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Ediciones VICE

‘Mario Kart 64’ cumple 20 años y sigue siendo una joya de la franquicia

Recordamos el amado juego de carreras de cuando éramos niños.

Mario Kart 64 fue mi primer juego de nueva generación. Compré un Nintendo 64 a principios de 1997, después de ahorrar toda mi plata de navidad y cumpleaños por, más o menos, un año (tenía 13, entonces no, no tenía trabajo en ese momento). Cuando instalamos la consola en la casa y vimos por primera vez la pantalla de inicio, incluso mis papás se sorprendieron por la fidelidad visual, los intensos colores y las gráficas 3D. La cosa más cool que habían visto hasta el momento eran los pantalones de Aladino ondeando en el SNES (Super Nintendo Entertainment System), así que, como pueden imaginarse, esto era todo un acontecimiento.

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"Wow", suspiró mi mamá, mientras el personaje de Donkey Kong se deslizaba a través del mapa en el DK's Jungle Parkway. "Richard, ¡mira esto!". Mi papá, aunque menos impactado, también estaba sorprendido.

Yo, por supuesto, estaba maravillado. Jugué mis primeros dos videojuegos (este y Star Wars: Shadows of the Empire, encantador aunque quizá recordado con más cariño del que merece) sin parar. Todos los días llegaba a mi casa del colegio, hacía mi rutina de ejercicio de niño de 13 años, y jugaba el modo batalla con mi hermana menor. Solo había cuatro mapas, pero no nos importaba: el modo batalla era un duelo tenso, pesado y muy divertido para los dos en nuestra nueva consola.

Casi siempre se habla de Mario Kart 64 como una experiencia social, y para mí lo fue. Me acuerdo de haber hecho fiestas de Nintendo 64 cuando pequeño, de las batallas con mi hermana y de carreras intensas con mi familia en cada reunión. Pero también jugaba mucho solo en ese entonces.

Recuerdo que los fines de semana pasé muchas tardes aprendiendo las curvas de cada pista, preguntándome sobre los mundos en las que existían. Era un niño raro: me gustaban las pistas y escenarios de mis juegos no solo por sus desafíos y su ritmo, sino también por los lugares hermosos e imposibles que evocaban. Esos bosques frondosos, esos parques de diversiones abandonados y esas montañas heladas de la serie de Donkey Kong Country (DKC) eran lugares a los que me gustaría ir. Mario Kart 64 tenía la misma mística.

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Era divertido para mí correr en la pista del Kalimari Desert en 50cc, aun después de que ya había pasado los niveles más difíciles del juego, solo para manejar y preguntarme a dónde iría realmente el tren o cómo se veía realmente la torre rocosa a la distancia. Preguntarme también qué había a la vuelta de la esquina en la cueva de hielo en Sherbet Land. Eran mundos enteros para explorar, pensar e imaginar.

Los sobrevuelos de la cámara 3D del modo de atracción en el juego eran mi obsesión, porque mostraban lugares en las pistas a los cuales no podía llegar. Yo veía eso por horas. Sí, horas.

¿Se imaginan si hubieran hecho videojuegos de mundo abierto cuando yo tenía 13?

Arriba: Kalimari Desert.

De pronto es mejor que no lo hubieran hecho. Era mejor que el juego estuviera tan enfocado (y fuera tan divertido) para que yo pudiera dejar volar mi imaginación mientras mis pulgares se mantenían en la carrera.

Sé que Mario Kart 64 genera sentimientos encontrados. He escuchado argumentos de quienes tienen el original en alta estima y a muchos que prefieren Double Dash (no están equivocados), e incluso otros que piensan que los juegos más recientes de la serie son los mejores. También pueden tener razón.