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Guía del estudiante

Cómo es ir a la universidad con solo 14 años

Bastian Eichenberger se matriculó con 14 años y Vittorio Hösle, con 17 años. Eran niños prodigio, pero mirándolo con perspectiva… ¿fue una buena idea ir a la universidad tan pronto?
Bastian Eichenberger | Foto: N. Manuel Eichenberger 

La primera vez que Bastian Eichenberger se sintió aceptado de verdad fue en un laboratorio de genética molecular. El profesor hizo una presentación a sus compañeros mencionando brevemente que era un estudiante de Biología más joven que el resto de la clase. Para este joven de 18 años, aquello puso fin a esa época en la que se burlaban de él por hacer muchas preguntas y sacar matrículas de honor.

Mientras la gente de su edad está preocupada por los exámenes de acceso a la universidad, Eichenberger trabaja como investigador inyectando proteínas en ascárides. Estamos hablando de una persona superdotada. A los 14 años, terminó el instituto en Suiza y empezó a estudiar química en Friburgo (Alemania). En cuanto se supo, los medios de comunicación acudieron en masa a cubrir la noticia y a ponerle la etiqueta de niño genio.

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Hace unas décadas, le pasó lo mismo al filosófo Vittorio Hösle, de 58 años. Se matriculó en la universidad a los 17 años. En 1982, a los 22 años, se sacó un doctorado y cuatro años después se convirtió en el profesor más joven de toda Alemania.

Por aquel entonces, Boris Becker tenía 17 años y acababa de ganar en Wimbledon, por lo que la prensa empezó a apodarlo “el Boris Becker de la filosofía”. En la actualidad, Boris Becker ya no juega al tenis y se ha declarado en bancarrota, pero Vittorio Hösle imparte clases de Filosofía, Política y Literatura en la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos y ha publicado 16 libros.

Ser superdotado puede resultar aburrido y solitario, empezando desde el colegio

En España, se considera que dos o tres de cada 100 personas son superdotadas. Una vez identificado el talento de estas personas, sus carreras académicas suelen avanzar con pasos de gigante y, durante un corto período de tiempo, a los medios de comunicación se les cae la baba con ellas.

Se han hecho dos documentales sobre la historia de Hösle, pero han pasado tres años desde que el caso de Eichenberger fuera mediático y todavía nadie se ha acercado a él para hacer nada parecido. Aunque hayan cumplido las expectativas que se tiene de ellos como niños prodigio, ¿pensarán que ir tan pronto a la universidad fue una decisión acertada? He hablado con los dos para descubrirlo.

Así son de adultos los niños superdotados

Cuando Bastian Eichenberger se graduó a los 14 años, lo que más quería en el mundo era hacer experimentos en un laboratorio de verdad. Dijo a los medios que quería desarrollar un tratamiento para las enfermedades que todavía no tenían cura.

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En su segundo semestre de universidad, le dieron finalmente la oportunidad de incluir en su currículum algunas horas de laboratorio, pero, antes de poder ponerse una bata blanca por primera vez, la universidad le negaba el acceso para experimentar con productos químicos por razones jurídicas. Le decían que lo sentían, pero que era demasiado peligroso. “No me enfadé con la universidad, pero estaba muy decepcionado y me desmotivaron”, admite.

vittorio hösle

Vittorio Hösle. Foto de Matt Cashore

Vittorio Hösle entiende lo que sentía Bastian Eichenberger por aquel entonces. “Cuando pasan este tipo de cosas, es necesario que alguien te ayude a ser valiente y volver a centrarte”, comenta. Durante su primer año en la universidad, Hösle tuvo un momento en el que quiso dejar la carrera porque se preguntaba si no debería estar estudiando “algo más útil”, como Medicina.

Todo eso cambió cuando conoció a Dieter Wandschneider, un experto en Hegel, que le animó a seguir con los estudios en Filosofía. Al final, Hösle ha llegado a ser uno de los filósofos más conocidos de Alemania y el profesor más joven del país.

Ser superdotado puede resultar aburrido y solitario, empezando desde el colegio. Hösle asegura que “los demás niños de mi clase no eran capaces de seguir las preguntas que hacía a los profesores y no entendía lo molesto que les resultaba”. Hösle se saltó dos cursos, mientras que Eichenberger se saltó cuatro.

Hösle recuerda que su don no le facilitó tanto las cosas. A los 17 años, no tenía apenas contacto con los demás alumnos de su clase y se quedaba solo leyendo libros, sobre todo de Platón y Hegel, algo que sus compañeros no entendían. A los 25 años aproximadamente, Hösle defendió su tesis posdoctoral, el trabajo académico más importante, ante las caras de fastidio de un jurado formado por personas que tenían 20 años más que él.

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“Todo el mundo espera que las personas superdotadas sean más rápidas y hagan cosas espectaculares”.

Ahora, el consejo que daría a estudiantes jóvenes, como Eichenberg, sería: “Es importante que no te afecten este tipo de rechazos”. Basándose en su experiencia, tampoco ayuda hablarlo con alguien, ya que prefiere centrarse en escribir libros, su “objetivo”.

“Sin embargo, ser superdotado no significa que tengas que vivir aislado del resto del mundo”, aclara Hösle. Después de terminar el doctorado, quiso recuperar el tiempo perdido, así que empezó a salir y dejó atrás la soledad. Durante años, fue desapareciendo la tirria que le tenían sus compañeros, así como la diferencia de edad entre ellos.

Hösle cree que es muy importante que las personas superdotadas utilicen sus capacidades para fines positivos y útiles. En un vuelo a Moscú, una vez se sentó al lado de un hombre que trabajaba en una empresa de tabaco y le preguntó por qué hacía algo que volvía adicta a la gente. El hombre se enfadó y fue incapaz de explicárselo. “Nunca lo entenderé”, añade Hösle.

Con su investigación, Eichenberger pretende desarrollar tratamientos y curar enfermedades, pero, por ahora, lo que quiere es aprender lo máximo posible. Después de que le vetaran la entrada en el laboratorio, se cambió a la biología y ahora, a los 18 años, ha conseguido entrar en el laboratorio en el que siempre ha querido trabajar durante todos estos años. Sin embargo, reconoce que ni haber trabajado muy duro ni tener una inteligencia excepcional le garantizan tener una carrera exitosa en el ámbito académico.

Cuando piensa en su vida, cree que gran parte de su camino está predeterminado, pero no solo el suyo. “Todo el mundo espera que las personas superdotadas sean más rápidas y hagan cosas espectaculares”. Ha terminado el grado en el tiempo establecido, con los demás alumnos, pero asegura que quiere acabar su formación cuanto antes para entrar en el mundo laboral y empezar su trayectoria profesional.

“Si la gente lo aceptara con mayor normalidad, podría dedicarme más a mí mismo y centrarme en lo que quiero”

Espera que algún día pueda desprenderse de la etiqueta de “niño prodigio” y la gente lo valore por sus actos, no solo porque su cociente intelectual esté por encima del del 98 por ciento de los habitantes de Europa Central. “Si la gente lo aceptara con mayor normalidad, podría dedicarme más a mí mismo y centrarme en lo que quiero”, afirma. Es el tipo de vida que está llevando Vittorio Hösle a los 58 años. En 2013, el papa Francisco lo nombró miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias, uno de los mayores honores para los científicos católicos.

Hasta que Eigenberger consiga volar del nido, su trabajo en el laboratorio le sirve de ayuda para darse cuenta de cuáles son sus sueños. Allí, se le valora por su trabajo y lo tratan como a uno más. Además, su profesor evaluó su trabajo de fin de grado en dos semanas y le puso un diez.