el pobre. La mayoría de los presentes era muy amables, todos súper honestos, y siempre que decías no era realmente no, lo cual se me hizo una genialidad: eso me enamoró del ambiente swinger. Me enamoró la honestidad.

Lo probé y quiero repetir, pero, me gustaría ver algunas mejorías: puesto que los ritmos orgásmicos son diferentes entre hombres y mujeres, (vi a más hombres venirse y a muchas mujeres quedarse a medio camino y tampoco vi el mínimo erotismo entre varones), podría haber juguetes sexuales y otras prácticas eróticas fuera de la heteronormatividad, aprovechando que un club swinger es un buen espacio para practicar lo que debería de pasar en la vida cotidiana.