Después del sismo de 7.1 grados: “Estamos unidos en la desgracia”
Fotos por Daniel Ojeda.

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Después del sismo de 7.1 grados: “Estamos unidos en la desgracia”

“La ayuda es mucha, pero siempre hace falta más”.

Iraís, Mariana y Alejandra arribaron a las seis de la mañana del miércoles a relevar a otros voluntarios en el cruce de las calles Bolívar y Chimalpopoca, en la zona centro de la capital donde colapsó la fábrica textil tras el sismo de 7.1 grados del martes. Al llegar a esta colonia, la Obrera, descansaba la mayoría de los cientos de ciudadanos que ayudó, en la noche y la madrugada, a remover los escombros para rescatar personas. Se veía poca gente, parecía un ambiente tranquilo, aunque ahí a unos cuantos metros varios continuaran enterrados. A las tres mujeres les informaron que se contaba con elevadas cantidades de alimento y bebida que otros voluntarios habían traído desde la jornada anterior: pan, arroz, sándwiches, café, y agua, decenas de botellas de agua.

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Son las dos de la tarde e Iraís, una mujer del oriente de la capital, señala que vino aquí a repartir comida, a ayudar con lo que sea necesario. Frente a una amplia mesa repleta de tortas envueltas con servilletas, dice que cuentan con cuatro carritos llenos de alimento y que, por el momento, no se requiere más. Los rescatistas se han olvidado de comer, solo toman agua. "Pareciera que no tienen hambre", comenta asombrada Mariana. Sólo se dedican a levantar los escombros. Varios llegaron a la zona desde el martes en la noche y siguen aquí, 20 horas después. Buscan a personas con vida y, sólo por un rato, duermen en la banqueta.

En la madrugada del miércoles se suspendieron por un momento las labores de rescate. Los trabajadores informaron a los voluntarios que ya habían encontrado al menos a 13 personas con vida, pero aún quedaban otras atrapadas. Sacaron a dos personas muertas.

Iraís, Mariana y Alejandra no viven en la zona céntrica, pero otras vecinas del perímetro también están aquí, auxiliando desde temprano. Mujeres y hombres cooperan, aunque de repente el entorno se vuelva caótico por la cantidad asombrosa de gente que quiere ayudar. La labor se entorpece un poco. A las nueve de la mañana del miércoles se trabajaba más rápido. "Había poca gente", interviene Alejandra.

Estudiantes de la Facultad de Ciencias de la UNAM también llegaron hace unos momentos para relevar a otros voluntarios. Forman parte de las brigadas que desde el martes en la noche se conformaron en Ciudad Universitaria y que partieron a las zonas donde se requirieran víveres y ayuda. "Estamos aquí por solidaridad. Si no te pasó nada, tienes la obligación de ayudar a los demás", dice con firmeza la estudiante Laura. Su turno comienza a las tres de la tarde. Esperan atentos, porque los medios han informado que se han rescatado a algunas decenas de personas y que la cifra de muertos llega casi a los 250 en la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Estado de México y Morelos.

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Los rostros se cubrieron de polvo, pero eso no logra ocultar la tristeza, las facciones preocupadas. A la zona sólo se puede ingresar con casco y lo primero que uno ve es la cadena humana que desde hace varias horas se formó en la Bolívar: de un brazo a otro brazo, los escombros son levantados para que la labor rescatista sea exitosa. Personas levantan los brazos en petición de silencio y todo mundo alrededor repite la acción. Alguien podría estar implorando ayuda.

Varias horas después de la conversación con las tres mujeres, después de las 11 de la noche del miércoles, el rescate continúa. Tres personas más fueron sacadas con vida. Y eso carga los ánimos. Voluntarios, con picos y palas en mano, golpean los escombros. Algunos dicen que lo único que encontrarán serán cadáveres. Otros afirman que gente vive sigue ahí, en la oscuridad, rogando por que alguien, quien sea, la encuentre.

Los centros de acopio se multiplican en las colonias céntricas de la Ciudad de México y, sobre todo, abundan en la Roma y la Condesa. En la avenida Cuauhtémoc 85, el voluntario Marco Antonio Valenzuela indica que, por fortuna, la respuesta ha sido grandiosa en la zona, de las más afectadas por el sismo que derrumbó a decenas de edificios y mantiene en riesgo de colapso a otras decenas más. Debido a ese éxito solidario, ahora se enfocan en enviar ayuda a Xochimilco y Tlalpan, lugares donde esta tarde de miércoles la respuesta no ha sido tan importante, aunque horas después se informará que el ejército, la Marina y cientos de voluntarios llegaron a socorrer a los damnificados, sobre todo de la localidad de San Gregorio Atlapulco, donde el sismo dejó daños estructurales y escases de agua y telefonía.

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En este centro de acopio de la Cuauhtémoc cuentan con todo: alimentos, agua, sueros, productos higiénicos, herramientas. Lo más sorprendente del día, dice Valenzuela, es que los vecinos prestan sus automóviles para trasladar los víveres a donde sean necesarios. Otros llevan en carretillas los productos. Regresan, cargan de nuevo y salen. Y así desde las ocho de la mañana. El alimento llega de todos lados y, por medio de las redes sociales, letreros y volantes se informa en dónde pueden entregarse. "La ayuda es mucha, pero siempre hace falta más", señala.

La avenida Cuauhtémoc clama solidaridad este día. En motocicletas y vehículos, las personas se dirigen a distintos destinos pero con un mismo objetivo: ayudar, encontrar a más personas con vida. Ya van al menos unas 50 rescatadas, se puede lograr mucho más. Un escenario así no es común en las calles de la capital: vías semivacías de automóviles y donde las personas, muchas de ellas jóvenes, han tomado los espacios. Y no parece que vayan a soltarlos hasta que esto termine. Saben que en la Condesa, la Roma, Portales, Coapa y Obrera urgen las manos para hacer a un lado los pedazos de piedras. Quieren levantar la ciudad y no verla perecer.

A unos metros de distancia, en el Parque Alexander Pushkin, en las esquina de Álvaro Obregón y Morelia, cientos se organizan para trasladar los productos a los damnificados y voluntarios, para colmar de alimentos y productos higiénicos a las camionetas y motocicletas.

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Las brigadas ciclistas también cooperan: de manera improvisada se instituyeron para repartir de todo. "Estamos actuando según pensamos lo que es correcto", indica Ramiro, uno de los organizadores. Aunque, señala, buena parte de la mercancía, víveres, cobijas, bebidas, son llevados a albergues donde no hay personas damnificadas por el sismo. Los ciclistas solicitaron ayuda a Protección Civil para solucionar este tipo de inconvenientes: "no podemos soltar cosas así como así porque se están robando varios productos, no llegan a su destino", lamenta Ramiro. La única alternativa es la paciencia pero, por fortuna, la ayuda de personas con todo tipo de transporte es elevada.

Lo que se necesita, por el momento, es mayor información sobre otros damnificados más allá de la Cuauhtémoc, porque en esta zona no se sabe qué ocurre en el resto de la ciudad, y menos en estados como Morelos, donde, informan en las redes sociales, es imperante la presencia de gente con ganas de echar una mano. "Queremos ayudar en otros puntos, pero no sabemos a dónde dirigirnos", dice.

En una de las esquinas del parque, se improvisó una lona donde tres mujeres y cinco niños descansan sobre colchonetas. Una de ellas es María, quien vive en la calle Guanajuato, en la Roma, y dice que los vecinos temen regresar a sus viviendas. Es altamente peligroso porque la mayoría de edificios terminaron con grietas. "Anoche dormimos en la Plaza Luis Cabrera, pero ya nos pasaron para acá", dice la mujer treintañera, en tono tranquilo, mientras entretiene a su pequeño hijo con un carro de juguete.

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Cuatro y media de la tarde. El edifico que rodean las calles Medellín y Campeche y la avenida Insurgentes, amenaza con colapsar. Civiles y autoridades acordonaron toda la zona porque es probable que en cualquier momento se desplome. "¡Apaguen sus celulares!", gritan los voluntarios a los curiosos, pues cualquier actividad satelital puede ocasionar una nueva desagracia, aunque el lugar esté desalojado. Este mismo edificio quedó con riesgo de caer desde el sismo del 85. Por alguna razón, ninguna autoridad se ha interesado en dinamitarlo, pese a que está levantado en un espacio donde, todos los días, transitan miles de personas. En los últimos años, sólo han operado en su interior algunos negocios, el 90 por ciento de su espacio está deshabitado. "El peligro siempre ha estado ahí", afirma Yunuen, una voluntaria de la colonia Del Valle.

Mientras tanto, en las redes informan que lo que hace falta son herramientas en las zonas de desastre. El alimento y la bebida abundan, por fortuna, pero no los picos y las palas. También se requieren lámparas, cuerdas, sobre todo se pide que nadie decaiga.

***

Hoy es el peor día en la vida de Luz María. No recuerda otro tan desgraciado, dice este mujer de 54 años. En la calle Citlaltépetl número 25, en la Hipódromo, se improvisaron otro centro de acopio y albergue y ella está aquí. Por las grietas que el sismo provocó en su edificio, en la calle Michoacán, no debe regresar a casa. Y aunque fuera posible, indica, no tiene un quinto para contratar un cerrajero. La vida se oscureció en las últimas 24 horas: el inmueble donde labora en el área de limpieza, en Génova y Hamburgo, está en riesgo de colapsar.

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El martes, poco después de la una de la tarde, Luz María juraba que el edificio donde ha trabajado los últimos cincos años, caería con todo y ella y lo único que hizo fue correr. Algo, no sabe qué cosa, le cayó encima cuando todo se colmó de polvo. No podía ver nada, pero la mujer logró salir con vida, mareada, a punto de desmayarse. "Luego supe que había fuga de gas, y ahora no tengo luz, agua, un hogar", chilla Luz María, mientras su hijo y nuera ayudan con lo que pueden en la zona. No sabe si mañana tendrá trabajo, casa. Sólo puede decir que este sismo la llevó a recodar de manera súbita al de hace 32 años. Entonces ella vivía en el mismo lugar y hoy no podría elegir cuál de los dos temblores fue más trágico. Anoche, esperaba en un refugio improvisado en el Parque México y después alguien la invitó a venir a Citlaltépec.

"Tengo mucho miedo", dice. La cabeza punza, está inflamada. "Escapé como una loca", susurra desolada, "pero logré escapar".

En este mismo centro, la voluntaria María Luisa Ojeda expone que la respuesta solidaria de las personas ha sido asombrosa. En el lugar hay artículos para uso de bebés, niños, adultos y mascotas. Hay medicamento, médicos, ropa, cobijas, herramientas. "Aquí estamos cubiertos, pero ya hemos enviado ayuda a Morelos, donde hace más falta", cuenta María Luisa y agrega que varios centros de acopio están en constante comunicación para saber qué hace falta en un lugar y qué sobra en otro. La ayuda solidaria de las personas se ha desbordado en la ciudad y, por fortuna, hay zonas de acopio en todos lados. Los voluntarios estarán aquí hasta el fin de semana, al menos.

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En la Parque México, cientos de jóvenes se han reunido para recibir y clasificar las decenas de víveres. Cadenas humanas que pasan de mano en mano los productos y donde el ánimo estalla, pero al otro lado del parque está Jesusa, una mujer de más de 60 años que se rehúsa hablar. Continúa impactada, en shock. El martes, el sismo de 7.1 grados reprodujo el de 8.1 del 85 y, esta vez, dice, creyó que era el fin del mundo. "Salí de casa y encontré todo devastado", murmura. Su vivienda está en la Coahuila, calle ubicada en una de las zonas más afectadas, y sólo recuerda que, cuando el fuerte movimiento la obligó a correr a la calle, encontró un entorno de terror. Cuando los edificios, viejos y nuevos, fueron acordonados, se fue a esperar a un albergue en el Parque México. Desde entonces está aquí y apenas habla.

A su lado, Miriam García forma parte de una brigada de psicólogos cuya misión es otorgar apoyo verbal a las personas que hayan perdido a su familia y casa. Van de albergue en albergue en busca de quienes el sismo ha fracturado su vida para siempre. Hace rato colocaron una manta en el parque en la que ofrecieron este tipo de ayuda y no pocos se han acercado, sobre todo aquellos que revivieron el año 85. Gente mayor. "Nuestra brigada estará en funciones desde hoy hasta que sea necesario", dice Miriam, pocos segundos antes de que comience una charla con Jesusa.

A unos metros de distancia, a las seis de la tarde, las hermanas Marcela y Adriana Aguilar cuentan que llegaron a la calle de Ámsterdam, en la colonia Condesa, a repartir alimentos que prepararon en su casa, en Naucalpan. Están aquí por mera solidaridad y, como los demás solidarios, indican, están angustiadas por las personas que siguen atrapadas. Algunos de sus compañeros de trabajo, indican, viven por la zona y no han aparecido desde ayer. "Es muy triste pero estamos felices porque sabemos que no estamos solos. Estamos unidos en la desgracia", sentencian mientras reparten a los rescatistas tacos de picadillo y arroz.

La noche del miércoles, el jefe de Gobierno de la ciudad, Miguel Ángel Mancera, anunció que este jueves emitirá declaratoria de emergencia para la Ciudad de México, con el fin de acceder a recursos federales. Por su parte, El presidente Enrique Peña Nieto dio su segundo mensaje a nivel nacional y afirmó que la prioridad sigue siendo salvar vidas y otorgar atención médica.

Mientras tanto, durante los primeros minutos del jueves las labores de rescate en el colegio Rébsamen continúan, lo mismo en la fábrica de textiles de Chimalpopoca y en otros puntos de la capital. La ayuda, en cierta medida, llegó a Morelia, pero en las redes dicen que a Puebla no han arribado de manera adecuada los víveres.

El jueves de madrugada cae una lluvia suave en la ciudad. Algunas zonas del Centro Histórico parecen tranquilas, en paz, pero en las colonias vecinas pocos descansan. "Será una nueva noche larga, larga", dice Luis, un voluntario en la Chimalpococa que llegó aquí desde el martes en la noche.