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América debuta entrenador y gana en casa

El primer partido del nuevo entrenador del América fue, al hacer las cuentas, inmejorable.
Foto: Héctor Vivas/STR

El América de Ricardo La Volpe se estrenó con triunfo ante inmejorable rival. Dos goles que encontraron a Pumas todavía en el vestidor fueron suficiente para que los de Palencia no pudiesen responder —aunque lo intentaron, mostrando su versión más convincente del torneo—. El bigotón, de mirada escalofriante, soportó el chaparrón al borde de su zona técnica ataviado con un rompevientos sin gorrito; fue esa figura de película de terror que se mantiene bajo la tormenta sin mover un dedo, con la mirada atenta sobre la próxima víctima. Como marcado por una fuerza superior, cayó un rayo en el centro del Coloso y América comenzó la salida de balón lavolpiana: dos centrales abiertos y el mediocentro bajando. La fiesta comenzó.

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William da Silva hizo el primero, Pablo Aguilar el segundo y Oribe Peralta se perdió el tercero, el cuarto y el quinto. El América actual no es capaz de alinear constelación alguna sobre la grama, pero sabe que el escudo juega siempre —y aún con playeras insípidas y deslavadas como la actual, la insignia pesa igual—. Quizá Pumas habría remontado el encuentro de anoche frente a cualquier otro rival que se encerrase en el área y no consiguiese hilar contragolpe alguno, pero jugaba frente al equipo que goza de un idilio impresionante con los últimos minutos. América tira de grandeza cuando quiere, cuando los partidos se consumen y cuando las piernas de los mortales no pueden dar más: si hay que soportar el asedio, se soporta; si hay que conseguir la proeza en el último suspiro, se gana.

La afición jugó también, de ambos lados. Acá la situación es que el graderío universitario pocas veces ha encontrado correspondido en el campo el éxtasis que cada noche grande emana. Empujan a un equipo que no se deja empujar. Del otro lado: lo de siempre; de alguna manera el vamos América es recitado en cada rechace de los centrales. La simbiosis de siempre. Volvemos a lo mismo: a tirar de grandeza tanto cuando llevas el peso del partido como cuando has de defenderlo como gato boca arriba. En 1998 nos quedó claro aquel mantra de que a la Selección Alemana había que matarla varias veces para llevarse los tres puntos —Luis Hernández se negó a hacerlo y los goles de Klinsmann y Bierhoff nos sacaron del Mundial—; con los azulcremas pasa lo mismo. Vuelve siempre: a través de decisiones tácticas o del vamos América, pero vuelve siempre.

Pumas y América no dejaron cosas que desear a pesar de representar proyectos nuevos. Si bien es muy pronto para medir al conjunto hoy comandado por La Volpe, se vieron ciertos mecanismos tácticos —sobre todo en salida de balón— que agilizaron el funcionamiento e hicieron más líquida la circulación de pelota. Será interesante qué pueda lograr el histórico estratega con la plantilla de mejor nivel que ha dirigido en bastante tiempo. Por otro lado, Pumas mostró cierta ambición que en encuentros como visitante le había faltado; el esqueleto sigue siendo frágil, pero de pronto la confianza propia resulta ser a prueba de balas. Palencia es estratega con nombre propio en el pasado reciente de la institución, y lo sabe: continúa moldeando un equipo coherente con lo que él era en la cancha, de pronto no saben a dónde empujar pero empujan igual. Van arriba sin las ideas demasiado claras, pero con la confianza de que algún rebote irá para adentro. Corren y corren, sin saber muy bien a dónde pero a máxima velocidad. Al final, por supuesto, se gane o se pierda, aplausos al graderío. Palencia sabe muy bien cómo hacer tiempo manteniendo la sonrisa en el aficionado mientras atisba su idea