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Noisey

Reflexionamos sobre las bromas de Dean Blunt, el mejor troll de la escena musical británica

No hay artista que represente la tradición tan británica del troleo que el enigmático artista y músico londinense Dean Blunt

Los británicos, como pueblo, son los mayores bromistas del mundo libre. En las islas anglas se producen bromistas al mismo ritmo que China produce acero. Sí, vale, puede que la mayoría de nosotros veamos el futuro color gris cenicero, pero la magnífica tradición del troleo tenaz y las bromas pasadas de rosca nunca pierde fuelle.

Y hablando de bromas, no hay artista que represente mejor esta tradición tan británica que el enigmático artista y músico londinense Dean Blunt. A lo largo de los años, Blunt se ha forjado una reputación de artista brillante e ingenioso en gran variedad de medios: ha publicado álbumes excepcionales y eclécticos y vídeos abstractos, actuado en espectáculos en directo extravagantes y totalmente impredecibles y ha protagonizado un par de obras de teatro que se suspendieron. Pero además de esa maravillosa faceta artística, Blunt se ha alzado como el campeón indiscutible y peso pesado del diabólico arte de gastar bromas: ha declarado a los periodistas curiosos que iba a dejar la música para dedicarse a la lucha, ha vendido hierba en eBay y ha boicoteado varias ceremonias de entrega de premios, por mencionar solo algunas de sus hazañas.

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Por supuesto, Blunt nos odiaría a muerte si se enterara de que las calificamos de «bromas». «Todas esas caras sonrientes, pensando que vas a soltar algún chiste antes de actuar. A toda esa gente quiero decirle que no es divertido, no es una puta crítica». Pero lo vamos a hacer de todas formas, porque su peculiar forma de trolear a menudo constituye una forma de abrir un diálogo sobre temas complejos como la raza, la percepción y, como el mismo Blunt ha señalado, las asunciones presuntuosas y el «conocimiento prefabricado de la izquierda liberal».

La esencia de su humor es increíble. El enorme segurata negro e impasible que se lleva a todas sus actuaciones es, en sí mismo, un gag visual a lo WWE, además de una forma de incluir otra cara negra entre la multitud de hipsters blancos que suelen conformar su público.

Hemos seleccionado unas cuantas de sus mejores bromas. Aquí van.

La vez que montó una exposición de arte que realmente consistía en una selección de imágenes del archivo de Getty Images y un penetrante ruido blanco de fondo

Fotografía de Mark Blower, Cubbitt Artists

Me ha parecido oportuno empezar con su obra maestra más reciente, que además tuve el placer de visitar personalmente. Mientras paseaba entre bolsas de tela y gorros de punto, el molesto sonido blanco iba creciendo en intensidad. Ahí estaba, plantado delante de una foto de Getty Images de una pareja rancia sonriendo bobaliconamente mientras toman un café. Y ya. La exposición estará hasta el 28 de febrero y todavía no soy capaz de decir si deberías ir a verla o no*, que supongo que es precisamente lo que busca Blunt.

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* Vale la pena, sin duda. Creo.

La vez que boicoteó los Premios NME enviando a un tipo cualquiera a la ceremoniA

La nominación de Blunt para el premio «Phillip Hall Radar Award», reservado para recién llegados destacados fue bastante sorprendente por dos motivos: A) se entregó el premio a un candidatos realmente destacable y de izquierdas, para variar, y B) que se calificara a Blunt de «recién llegado» cuando lleva casi diez álbumes a sus espaldas.

Los aplausos se fueron apagando poco a poco y un tipo negro y calvo ataviado con una chaqueta indie totalmente anacrónica subió al escenario visiblemente emocionado. Mientras recogía el premio dio las gracias a Dios y a NME por «haberlo conseguido, finalmente». Los medios de comunicación más respetables no tardaron en hacerse eco del momento con infinidad de publicaciones…

El único pequeño detalle era que el que fue a recoger el premio no era Dean Blunt, sino un tipo cualquiera al que había enviado para quedarse con todo el mundo. Un tipo cualquiera que los medios –incluyendo la propia NME en su blog– tomaron por el verdadero Dean Blunt. Si la pregunta que el artista planteaba en esta ocasión era «¿Hasta qué punto saben de mí y de mi trabajo?», la respuesta no pudo ser más clara.

La vez que fingió quedarse ciego durante una entrevista en Rinse FM

«Tengo cataratas en el ojo izquierdo, estoy medio ciego. No veo nada por el ojo izquierdo». Esa fue la respuesta de Blunt cuando le llamaron la atención por quebrantar la norma de «No soltar tacos», indicándole que había un cartel a su izquierda que lo advertía. Oye, quién sabe, quizá el hombre tiene cataratas de verdad.

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La vez que intentó vender Mini Coopers de juguete llenos de marihuana por eBay

No pasa nada si no tienes ni idea de lo que implica que Blunt venda coches de juguete repletos de maría y con el logo de una inmobiliaria del Reino Unido porque, ¿sabes qué? A nadie le importa. Ponte a buscarle un significado más profundo o lecturas ingeniosas, si quieres. ¿Los Mini Cooper nos están comiendo la cabeza? ¿The Italian Job es mala? ¿Los coches son malos? ¿Los coches molan? Aunque de vez en cuando está bien aceptar una broma por lo que es, sin más.

La vez que publicó un libro en el que solo había tickets de clubs VIP carísimos

En abril del año pasado, Blunt suscitó miradas de desconcierto de muchos y sonrisas de complicidad de unos pocos con la publicación de «Cîroc Boyz: Vol. 1», un libro de 30 páginas con una cuidada encuadernación, ideal para decorar mesas de centro, en el que el artista «da cuenta de los gastos excesivos que se producen en los clubs VIP más populares del panorama del hip hop». Pese a no ser más que una colección de tickets que suman un total de 156.000 dólares en caprichos de lo más estrafalario, un crítico lo calificó como una obra «grotesca al tiempo que remotamente profunda, como el propio Blunt». En mi opinión, desde luego, es mejor que Los juegos del hambre.

Y, por último, esta historia

Tal como lo explicó Dean Blunt a The Wire en 2014: «Mi discográfica, Hippos in Tanks, nos pidió que actuáramos en la fiesta del 50 cumpleaños del tipo que inventó los cigarrillos electrónicos. Se acababa de divorciar. Tenía una mansión enorme en Fort Lauderdale, en Florida, en la que James y yo actuamos. Sesiones nonstop de polvo blanco. Incluso había contratado a paramédicos con vías intravenosas para que no parara la fiesta. En el segundo día, había planeado lo que él llamaba «Cincuenta es mi fantasía»: había contratado a un grupo de chicas de la noche y había alquilado una isla entera. Todos sus amigos estaban allí. La historia básicamente consistía en perseguir a las chicas por el bosque como si fueran perros. Todo aquello fue idea de Hippos in Tanks. Fue superintenso, y mientras perseguían a las mujeres, sonaba música de Billy Joel por megafonía. Fue surrealista y bastante asqueroso, la verdad, pero a la vez resultaba poderosamente atractivo. Hay cosas en la vida que superan todo razonamiento».

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