Sin previo aviso, un grito en un idioma que no entendían desgarró la oscuridad de la noche. Inmediatamente después se oyó el chasquido de las armas al ser cargadas y apareció un grupo de treinta y tantos peshmergas de la policía de fronteras, ordenándoles a gritos que se tiraran al suelo. “En ese momento supe que nuestro sueño se había terminado”, recuerda Rae.Ninguno de los dos podía imaginar la horrible pesadilla que estaban a punto de vivir.“Si guardias vienen, vosotros a la cárcel. A nosotros, matan”
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Rae, de 25 años, es un trabajador ferroviario de Gales del Norte. Rob, de 21, trabaja como guardia de seguridad en Preston. Ambos socialistas con tintes rojizos, se conocieron en la adolescencia, durante un encuentro de juventudes del Partido Laborista, y entre ellos surgió una gran amistad. Me reúno con ellos en un pub de New Cross, Londres, a primeros de septiembre de 2017. Ninguno de los dos es especialmente alto o tiene un aspecto amenazante.De hecho, son bastante enjutos y pálidos; los dos lucen una barba rala e irregular y las uñas muy cortas de tanto mordérselas. Desde luego, por su aspecto no se podría decir que son el tipo de hombres que se alzan en armas para luchar en uno de los campos de batalla más violentos y anárquicos del mundo. “Y no lo somos. No es esa la razón por la que fuimos allí”, explica Rob. “Fuimos para ayudar a la revolución”.
Este experimento ha seducido a decenas de simpatizantes de la izquierda radical de todo el mundo que, inspirados por las Brigadas Internacionales, han viajado a Rojava desde que una primera oleada formara el Batallón Internacional por la Libertad (IFB) en 2015, en respuesta a lo que ellos llamaron un “baño de sangre” en Oriente Medio.“En última instancia, los kurdos de Siria quieren destruir la estructura patriarcal que ellos aseguran que está oprimiendo a las mujeres y construir una sociedad igualitaria en la que todo el mundo tenga derecho a opinar, al margen de su género o raza”, señala Rob. “¡Y todo eso está ocurriendo en el corazón de Oriente Medio! Desde el momento en que supe que existía Rojava, quise formar parte de todo ello”."Los kurdos de Siria quieren destruir la estructura patriarcal que ellos aseguran que está oprimiendo a las mujeres y construir una sociedad igualitaria en la que todo el mundo tenga derecho a opinar, al margen de su género o raza”
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“¡Vosotros Estado Islámico!”, bramaron los soldados. “Nosotros matamos Estado Islámico”. Esposaron y pusieron una venda en los ojos a los dos británicos, encañonándoles constantemente con sus armas y amenazando con apretar el gatillo. “Me temblaban las piernas del miedo”, recuerda Rob. “Sinceramente, yo pensaba que íbamos a morir, pero ¿qué podíamos hacer en ese momento? Me limité a cerrar los ojos y esperar que llegara mi hora”.Pero no dispararon. A día de hoy, los dos están convencidos de que aquellos hombres no eran soldados, sino meros guardias fronterizos adolescentes sobreexcitados por la captura.Durante los siguientes dos días, Rob y Rae fueron sometidos a varios interrogatorios en diversas comisarías rurales de la policía. En ningún momento, aseguran, se les ofreció los servicios de un abogado, ni mucho menos la posibilidad de hacer una llamada. “Les dijimos la verdad”, apunta Rob. “Les explicamos que éramos trabajadores humanitarios, que no habíamos ido a luchar, sino a ayudar a los kurdos de Siria a construir una sociedad mejor”.
“Sinceramente, yo pensaba que íbamos a morir, pero ¿qué podíamos hacer en ese momento? Me limité a cerrar los ojos y esperar que llegara mi hora”
Rob y Rae describen la celda como un habitáculo de 5 x 13 metros en la que estaban hacinados 100 hombres. Por la noche, la única forma de dormir era poniéndose de lado, apretándose unos contra otros, como sardinas en lata. “No apagaron los focos halógenos ni una sola vez”, explica Rae. “Nos pasamos más de un mes sin oscuridad. Aquello fue lo que más tocado dejó a todo el mundo”.Entre los presos había violadores, traficantes de droga, revolucionarios kurdos y un puñado de occidentales que habían luchado en el bando de las YPG de Rojava
Al cabo de dos semanas, llevaron a la celda a dos españoles —también combatientes de las YPG capturados— ensangrentados y en un estado lamentable de la paliza que habían recibido. Uno de ellos se encontraba tan grave que parecía haber entrado en una especie de coma, seguramente tras haber sufrido un derrame cerebral. “Estaba tan deshidratado que cuando le pellizcabas la piel, esta se le quedaba levantada”, recuerda Rae.Imploraron a los guardias que llevaran al hombre al hospital, pero estos les dijeron que no era su problema. “La única razón por la que ese español sigue vivo es porque uno de los presos, un kurdo llamado Omut —que se había vuelto completamente loco— le atacó de repente, aplastándole el cráneo con un hervidor de agua”, prosigue Rob. “Eso trasladó el problema a los guardias, porque el ataque se produjo durante su turno”. Finalmente, se llevaron al hombre para que recibiera tratamiento médico.En otra ocasión, recuerdan despertar con los escalofriantes gritos de un muchacho de 14 años al que estaban violando en grupo. “Luego me enteré de que lo habían metido en la celda simplemente por posesión de cannabis”, dice Rae. “Pero ¿qué podíamos hacer? Los violadores eran amigos de Zriean. Si nos interponíamos, la habrían tomado con nosotros”.Los guardias, según Rae y Rob, eran violentos y sádicos, y propinaban palizas a los presos por trasgresiones tan nimias como la de reír en su presencia
Una hora al día, los presos tenían permiso para pasear por un pequeño patio techado y hacer sus necesidades en unos cubículos con papel higiénico (el váter que había en una esquina de la celda no disponía de ese lujo). En esa hora del día, tres hombres intentaron suicidarse ahorcándose con tiras de tela arrancadas de mantas. “Tuve que salvar a uno de ellos encaramándome a la puerta del lavabo en que se había encerrado. El tipo estaba gritando”, recuerda Rob. “Supongo que en el último momento decidió que no quería morir todavía”.La comida, sorprendentemente, era buena: principalmente pan, yogur, carne de cabra o pollo y arroz o patatas hervidos. También había momentos de alivio, como cuando aquel excombatiente muyahidín de 70 años reconvertido en talibán repartía constantemente cigarrillos a todo el mundo y enseñó a Rae a jugar al ajedrez.Recuerdan despertar con los escalofriantes gritos de un muchacho de 14 años al que estaban violando en grupo
Luego estaban los revolucionarios kurdos que se sentaban en círculo a cantar canciones tradicionales. “Al final nos unimos a ellos y les enseñamos viejas canciones socialistas británicas, como “La internacional” y Billy Bragg, y les encantaba”, dice Rob entre risas.Rob cumplió los 21 años entre los barrotes de aquella celda, y varios de los presos europeos lograron entrar un pastel de contrabando. “No tengo ni idea de cómo lo hicieron, pero fue uno de los momentos más conmovedores de toda mi vida”, dice Rob.Tres hombres intentaron suicidarse en la hora del patio ahorcándose con tiras de tela arrancadas de mantas
El recién llegado se llamaba Deniz, tenía 25 años y era de origen turco-germano residente en Frankfurt. Posteriormente reveló que lo capturaron cuando intentaba huir de la vida yihadista con su esposa favorita. “Era uno de los pocos hombres que hablaba inglés fluido y árabe, y nos hizo de intérprete para comunicarnos con los guardias”, recuerda Rob.El combatiente del ISIS fue capturaron cuando intentaba huir de la vida yihadista con su esposa favorita
“Es como si fuera dos personas”, nos explica Rob. “En la misma frase, te podía decir lo maravilloso que era que el Califato Islámico solo permitiese que se tocara un instrumento, el tambor, durante la lectura de determinados versos del Corán, y luego comentarte lo mucho que le gustaba el gangsta rap norteamericano. Estaba obsesionado con DMX y 30 Cent. Yo creo que el tipo tenía un lío muy gordo en la cabeza”.A los pocos días, Deniz empezó a contarles la historia de su vida. Al parecer, pasó gran parte de sus veinte regentando un gimnasio de musculación en Frankfurt, donde se volvió adicto a los esteroides. Luego se unió a una banda callejera mexicana de la ciudad y descubrió la cocaína. “Entonces, un buen día, decidió convertirse al Islam, casarse con una musulmana y viajar a Irak para unirse al Estado Islámico”, recuerda Rob."Por surrealista que parezca, en los momentos en que olvidábamos las atrocidades que había cometido, el tipo nos parecía agradable"
Pero de todas las charlas que tuvieron con Deniz, una de ellas les llamó especialmente la atención. “Yo no sé mucho del Islam y quería que él me diera su versión”, explica Rob.Esta fue la conversación:Rob: Deniz, entonces, ¿tú interpretas el Corán de forma literal?Deniz: No, tomamos la palabra de los eruditos de YouTube.Rob: ¿Y dónde están esos eruditos?Deniz: En el Reino Unido. Todos los vídeos de YouTube que vemos en el Estado Islámico son de eruditos islámicos que viven en el Reino Unido. Todos.“Joder, me cago en la puta, pensé”, dice Rob. “Me dejó flipado. Creo que el tío estaba muy perdido y solo, que buscaba una identidad, algo con lo que pudiera decir: ‘Este soy yo’. Lo encontró durante poco tiempo en el Estado Islámico y luego se asustó”.Al principio, Deniz dijo que había huido por la desilusión que sintió tras ver los crímenes de guerra cometidos. Pero a medida que pasaban las semanas, empezó a confesar que él mismo había cometido esos crímenes. “Nos explicó que al final huyó porque no quería morir”, explica Rae. “Tenía miedo de los drones. Solía decir que morir no era lo suyo”."En la misma frase, te podía decir lo maravilloso que era que el Califato Islámico solo permitiese que se tocara un instrumento, el tambor, durante la lectura de determinados versos del Corán, y luego comentarte lo mucho que le gustaba el gangsta rap norteamericano"
"En el Reino Unido. Todos los vídeos de YouTube que vemos en el Estado Islámico son de eruditos islámicos que viven en el Reino Unido. Todos"
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Poco después de la llegada de Deniz, los captores de Rob y Rae finalmente les permitieron hacer una llamada telefónica. Llamaron al único número que sabían de memoria: el de la madre de Rae. “Ella era nuestra única salvación”, recuerda Rae. “Mi madre llamó al Ministerio de Relaciones Exteriores, que envió a visitarnos al cónsul general británico desde el consulado de Erbil. El hombre nos dijo que aguantáramos unas semanas más mientras empezaba a trabajar en nuestra liberación”.Después de 30 días, les dejaron usar nuevamente el teléfono. “La madre de Rae nos dijo que nos habían concedido el indulto, pero que tendríamos que esperar diez días más, después de la festividad del Eid”.
Aquellos días pasaron como los demás hasta que, el 10 de septiembre, volvió a visitarles el cónsul general. “Nos dijo que el PDK no quería renovar nuestros visados, por lo que técnicamente estábamos en el país ilegalmente. Nos dijo que tendríamos que pagar 340 dólares (278 euros) de multa, luego nos pondrían los sellos y podríamos irnos”.“Hay noches en las que me despierto y por un momento me creo que todavía estoy en esa celda”
Ninguno de los dos sabe qué fue de los hombres que les intentaron ayudar a cruzar la frontera después de que los capturaran el 1 agosto. “Seguramente estarán muertos”, explica Rob. “Pero nunca lo sabremos”.Rob y Rae han encontrado trabajo —Rob en el sector del ferrocarril y Rae en la construcción— y se han ido a vivir juntos a Londres. Rae, además, se ha prometido con su novia.Todavía hoy recuerdan las partidas al ajedrez con el muyahidín y a los combatientes occidentales de las YPG. De vez en cuando, también les viene a la mente Deniz.¿Se sienten traumatizados por lo que han vivido? “Hay noches en las que me despierto y por un momento me creo que todavía estoy en esa celda”, explica Rob. “Siento un escalofrío cada vez que oigo el tintineo de unas llaves”, añade Rae. Aparte de eso, los dos parecen bastante felices dadas las circunstancias.