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El arte visual y la escritura se unen para explorar la política

La artista pone especial interés en las intersecciones, huecos e intermitencias que suceden entre la conversación y sus interlocutores.
Fotos cortesía del Museo Amparo

La producción de Verónica Gerber Bicecci (México, 1981) se ubica entre el arte visual y la escritura, a través de los cuales explora las vertientes del lenguaje en la comunicación y en las interacciones sociales. La artista pone especial interés en las intersecciones, huecos e intermitencias que suceden entre la conversación y sus interlocutores.

Las obras de Gerber parten de elementos como la abstracción, el texto y las figuras geométricas, que se entrecruzan para contar historias y reflexionar sobre asuntos diversos.

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En 2014 presentó Los hablantes en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) y actualmente exhibe la segunda versión, a manera de instalación de gran formato, en el Museo Amparo. Esta continuación de Los hablantes resulta de una reinterpretación de La historia de dos cuadrados, cuento infantil de El Lissitzky escrito en 1922 que recrea el triunfo de la Revolución Rusa.

En esta conversación Verónica Gerber describe el proceso creativo que acompaña su quehacer artístico.

¿Cómo llegaste a La historia de dos cuadrados y qué te hizo partir de ella para plantear esta continuación de Los hablantes?

Hay un fragmento en mi libro Conjunto vacío en el que puse a los personajes a recorrer una exposición de escrituras asémicas o ilegibles. Esa exposición es un ejercicio de «curaduría»—dentro del libro— que es resultado de una investigación sobre escritura abstracta, cómic abstracto y diversos artistas que han utilizado lenguajes inventados, que he estado haciendo desde hace tiempo. Di con La historia de dos cuadrados en medio de esas búsquedas, pero no lo incluí en ese pasaje.

Cuando empecé a pensar —junto con Amanda de la Garza y Cecilia Delgado, curadoras del MUAC— en la segunda parte de Los hablantes para el Museo Amparo, queríamos resolver varias inquietudes que no pudimos explorar en la primera versión de la pieza. Una de ellas era probar cómo podría funcionar una narración completa, compuesta de varias viñetas en lugar de una micronovela o microhistoria concentrada en viñetas únicas, como sucedía en el MUAC. Fue ahí cuando decidí usar como punto de partida La historia de dos cuadrados del artista ruso El Lissitzky .

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Esta historia ilustra una «confrontación»que concluye con el triunfo de la radicalidad ante el sistema establecido a partir de una ruptura. Planteamiento que ahora relacionas con el contexto mexicano, pensando en tus otros proyectos me parece que este es el de mayor carga política…

Siempre he apostado por una reflexión política o de lo político en las capas subterráneas en la estructura de mis piezas, digamos. Pero supongo que sí, esta es la pieza que hace más evidente su carga política porque toca de forma directa la realidad nacional.

El libro de El Lissitzky es un libro para niños y cuenta en seis cuadros el triunfo del rojo sobre el negro o, en otras palabras, el triunfo de la Revolución Rusa. Al mismo tiempo, me parecía que Los hablantes tenía que dar un paso en otra dirección. La primera versión que presenté en el MUAC tenía que ver con las tensiones sociales que produce la conversación entre personajes que aparecían representados por pronombres personales (esto también es un tema político, pero menos evidente).

Las reflexiones sobre la conversación me habían llevado a pensar en la conversación como un texto colectivo, como un texto comunitario y, ante la realidad que vivimos  todos los días, me resultó imposible no reflexionar sobre cómo esa comunidad de hablantes que alguna vez hubo en México —aunque tal vez nunca la hubo— se ha transformado, roto, fracturado y desgarrado. Y lo que hice, básicamente, fue apropiarme de la estructura del cuento El Lissitzky para reescribirlo con otros personajes y otra historia.

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En tu libro Conjunto vacío abordas el tema de la desaparición desde una historia —en parte ficticia— que involucra a personajes particulares. Para la exposición retomas este concepto llevándolo al contexto nacional, en el que hablar de desaparición resulta muy complejo ¿De qué manera Los hablantes trata esta situación?

Sí, en ambos casos la historia se plantea alrededor de la palabra desaparición. Lo que sucede en Conjunto vacío es que se aborda desde la intimidad de la autoficción y, aunque a los personajes no los desapareció forzadamente un Estado represor, sí desaparecen como consecuencia del exilio. Se trata de violencias distintas, pero violencias a fin de cuentas.

En el caso de Los hablantes la historia tiene que ver con las desapariciones forzadas y los asesinatos, pero también con el miedo paralizador y la pregunta por el futuro de nuestro país.

Me gustaría platicar de «la ausencia»como una constante en tu trabajo…

El año pasado tuve que preparar una charla sobre mi trabajo y, después de darle muchas vueltas, me pareció que la idea del exilio reunía bien todos mis intereses: el exilio como desarraigo, como el estar entre dos espacios. El exilio como ausencia y la desaparición, la invisibilidad, el silencio y el vacío como consecuencias. Incluso la obsesión por fenómenos científicos o matemáticos que puedan explicar todas esas singularidades. El exilio como posición de extranjería y sus lenguas abstractas, la posibilidad de ver desde «otra perspectiva». Esto es lo que pienso ahora, pero quiero imaginarme que —si en un par de años vuelves a preguntarme— la idea habrá cambiado.

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En Mudanza, por ejemplo, describes a la palabra desde el espacio que ésta ocupa. Y pienso en el lenguaje habitando distintos soportes: la hoja de papel o un espacio expositivo. Has comentado que la idea elige su propio soporte pero ¿cómo piensas el espacio entendiéndolo como material de intervención?

Es buena pregunta. Lo primero que hice fue llevar la hoja de papel al muro. Un ejercicio simple, pero que se complejiza en términos de escala. En Los hablantes 2, por ejemplo, ese primer ejercicio se transformó mucho: la hoja de papel–muro se desdobló en tres planos interrelacionados.

Otra cosa que tengo en mente en términos de espacialidad es repensar la idea de muralismo —con toda la tradición mexicana que eso implica— hacia mi práctica, porque hay muchísimas diferencias, por ejemplo: mis murales suelen ser efímeros o ubicarse en espacios poco propicios para un mural, pero siguen siendo murales de alguna forma.

La idea de lo efímero no es nueva, desde luego, pero se suma a otras estrategias que he intentado explorar para pensar las formas de distribución de mi trabajo. Otra de ellas sería, por ejemplo, el tiraje de Conjunto vacío que para mí también es una pieza: cada una de sus copias llega a los lectores–espectadores a través de una librería y no de una galería. La única diferencia ahí es que, como pieza, en lugar de costar cientos de dólares, vale más o menos lo que vale un libro promedio hoy en día en México. Además, ese otro formato (el libro, que obviamente tampoco es nuevo) hace que la pieza exista en otro microcosmos: una mesa de noche, un librero, etc.

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Desaparecer una pieza, borrarla, regalarla o bien «redistribuir su valor monetario»son algunas de las maneras —todavía muy tímidas tal vez— con las que he tratado de pensar cómo el mercado atraviesa mi trabajo, porque esa relación, en este mundo, desgraciadamente es inevitable. Y con esto trato de contestar a tu pregunta diciendo que, además de lo estético, la relación soporte–espacio–distribución no está exenta de decisiones políticas.

Contar una historia a partir de recursos visuales requiere de un espectador curioso, con una intención de descifrar claves encriptadas en las piezas que construyes. De alguna manera hilvanas una complicidad entre tu obra y el espectador.

Para mí fue muy difícil —cuando salí de la preparatoria y entré a La Esmeralda— entender cómo ser espectadora de arte contemporáneo. Todavía hoy hay exposiciones que me hacen sentir «fuera», pero también tengo siempre muy presente el momento en el que una pieza me dio esa pista que me permitió entender dónde y cómo buscar o decodificar las claves de lectura de una pieza o proyecto para poder «entrar», como si hubiera aprendido otro idioma.

Aunque en realidad no conozco su reacción, creo todos estos guiños detectivescos a los que te refieres son una forma de decirle a mi lector–espectador «sé que estás ahí». Una manera, digamos, de generar una relación con aquel que está del otro lado y sin quien nada de esto existiría. Una forma particular de empezar una conversación, para ponerlo en los términos de una pieza como Los hablantes.

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La exhibición estará expuesta hasta el 30 de mayo en el Museo Amparo.

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