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Hockey

El hockey es un reto de velocidad para la mirada

El hockey es un deporte de fragmentos de segundo, y aprovechamos la final de la Copa Mundial para rendirle un pequeño tributo.
Kevin Sousa-USA Today Sports

El hockey sobre hielo es un deporte de fragmentos de segundo. Cada instante que sucede ocupa la atención ubicua de los jugadores. No es muy distinto para el espectador. Un segundo de descuido trae consigo una miríada de eventos que se suceden sin control. A momentos todo en el hielo, por ponerlo en palabras de William Faulkner, "parece discordante e inconsecuente, bizarro y paradójico". Tanto movimiento marea y confunde. En un inicio.

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En un inicio, la velocidad y fuerza y energía concentradas alrededor de un pequeño disco de hule se antojan vertiginosas. Tanto mareo confunde e incluso, enoja. No es fácil desenredar los hilos que entrelazan movimiento, violencia, fuerza y silencio. Porque en el hockey, a pesar de su velocidad, prevalece el silencio que acompaña el hielo —un espacio que suele asociarse a la quietud— y que contrasta con la energía de diez atletas desplazándose insospechadamente.

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Pero, de pronto, el orden surge, "como de en una suerte de remolino caleidoscópico"—Faulkner, de nuevo— emergen patrones que develan la belleza de un juego que, a lo lejos, parece idiota, violento, sanguinario, pero que, cuando la mirada se afina en el registro de sus tiempos y movimientos, cuando se acerca lo suficiente, se intuye no sólo interesante y complejo, sino estético.

Las lógicas del juego son sencillas una vez que se pueden articular. Al respecto, en vez de buscar elementos específicos, hay que rastrear conjuntos: algunos jugadores intercambiando posiciones en medio de la zona ofensiva, otros más construyendo ciclos de reproducción de movimientos –cycling, a los que mi novia, con muchísimo humor y belleza, llama "GIFs malévolos"– para tratar de generar opciones de gol, etcétera.

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A diferencia de otros deportes, las competencias internacionales de hockey no giran alrededor de una copa del mundo preciadísima, peleada en un evento al que todas las personas voltean a ver. Si acaso, en los Juegos Olímpicos de invierno, en medio de diversos deportes, se le presta atención a uno o dos partidos de hockey sobre hielo; privilegiando, por supuesto, aquellos encuentros en los que participen los países que se intuyen relevantes para el deporte: Canadá, Rusia, Estados Unidos. Sin embargo, en un esfuerzo por darle su propio peso al hockey internacional, este año se decidió revivir la extinta Copa del Mundo (WCH en inglés) que, de ahora en adelante, tendrá una periodicidad de cuatro años, como los eventos similares de otras disciplinas.

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Foto por Kevin Sousa-USA Today Sports

Las últimas semanas se llevaron a cabo las primeras rondas de la WCH que terminaron en dos finalistas, próximos a enfrentarse esta semana: Canadá, el equipo favorito desde antes de la competencia, y Team Europe, claros underdogs del torneo. La final, una serie de tres juegos, presta una oportunidad para observar a dos de los equipos más interesantes no sólo del mundo, sino de la historia de este deporte.

La WCH tiene peculiaridades que vale la pena señalar. Por un lado, el número de países participantes (8) es menor que el de Juegos Olímpicos (12). Esto supone mayor competencia –los países que llegan tienen mayor probabilidad de ganar o, por lo menos avanzar en la eliminatoria–, sobre todo cuando consideramos que es un deporte dominado por tres naciones. En esa misma veta, se incluyeron dos equipos combinados: Team North America, un conjunto de jóvenes estadounidenses y canadienses de menor experiencia que la de los jugadores de sus equipos nacionales; y Team Europe, un equipo de jugadores europeos de los países que no calificaron al mundial.

Foto por Geoff Burke-USA Today Sports

Al igual que en el futbol, las competencias internacionales permiten ver combinaciones inimaginables de jugadores para los seguidores de la NHL (liga profesional del hockey sobre hielo); particularmente las de los equipos de Canadá y Estados Unidos, que albergan, casi sin duda, a los mejores jugadores del planeta, nada más por cuestiones de proximidad territorial a la liga. El renacimiento de la WCH supone un interés por poder ver de manera más constante y profesional a estos equipos que casi siempre regalan espectáculos increíbles sobre el hielo.

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El hockey sobre hielo es un deporte de fragmentos de segundo. De un instante a otro, todos los jugadores sobre el hielo se reacomodan. Una trenza preciosa–en la que tres delanteros trazan parábolas casi perfectas para cambiar de lugares de un extremo de la pista al otro, acompañadas por dos o cuatro pases–hace imposible situar un foco específico en la jugada, en un lapso de dos o tres segundos. Rompimientos desde la zona defensiva obligan a los cinco atacantes a regresar a su portería para detener un gol que puede ser anotado en algo así como siete segundos. No hay forma de predecir los movimientos en el hielo de ambos equipos. Cada momento de un partido está cargado con la posibilidad de rearticularlo todo de manera instantánea. Cada pulgada, cada movimiento, lleva en sí misma la probabilidad de descontrolarlo todo automáticamente. Todo en el hockey es "fluido, rápido, sin esfuerzo".

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No es fortuito que Canadá sea el equipo predilecto en el marco de la WCH. Sus seleccionados no sólo son los mejores jugadores de este torneo, sino de la NHL–la gran mayoría son los capitanes de los equipos más competitivos de toda la liga. Son un equipo rápido y creativo, que entiende los fervores nacionalistas y la importancia de este deporte para la construcción identitaria de ese país. El cliché del canadiense buena ondita, con camisa de leñador, que aprende a patinar sobre hielo a los tres años y dedica su vida entera al hockey de estanque, no es uno que les moleste. Por el contrario, se asume de tal forma que cada derrota a nivel internacional –o incluso dentro de la liga, como fue en 2011 cuando los Canucks de Vancouver perdieron la final contra los Bruins de Boston, y su ciudad terminó, literal, en llamas– trae consigo consecuencias catastróficas.

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Foto por Charles LeClaire-USA Today Sports

Pero los canadienses no son favoritos sólo por patrioteros. A lo largo de la WCH han demostrado, cada partido, un dominio absoluto de cada aspecto del juego. Velocidad, inteligencia y fuerza son tres ingredientes que en cada uno de los jugadores de este equipo son palpables. Dominan cada pulgada del hielo, a cada momento. Todos sus goles en este torneo han sido tan extraordinarios que parecen posibles sólo por medio de buena suerte, a pesar de que se deban a la precisión y el cálculo. Los canadienses esculpen cada instante y cada espacio de cada una de sus jugadas.

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El hockey es un deporte de fragmentos de segundo. Esto obliga a que sus practicantes aprendan, desde jovencitos, a considerar la mayor cantidad de escenarios posibles en la menor cantidad de tiempo. Pero eso implica, sobre cualquier otra cosa, disciplina. Entender que el trabajo colaborativo es más importante que el reconocimiento personal. Y eso implica, sobre cualquier otra cosa, combinar destellos de espontaneidad con rigor adamantino en el juego. El jugador de hockey que se construye a partir de desplantes y explosiones se vuelve predecible y fácil de neutralizar con sistemas ordenados y disciplinados de juego. Un equipo se construye desde un planteamiento sólido que se adelante, en la medida de lo posible, a la audacia del adversario. La sensatez, bien articulada, puede llevar al desbalance oportuno del rival, a buscar los resquicios del contrincante, para soltar el flechazo preciso, en vez del bombardeo excesivo.

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Team Europe es un equipo hechizo que, como antípoda involuntaria de los canadienses, ha tenido que construirse una identidad. A pesar de que se podría abogar por la idea de una identidad europea colectiva, el hockey no es un deporte que suela aglutinar al continente, salvo por sus obvias excepciones: Suecia, Finlandia, Estonia, etcétera. De tal modo, es un equipo que ha buscado su inspiración fuera de lo patriotero.

La mayoría de sus jugadores están conscientes que fuera de este combinado no tendrían acceso a ser competitivos a una escala internacional. La mayoría juega en la NHL, pero son parte de selecciones nacionales que ni siquiera participan a nivel olímpico –si lo hacen, es desde las posiciones más bajas de la tabla. De ahí que se haya construido una identidad a partir del juego mismo.

Anze Kopitar. Foto por Jean-Yves Ahern-USA TODAY Sports

El promedio de edad de Team Europe ronda los treinta años. Muchos de sus jugadores son veteranos de la NHL, y algunos también capitanean sus escuadras; no por su agilidad, sino por su paciencia, inteligencia y ecuanimidad. Son, más que destellos de talento y agilidad, dignos representantes de parsimonia; es decir, son jugadores que saben lo que hacen y que saben lo que tienen. No es que su hockey sea poco interesante, sólo que es un hockey disciplinado, demasiado disciplinado para los estándares de velocidad y agresividad a los que el espectador de hockey está acostumbrado.

El capitán de Team Europe, el esloveno Anže Kopitar, dijo sobre su equipo: "No podemos hacer un run-and-gun –jugar a la velocidad y el ataque– con estos equipos. Tenemos que ser pacientes, esperar las oportunidades y ayudar a nuestro portero. Tal vez no es lo más atractivo. De hecho, es aburrido, pero funciona". El equipo europeo sabe que no puede competir con el talento y la velocidad y la espontaneidad de los canadienses, pero, sin duda, están conscientes que la disciplina y el orden y la calma –en un deporte que parece vorágine pura– son la clave para intentar ganar un torneo en al que entraron descartados.

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El hockey es un deporte de fragmentos de segundo. El tiempo dentro del hielo no existe, o no como es percibido en el mundo ramplón y silvestre. Algunos segundos se dilatan casi al infinito y, otros más, se contraen. El tiempo dentro del hielo oscila perpetuamente, entre lo breve y lo enorme, a lo largo de los sesenta minutos de cada partido. La mirada no puede acompañarlo más que fragmentariamente.

Raúl Bravo Aduna es ensayista y editor, síguelo en Twitter.