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Activo Psicoactivo

Cuatro preguntas que te haces cuando consumes drogas después de los 30

Un experto colombiano nos invita a construir una nueva generación de consumidores de drogas que supieron defender su placer y a la vez llegar sanamente a viejos.

Después de los 30 vienen los asados de desenguayabe, vienen las terrazas con blodymary y gafas de sol, y, sobre todo, viene la cama rodeada por cajas de domicilio regadas en el piso. En cada uno de estos eventos, la frase más recurrente es la siguiente: "A los 20 años se podía rumbear tres días y descansar uno. Pues ahora solo se puede rumbear uno y reponerse en tres". Y sí. O al menos algo así: según los estudios de consumo de drogas, el mayor rango de edad de consumo es entre los 18 y los 24 años. Es decir, después del primer consumo, que se da entre los 15 y los 17, viene la experimentación, el abuso, las mezclas, la fritera.

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El asunto es sencillo: esa etapa es la transición hacia la vida adulta y madura, es el ingreso a la universidad o al mundo laboral, es el acceso al dinero propio y ganado, es la libertad de informar que no se llega a casa y punto, es la época de las neuronas frescas, ávidas de explorar sus interacciones. Dicho mejor: ya has definido una identidad de joven-adulto que quieres socializar en una fiesta, amenizada por un DJ, estimulado por la droga.

Pero esta época no dura mucho. Algunos golpes irrepetibles a la moral, las buenas costumbres, la seguridad y el cerebro te hacen tomar medidas frente al consumo. ¡Ya no hay que ir tan lejos! Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 90% de los usuarios supera esta etapa y entra a engrosar el club de los consumidores no problemáticos, que son las personas que tienen una droga de predilección, administran sus tiempos y sus recursos para llegar a los 30 años con un consumo funcional, socialmente aceptado —o escondido—, que en unos casos se va desvaneciendo poco a poco hasta el abandono o, en otros, estabilizándose hasta convertirse en habitual. El restante 10%, por el contrario, no llega a los 30, termina en la calle, sostiene una fuerte adicción en secreto o le toca abandonar el consumo radicalmente (con tortura en centro de rehabilitación o voluntariamente) porque se le comienza a joder la vida.

Ahora, ¿qué le pasa a quienes les da por comenzar después de los 30?

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Veinte años metido en las drogas —como objeto de estudio, por supuesto— me permitió ver cómo cambian las prioridades de los consumidores y cómo se transforman sus experimentaciones con el paso del tiempo. Gracias a esta oportunidad he podido llegar a descubrir cuatro claros patrones en el consumo primerizo de aquellos mayores de 30 años. Acá están.

Una pepita para hacer el amor

El sexo no sólo es una de las principales motivaciones para el consumo de drogas legales (alcohol y viagra, por ejemplo) sino también ilegales de todo tipo. Es una de las grandes razones por las que un treintañero se arriesga a probar drogas.

En los últimos 10 años se ha desdibujado el mito terrorífico que dice que el que prueba termina en la calle. Muchos de los miedos y los riesgos frente al consumo de drogas son infundados. Además, en los entornos sociales (fiestas, sobre todo) cada vez más personas asumen su consumo y son socialmente activas y respetadas.

Echarse un polvito de sensaciones con marihuana, llorar el orgasmo con la felicidad del éxtasis, acariciar hasta el cansancio con LSD o romperse el culo con perico acompañado de un poperazo de vez en cuando ya dejaron de ser actividades extrañas y pervertidas para convertirse en diálogos educativos con amigos y conocidos (eso sí, generalmente mayores de 30). Nuevas sensaciones, salvar noviazgos o matrimonios, noches para olvidar de sexo salvaje, se han convertido entonces en la principal motivación para el consumo de drogas después de los 30 años.

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¿Y cómo actúo frente a mi familia?

Ya a los 30 años la mayoría ha logrado un nivel de destete familiar que le permite una autonomía en lo que hace, gústele o no a la familia. Muchos viven fuera de la casa de los padres, tienen pareja, viven solos y pueden hacer fácilmente lo que les da la gana. Sin embargo, ¿saben sus respectivas familias en qué andan metidos? Si una persona no pudo resolver bien el tema del consumo de drogas con sus padres después de los 30 años, no podrá resolverlo bien con sus hijos que entran a la adolescencia y cada vez más pequeños se exponen a las drogas.

La respuesta es muy sencilla, si a usted le fue mal, no haga lo mismo, si a usted le fue bien, haga lo mismo o por lo menos algo parecido. Ya sabemos por la casa, por los amigos y por los estudios que excluir, maltratar, señalar, regañar, pegar al igual que "hacerse la hueva" o ser demasiado permisivo, solo empeora las cosas. Lo mejor siempre es el diálogo, sobrellevar la experiencia, prepararse para "esa primera pillada" —ya sea que usted pille o a usted lo pillen— y hablar de frente y sin tapujos de riesgos, daños, leyes y placeres.

Recuerdo el día en que la madre de un amigo lo cogió en las escaleras saliendo a su rutina secreta y nocturna de fumarse un porro en el parque y le dijo: "¿Qué se va a ir para la calle a fumar con este frío? Hágale en su cuarto, yo le subo un chocolate, pero abra por favor las ventanas que yo sí no quiero".

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¿Debo defender la regulación de los mercados?

Salir del clóset no es fácil. No es sencillo asumirse como consumidor. Menos cuando las políticas que combaten la droga lo consideran a usted un delincuente si carga más de la dosis mínima o lo tildan de enfermo si se fuma un porro, y mucho menos cuando el entorno social lo hace esconderse, por miedo a que lo despidan del trabajo o sus amigos lo dejen abandonado.

Salir del closet, insisto, no es fácil, pero por lo menos no lo haga más difícil para quienes desean hacerlo. Hable en tercera persona, infórmese y dialogue, tome decisiones coherentes, no lo acepte, pero tampoco lo niegue. Siéntase un militante silencioso de la causa que no puede ser reconocido. Tantee el territorio social en el que se mueve y vaya paso a paso.

¿Se me pegó la aguja?

Tener problemas con el consumo de drogas no es necesariamente consumir todos los días —aunque es un síntoma muy diciente—: puede hacerlo cada quince días y hacer un oso monumental, agredir personas, pasarse de la raya y terminar tirado cada vez que lo hace. Así mismo, puede decir que no tiene problemas con nadie, que todo mundo sabe, que "es mi plata", que lo que importa es el talento, pero a la final, tener que oler, chutiarse, beber o fumar todos los días es claramente un problema. Las drogas no lo matan a uno necesariamente de una sobredosis: casi siempre son muertes crónicas y agónicas por el consumo habitual y recurrente, o accidentes derivados del consumo: bien sea que uno muera atropellado, golpeado en una pelea o estrellando su propio carro.

Ni antes ni después de los 30 años carnavaliarse cada ocho días con tandas de 24 horas seguidas es bueno: eso no se siente a los 30 pero sí a los 40 y el daño para ese entonces ya es irreversible. Después de los 30, cuando se ha tenido un consumo continuado de drogas cada ocho días, se olvida lo bonita que es la lucidez, pero cuando usted logra abstenerse de consumir por periodos de tiempo, se nota cómo la mente se refresca, el cachete se pone colorado, la piel vuelve a ser suave y tersa, el sudor no huele a químicos, los ojos brillan, el estado de ánimo mejora, el corazón, pulmones, riñones e intestinos funcionan normalmente, la taquicardia desaparece y el gusto en la boca reaparece. Con 21 días usted tiene una buena limpieza. Inténtelo, así le toque abrirse.

De los maestros se aprendió hace mucho tiempo que "menos es más" y tener espacios prolongados de no consumo, para luego privilegiar una sustancia en una ocasión especial, con todas las condiciones óptimas, es una experiencia inolvidable que no se da cada ocho días de consumo. Así pues, como el bono demográfico en Colombia aumenta y ya nos somos un país de jóvenes de 23 años como lo dijo el Censo de 1993, sino un país de jóvenes adultos de 28 años como lo dijo el censo de 2005, hay que tomar medidas para que en 10 años tengamos unos consumidores felices, sanos, divertidos, que no niegan su consumo y que tampoco se les nota la pasadez. Una nueva generación de consumidores de drogas que supieron defender su placer y a la vez llegar sanamente a viejos.