Dinero

Estudiar ingeniería en España es un auténtico timo

Suspensos masivos, universidades desfasadas y trabajos precarios.
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Ilustración por Carlos Santonja

Estamos en la copistería, en la fiesta de la facultad de económicas, en el gimnasio, en el interior de Forocoches y en aquel local insoportable al que fuiste un par de veces cuando en primero de carrera tenías que afianzar las nuevas amistades: somos los estudiantes de ingeniería.

Nos han contado que al terminar el mundo será nuestro, que podremos pasar el resto de nuestras vidas mirando por encima del hombro a quienes eligieron carreras de letras, acaso murmurando cuando nos crucemos con alguien que hizo ciencias puras, que nuestras madres siempre estarán orgullosas de nosotros y conduciremos un buen coche.

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Nos han convencido —especialmente en las escuelas con más solera (caminos, industriales, aeronáutica, teleco…) de las universidades más antiguas (UPM, UPB, UPV…)— de que pertenecemos a una larga tradición de profesionales exitosos y pronto (si sale bien el examen de álgebra de primero) ocuparemos un lugar entre Florentino Pérez y Villar-Mir.



Pero a mayores expectativas, a mayor prestigio y solemnidad; mayor será el golpe de realidad al terminar. Me explico: hay quien llega a la escuela porque le gustan los aviones, los buques o las presas pero no sabe muy bien a qué se enfrentará. Otros acuden porque están verdaderamente informados sobre la profesión y durante toda la carrera se moverán cómodos en el fárrago de ecuaciones y algoritmos; y, finalmente, quizá los más, se han metido para cumplir con lo que sus familias esperaban de ellos.

Con este panorama —muchos compañeros se llaman Cayetano, somos diez mujeres de sesenta alumnos— empiezan a desarrollarse las clases. Y llega la primera decepción: muchas asignaturas consisten en una colección de problemas que intentas memorizar —no hay tiempo para entender nada— y de cuestiones tan específicas que dan risa. Inviertes horas para terminar concluyendo que una viga se dobla medio milímetro, te pasas media vida calculando tuberías intrincadas: se ha esfumado la épica.

"Ha habido asignaturas en las que solo aprobaron el 0,8%"

Entonces, cuando más flaquean las fuerzas para seguir (el mundo sigue girando mientras tú permaneces inmóvil ante tu escritorio), aparecen los profesores sanguinarios. En la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos de la UPM ha habido tasas de alumnos aprobados de, por ejemplo, el 0,8% (Elasticidad y Resistencia de Materiales). En otras escuelas, se considera que un 10% de los presentados es un buen porcentaje de aprobados.

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Javier Llorente ha estudiado ingeniería industrial en Oviedo y recuerda que en los exámenes de Sistemas Electrónicos, lo que más le molestaba era que "habitualmente eran de un nivel jodido, que aprobaban sufriendo los que llevan la asignatura muy machacada. Otras veces eran de nivel muy jodido y aprobaban solo los pocos que saben casi más que los profesores y, por último, a veces ponían otros que son fáciles (aunque teniendo miga). A lo que voy: me parece asqueroso que, dependiendo de cuándo te presentes, te enfrentes a un examen razonable o a la puta muerte. Hacer todos los exámenes de igual dificultad es imposible, pero tendría que haber cierta homogeneidad, no diferencias tan grandes que parecen asignaturas diferentes.”

Elena Olarán estudió Ingeniería Industrial en la UPM y me cuenta que durante tres cursos seguidos nadie aprobó cierta asignatura. “El cuarto año nos presentamos más de 500 personas y abrieron un poco la mano, pero eso nos truncó la vida a muchos”.

Resulta difícil demostrar algo así, pero lo que se rumorea en la cafetería, lo que todos intuyen, es que muchos profesores prefieren simular el nivel de sus clases preparando exámenes inexpugnables antes que mejorar su docencia. Comentándoselo a un ingeniero de minas de mediana edad que prefiere no dar su nombre, apunta que no es un fenómeno nuevo, "en las Escuelas Superiores de Ingeniería a finales del siglo pasado sucedía lo mismo con la asignatura de Cálculo, no recuerdo porcentajes pero sí que recuerdo la lista de notas en la que había páginas y páginas de suspensos sin ningún aprobado. La acumulación era tal que en lugar de dar clases en aulas normales en muchas Escuelas se daba en el Aula Magna porque no se cabía. Y no creo que sea un fallo de los estudiantes, ni mucho menos. Se suspende artificialmente por algún oscuro motivo, ya sea dar caché a la asignatura, a la Escuela, al catedrático de turno o quizá algo todavía más chusco pero que no puedo imaginar. No puede haber sólo un 0,8% de universitarios que hayan preparado una asignatura.”

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"Un paseo por Europa pronto desmiente este mito: los ingenieros británicos o alemanes, en general, han gozado de una formación más práctica y también más asequible"

Ante estos abusos, muchos nos terminamos engañando y queremos creer que este “sacrificio por el sacrificio” servirá para algo: es fácil escuchar que las empresas buscan a trabajadores acostumbrados a sufrir y con capacidad para superar las mayores dificultades. Un paseo por Europa pronto desmiente este mito: los ingenieros británicos o alemanes, en general, han gozado de una formación más práctica y también más asequible y lo habitual será, durante un proceso de selección para trabajar en el extranjero, que te pregunten por qué tardaste más años de los previstos en el programa para completar la titulación (como les ocurre a alrededor del 80% de nuestros estudiantes de ingeniería).

Algo parecido sucede si aspiramos a estudios de postgrado en países como Escocia o Italia: cuando el criterio de admisión es la nota media de la titulación de entrada, los españoles —acostumbrados a pelear por el aprobado raspado o “cinco-punto-gracias” — nos encontramos en clara desventaja.

Sorprende también que muy pocas universidades se preocupan por poner en contexto cuál será nuestra tarea como profesionales y cuál es el mundo en el que vamos a vivir durante los próximos años. Es decir: aprendemos continuamente cómo hacer que un motor gaste unos pocos litros de combustible menos cada hora pero tan solo para que el propietario de ese motor ahorre algo de dinero.

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En estado de emergencia climática, con los filósofos y los sociólogos discutiendo sobre el reparto justo de los recursos naturales (y este no se podrá dar sin intervenir tecnológicamente), cuando el transhumanismo promete difuminar los límites de lo humano, casi ninguna escuela aborda estos temas.

En este sentido, cabe destacar el esfuerzo, por ejemplo, de la Universidad Carlos III, que incluye en todos sus grados técnico-científicos una formación humanística transversal con asignaturas impartidas por profesores como Fernando Broncano, reputado filósofo, que entiende que “los artefactos de la ingeniería son también objetos culturales” o que “deben imponerse reglas y condicionamientos a los grandes sistemas tecnológicos, como la inteligencia artificial” ya que existe un “imperativo moral del ingeniero”.

"La realidad después de la universidad está llena de trabajos precarios y muy mal pagados o contratos de becario que se estiran hasta el límite de lo legal"

Por si todo esto fuera poco, resulta que el peor golpe llega al salir de la escuela. Muchos de mis compañeros entraron pensando que empezarían cobrando tres mil euros al mes (el sueldo forocochero, qué menos después de tantas penalidades) y se chocan con una realidad llena de trabajos precarios y muy mal pagados o contratos de becario que se estiran hasta el límite de lo legal. Por ejemplo, es habitual que alguien prefiera no entregar su proyecto de fin de grado o de máster para así poder optar a las prácticas en empresa que se ofertan en la plataforma de la universidad (cuando son remuneradas nunca llegan al salario mínimo).

Así, si el último aprobado parecía la luz al final del túnel, esa luz se apaga enseguida: llega el momento de competir por años de experiencia laboral que nos permitan postularnos para las ofertas interesantes; algo que, en la práctica, supone más tiempo dependiendo de las limosnas de nuestros padres.

También hay quienes, después de todo, eligen dedicarse a aquello que realmente les gustaba y que habían apartado durante años porque estaban convencidos de que había que ganarse la vida con algo más serio: conozco el caso de un ingeniero naval que lleva un par de años trabajando como entrenador de hockey o de un ingeniero de telecomunicaciones que vive del póker online.

Creímos que por aprender a resolver ecuaciones diferenciales ingresaríamos en alguna élite, sin darnos cuenta de quienes pertenecen a la verdadera élite —contra la que más nos valdría luchar— no necesitan nada de eso: se van a una escuela de negocios estadounidense donde posiblemente regalen el aprobado pero se hacen muchos contactos.