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¡ahú ahú ahú!

Cómo logré sobrevivir a la Spartan Race sin haber corrido nunca una carrera antes

Correr una Spartan Race sin preparación alguna y teniendo como único entrenamiento horas y horas de bares y discotecas es un suicidio... pero un suicidio adictivo.
Todas las fotos son de Tomáš Gál

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Cuando tenía unos 12 años, mi padre me llevó a una pruebas físicas en el hospital. Me dijeron que mi cuerpo no encajaba en el perfil de atleta de alto rendimiento, pero ello no me disuadió: desde entonces me he dedicado a 'entrenado' sin parar… bueno, más o menos.

Mi gimnasio, concretamente, son las discotecas y los pubs de Praga. Mis esfuerzos físicos más significativos se resumen en multitud fiestas y luego, a veces, en afters posteriores en casa. Dada mi enorme 'experiencia' deportiva, pues, decidí que era el competidor perfecto para la carrera más dura de la República Checa.

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Más deporte: Nos adentramos en el mundo de la adicción a lo esteroides

Fui a Bořetice, un pintoresco pueblo rodeado deI viñedos, donde desde el año pasado se organiza una Spartan Race. En primer lugar, y para dejarlo claro, la carrera no es una simple competición de atletismo: es mucho más. Algunos aseguran que se trata de un estilo de vida.

Lo que seguro que es, sin embargo, es una locura. La gente paga voluntariamente la inscripción para esta prueba de 15 kilómetros de supervivencia, que se parece más a irte a Corea del Norte a entrenar con los militares que a una carrera normal. Al llegar, veo las interminables filas de coches y la multitud de personas que se concentra y simplemente flipo.

Aquí aún no sabía lo que me esperaba. Maldita inocencia

Las citas de la película 300 no son accidentales. Todo recuerda al filme. Los altavoces no paran de sonar con la frase típica de la película: "¡Ahú!", pronunciado aquí como "¡Aroo!". Todo está diseñado como si fuera un escenario de batalla y, a simple vista, los participantes tiene pinta de ser extras.

Casi parece, de hecho, que estemos en el congreso anual de gorilas, o en la competición de miss y míster atleta. La masculinidad se cierne sobre el campo como la niebla. Con mis escasos 66 kilos de peso y 180 centímetros justitos de altura, yo más bien parezco una indeseada visita desde Atenas.

Me propuse correr la carrera tomando todos los riesgos. Me hice con mi dorsal, con el chip para medir mi tiempo, me compré una cinta para la cabeza y todo el resto de vestuario para parecer un atleta de élite espartano. Nadie podría pensar que era la primera que hacía y que no tenía ni idea de cómo hacerlo.

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Nos hicimos la foto previa: yo me reía con ese tipo de risa que demuestra estar fuera de lugar. Sonreía para no destacar.

¡Qué bonito tiempo para correr!

Empezó el calentamiento. Me puse al lado de un tipo que aplastaba los frutos secos con la mano para comérselos y que derrochaba confianza por los cuatro lados. Eso me tranquilizó.

La salida fue en masa y yo empecé a correr más o menos a la una de la tarde. Ni pensaba que en la pista ya habían unas mil personas y que el estado de la ruta estaba hecho polvo por eso. Di las últimas instrucciones al fotógrafo y me preparé para comenzar. Alguien lanzó una granada de humo en la salida, después dispararon y una ola de espartanos, conmigo en medio, empezaron su turno.

Corría y saltaba entre los neumáticos de paja. Unos quinientos metros después oí que alguien hablaba. Era por el arroyo, que estaba helado y se tenía que cruzar corriendo un kilómetro con medio cuerpo sumergido en la fría agua. Me metí dentro y me sentí un héroe. La fuerte corriente me arrastraba y el frío era insufrible, pero supongo que por dentro sentía que me acercaba un poco a Leónidas.

Pobrico.

¡Argggg! Qué mejor que un arroyo de agua bien helada para despertarse.

Una vez fuera del agua me quité los zapatos para ir más cómodo y empecé a correr descalzo. Pensé que con esa innovación había descubierto el secreto para hacer una buena carrera, pero solo acabó siendo la mayor estupidez del día. Después de cruzar el arroyo llegó mi peor pesadilla: el barro.

Empezó la misión imposible de correr y deslizarse en el barro, escalar i volver a correr y deslizarse. Hasta tres veces seguidas. Algunos corredores se ayudaban entre sí, otros no. Mientras tanto, francamente estaba disfrutando de aceptar plenamente el papel de soldado, atleta, héroe y por supuesto, absoluto gilipollas. Después vino más barro con el obstáculo de tener que arrastrarse y evitar los pinchos de hierro.

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Que bien se lo pasaron los cabrones amiguetes del público

Más o menos a cada kilómetro había algún obstáculo, y no solo requerían fuerza, sino también ingenio, técnica y habilidad. Obviamente, no tenía ninguna de esas habilidades, porque poseía los conocimientos teóricos, la información y el pensamiento crítico, pero solo con todo eso no era capaz de empujar un peso de diez kilos por una empinada cuesta.

Al cabo de un tiempo, sin embargo, me di cuenta de que, con paciencia y un ritmo estable, lo podía conseguir todo.

La ruta se elevaba a través de los viñedos a lo largo del bosque. A diferencia de la mayoría de los corredores, me paré en lo alto de la colina un tiempo para admirar el paisaje. Creo que fui el único atleta que me había leído la información sobre la zona —muy bonita— en la que se corría la prueba.

Aquí mi cara aún mostraba cierta dignidad, pero me quedaba poco para empezar a resoplar cual asno

Pasé por encima de una red y me tambaleé encima de unos trozos de madera. Me salió bastante bien porque, a veces, salgo a correr. Al cabo de un rato llegué a la zona de control: allí me bebí alguna bebida energética y me tomé un par de geles. Era todo gratis, así que casi fui más feliz por el regalo que por la energía que me dieron.

Empecé a superar a otros atletas: ya llevaba un tercio de la carrera. Estaba en un estado de euforia desconocido para mí hasta ese momento. Después de superar algunos obstáculos me reía en voz alta. Estaba intoxicado de alegría por la forma en que estaba haciéndolo todo. Esa carrera fue un masaje tailandés para mi ego; me pasé los últimos kilómetros repitiéndome que iba a derrotar a aquellos individuos que se interponían. Yo solo lograría vencer al imperio persa. ¡Ahú!

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No se trataba solo del ego, sin embargo. La Spartan Race también iba sobre generosidad: por ejemplo ayudé en uno de los primeros obstáculos a una chica que no podía superarlo. Sorprendentemente confió en mí y dejó su destino en mis manos. Estuve tentado de ser un desgraciado y soltarla en el momento clave, pero la nobleza se impuso.

Aún no me dolían los músculos, pero ahora veo esta foto y me genera una tremenda rabia que hace preguntarme por qué ya me he apuntado a la carrera del año que viene

Al final, sin embargo, siempre llega alguna crisis y la mía se me presentó cuando tenía que empezar a bajar la colina. Me había recuperado en cada punto de control que me había encontrado y, hasta el momento, había podido escalar, subir por una cuerda resbaladiza y hacer rodar en subida unos neumáticos. Pero los kilómetros empezaban a pasarme factura de verdad. Entonces me paré para intentar pensar racionalmente.

Veía a todo el mundo reírse a carcajadas, haciendo bromas y diciendo que el barro era como un balneario. Algunos pedían cigarrillos a unas embarazadas que había de público (!) y otros les preguntaban con cara seria a los voluntarios de la organización si eso era todo, como si no fuera suficiente. Después de que estos les respondieran diciendo que sí, a los que les parecía poca cosa la carrera se marchaban con una expresión de disgusto sincero en la cara.

¡Qué bonitas mis zapatillas antes de empezar!

Mientras yo ya no podía más y no pasaba de trotar ligeramente, me avanzaban corredores locos llenos de testosterona que gritaban sin parar "¡Ahú!". Mis oídos, sin embargo ya no podían más y pensaba que esos gritos no encajaban con el cálido contexto primaveral de magníficos viñedos.

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No sé cómo llegue a la meta, pero sólo después del lanzamiento de jabalina, de pasar por debajo de un alambre de púas y de saltar por encima del fuego supe que había llegado al final. El lema de la Spartan Race es: "Sabrás cuando has acabado", y así es. Al acabar estaba cubierto de barro y físicamente destruido, pero con una medalla alrededor del cuello y un plátano en la mano.

Y así acabaron… aún las estoy limpiando

Una hermosa unidad y fraternidad reinaba por todas partes, y los abrazos y las palmadas en la espalda se sucedían entre desconocidos. No solo soy un joven intelectual, también soy un espartano, soy indestructible, y mi virilidad no conoce límites. De los 1.650 participantes, y sin ningún tipo de formación, acabé en la posición 846.

La Spartan me ayudó a darme cuenta que el hombre es una máquina perfecta que puede hacer cualquier cosa y también me hizo un poco mejor persona…

…al menos hasta que pasaron un par de días y las agujetas me destruyeron por dentro. Retiro todo lo que escribí acerca de esta carrera: es estúpida, es un suicidio y nadie en su sano juicio debería correrla. Por lo tanto, nos vemos el próximo año. ¡Ahú!