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Entonces llegó el grunge y ahora sí. Aquella sí era una escena que te hablaba de tú a tú. No la formaban traficantes de drogas con diez mujeres y veinte hijos repartidos en la colonia. Ni tipos con el pelo lleno de gel y cocaína hasta las cejas. Los de Seattle podían parecerse a tus amigos perfectamente, eran tipos igual de grises, negativos y predecibles, tenían la misma falta de entusiasmo y atrevimiento y no era difícil reconocerse en esas caras con pinta de tener poca actividad sexual y mucha tendencia a la depresión. Estaban hundidos, o eso decían, y eso, por extraño que parezca, te hacía sentir bien.