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Rio 2016

De hierbajos en Grecia a esteroides en Rusia: breve historia del dopaje

El dopaje ocupa las portadas de los grandes medios debido al escándalo ruso, pero no puede decirse que se trate de un fenómeno nuevo: de hecho, tiene una larguísima —y curiosa— historia.
Ben Johnson wins gold at the 1988 Seoul Olympics // PA Images

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Faltan apenas diez días para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y la organización se enfrenta a una cantidad inabarcable de problemas. Existe una grave preocupación por la criminalidad, por la inestabilidad social y económica de Brasil… e incluso por las enfermedades, especialmente el Zika.

Por si estos problemas externos fueran poco, los Juegos también deben solucionar cuestiones referentes a su infraestructura, a sus servicios médicos —y, muy especialmente, uno de los temas más candentes del mundo del deporte: el dopaje.

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Si el dopaje fuese una especie de enfermedad contagiosa, probablemente Rusia sería un portador del virus. Desafortunadamente para los atletas limpios del país, el trato ha sido bastante severo: después de digerir el descubrimiento del escándalo en noviembre de 2015, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo —IAAF, de sus siglas en inglés— resolvió prohibir a Rusia la participación en Río 2016, una decisión que el Tribunal de Arbitraje del Deporte ha ratificado.

Rusia protagoniza el último escándalo de dopaje en atletismo. Foto de Kay Nietfeld, EPA Images

El dopaje, sin embargo, no siempre ha sido castigado con severidad. Antes de que abusar de nuestra superioridad moral para hablar de los atletas rusos —olvidándonos de ídolos europeos y norteamericanos caídos como Tyson Gay, Lance Armstrong, Marta Domínguez, etcétera—, hay que recordar que el uso de sustancias que mejoran el rendimiento fue el pan de cada día durante muchísimos años.

El dopaje, de hecho, lleva siendo una característica de los Juegos Olímpicos desde la antigüedad: los deportistas han intentado hacerse con una ventaja química sobre sus rivales desde tiempos inmemoriales. Quizá las sensibilidades modernas se ofendan, pero el uso de sustancias para mejorar el rendimiento tiene un precedente histórico enorme.

La evidencia histórica más temprana del cruce entre drogas y deporte viene de la antigua Grecia y de los Juegos Olímpicos originales. En esa época, la competición atlética estaba íntimamente ligada a la idea de ciudadanía, ergo a la capacidad de los competidores de servir a su ciudad como combatientes en el campo de batalla.

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El lanzamiento de jabalina, por ejemplo, deja claro el origen militar de los Juegos antiguos: lo mismo puede decirse de las carreras con escudo (oplon) o de los torneos de lucha. En la antigüedad, los soldados bebían mezclas de hierbas antes de lanzarse al combate para incrementar su fuerza y resistencia; era bastante inevitable que estas prácticas pasaran del campo de batalla a la pista y el gimnasio.

Olimpia, sede de los antiguos Juegos Olímpicos, probablemente estuviera a petar de drogas. Imagen vía Wikimedia Commons

Los antiguos Juegos Olímpicos probablemente estaban llenos de lo que ahora consideramos dopaje, aunque nada indica que mejorar el rendimiento mediante el consumo de sustancias fuera tabú como ahora. Parece más probable que las ventajas químicas formaran parte del evento, una faceta más de la feroz competencia en los Juegos.

También hay pruebas que sugieren la existencia de prácticas parecidas en los hipódromos romanos; quizá el consumo de drogas en el deporte incluso fuese una norma cultural.

Seguir la pista del dopaje deportivo se convierte en una misión muy compleja a partir de la caída del Imperio Romano debido a la oscuridad que rodeó la Edad Media, pero no es descabellado pensar que en la guerra se siguieran usando sustancias para aumentar el rendimiento de los soldados.

Con la llegada del siglo XIX, el dopaje en el deporte alcanzó una dimensión jamás imaginada. Gracias a los constantes avances en la ciencia, la tecnología y la medicina, se produjeron sustancias nuevas, mejores y más efectivas para mejorar el rendimiento. Muchas, sin embargo, eran increíblemente peligrosas, y podían ser letales para quienes las consumieran.

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A finales del siglo XIX se pusieron de moda las competiciones de caminatas de larga distancia. Algunos participantes echaron mano del láudano —un opiáceo adictivo y potencialmente peligroso— para mantenerse despiertos durante periodos prolongados. Pronto, también llegó la moda del ciclismo de larga distancia; los participantes fatigados tomaban anfetaminas —¡e incluso nitroglicerina!— para obtener medios artificiales para seguir adelante.

El ciclista estadounidense Marshall Taylor en una carrera ciclista a finales del siglo XIX. Imagen vía WikiMedia Commons

En 1896, durante una carrera ciclista de seis días en Nueva York, el campeón se negó a continuar aduciendo lo siguiente: "No puedo seguir porque no es seguro, hay un hombre que me está persiguiendo alrededor del circuito con un cuchillo". Lo más probable es que estuviera alucinando debido al coctel de estimulantes que consumió.

Un reportaje del periódico The New York Times de 1897 definía el ciclismo de larga distancia como "una competición atlética en la que los participantes enloquecen y tensan sus cuerpos hasta que sus rostros se contorsionan horriblemente por las torturas que soportan".

El mismo artículo afirmaba que la carrera no era un deporte, sino "una brutalidad". Esa era la realidad del dopaje sin restricciones, que en esa época cobraba a sus víctimas una factura física horrible… y a veces inmediata.

En uno de los casos más famosos de inicios del siglo XX, el corredor norteamericano Thomas Hicks ganó la maratón olímpica de 1904 después de haber ingerido una mezcla de alcohol y estricnina. Al acercarse al final de la carrera, su entrenador, Charles Lucas, le inyectó el químico y le dio un vaso de brandy. Esto le dio el golpe energético necesario: con una inyección más, Hicks cruzó la meta como campeón.

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Desafortunadamente, la estricnina es extremadamente tóxica: la dosis casi mató al atleta. Se dijo que estuvo "entre la vida y la muerte" después de la carrera, aunque se recuperó a tiempo para recibir su medalla. Hicks, eso sí, nunca volvió a competir.

Thomas Hicks, visiblemente agotado después de su triunfo olímpico en 1904. Imagen vía Wikimedia Commons

Fue más o menos por esta época que el mundo del deporte empezó a ver el dopaje como algo negativo. No solo iba en detrimento de la salud de los atletas: también chocaba con el ideal del competidor caballeroso. La idea del atleta "limpio" comenzó a popularizarse, y el rechazo del consumo de sustancias para mejorar el rendimiento empezó a crecer.

Aún así, el uso de estimulantes durante las décadas siguientes está bien documentado; en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, por ejemplo, se abusaba brutalmente de sustancias como la cocaína, la cafeína y las anfetaminas.

No sería hasta los años sesenta cuando las federaciones deportivas comenzaron a prohibir ciertas sustancias; en 1967, el Comité Olímpico Internacional (COI) estableció sus propias reglas acerca del dopaje. Lo que provocó esta reacción, en parte, fue el desarrollo de esteroides anabólicos durante la década anterior y las importantes complicaciones de salud que surgieron entre sus consumidores.

Los orígenes del abuso de esteroides en el deporte pueden trazarse hasta John Ziegler, un médico estadounidense que fue pionero de su uso con el equipo de halterofilia. Gracias a sus invenciones, los levantadores de pesas obtenían una gran cantidad de masa corporal en muy poco tiempo; el problema es que muchos también tenían graves problemas de corazón… y algunos incluso murieron de forma prematura.

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Un joven John Ziegler, cuya enfermedad del corazón estaría vinculada con su experimentación con los esteroides. Imagen vía Wikimedia Commons

Hay que entender el desarrollo de los esteroides anabólicos durante la segunda mitad del siglo XX en su contexto —es decir, en la gran rivalidad de la Guerra Fría. El combate ideológico entre Estados Unidos y la Unión Soviética se trasladó a las competiciones deportivas: los triunfos de estos países eran cantados como golpes propagandísticos cruciales.

En 1954, Ziegler viajó a Viena con el equipo de halterofilia y se hizo amigo de un médico ruso con quien se emborrachó. "¿Qué le estás dando a tus muchachos?", preguntó el americano. Resultó que su homólogo ruso estaba dando testosterona a sus atletas, lo que inspiró a Ziegler a buscar una alternativa más fuerte y efectiva. El estadounidense comenzó a utilizar prototipos de esteroides… y ello provocó terribles problemas de salud en varios de sus deportistas.

Los esteroides y otras sustancias pronto fueron prohibidos terminantemente, pero ello no causó su desaparición; sencillamente, se ocultó su consumo. Se acabó la era del consumo abierto de drogas, pero empezó la del dopaje como trampa sistemática. El uso de sustancias para aumentar el rendimiento se convirtió en un oscuro secreto, expuesto de manera esporádica y con mucho sensacionalismo.

Muchos atletas olímpicos de la Alemania del Este en las décadas de los setenta y ochenta recibieron sistemáticamente esteroides anabólicos desde edades muy tempranas… y ojo, porque estas prácticas no eran exclusivas del bloque soviético: también hubo casos como el de Ben Johnson, que rompió el récord de los 100 metros lisos en los JJOO de Seúl y posteriormente fue descalificado al dar positivo en el test de dopaje.

Seis de los ocho finalistas de esa carrera, de hecho, estuvieron implicados en escándalos de dopaje, incluidos Carl Lewis, Linford Christie, Dennis Mitchell y Desai Williams. En esa época se trataba de algunos de los nombres más famosos del atletismo: sus reputaciones manchadas fueron el testimonio de la pérfida prevalencia del dopaje.

Desde entonces hemos visto como los escándalos del dopaje han consumido a cientos de atletas. A medida que las autoridades mejoran los métodos de detección de sustancias prohibidas, el número de casos aumenta. Michelle Smith, Marion Jones, Justin Gatlin, Asafa Powell… la lista se hace cada día más larga.

Visto con perspectiva, el escándalo que ahora envuelve al atletismo ruso parece apenas una nota al pie —aunque sea bien gorda— en la larguísima historia del dopaje. Las sustancias para mejorar del rendimiento y el deporte de alta competición llevan siglos vinculados… y quizá sigan estándolo en los siglos por venir.

El autor no se dopa demasiado; como mucho puedes pillarle con unas cervezas de más en Twitter: @W_F_Magee