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Ilustración por: Andrea Carolina Ibañez
Música

La música no es tan inocente: ¿cómo se relaciona el sonido con nuestra salud mental?

La música cura, conforta, intensifica nuestra emociones y también daña. Analizamos su rol en nuestro bienestar emocional desde una perspectiva clínica.

Según la Organización Panamericana de la Salud, aproximadamente 32 millones de personas en Latinoamérica sufren problemas de depresión. Seis de cada diez de ellos, no reciben atención médica apropiada. La tasa de suicidios de la región supera las 65.000 víctimas anuales de acuerdo a la OMS. El país con el promedio más alto de población con problemas de depresión (Brasil) y el país con la tasa más elevada de suicidios en el mundo (Guyana) se encuentran en América Latina. Un 22% del total de muertes de personas latinas en 2018 tuvieron alguna clase de relación con una enfermedad mental o neurológica.

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América Latina tiene un serio problema de salud mental. Y un 23.5% de los países que conforman la región no tienen elaborado un plan nacional de salud mental. Más preocupante aún, las naciones que sí lo tienen, otorgan solo un aproximado (promedio) del 2% de su presupuesto total de salud a cuestiones de salud mental. Es decir que no solo tenemos un problema; ni siquiera sabemos que lo tenemos.

En una región que, quizás como ninguna otra en el planeta, conecta sus universos artísticos y culturales con la visceralidad y emocionalidad del ser humano, es evidente y prácticamente imposible no trazar vínculos entre cómo la música se relaciona a la salud mental, especialmente de su población juvenil. Y aunque en carne propia y de maneras naturales y habituales se puede ser testigo de las formas en que el arte del sonido y el silencio se interna en nuestro cerebro para generar reacciones emocionales “positivas” y “negativas”, pocas veces somos verdaderamente conscientes de la manera en que esto sucede y del rol tan importante que la música puede cobrar en nuestra salud mental.

Con solo un poco de conocimiento alrededor del fenómeno, me acerqué a tres especialistas para generar un análisis clínico profundo sobre cómo la música puede curar, confortar, intensificar nuestras emociones, dañar, y desde luego, también crear un balance en nuestra salud mental.

Construyendo el Yo

Identidad e intensidad. Si dos palabras pudieran describir, de manera general y a partir de experiencias individuales que se vuelven colectivas, lo que es la adolescencia, serían esas.

Queremos identificarnos, ser uno en esta inmensidad interplanetaria de objetos hechos de gas, destacar en nuestra individualidad, a la vez que formar parte de un grupo social, con el cual se compartan experiencias, aprendizajes, opiniones, gustos y momentos que, en gran parte, nos definirán como personas por el resto de nuestros días en esta inmensidad interplanetaria de objetos hechos de gas. A la vez, queremos que todo lo vivido sea intenso. Nuestras fiestas, nuestros amores, nuestros desamores, nuestros fajes, nuestras pajas, nuestro sexo, nuestros sueños, nuestras vacaciones, nuestros conciertos, nuestras vidas digitales, nuestras fachas, nuestras maneras de pensar, nuestras drogas, nuestras fotos, nuestros cambios de humor, nuestros apodos, nuestro desmadre. Todo de la manera más intensa posible.

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En ese sentido, la música es un ingrediente trascendental. La sal de este guiso. Un elemento que une a la vez que acentúa sabores y que favorece el desarrollo de ambas cualidades, identidad e intensidad, durante la etapa juvenil. “Nuestro gusto musical refleja la individualidad, la pertenencia o no a un grupo social, la cultura, el país, la época histórica de pertenencia o el gusto por esa época, las costumbres, la ideología, los orígenes e incluso el sentirnos proyectados en sus letras, pues forma parte de nuestra vida. La música se graba en nuestros movimientos más remotos y por supuesto en nuestra memoria emocional. Como podemos ver, esto genera sentimientos de identidad, autoconcepto y autoestima en los jóvenes, etapa de mayor vulnerabilidad y de construcción del “Yo” por excelencia, además de ofrecerles un vehículo de socialización inigualable”, establece en términos de identidad Marta Guerri, psicóloga y CEO de Psicoactiva.com, blog dedicado a la divulgación de temas de psicología y salud mental.

"La música intensifica los estados de ánimo, y todos, pero especialmente los adolescentes, sacamos provecho de ello"

Por el otro lado, la música siempre está presente como vehículo intensificador. Sea con una balada que agite las mariposas en el estómago, o con un reggaetón para subirle al sauna nocturno. “Si uno está feliz con los amigos o un grupo, escucha la música que intensifica dicha emoción, también cuando se está enamorado, ponemos la música que nos provoca dicha sensación. Sucede lo mismo cuando estamos tristes, eufóricos o alegres. La música intensifica los estados de ánimo, y todos, pero especialmente los adolescentes, sacan provecho de ello”, dice el Dr. Mark Ettenberger, musicoterapeuta y director de SONO, centro de musicoterapia colombiano. Y pensando en intensificar me pregunto, ¿hasta qué punto podemos llegar y, sobre todo, qué pasa cuando esa intensidad se concentra en el lado “negativo” del espectro?

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Biografía y cultura

Transformar sonido en estética para producir placer es un tarea que constantemente me pone a pensar en las maravillas del cerebro humano. Las maneras en las que la música es procesada dentro de esa masa de tejidos y órganos que llamamos cuerpo humano son tan diversas y específicas que aún hoy en día no hay un manual para entenderlas de principio a fin. De acuerdo a Juan Carlos Camarena, terapeuta y director del Instituto Mexicano de Musicoterapia Humanista, “la música llega en forma de ondas sonoras al cerebro, en donde dichas ondas se convierten en energía eléctrica. Primero se procesa el sonido, los tonos, la armonía, y finalmente esta información llega al sistema límbico, el cual rige las emociones, sobre todo el tálamo, que dispara sensaciones, emociones, recuerdos ante la música”.

¿Qué producen estos estímulos? “Aumentar la cantidad de algunos neurotransmisores que tenemos en el cerebro, como la dopamina, un neurotransmisor que se libera produciendo recompensas cerebrales ante estímulos que provocan placer. También regula los niveles de serotonina, oxitocina o epinefrina, logrando alcanzar estados de placer de forma muy parecida a los que se consiguen con ciertas drogas”, declara Marta.

Ahora, estos estímulos existen de manera ajena a la música. Mi felicidad es ajena a la música. Mi tristeza también lo es. Mi enojo, mi calma, mi disgusto, también lo son. Sensaciones que están ahí antes de que la música se interne en mis oídos, aunque esta ayuda para que se manifiesten de maneras más genuinas y eficaces. Y para facilitar esa transacción, existen, a la vez, elementos musicales universales que se acercan a cierto tipo de emociones y sensaciones.

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“Música en un pulso de 60 a 80 bpm (beats per minute) normalmente tiende a relajar, porque es este el pulso en el que late el corazón promedio de un adulto en reposo, y también hay música a 120 bpm, que tiende a activar. Luego hay también información de melodía, algo común entre casi todas las culturas son las canciones de cuna, que tienen una estructura muy similar, cuyo objetivo es dormir, tranquilizar, con un pulso lento, estable, repetitivo, muchas veces con melodías descendentes, y sin intervalos muy amplios”, dice el Dr. Ettenberger. “Se puede trabajar de manera similar a como trabajan los compositores de cine y cómo distribuyen los elementos musicales en un cuadrado, donde tienes un eje de intensidad, mucha y poca en el espectro, y luego tienes algo que se llama valencia, o positivo y “negativo”. Emociones de mucha intensidad y positivas pueden ser alegría o euforia, positivas de poca intensidad están la calma o la tranquilidad, negativas y de poca intensidad puede ser tristeza o incluso depresión, y negativas con mucha intensidad están la rabia o la ira”, agrega.

Cabe aclarar para este momento que, la polarización en el espectro emocional entre positivo y negativo funciona, para fines muchos más prácticos, como una orientación hedónica que como una calificación verdaderamente certera. O sea que, tal cosa como una emoción “negativa” no existe. “Las emociones no son buenas o malas, simplemente existen, lo bueno o lo malo es lo que se hace con esas emociones”, establece Juan Carlos. ¿Qué clase de ejemplos hay al respecto? El enojo y la ira pueden proteger nuestra vida en una situación de extremo peligro, y la alegría puede perder su atributo de bienestar al excederse y traducirse en algún tipo de imprudencia.

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"Las emociones no son buenas o malas, simplemente existen"

Pero, más allá de esos elementos universales, la música, y su relación con la salud mental, incluyendo las maneras en que puede ayudar mediante tratamientos especializados, tiene un impacto individual de acuerdo a dos factores esenciales: biografía y contexto cultural. “Cada que iniciamos un tratamiento pedimos una biografía musical, es decir, la música que has escuchado en tu vida, y no es sorpresa que por lo general cada canción que ha sido significativa en tu vida está vinculada a una memoria. La música nos permite acceder de manera casi inmediata a estos recuerdos, sensaciones o imágenes”, dice Juan Carlos al respecto. “La música que a mí me relaja a alguien más le puede estresar, la música que a mí me recuerda un momento feliz de la vida a alguien más le puede recordar la muerte de su abuela. Eso en términos de biografía y memorias individuales. En cuanto a contexto cultural, podemos pensar en el ejemplo de la música árabe, que en occidente resulta altamente disonante”, concluye el Dr. Ettenberger.

La música no es inocente

Intentando encontrar una respuesta propia, me he preguntado también: ¿qué es verdaderamente estar sano mentalmente? Y lo pregunto desde la duda legítima de mi experiencia personal, donde episodios cotidianos de tranquilidad emocional, con sus crestas y valles, se combinan con momentos ocasionales de ansiedad y estrés. Y así, con todo y ello, me considero una persona sana mentalmente, quizás algunos días más que otros.

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“Desde la musicoterapia trabajamos con tres esferas. Primero, nuestra esfera mental y cognitiva, genera recuerdos, elabora obsesiones. Uno tiene canciones conectadas con momentos, sensaciones, personas específicas. Posteriormente, está la esfera fisiológica, donde sabemos que la música es capaz de liberar endorfinas y hormonas que ayudan en el manejo del dolor, de sentirnos felices, de ayudar en la filiación social. Por último, la música afecta e integra una tercer esfera que se puede llamar trascendental o espiritual, que es importante cuando trabajamos con jóvenes en fases terminales de sus vidas, con pacientes oncológicos, en donde la música toma un papel más trascendental. Eso es algo bien importante de distinguir, la salud mental es un equilibrio relativo y constante entre esas esferas. Y cuando sabemos distinguir en donde hay un desbalance, se puede equilibrar”, explica el Dr. Mark.

Las maneras en que ese equilibrio puede darse son diversas. Desde la músicoterapia, disciplina del área de la salud que usa la música para lograr objetivos terapéuticos relacionados al bienestar y salud mental de las personas, los tratamientos incluyen sesiones de improvisación, composición, escucha, etc. Para ello, se echa mano principalmente de otra cualidad inherente a la música y las emociones: su capacidad para no solo intensificar, pero también cambiar estados de ánimo. “Cuando estamos aburridos, o queremos dejar de pensar en otra persona y cambiamos de música para poder cambiar de estado de ánimo. Eso es importante porque para salir de pensamientos repetitivos o depresivos puede hacerse uso de ello”, establece el Dr. Ettenberger.

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Sin embargo, tal como se dio a conocer con el principio de ISO –concepto psiquiátrico que manifiesta que no es funcional reproducir música “alegre” a una persona en un estado depresivo de manera abrupta–, debe haber una gradualidad en el tratamiento, transitando entre tipos de música y emociones que abarquen el espectro para introducir un estado de ánimo distinto –más cercano a la estabilidad mental– lentamente y no a través de un cambio abrupto.

Si la música es capaz de generar esta clase cambios, curar mediante modificaciones de ánimo y sanar a través de memorias, vuelvo a una pregunta anterior: siendo capaz de intensificar y mutar emociones, ¿la música puede dañar? “Se puede usar para muchos fines, la música no es tan inocente”, establece Mark Ettenberg. Sí, la música puede dañar nuestra salud mental. “Si hay personas que sufren de depresión o con pensamientos más obsesivos o compulsivos, cierta música les atrapa y pueden no salir de eso, como una rueda que vuelve y vuelve intensificando las sensaciones, lo cual puede entonces generar efectos negativos viniendo de la música”.

"Podemos escuchar todo tipo de música, la responsabilidad está más bien con lo que sentimos y con hacernos conscientes de ella"

Y de nuevo, nos acercamos a un tema de responsabilidad. Escuchar música en un estado de salud mental estable quizás no requiere sensatez sobre lo que se reproduce en nuestros oídos, no obstante, escenarios específicos requieren un pleno estado de conciencia sobre la música que escuchamos y cómo nos hace sentir. “Podemos escuchar todo tipo de música, la responsabilidad está más bien con lo que sentimos y con hacernos conscientes de ella. No es que la música traiga de fuera una emoción y me la tenga que tragar, por llamarlo de alguna manera, sino que la música es un espejo de algo que yo ya tengo”, establece Juan Carlos Camarena. “Independientemente de la música, refugiarnos mucho en algo solo nos encierra”.

"La música es un espejo de algo que yo ya tengo".

La solución al respecto parece encontrarse en la conciencia sobre nuestro estado emocional y la música que escuchamos para acompañarlo. “Algo muy básico es generar conciencia, que la persona se pueda dar cuenta para qué usa la música. Darse cuenta e informarse de los usos que se le pueden dar a la música, buenos y malos”, dice el Dr. Ettenberger. Desde luego, una de las alternativas más sencillas para lograrlo se encuentra en la musicoterapia. “Las emociones son un lenguaje de necesidades profundas, y si yo escucho música y alguien me hace consciente de cómo me siento, me hago consciente de quién soy y qué necesito”. En caso de no contar con acceso para una terapia de ese tipo, el ejercicio recomendado –que no replica lo que una sesión de musicoterapia ofrece– se encuentra en el profundizar en nuestros estados de ánimo, ser conscientes de ellos, y escuchar música que se acerque a ese estado para gradualmente ir transitando hacia una condición de mayor estabilidad en las esferas que conforman nuestra salud mental.

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