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Probé el ‘microblading’ para tener unas cejas de superestrella de Hollywood

Si estás pensando que suena igual a hacerse un tatuaje, la verdad es que sí.
MA
traducido por Mario Abad
Imagen vía VICE

Este artículo se publicó originalmente en Tonic, nuestra plataforma dedicada a la salud.

Después de un par de años oyendo la palabra microblading, un día por fin me enteré de que no se trataba de ningún deporte olímpico miniaturizado, sino de un tratamiento estético para las cejas. Pero luego empecé a confundir el microblading con la depilación con hilo, una técnica que consiste en eliminar pelos con un hilo doblado que se pasa tensado por las cejas para darles definición. El microblading también sirve para definir la ceja, pero en lugar de quitar, añade algo, concretamente un pigmento. Seguramente estarás pensando que esto se parece mucho a hacerse un tatuaje en la cara, y en parte tienes razón.

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Tatuarse la cara puede parecer un poco extremo, pero la moda de llevar cejas anchas y pobladas está causando furor ahora mismo. El microblading consiste en hacer incisiones superficiales en la piel con una cuchilla diminuta —blade, en inglés—, en las que luego se deposita el pigmento.

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La principal diferencia con los tatuajes es que en este caso el pigmento se deposita en la epidermis —la capa más externa de la piel—, mientras que la tinta de los tatuajes alcanza capas más profundas. Esto implica que, aunque a que el microblading se califica de “maquillaje permanente”, la tinta suele durar un año, tras el cual hay que volver a hacerse retoques.

La técnica de rellenar microincisiones con tinta se practica desde hace milenios, pero el microblading de las cejas se popularizó hace solo 25 años en Asia, y hace dos o tres en EUA. Antes de probarlo, busqué imágenes en Google del antes y el después del microblading y me sorprendió ver que los resultados pueden llegar a ser impresionantes. Tuve que bajar bastante en el buscador hasta encontrar una foto del resultado del microblading en hombres.

Ha dado a mis cejas una forma más angulosa en la zona del puente de la nariz y un aspecto más poblado, en general

Creo que hay partes de mi cara que están pidiendo a gritos una intervención cosmética, pero las cejas precisamente no son una de ellas. Una vez el maquillador profesional Matthew Drohan me arregló las cejas con un cepillo de dientes, un poco de gel y un lápiz, y la verdad es que el resultado fue sorprendente. Lo malo es que yo no me acordaba de arreglarme las cejas todos los días como él me había enseñado. Y ahí está el encanto del microblading: que no necesita ningún tipo de mantenimiento por tu parte. Eso me convenció para acudir a Nadia, de Eye Design.

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En su elegante oficina de Manhattan, me hacen pasar a una sala en la que me recibe la propia Nadia Afanaseva —la elegante fundadora y directora general de Eye Design, donde cobra a sus clientes 1.600 dólares (casi 1.300 euros) por tratamiento— para hacer una valoración de mi caso.


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Nadie me pregunta si tengo fotos de cejas que puedan servir como inspiración para mi nuevo look. “A lo mejor hay algún famoso que tenga cejas que te gusten”, sugiere mientras intento pensar en alguien.

Confieso que he deseado tener el físico de Brad Pitt en El club de la lucha, el pelo de Kit Harrington y los labios de Tom Hardy, pero nunca me había planteado las cejas de qué celebridad me gustaría tener.

Tras una búsqueda rápida, acabo con una lista encabezada por Robert Pattinson, Jake Gyllenhaal, Chris Pine y Collin Farrell. Aunque todos ellos tienen cejas con personalidad, finalmente le enseño a Nadia una foto de Dave Franco, una decisión más motivada por mi obsesión reciente con Alison Brie que con las cejas de su marido.


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Nadie hace una mueca como de dolor mientras sus grandes ojos verdes saltan veloces de mi cara a la foto y de nuevo a mi cara. “En tu caso, creo que es mejor un look natural”, termina diciendo. “Ya tienes mucho pelo, así que no va a haber que hacer demasiado”.

Me reclino en una silla y Nadia empieza a medirme las cejas, contrastando el ángulo y el tamaño con el resto de los rasgos de mi cara. Me pide permiso para quitarme cuatro o cinco pelos rebeldes y luego usa un lápiz para esbozar la ceja definitiva. Antes de acercarme un espejo para que dé mi visto bueno, me recuerda que el lápiz que ha usado es más grueso y oscuro que el tono que tendré al final.

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Me gusta la propuesta de Nadia. Veo que ha dado a mis cejas una forma más angulosa en la zona del puente de la nariz y un aspecto más poblado, en general. Le doy mi aprobación y ella procede a embadurnarme las cejas con gel anestésico.

Mientras el pigmento se deposita, tengo tiempo de sobra para ver mi ridículo aspecto en el espejo, con la bata blanca, el gorrito y unas enormes manchas donde solían estar mis cejas

“No te preocupes”, me tranquiliza mientras prepara una mezcla de pigmentos que coincida con el color de mis cejas. “Más que cortes, notarás más como un rascado. Lo oirás pero no lo sentirás”.

Después de que el gel haya actuado durante veinte minutos, Nadia se pone manos a la obra y coge un instrumento que parece una pluma estilográfica y que al entrar en contacto con mi piel emite un sonido similar al de una uña rascando espuma de poliestireno. Pasados unos 15 minutos, la parte de las incisiones más o menos está acabada. Luego Nadia me unta pigmento en las cejas, haciendo más evidentes los pequeños cortes. Mientras el pigmento se deposita, tengo tiempo de sobra para ver mi ridículo aspecto en el espejo, con la bata blanca, el gorrito y unas enormes manchas donde solían estar mis cejas.

“No te preocupes”, me dice Nadia por enésima vez tras verme con la boca desencajada. “Creo que te gustará. Parecerán supernaturales”.

“¿Supernaturales o sobrenaturales?”, le pregunto, esperando que sea la primera opción.

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“Sí”, contesta ella.


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Nadia aprovecha ese rato muerto para advertirme de lo que pasará durante los próximos días y semanas. “Durante dos o tres días estarán oscuras y luego empezarán a salirte costras”, señala, y añade que el proceso de cicatrización tardará unas cuatro semanas.

Pasado ese tiempo, tendré que volver para queme haga unos retoques. También me pide por favor que no te toques las cejas, que intentes mantenerlas húmedas y evites dormir como yo duermo siempre: boca abajo, con la cara contra la almohada. Todo esto durante una semana.

“No la líes”, me dice. “Prométeme que tendrás cuidado”.

Se lo prometo. Varios minutos después, Nadia me quita el exceso de pigmento para poder valorar mejor qué le queda por hacer. Vuelvo a reclinarme y me hace unas cuantas incisiones más, esta vez mojando la cuchilla en el pigmento y aplicándola directamente sobre la piel. Antes de ver el resultado final, Nadia me recuerda que, después de que las incisiones se curen y cicatricen, se verán más finas y claras que ahora.

Por la mañana me levanto pareciéndome a Blas de Barrio Sésamo y me asalta el pensamiento de si habré cometido un terrible error haciéndome esto en la cara

La cara que veo en el espejo tiene un aspecto ligeramente más masculino y serio, pero la diferencia es muy sutil. Ya en casa, cada vez que veo mi reflejo, mi cara me resulta menos familiar. Me digo que es porque me estoy obsesionando con mis cejas y que he perdido el criterio. Sin embargo, después de pasar la noche del viernes intentando en vano dormir de espaldas, por la mañana me levanto pareciéndome a Blas de Barrio Sésamo y me asalta el pensamiento de si habré cometido un terrible error haciéndome esto en la cara.

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Tomo la decisión de no contarle a nadie mi flirteo con el microblading, y los dos primeros amigos con los que quedo al día siguiente no hacen ni un comentario sobre mis cejas, aunque también puede ser porque llevo una gorra calada tan abajo que casi me las tapa.

“¿Qué te ha pasado en la cara” es lo primero que me dice mi novia cuando me ve sin gorra. “¡Ay, dios, estás muy raro!”.


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Durante toda la noche, mi novia no puede evitar reírse o soltar algún suspiro cada vez que me ve. En vista de su reacción, vuelvo a llamar a los amigos con los que he quedado para preguntarles si han notado algo distinto en mí. Los dos me dicen que sí, que me han visto algo en las cejas, pero que han supuesto que era por algún rollo de los míos, del trabajo, y ni se han molestado en preguntar.

A medida que pasa el fin de semana, parezco menos un teleñeco y más uno de los hermanos Gallagher. El resto del fin de semana intento pasar desapercibido. El lunes —como me había prometido Nadia—, el tono oscuro de las cejas ha disminuido considerablemente. Parecen un poco más oscuras, pobladas y simétricas que antes, pero al menos ahora parezco yo mismo y no mi gemelo malvado. Setenta y dos horas después de haberse quedado espantada por mi aspecto, ahora mi novia me consulta sobre la posibilidad de hacerse un microblading.

Cuando pedí cita con Nadia para hacerme el retoque, no había tenido en cuenta que nos pillarían las vacaciones de por medio ni qué pinta tendría los días después del tratamiento. Por eso decidí posponer la sesión de retoque para el año nuevo. Será un gustazo que me retoquen y luego hibernar para renacer días después, como una mariposa con cejas nuevas.