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2.28 metros de sueños frustrados

Seis meses para convertir un gigante torpe en un crack de la NBA

El maltés Samuel Deguara, ex jugador del Fuenlabrada, mide 2,28 m, pesa 140kg... y está sin empleo: en el ultracompetitivo mundo del baloncesto, ser alto ayuda, pero no garantiza nada.
Photo by Sam Riches

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Samuel Deguara tiene 24 años, pesa 140kg, y mide 2,28m. Es el hombre más alto de su Malta natal, donde la altura promedio de los hombres es de apenas 1,73 metros. También fue el hombre más alto en Italia, donde firmó su primer contrato como jugador de baloncesto profesional cuando tenía 16 años.

Probablemente también sea el tipo más alto del pequeño pueblo canadiense de Thorold, a unos 16km de las Cataratas del Niágara. Es allí donde vive hoy Deguara, entrenando y leyendo sobre el exjugador Gheorghe Muresan —estrella, por cierto, en una conocida película de Billy Crystal de finales de los 90: Mi gigante favorito.

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Muresan duró seis años en la NBA antes de que su espalda, disminuida por el tiempo y por el ritmo incesante del baloncesto, se diera por vencida. En dos ocasiones fue el líder de la liga en porcentaje de acierto; en su mejor temporada, promedió casi 15 puntos y 10 rebotes por juego, lo suficiente para ganarse el premio Most Improved Player.

No es fácil ser tan alto. Para Muresan, que medía unos increíbles 2,31m, fue muy difícil. Para un jugador como Samuel Deguara, que no ha tenido nada fácil, la corta e imperfecta carrera de Muresan aún tiene el poder para inspirar.

Hace pocos meses, Deguara fue descartado de su noveno equipo en nueve años. Su período más reciente, con los Niagara River Lions de la liga profesional de Canadá, duró menos de dos semanas. Ahora, con un océano entre él y su hogar natal, Deguara pasará los siguientes seis meses entrenando en un gimnasio local, mejorando su condición atlética, intentando desarrollar sus habilidades baloncestísticas y fortaleciendo su mente a través de la meditación y el yoga.

"Es una aproximación holística al baloncesto", asegura Dana Heimbecker, el presidente de desarrollo atlético en No Limit Performance, el gimnasio de Deguara.

El deporte profesional es un negocio sin escrúpulos; Deguara es muy joven para los estándares de casi toda profesión excepto para aquella que trata de perseguir. En seis meses, Deguara, Heimbecker y Mihai Raducanu, el dueño del gym, volverán a Europa para mostrar los resultados colectivos de su trabajo en Thorold en la pretemporada de los equipos de Euroliga. Lo que suceda ahí podría ayudar a despegar la carrera de Deguara… o hacer justo lo contrario.

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"Si no funciona bien, probablemente Samuel esté acabado", admite Raducanu, que también trabaja con el equipo Maine Red Claws de la D-League de la NBA todos los veranos. "Le dije lo siguiente: 'Si no te comprometes ahora y no te construyes como jugador de la manera correcta, entonces se acabó'. Samuel lo tiene muy claro".

Tras ser cortado por los River Lions, Deguara pudo haber fichado por un equipo europeo. Sin embargo, a pesar de las ventajas de su estatura, Deguara tiene problemas con pívots mucho más bajitos que él: son más ligeros y rápidos de pies, así que las debilidades de Deguara se hacen más evidentes.

Así es como le ha ido la carrera hasta ahora: su tamaño atrae a muchos equipos, pero la impaciencia, las altas expectativas y una serie incesante de requerimientos terminan en un una rápida salida y un billete de avión a otro lugar desconocido. Así que, por ahora, este pequeño pueblo de Ontario es su hogar… y Heimberg, Raducanu y unos cuantos más son algo así como su familia.

"Nadie le entrenó", lamenta Raducanu. "Nadie le ayudó a mejorar. Nunca ha pasado por una auténtica formación baloncestística, lo cual es triste. Pero ahora está con nosotros, y cuidaremos de él".

2,28 metros no pasan desapercibidos. Foto de Sam Riches.

Incluso como producto no terminado, Deguara ha desarrollado buenos gestos cerca del aro, recorre la pista sorprendentemente bien para su tamaño y es un buen tirador de tiros libres. A diferencia de la mayoría de los jugadores de su estatura, que tienden a ser largos y poco atléticos, Deguara es corpulento y sigue descubriendo su fortaleza: en 2009, en el Campeonato de Europa Sub-18, promedió 27 puntos y 24 rebotes por partido.

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Deguara ya ha jugado como profesional en Italia con la Benetton de Treviso, y en la ACB con el Fuenlabrada; lleva formando parte de la selección de Malta desde que tenía 14 años. Y a pesar de todo, Raducanu tiene razón: con toda esa experiencia, el juego de Deguara no está completamente terminado y nunca ha llegado a despegar.

Raducanu, de origen rumano, llegó a jugar con Muresan años ha; hoy, considera que Deguara es mejor jugador. "Es más rápido y fuerte que Gheorghe, pero Gheorghe tuvo un buen entrenamiento durante toda su carrera. Se formó en buenos clubes", asegura.

Deguara no ha seguido el mismo camino. Solo ha conocido a agentes con promesas vacías, equipos que no cumplen su palabra y entrenadores que no han tenido fe alguna en su desarrollo. Ahora, Deguara dispone de seis meses en un país extranjero para reafirmarse y deshacer los errores del pasado.

En un restaurante de su pequeño pueblo canadiense, Deguara busca la página Wikipedia sobre Muresan en su iPad. "¿Mide 2.34m?", pregunta Samuel con cierta perplejidad, como si reconsiderara la posibilidad de no ser la persona más alta en la sala. Su voz es grave y resonante, pero a veces va decreciendo y termina siendo sutil, como si hablar suavemente enmascarara su estatura. Más de una vez me incliné para poder escucharlo. Aunque, esta vez no fue así.

"Vaya", exclama, bajando su iPad. "Pues sí que es bastante alto".

¡Ve a por ella, Samu! Foto de Sam Riches.

El pabellón donde Muresan entrena se encuentra en medio de un enorme polígono industrial con fábricas sin descripciones y parcelas vacías. Comparte el espacio con tiendas de pesca, una fábrica de recambios y un fabricante de software. Originalmente, fue un espacio recreacional para los trabajadores del edificio, pero Raducanu lo convirtió en una pequeña instalación con vestidores, pesas y una pista de baloncesto.

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Al principio no estoy seguro de hacia dónde debo dirigirme, pero entonces escucho el característico sonido de las máquinas de los gimnasios. Sigo el ritmo y me lleva a Heimbecker, a quien encuentro haciendo una sentadilla con una sola pierna —un movimiento de contorsión con el cuerpo completo que me hace temblar las piernas de solo verlo—.

Heimbecker jugó cuatro años en la primera división de fútbol en Marshall, y tuvo un corto período como profesional en Bélgica. Hoy se dedica al entrenamiento y se especializa en movimientos: agilidad, rapidez, velocidad multidireccional. Él guiará la mayoría del trabajo físico de Deguara.

Mucho puede cambiar en seis meses: Heimbecker confía en que así será. El plan, me comenta, no es solo pulir a Deguara, sino reconstruirlo. "Él confía en nosotros y sabe que está en un buen ambiente para mejorar", dice Heimbecker. "No le interesa vivir yendo de un lado a otro".

La entrada del gimnasio está cubierta de recortes de periódicos sobre atletas a los que han ayudado, entre ellos varios jugadores de la MLS y la NHL. La empresa No Limit Performance de Raducano nació en 2008, cuando él mismo comenzó a entrenar a un chaval en la puerta de su casa; a día de hoy ya lleva dos años establecida en este gimnasio canadiense.

Mientras Heimbecker se dedica a colocar discos de colores en el suelo, marcas que Deguara tendrá que esquivar, la puerta se abre y entra una persona con el traje para correr más grande que jamás haya visto. Acto seguido, Deguara baja la cabeza y cruza por completo el marco de la puerta. A primera impresión, Deguara es alto. MUY alto. Y ancho, también: él solo llena el salón. Alza el mentón y se dirige hacia el gimnasio. "¿Los ves?", dice, "Son mis entrenadores." Sonríe.

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Entrenar todo el día, todos los días. Foto por Sam Riches.

Todos los días, Deguara los pasa aquí: la primera hora con Heimbecker y la segunda con Raducanu. Aprovechando sus dos metros de altura, el entrenador rumano empuja y lucha por la posición con Deguara debajo de la canasta.

"Raducanu intenta mejorar el equilibrio de Deguara y busca provocarlo", me cuenta Heimbecker. "La idea es aumentar su agresividad. Cualquier deporte profesional es un industria salvaje: tienes que utilizar tus fortalezas y estar siempre al quite".

Por la noche, Deguara juega en una liga local. Allí se ve las caras con Russell Hicks, un jugador de baloncesto de más de dos metros que jugó cuatro años en Florida International. Antes de dedicarse al baloncesto, Hicks era asociado de ventas en una tienda de hardware; en 2010 fue invitado al campamento de entrenamiento de Los Angeles Lakers. Russell no consiguió quedarse en la lista final de los Lakers, así que ahora trabaja con Raducanu como un compañero de sparring.

En el gimnasio, Heimbecker pone a Deguara a sudar. Deguara habla maltés e italiano y está aprendiendo inglés, pero durante gran parte de su sesión se comunica con sus técnicos mediante gestos. Heimbecker realiza un ejercicio y Deguara lo sigue.

Deguara toma su primer descanso 45 minutos después. Nada por lo que ha pasado parece demasiado excitante. "Esto no es divertido", dice sentado de una banca. "Si quisiera hacer esto por diversión lo haría en mi país. Tenemos un plan y ese es mi único objetivo por el momento."

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Se inclina: grandes gotas de sudor caen al suelo. El pasado verano, Deguara estuvo en Malta dos meses; fue una de sus visitas más largas. Desde entonces no ha regresado al Mediterráneo. Extraña su hogar, comenta, pero todavía no es hora. "Por ahora, baloncesto. Quiero ser profesional".

Si puedes alcanzar una pelota pequeña, puedes hacerlo con una más grande. Foto de Sam Riches.

Cuando Deguara llegó por primera vez a Canadá para fichar por los Niagara River Lions, la prensa lo catalogó como un jugador con talento para brillar en la NBA. Fue exactamente lo mismo que le ocurrió cuando firmó su primer contrato profesional a los 16 años: todo el mundo consideró que era un crack en potencia. No obstante, todos los equipos que le han fichado desde entonces le han descartado.

"Los medios hablan demasiado", se lamenta Deguara. "Es malo hablar antes de la acción. Sé que soy grande, sé que puedo moverme, sé que puedo jugar. Estoy enfocando en ascender. No lo quiero echar a perder."

La NBA es su sueño, pero es un sueño del que no le gusta hablar: "Creo en mis entrenadores y en mí mismo", asegura. "Haré lo que ellos me digan. Estoy seguro que puedo cambiar y mejorar, pero necesito tiempo y tranquilidad".

Cuando Deguara era niño jugó al fútbol como la mayoría de los jóvenes en Malta, pero cuando empezó a crecer, sus profesores de educación física le sugirieron que jugara al baloncesto. "Me dijeron que podría ganar mucho dinero", explica. Precisamente esa misma idea ha motivado a muchas de las personas que han intentado aprovecharse de Deguara.

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Le pregunto a Samuel si la incertidumbre de su carrera, los constantes viajes y los entrenamientos agotadores le han quitado la diversión al deporte: ¿lo disfruta aún?

"Me encanta", contesta, girándose para mirarme. Se levanta del banco, listo para regresar a entrenar, y concluye: "No es que me guste: es que lo amo."

Yendo por las calles en un Jetta congelado. –Foto por Sam Riches

Todos los días, Deguara hace un viaje de 15 minutos entre el gimnasio y su apartamento en un viejo Volkswagen Jetta que pertenece a Will Brunyansky, el dueño de un restaurante local que también ayudó a Deguara a encontrar un apartamento… y una cama a su medida, claro.

Cuando llegamos, Deguara entra como si estuviera en casa. Vestido de blanco, parece un ángel gigantesco listo para desayunar. Sin preguntarle, me dice: "Aquí la gente cree en mí".

Brunyansky, que no sabía que Deguara iba a visitarlo, sale corriendo de la cocina para saludarlo y después regresa para preparar un plato de lasaña. En la mesa, Deguara habla con su familia por Skype. Es el segundo de tres hijos: su hermano mayor mide 1,85m; su hermano menor, 1,98m. Su padre mide 1,78m y su madre 1,85m. Su altura, me dice, la heredó de sus tatarabuelos: ambos rebasaban los dos metros de altura. Es el único de su familia que se ha dedicado al baloncesto.

El apartamento de Deguara está casi vacío: apenas hay unos cuantos libros, la mayoría biografías de otros atletas y entrenadores. Más allá del baloncesto, Samuel disfruta de la naturaleza y el diseño. En Italia, de hecho, obtuvo un diploma en dicha disciplina.

En su ordenador guarda fotos de sus varias paradas alrededor del mundo, así como imágenes con su familia y escenas de su vida en casa. Nos muestra sus zapatillas deportivas. El verano pasado, en su visita a Atlanta, fue a una tienda que fabrica zapatos para Shaquille O'Neal: Deguara calza el mismo número y la tienda le permitió escoger algunos modelos antiguos.

"Fue increíble", explica Deguara. "Por primera vez en la vida pude encontrar zapatillas de mi talla". Señala a un par de color rojo. "Nunca he tenido unos como esos", asegura.

La NBA de la actualidad es totalmente irreconocible comparada con la liga en que Muresan jugó —y sufrió—. Los jugadores más grandes son más rápidos, sus habilidades más diversas, y las exigencias para los pívots cada vez aumentan más. El 'hombre grande' de los tiempos de Muresan ha desaparecido, aunque todavía quedan algunos por ahí… y Deguara es uno de ellos.

Unas semanas después de nuestra entrevista, volví a contactar con Deguara para preguntarle cómo le había ido en el partido. Me intrigaba saber cómo se sentía por volver y cómo había sido enfrentarse con el grandullón de Hicks. Más que nada, quería escuchar que le había ido bien, y que se encontraba contento.

"Por fin pudo correr un poco", me respondió. "Trataré de hacerlo mejor la próxima vez".

Sigue al autor en Twitter: @Sam_Riches