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Foto por: @missdelirios
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“Hay mucha ira contra la élite política, empresarial y eclesiástica en Chile”

Luego de 25 días de manifestaciones, hablamos con el politólogo Alfredo Joignant sobre la fractura del pueblo chileno con la élite política, la violencia en las calles y los atropellos a los Derechos Humanos cometidos por agentes del Estado.

Ya son 25 días, pero parecen mucho más. Desde esa noche del 18 de octubre en que fue atacado el Metro de Santiago y el presidente Sebastián Piñera declaró Estado de Emergencia, ha pasado tanto en Chile —y tan grave— que ya es, en muchos sentidos, otro país.

Uno en que millones han salido a marchar por un modelo de sociedad menos desigual. Uno en que se declaró toque de queda y murieron 23 personas, cinco de ellas por acción de militares y carabineros. Uno en que los disparos de balines han destruido 197 ojos de manifestantes y en que hay casi 192 querellas por torturas y 52 por violencia sexual contra Carabineros.

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Uno en que han sido saqueados o incendiados cientos de supermercados, negocios y hasta la sede de un partido político, en manos de turbas o grupos radicalizados, de los que no se sabe casi nada. Uno en el que hay “chalecos amarillos”, contramanifestantes que pretenden defender la ciudad, algunos armados con bates de beisbol y fierros. Uno en que un economista neoliberal —el estadounidense John Cobin—, abrió fuego cuatro veces contra un grupo de manifestantes en un balneario, hiriendo a alguien en una pierna.

En ese nuevo país, presionado por el caos, el Gobierno anunció el pasado domingo que se iniciará el camino hacia una nueva Constitución, que reemplace a la que dejó el dictador Pinochet en 1980.

Alfredo Joignant, de 55 años, doctor en Ciencias Políticas y académico de la Universidad Diego Portales, ha observado con asombro la enorme dimensión que tomó el estallido social en Chile. Como investigador principal del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social —que reúne el trabajo de 81 expertos en esos temas—, lleva años estudiando la agudización de los conflictos en el país, junto al desmoronamiento de la confianza en las instituciones y en los partidos políticos; un caldo de cultivo feroz que, dice, arrojaba pistas, pero aún así no permitía presagiar lo que hemos vivido en estos días de reivindicación social, represión y violencia.

VICE: Una frase que han repetido políticos y analistas es que este estadillo nadie lo vio venir. ¿Qué evidencias anunciaban que algo así podía ocurrir?

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Alfredo Joignant: Para serte franco, jamás imaginé un estallido de esta magnitud. La capacidad predictiva de las ciencias sociales fue nula. Pero hemos vivido, desde 1990, casi tres décadas con altísimos índices de desigualdad, y eso que estamos al nivel de países de ingreso medio. Y la élite decidió cerrarse. Hoy los niveles de descontento contra la clase política —cada vez más elitizada, en Chile y en todas partes—, son gigantescos. Tenemos una treintena de diputados y senadores con patrimonios superiores al millón de dólares, y eso es una novedad. Hay mucha ira contra la élite política y empresarial, y agrégale la eclesiástica. Y se está incubando otro fenómeno: una rabia de los manifestantes contra la prensa. Hay mucha rabia en Chile, mucha rabia.

¿Hace cuánto tiempo viene acumulándose esa rabia?

Nosotros detectamos más de 15 mil episodios contenciosos —quejas públicas, protestas, reivindicaciones— de 2009 a 2018, pero la prensa nacional no registra muchos de ellos. Lo que siempre ha dominado en Chile son los contenciosos de naturaleza socioeconómica, y hace varios años estamos viendo que estos eventos se están radicalizando, que son cada vez más violentos.

Para referirse a los ataques al metro y a otros inmuebles, el Gobierno ha hablado vagamente de vándalos, de anarquistas, de organización criminal y hasta de terrorismo. ¿Qué hay realmente detrás de esos hechos violentos?

Esa es la mirada delincuencial que tiene el Estado chileno, no sólo este Gobierno. Para mí, tenemos un nudo ciego sobre tres tipos de grupos violentos: los encapuchados, probablemente anarquistas; los narcos, y el famoso lumpen, que se aprovecha de la situación. Pero no logro entender que dos tercios de las estaciones del Metro hayan sido destruidas. No puedo explicarme cómo fue posible, y en esa pregunta nadie quiere entrar. Ese día yo estaba en el centro, salí a la calle y era dantesco. No había ni un carabinero, pero el vandalismo, las barricadas… era como un estado de guerra, y no logro entender por qué no había fuerzas de orden.

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Muchos acusan a Carabineros de no detener a los grupos violentos y reprimir en cambio las marchas pacíficas. ¿Compartes esa crítica?

Estoy bastante de acuerdo, uno ve que hay barrios completos donde no hay seguridad. No llega Carabineros o llega muy atrasado. No hay ninguna táctica preventiva… es muy extraño. Si es una estrategia, no la entiendo y la encuentro arriesgadísima. ¿Qué se busca? ¿Generar una polarización en la población, en que unos estén molestos por la represión y otros por la falta de seguridad? ¿Y el precio a pagar es la destrucción de las ciudades? Yo, te juro, no lo puedo entender.

¿Crees que se puede generar una fractura social?

Yo creo que ya hay una fractura social instalada. Una fractura territorializada, con una enorme segregación espacial. En Santiago, cuando subes hacia el barrio alto, es cambiar de planeta. Y si vas hacia el sur o el norte del país, es otra galaxia. Nosotros hemos estudiado mucho eso: la segregación espacial que descansa sobre la desigualdad socioeconómica. Es impactante.

¿Quién está en cada lado de esa fractura? ¿La élite y el pueblo?

Yo lo pondría así. La esfera política en todas partes del mundo se ha autonomizado a niveles increíbles de la vida social real. Ese fenómeno se traduce en muchas cosas: los diputados y senadores ya no le hablan a toda la población, sino a sus electores, que son cada vez menos, porque hay cada vez más abstención de votar. En los últimos años, los parlamentarios en Chile han buscado reajustar sus dietas, con la más absoluta inconsciencia de lo que eso significa. Pero también se ve en las pequeñas cosas. [Un ministro dijo] "quieren gastar menos en el metro, levántense más temprano".

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Una de las palabras más repetidas en las marchas es dignidad.

Exacto. He observado las demandas más recurrentes en los carteles, y dominan, por lejos, las palabras maltrato, abuso y dignidad. Esto es una historia muy antigua, y los malestares se fueron acumulando. Es la perfecta síntesis de todas las causas que habían escalado antes con el movimiento estudiantil, feminista, y las marchas contra el sistema de pensiones, y que hoy eclosionaron. Chile está viviendo un verdadero momento constituyente. Todos estos malestares ya entraron en las discusiones de las casas de los chilenos. Aquí hay un movimiento constituyente desde abajo.

La represión ha dejado a 197 manifestantes tuertos, casi 200 querellas por torturas, cuatro personas muertas por acción de militares, otra por golpes de Carabineros. ¿Cómo se explica este nivel de violencia del Estado?

Yo creo que el poder político buscó evidentemente reprimir, pero no violar los Derechos Humanos, y no tengo ninguna duda de que han sido violados, de forma sistemática. La pregunta es por qué. Yo creo que los aparatos represivos del Estado se autonomizaron del poder civil, desde hace rato. Hay violaciones a los DD.HH., pero no creo que hayan sido deliberadamente promovidas por el presidente. Aunque en parte tiene responsabilidad, porque él fue quien decretó el Estado de Emergencia.

Durante la crisis, Piñera ha respaldado en muchas ocasiones a Carabineros. ¿En qué medida eso va a afectarlo en los dos años que le quedan?

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Ese es un asunto delicado: cuando termine esta crisis, el prestigio de Carabineros va a quedar en el suelo, va a ser un cuerpo entre temido y detestado, y va a quedar muy propenso a la crítica y a la agresión. Eso es un verdadero problema. A mí me cuesta mucho pensar en los próximos dos años para el Gobierno. Creo que la única posibilidad que tiene Piñera de salvar su mandato y de terminar bien, es que se decida a liderar el proceso constituyente. No tiene otra alternativa.

El domingo, el ministro del Interior anunció el proceso para una nueva Constitución, a través de un “Congreso Constituyente”, pero sin dejar claro el mecanismo. ¿Cree que eso ayudará a darle salida a esta crisis?

Piñera ha estado funcionando permanentemente a destiempo, atrasado. Dio por muerta la Constitución, pero quedó en el aire cómo lo hacemos. Fue un acto eutanásico de la peor especie, sin solemnidad, en la calle, no lo anunció el presidente. Creo que está muy desconcertado y está dando palos de ciego. Tuvo la virtud de acabar con la Constitución, que ya está muerta, pero sin un norte claro. La vocera dijo que la opción del Gobierno no era una asamblea constituyente… el tono es muy impreciso.

¿Crees que la actual clase política puede conducir ese proceso?

Uf… la clase política no puede conducir esto, no sola. ¿Una clase política cuyo prestigio es del 4%, un Parlamento que tiene un 5%? Ninguna posibilidad. El Congreso chileno no está en condiciones de redactar una Constitución. Esto, desde mi punto de vista, pasa por una asamblea constituyente o por una convención, formada en parte por políticos y en parte por delegados ciudadanos. Hay que meter otros actores.