‘Alien’ es la única saga del cine que no es una mierda
Fotograma de 'Alien'

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‘Alien’ es la única saga del cine que no es una mierda

A varios días del estreno de 'Alien: Covenant', repasamos la perturbadora y característica historia de la serie fílmica.
MA
traducido por Mario Abad

"Nadie sabe nada", fueron las palabras del guionista de Hollywood William Goldman en alusión a los cineastas. Por desgracia para nosotros, no puede decirse lo mismo de los espectadores: cuando acudimos a las salas de cine para ver la superproducción de turno, generalmente sabemos qué podemos esperar. Y lo que es peor aún: cuando la película que nos disponemos a ver forma parte de una saga, esta afirmación resulta más cierta que nunca. Tanto es así que incluso podemos llegar a predecir cómo se va a desarrollar la trama, aportando hasta detalles concretos.

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Podemos afirmar sin pestañear que una entrega de Fast and the Furious culminará con una exagerada secuencia de acción con gran profusión de acelerones de óxido nitroso, a la que seguirá una escena en la que Vin Diesel, en el jardín de su casa, soltará una perorata sobre la importancia de la familia. James Bond, por otro lado, acabará conquistando a la chica y desbaratando el plan maestro del villano, a quien matará al tiempo que suelta alguna frase breve y sentenciosa. Rocky Balboa se dejará la piel entrenando (seguramente en alguna localización de exteriores y con una música de fondo bastante patética) y lo dará todo en un tenso combate final en el ring. Puede que gane y puede que no, pero en cualquier caso nadie le podrá arrebatar la victoria moral.

Es curioso que, teniendo en cuenta que vamos al cine para que nos cuenten historias, haya tantas producciones que destaquen por su exasperante previsibilidad. Sin embargo, bajo el punto de vista de sus realizadores, tiene todo el sentido del mundo. A fin de cuentas, si el objetivo de una película es vender entradas, ¿qué mejor forma de hacerlo que dando al público más de eso mismo que funcionó tan bien la última vez?

Todo esto iba a propósito de la saga de Alien, una serie de películas que, más que desafiar las expectativas, las mete en una cápsula de escape presurizada y las lanza al espacio profundo. En lugar de tirar de fórmula, cada nueva entrega de la saga es el producto de un director distinto y de su perturbadora y distintiva visión del mundo. El resultado final es una sucesión de cintas únicas y de géneros de los más variado: slasher, acción, cine negro, drama fantástico…

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Resulta significativo que esta especie de experimento cultural se haya producido sin menoscabo de su éxito cultural: a partir de Alien se han producido secuelas, spin-offs, figuras de acción, cómics y videojuegos, llegando a recaudar en taquilla cerca de los mil millones de euros.

El filme original se estrenó en verano de 1979 —diez años después de que Neil Armstrong pisara la luna—, un momento en que la visión hollywoodiense del espacio exterior estaba cargada de esperanza y optimismo. Durante la década anterior, 2001: Una odisea del espacio, La guerra de las galaxias y Encuentros en la tercera fase arrasaron en las taquillas con su representación épica del sueño de la era espacial, la euforia del descubrimiento personal, la utopía del progreso y el horizonte infinito. Y de repente, llegó Ridley Scott e introdujo una visión del espacio como un lugar frío, claustrofóbico, asfixiante y repleto de simbolismo fálico.

Bajo el prisma de Scott, lejos de ser el bálsamo de los males opresivos del capitalismo en la Tierra, el viaje espacial no hace sino agravarlos: los héroes, trabajadores de los estratos más bajos de la sociedad contratados por una gigantesca corporación minera, pasan buena parte del primer acto renegando de sus incentivos, sus tediosos trabajos y la tacañería de los tipos trajeados que les pagan. Luego aparece el alienígena, una criatura a años luz de los marcianos de Encuentros en la tercera fase o de los adorables bichejos de La guerra de las galaxias: ante nosotros aparece un falo erecto, cubierto de sangre y con dientes afilados que nace reventando el pecho de uno de los personajes principales y desaparece para volver a escena, ya maduro, convertido en una verdadera máquina de matar.

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Pese a su apariencia de ciencia ficción, Alien era una película de terror disfrazada, la historia de un lunático armado, oculto entre las sombras, que asesina a una panda de incautos uno a uno para acabar sucumbiendo ante la única superviviente, que lo supera en inteligencia. Con estos elementos, que apelan a éxitos del momento protagonizados por Freddy Kruger o Michael Myers, la producción de una secuela no se hizo esperar. Sin embargo, de secuela tenía solo el nombre: James Cameron tomó el relevo de Scott y el terror para adultos cocinado a fuego lento dio paso a una producción supertaquillera con altas dosis de acción para adolescentes.

Como toda secuela que se precie, Aliens lo aumentaba todo exponencialmente: así, donde antes había un depredador solitario, ahora hay miles de ellos, contra los que los protagonistas deben luchar en su propio planeta. Pero ahí termina todo parecido con su predecesora. Aparte de la criatura, con su cabeza alargada (reaparece nuevamente la simbología) y Sigourney Weaver en el papel de Ripley, la segunda entrega parece un producto totalmente distinto, una película de tiroteos en el espacio en la que el sudor frío había sido sustituido por las palomitas.

El año anterior, Cameron escribió el guion de Acorralado y, como casi todas las películas de acción de Hollywood de la era Reagan, Aliens se convirtió en un nuevo pretexto mal disimulado para escenificar por enésima vez la guerra de Vietnam en la gran pantalla, acentuando el salvajismo del enemigo y adaptando el final a conveniencia. El resultado es una bacanal delirante de sangre y vísceras que subió el listón del género de las películas de acción comerciales durante décadas.

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Aliens retomó los matices feministas y de terror maternal de la primera película y los puso en el centro del escenario. Si Alien nos presentaba una protagonista femenina con gran talento para la supervivencia y totalmente desprovista de sexualidad, en la segunda cinta Ripley se convierte en una verdadera heroína de acción, armada hasta los dientes, que allanará el camino a personajes como Sarah Connor, Buffy, Imperator Furiosa y muchas otras. Asimismo, la maternidad implícita de Alien, reflejada en el interior de la nave, reminiscente de un útero, y en la evolución de la criatura (que se gesta en un huevo y nace saliendo del vientre de su huésped), cede su protagonismo en Aliens a una niña de diez años traumatizada para la que Ripley es casi como una figura materna.

Después de seis años y numerosas idas y venidas de guionistas, llegó Alien 3, una sombría reflexión sobre la muerte y el nihilismo que no podría alejarse más de la producción de Cameron aunque quisiera. La cinta llegó a las pantallas tras un largo y tormentoso proceso de producción y no con demasiado entusiasmo por parte del público. Viéndola en retrospectiva, es inevitable pensar que gran parte de su valor argumental pasó desapercibido. David Fincher, quien más adelante dirigiría El club de la lucha y La red social, debutaba como director en una cinta que en esencia constituye un ensayo de lo que terminaría por convertirse en su estilo idiosincrático interiores oscuros y primeros planos confusos; asimismo, el recurso argumental de poner a Ripley en una colonia penitenciaria atestada de agresores sexuales resulta un atrevido añadido a la amenaza de violación que se venía cerniendo sobre Ripley desde entregas anteriores.

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A la cinta no le falta ambición: habla de redención, sacrificio, existencialismo y el horror de la maternidad, y hacia el final Ripley se convierte en una perfecta representación de Cristo. Todo ello resulta extraño e inquietante, pero nunca aburrido.

Con el estreno de Alien: Resurrection en 1997, quedó patente la determinación de la saga de empezar de cero en cada entrega. Era lógico, por tanto, que al austero pesimismo de Fincher le siguieran los estrafalarios estilismos del fabulista francés Jean-Pierre Jeunet. Si Alien 3 destacaba por perderse en tangentes intrigantes e irresolubles, Alien: Resurrection tomó el testigo y convirtió a Ripley en un sorprendente híbrido entre humano y alienígena, salpicando la producción con momentos de humor absurdo e imágenes grotescas. No todo resulta efectivo, sin embargo, y a veces la película puede parecer un desastre. Pese a todo, se trata de un desastre hecho con iniciativa, visión y más metamorfos fálicos, todo ello pasado por el filtro imaginativo del cineasta francés.

Ante el inminente estreno de Alien: Covenant, las señales resultan confusas. Por un lado, la serie rompe la tradición de no repetir director con la reincorporación al proyecto de Scott, un hombre cuyas credenciales son cada vez más cuestionables (pese a su grandeza, Gladiator quizá sea lo peor que le haya ocurrido al realizador). Por otro lado, no obstante, ¿qué mejor manera de intentar enderezar la trayectoria que con la saga que le lanzó a la fama?

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Por ahora, el triunfo de las películas de Alien no radica tanto en las conservadoras regurgitaciones anteriores, sino en su osada e incombustible originalidad. Todos los títulos comparten cierto vínculo a través de la trama y los personajes, pero cada uno de ellos aporta una voz muy distinta a un coro que entona al unísono la misma melodía sombría: la de la opresión corporativa, la angustia que conlleva la maternidad, la repulsión corporal y la barbaridad del darwinismo. Y de los penes, siempre presentes.

En una era en la que las carteleras están dominadas por secuelas y reboots, la lección que extraemos es bastante alentadora: que una saga no tiene que parecer ni comportarse como una saga para triunfar como tal. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué la serie de Alien resulta tan excepcional? Tal vez Goldman tenía razón, después de todo.

Alien: Covenant se estrena el 12 de mayo.

@A_Hess