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La plaga

La peste bubónica contraataca (Parte 3 de 3)

El temor más grande, es que la población urbana de Madagascar sea un conducto para que la epidemia de la plaga se extienda de una manera que el país nunca ha visto.

Dos niñas de Beranimbo, testigos directos del brote de la plaga  .

Da click aquí para leer la primera parte del reportaje.

Da click aquí para leer la segunda parte del reportaje.

Los primeros habitantes de Antananarivo se establecieron en lo más alto de las montañas, que después se extendió en tres zonas diferentes que forman una Y. Esta región no la escogieron por la vista agradable sino porque les brindaba una ventaja táctica de 360 grados sobre los invasores hostiles. Conforme la ciudad creció y se desarrolló, la población se extendió hacia las faldas de las montañas y se crearon los valles en las tierras bajas. Puesto que el sector inmobiliario se volvió cada vez más escaso, las comunidades en la ladera se convirtieron en favelas y no dejaron de crecer. Un brote de la plaga en esta zona sería catastrófico para la población local.

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Como lo han hecho por siglos, los hombres y las mujeres de Antananarivo caminan descalzos por las calles, que no son más que surcos de lodo a la altura de canales de aguas negras. Estos canales que también atraviesan la ciudad están repletos de basura. Vi cómo pequeños grupos de niños caminaban y nadaban entre el lodo fétido tratando de encontrar algo que pudieran vender y que estuviera por ahí, flotando en el fango.

El día después de que regresé de las Tierras Altas, Andriambeloson Solofo Pierre (apodado Billo), un guardia de seguridad de 28 años y padre de tres hijos, me llevó a recorrer una de las peores favelas en la ciudad. Nos reunimos en un café deteriorado en el vecindario de Andavamamba, que se traduce como “El agujero del cocodrilo”. (El asentamiento está construido sobre un pantano, y según una leyenda local, a menudo las primeras personas que se mudaron a esa zona se resbalaban y caían en lo profundo de la fosa, que es donde los cocodrilos ponen sus huevos).

Billo gana entre tres y cinco dólares al día. Como la mayoría de los habitantes de Madagascar, ni él ni su familia pueden pagar un servicio médico de verdad. “Temo por mi familia”, me dijo mientras veía la puesta de sol por encima de un canal atestado de basura.

Señaló a un grupo de niños jugando en al agua viscosa. “Nos encontramos en una favela en una zona marginal, así que nadie nos pone atención”, dijo Billo. “Las carreteras están en mal estado y los proyectos para reparar los caminos y el sistema de riego desaparecieron desde el golpe de estado. Estoy seguro de que los políticos no van a realizar muchos cambios”.

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El golpe de estado del que hablaba Billo tuvo lugar en 2009 y, al igual que la mayoría de momentos políticos más famosos de Madagascar, fue un desastre para el país. Cuando los franceses colonizaron la región en 1885, se encargaron de vaciar todos los recursos de la zona y mataron a más de cien mil malgaches que pelearon contra la explotación de su tierra. Después de que se iniciara independencia supervisada en 1960, el país involucionó con rapidez: de ser un país del que se esperaba una democracia autónoma pasó a estar en total anarquía, y luego a una utopía marxista fallida.

Todo esto cambió cuando se eligió en 2001 al presidente Marc Ravalomanana. Por primera vez en la historia moderna del país, Madagascar parecía estar preparado para disfrutar un cierto grado de estabilidad. La economía creció rápidamente con el apoyo de la inmensa abundancia mineral de la tierra, entre la cual se incluyen montones de piedras preciosas, níquel y acero, además de acuerdos para arrendamiento de tierras con el gigante industrial coreano Daewoo.

Sin embargo, ese optimismo económico duró poco. En 2009, se desbancó al gobierno de Ravalomanana por medio de un golpe de estado sangriento (muchos malgaches creen que fue apoyado por Francia), dirigido por un ex DJ y empresario de medios de comunicación llamado Andy Rajoelina, quien en ese momento era el alcalde de Antananarivo. Él fundó de inmediato la famosa Cuarta República y se nombro a sí mismo presidente de un régimen imaginario llamado Alta Autoridad de Transición.

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Como resultado del golpe de estado de Rajoelina y de la desintegración del gobierno electo, el apoyo extranjero al país, que representaba el 70 por ciento del presupuesto nacional, se evaporó casi de la noche a la mañana. Un mes después, la economía de Madagascar era un desastre. Se suspendió al país de la Unión Africana y, según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, es el país que ha recibido menos apoyo en todo el mundo.

Una cabeza de un cebu recién cortada.

La junta de Rajoelina contraatacó al recortar todos los gastos públicos, en especial los gastos en los sectores de riego, transporte, comunicación y salud. Estos recortes afectaron prácticamente a todas las facetas de la economía malgache y eliminaron la ya frágil clase media. Los ciudadanos promedio seguirán pagando el costo del golpe de estado de Rajoelina durante los próximos años, si no es que décadas.

La relación de la plaga con la complicada situación del país se volvió evidente para mí después de conocer al doctor Jean-Louis Robinson, el anterior ministro de Salud a quien despojaron de su cargo en el golpe de estado. Platicamos en su casa, un hogar decorado espléndidamente y con una vista hacia un grupo de granjas urbanas. Robinson, un hombre corpulento con ojos penetrantes y peluquín, me dijo que después de que Rajoelina tomó el poder, se cerraron más de 400 centros de cuidados médicos en todo el país.

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Su temor más grande, al igual que el del Instituto Pasteur, es que la población urbana de Madagascar sea un conducto para que la epidemia de la plaga se extienda de una manera que el país nunca ha visto. “Antes había una estructura establecida al igual que programas de control”, dijo. “En las favelas de las zonas marginadas no hay programas de saneamiento. No hay suficientes baños públicos y no se recoge la basura con regularidad”. Todas las personas con las que hablé y que estaban en posición de hacerlo, identificaron los mismos problemas de falta de higiene como una bomba de tiempo para una epidemia, un caos transmisible. No hay muchas soluciones viables para semejante problema si no hay dinero para limpiar los montones enormes de basura.

El día 20 de diciembre de 2013, después de una serie de desastres políticos relacionados a la elección presidencial, Rajoelina y su Alta Autoridad de Transición perdió el control de la presidencia gracias a Hery Rajaonarimampianina, el anterior ministro de Finanzas y actual presidente. El Departamento de Estado de EU eliminó casi de inmediato todas las restricciones de ayuda que aún quedaban a Madagascar. Sin embargo, aunque no hay duda que esto abrió las puertas a mejoras para la situación financiera y de salud pública del país, según un informe expedido por el Índice de Transformación de Bertelsmann Stiftung, “no debería asumirse que estas elecciones van a resolver la capacidad tan deteriorada del Estado para regular a través de sectores críticos”, como el de la salud pública.

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Por su parte, Billo me dijo que lo único que él podía hacer es esperar a que llegue la siguiente temporada de la plaga, que comienza en octubre. Mientras vagábamos entre los montones de personas que llenaban las calles de Andavamamba, él se preguntaba en voz alta acerca de las probabilidades que tenía la plaga de llegar a la capital, y de cuántas personas morirían si lo hiciera.

En uno de mis últimos días en Madagascar, conocí a un curandero tradicional llamado Dadafara, quien tiene un pequeño consultorio privado de dos cuartos en una cabaña en una callecita sin pavimento, a las afueras de Antananarivo. Por fuera estaba rodeado de cráneos de cebúes con cuernos, y en el interior había una gran variedad de plantas y hierbas en frascos, al igual que agua de lluvia que juntó en las 12 montañas sagradas de Imerina, una cordillera de montañas que rodean la capital. En Madagascar, cuando la gente se enferma, usualmente acuden a consultar a personas como Dadafara, aunque los ciudadanos con mejor posición económica se refieren a ellos como brujos y evitan esta práctica. El frágil cuerpo de Dadafara estaba ataviado con un sari tradicional y en su cabeza llevaba una vieja gorra de béisbol.

Quería saber cuál era el tratamiento que utilizaría un curandero tradicional si se enfrentara a un caso de la peste bubónica. Tras expresarle mi hipotética afección, él y yo íbamos a cantar e invocar a los ancestros para pedirles consejo. Dadafara acercó un espejo pequeño a la luz. “Esta es mi cámara”, me dijo. “Veo todo gracias a esto, como si estuviera viendo la TV”. Después de comunicarnos con los espíritus, ellos le dirían a Dadafara cuál debía ser mi tratamiento.

Dadafara me pidió que le dijera mis síntomas y yo le obedecí. “Tengo fiebre de 40o C”, le dije, “y mis axilas e ingles están cubiertas de heridas abiertas del tamaño de un huevo de gallina. Vomito sangre, tengo dolor de cabeza y también me duelen mucho los músculos”. Mi traductora le dijo a Dadafara lo que yo había dicho, y cuando respondió, ella empezó a reírse. “¿Qué?”, pregunté. “¿Qué dijo?” Dadafara se cruzó de brazos y la traductora me miro muy seria. “Dijo: ‘Tienes la plaga. Es necesario que vayas de inmediato al doctor’”.

El mes pasado —en una escena que me recordó a un capítulo de La peste, escrita por Albert Camus y publicada en 1947— Yumen, una ciudad al noroeste de China con 30 mil habitantes, fue puesta en cuarentena después de que un hombre murió debido a la peste bubónica. La policía instaló barricadas a lo largo del perímetro y le ordenó a los automovilistas que buscaran rutas alternativas que rodearan la ciudad.

Al final de la novela de Camus, el protagonista, el doctor Bernard Rieux, examina la ciudad de Orán, en Argelia, al tiempo que su gente celebra el fin de una plaga mortal. “Pues él sabía”, escribe Camus, “lo que esta muchedumbre dichosa ignoraba, que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.