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Ilustración: @lenny_maya.

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“Escupí varios platos”: Meseros nos cuentan lo peor que han hecho en su trabajo

Robar propinas, escupir platos, trabajar drogado y más.

Artículo publicado por VICE México.

He escrito bastante sobre meseros, servir comida es una tarea bastante complicada. Además, siempre se enfrentan a comensales pedantes y hostigosos: "¿Le puedes poner más sal?" "Esto no fue lo que yo pedí", "Creo que está muy frío" y más. Imaginen tener que atender a este tipo de personas —como yo— unas 20 veces al día.

Quizás estos comportamientos son causados porque la paciencia se disipa y llega el estrés, porque la comida es una de las actividades más importantes y siempre queremos que todo esté en orden y esa es una de las misiones de los meseros.

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La vida es una montaña rusa, pero hay días en los que las cosas salen verdaderamente mal y queremos mandar todo a la mierda. Si trabajas en una oficina, por ejemplo, será probable que dañes la impresora o que mojes con café el teclado de tu laptop. Pero, en el caso de los meseros, hacer cosas terribles suele terminar en dramas y peleas con los clientes o chefs del lugar.

Pregunté a algunos meseros actuales o personas que han trabajado como meseros qué fue lo peor que han hecho en sus trabajos y esto fue lo que me contaron.

Mentí sobre la cantidad de propina que me dieron para quedarme con la mayor parte

Trabajé bastante tiempo en West Virginia como mesero de un restaurante mexicano. La paga no era buena, dependíamos estrictamente de la cantidad de propinas que hiciéramos. No iba a estar más de un año viviendo en ese lugar, así que entré en "modo supervivencia".

Desde que me contrataron mis compañeros me contaron de la importancia que tenían las propinas en ese lugar, generalmente eran muy buenas y como era un restaurant que siempre estaba lleno, nos iba muy bien.

Un mes antes de renunciar para mudarme a otra ciudad, decidí empezar a mentir sobre la cantidad de propinas que recibía. Guardaba la mayor cantidad de billetes y lo demás lo ponía en el bote de propinas de todos. Aún así, nadie se dio cuenta y no me sentí mal por eso. Estoy seguro que más gente lo hacía, entonces yo no tenía nada que perder. Junté lo que hacía en dos meses y medio en uno, así que no me arrepiento.

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—Andrés, 33

Serví un plato de bisteck que se me había caído al piso

Los restaurantes de almuerzos son bastante rápidos y agitados en Estados Unidos. La gente quiere comer e irse lo más rápido posible. No les gusta perder tiempo. Me acostumbraron a servir casi que corriendo los platos. Hubo un día que fue terrible. El cliente me devolvió el plato dos veces: una porque tenía "demasiada grasa" la carne y el otro porque había pedido 3/4 la carne y se la llevé bien cocida.

Al tercer intento —ya con mi manager viéndome bastante feo—, se me cayó el plato de comida justo saliendo de la cocina. En ese lugar había un pasillo luego de la cocina que separaba nuestro lugar con donde estaban los clientes, entonces teníamos como dos o tres segundos a solas en ese pasillo. No podía perder más tiempo. En mi mano derecha tenía unas papas fritas con cheddar y en la izquierda el bisteck. Se me cayó justo a lado de mi zapato y lo pisé, el plato no se rompió.

Recogí el pedazo de carne lo más rápido que pude, lo coloqué sobre el plato y no dije absolutamente nada. Si volvía a perder tiempo me hubiesen corrido y el cliente se hubiese ido sin pagar la cuenta: ya llevaba algunas cervezas y unas alitas de entrada. Le llevé el bisteck como si nada y no se dio cuenta.

—Sofía, 28

Aumentaba los precios del menú sin que se dieran cuenta

Esto lo hacía para ganarme el dinero extra. Trabajé en el restaurant de un familiar y los clientes regularmente pedían el precio con el menú, ya luego nos llevábamos el menú y nunca más lo pedían. En la factura no salían los precios detallados, solo el total de la cuenta. Yo tenía que entregar el dinero justo de los alimentos que se consumieron, lo demás, el restante, lo metía como "propina" y así jamás se dieron cuenta.

Duré como dos años así y sí hice bastante dinero extra. Siempre le dije a mi tío que los precios estaban por debajo del mercado y la demanda, y hacer esto me hizo ver que yo tenía la razón. No me arrepiento porque casi siempre iban puros europeos al restaurant, entonces les parecía excesivamente barato el lugar.

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—Alberto, 26

Iba más drogado que sobrio a trabajar

Me mudé de país cuando tenía 18 años. Hoy tengo 30. Pasé 4 años trabajando de mesero para poder empezar a generar mi propio dinero y ayudar a mis padres con mis gastos. Y bueno, obviamente, esa fue la época en la que más experimente con drogas. Creo que las hice casi todas: LSD, coca, marihuana, MDMA, varias.

Trabajaba hasta tarde en el restaurant entonces salía bien puesto para ir de noche a algún hostal, una fiesta o al mar. Fueron tiempos bastante divertidos y no me arrepiento de nada. Incluso le caía bien a todos los clientes y a mis jefes, porque además, el restaurant estaba al lado del mar, y casi siempre se hacían fiestas muy cerca. Probablemente fui el peor mesero de la historia, pero realmente no me daba cuenta. No recuerdo esa época, para mí, esos cuatro años fueron 8 o 12 meses a lo mucho. El tiempo se me hizo corto. O sea: era un restaurant donde podías trabajar sin playera, el ambiente era bueno para eso. Pero bueno, es lo peor que he hecho en un trabajo, claramente. Pasar cuatro años drogado estuvo bien fuerte.

—Luis Ángel, 30

Escupí varios platos de comida

Ser mesero es la peor decisión laboral que he tomado en mi vida. Los 16 meses más largos y horribles de mi vida. Nunca lo volvería a hacer, y cuando mis conocidos me preguntan sobre esta experiencia siempre digo que fue el año y medio con más estrés, dolor de cabeza y depresión de mi vida.

Era una persona terrible, mi energía cambió por completo y siempre —o casi siempre— estaba obstinado. Hablando mal del restaurant, de los dueños, de los clientes, de la comida. Nada en ese lugar me llenaba de felicidad. Las horas se me hacían días. Miraba el reloj siempre. Y con estas terribles condiciones, ningún trabajador va a hacer su chamba bien.

El lugar era un restaurant de mala muerte. Iba pura gente terrible: borrachos de mala conducta. No podía soportar el ambiente, pero necesitaba el dinero. Escupí demasiados platos de comida. Pagaba mi infelicidad laboral con los platos que servía. Cuando me tocaba ayudar en la cocina sacaba los pedidos mal hechos. Poco cocinados. Daba igual.

—Joaquín, 27

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