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Despertarse en una piscina

Hay una noche en la que alguien te recuerda que no conoces los límites de tu cuerpo. ¿Tienes lo que hace falta para tener ese tipo de intimidad?

Depilarte las piernas y lavarte con esponja y jabón de lavanda porque lo vas a ver. Ya lo viste una vez y solo te acuerdas de su sonrisa, la cabeza despeinada y un abrazo cómodo (él dirá que ya se habían visto antes de eso). El encuentro será estrictamente profesional. Estará despeinado, serio y sonriendo con los ojos. Seis whiskeys y cinco horas más tarde, en otro lugar y otro vaso en la mano, le preguntarás -como sueles hacer- si pierdes el tiempo coqueteándole. Él dirá que nunca. Hablarán de tu novela, le dirás que es suya si va por ella. En el taxi le dirá al conductor que van para tu casa.

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En tu casa solo te dará tiempo de poner música y sacarte las botas, y comenzará a besarte como no lo han hecho desde hace más años de los que quisieras acordarte. Le vas a jalar el pelo de la nuca y te va a llevar a tu cuarto, donde pasará horas dentro de ti. El tiempo se va a desdibujar. Dirá que la gente casi no besa, y que quienes lo hacen no lo hacen bien. Cuando no te esté besando te pedirá que lo hagas tú. Te vas a mojar. Mucho. Te ha pasado dos veces antes. Normal. Se quedarán dormidos y él pondrá una pierna entre las tuyas. Por la mañana saldrá corriendo quince minutos antes de las diez porque van a arreglar algo en su casa. Te dará dos besos en los labios y te dirá que eres una atleta. Se irá sin el libro que nunca le diste.

La segunda noche un pequeño grupo se reunirá en tu casa antes de salir a trabajar. Cuando le abras la puerta va a sonreír, y tú también. Se van a dar un abrazo que a ti te parecerá que festeja la noche anterior. Va a mirar tus libros de la A a la C y se quedará observado tus paredes decoradas. (Al día siguiente tú te pararás donde él se paró, y te vas a sentar donde él se sentó para mirar lo que él vio). Más tarde, cuando estén en su lugar de trabajo, solo lo verás mirándote tomar agua del pico de una botella que él te dio. Y luego, por segunda vez, lo verás sonreír para ti. Cuando hayas creído que se fue y no habrá una segunda noche para mojar las sábanas, vas a reconocer su camiseta verde entre la gente. Te vas a parar frente a él y le vas a decir que lo que más ganas tienes es de jalarle el pelo. Pondrá los brazos sobre tu cintura y te va a jalar hacia él. Te va a decir que durante el día pensó en la noche anterior, en la forma como te mojaste, y te va a dar más besos de esos que da la gente cuando tiene sentimientos. El tiempo se va a desdibujar.

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Te jalará una mano en dirección a la salida, en dirección a tu casa, y no va a dejar que te despidas de nadie. En el taxi se enredarán en manos, abrazos y lenguas como no te gusta hacer frente a un conductor. En tu casa no te va a dar tiempo de poner música, y te pedirá que prendas una luz para que, a diferencia de la noche anterior, esta vez sí te pueda ver. El tiempo se va a desdibujar. Y esta vez tu cuerpo va a reaccionar al suyo como nunca lo había hecho. Jamás. Vas a eyacular durante casi todo el tiempo que esté dentro de ti y así de largo será tu orgasmo. Él, imbatible e incansable, se maravillará con tu placer que es suyo. Va a comenzar a gemir emitiendo pequeños gritos entrecortados, con el tono del jovencito que ya no es. Su orgasmo va a ser el final del tuyo y se van a quedar dormidos todavía enredados.

Cuando vuelvas a abrir los ojos a las diez de la mañana, te vas a encontrar con una cama mojada en la que jamás habías amanecido. Vas a acercar tu nariz a las sábanas y el olor será casi dulce, casi inexistente. Él dormirá dándote la espalda en la única esquina seca del colchón. Entenderás exactamente qué pasó, y te repetirás a ti misma que nunca había pasado. Que nunca había sido así. Vas a tocarle la barriga dura y una pierna y te va a sorprender la piel suave que debió tener hace veinte años. Se va a despertar preguntando qué hora es.

Quizá borracha todavía, agotada, tendrás los ojos cerrados mientras se viste y entra al baño. Dirás: el libro. Él va a preguntar si quieres escribir algo y tú -que siempre sabes qué palabras usar y prometiste hacerlo al final de la noche, aún no sabes qué escribir- no le vas a responder y apretarás los ojos cerrados. Se va a sentar en el borde de la cama y tú te vas a incorporar a su lado. Va a tener el pelo mojado. Le vas a preguntar por qué se va, y dirá que a descansar, y que tú también deberías hacerlo porque eres una atleta que además amaneció nadando. Va a sonreír y tú también. Se van a dar tres besos en los labios con los ojos cerrados, mientras tú le tocas una oreja. Entonces se irá.

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Cuando estés sola vas a entender que no conocías tu cuerpo como creíste que lo hacías. Te vas a quedar sentada en tu cama mojada con las cobijas cubriéndote las tetas como si alguien pudiera verte, y vas a sentir una inmensa tristeza. Te vas a sentir vulnerable, expuesta, avergonzada. Vas a llorar y empezarás a preguntarte -por primera vez desde que comenzaste a coleccionar amantes- si tienes lo que hace falta para tener ese tipo de intimidad con alguien a quien no conoces. Te vas a dar cuenta de que lo que pasó con él no había pasado jamás. Bajaste la guardia.

Creías que solo entregabas lo que querías dar. Creías que conocías los límites de tu cuerpo. Te acostumbraste a follar buscando el placer que hace falta cuando no se tiene una pareja estable o un amante permanente. Te aprendiste los pasos. Se toma alcohol. Te acercas a él despacio. Le muerdes la boca. Se dan unos besos secos, tiesos. Te coge las tetas. Te besa las tetas. Te penetra. Aprendiste a estar en control. Siempre. Segura de que si no la usas, la vagina se va a oxidar, la mantuviste lubricada y ocupada en un perpetuo desfile de penes que debían retirarse después del orgasmo. Como las putas, aprendiste a follar sin besar. Comenzaste a morder y los besos perdieron importancia, nadie volvió a pedirlos y tú dejaste de anhelarlos.

Veinticuatro horas antes conocías el piso sobre el que caminabas y ahora sientes que no tienes dónde pararte.

Son sabias las putas.

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Bonus: Hace un par de meses, le pedimos a un amante casual de Virginia que escribiera los pormenores de una fatídica noche de sexo entre los dos. Virginia hizo el mismo ejercicio. Ninguno de los dos conocía la versión del otro. El resultado del experimento es fascinante.