Patricia Engel, literatura colombiana de migrantes en los EE. UU. de Trump
Foto por Elliot Y Erick Jimenez

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Literatura colombiana

Patricia Engel, literatura colombiana de migrantes en los EE. UU. de Trump

Hablamos con la escritora colombiana nacida en Estados Unidos sobre literatura, amor, prejuicios sociales y qué implica ser una escritora latina en tiempos de Donald Trump.

Foto de arriba: Elliot Y Erick Jimenez

Patricia heredó dos patrias. O tres: su papá nació en Medellín, su mamá en Bogotá y ella en Nueva Jersey. Lleva varios años viviendo en Miami, visita Colombia con frecuencia y residió una buena temporada en París. También heredó dos lenguas, que ahora son cuatro: el español de su familia, su inglés nativo, un francés aprendido y ese inestable espacio en el que las primeras dos se hibridan —y que no se ajusta del todo a eso que llamamos spanglish—.

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Dos pasaportes, dos lenguas maternas y un desajuste geográfico. Y ahí, ella, el punto en el que todo se interseca.

Sus libros también son tres: It's Not Love, It's Just Paris (y su traducción No es amor, es solo París), Vida (en inglés y en español) y The Veins of the Ocean (el único que no ha llegado al país). Su literatura aterrizó en los radares de varias revistas y periódicos gringos —The New York Times, Elle, Latino Review, Los Angeles Weekly— y se hizo a un grueso público angloparlante.

Pero a Colombia su literatura llegó discreta. Su primer libro publicado en Colombia, No es amor, es solo París, llegó en 2014. Vida, publicado originalmente en 2010, fue editado en español por Alfaguara apenas en abril de 2016, cinco años después. Su circulación en Colombia fue, al comienzo, también discreta. El empujón llegó a comienzos de año, cuando Patricia dinamitó los sólidos casilleros de lo que llamamos "literatura colombiana": ganó el primer puesto del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana con los nueve relatos de Vida —por encima de Ricardo Silva-Romero y Santiago Gamboa—.

Por primera vez el premio fue entregado a una traducción del inglés al español. Y, también, por primera vez fue entregado a una mujer.

El libro cuenta una serie de episodios en la vida de Sabina, hija de migrantes colombianos en Estados Unidos. Historias cotidianas de amores fracasados, primos curiosos, tíos en problemas y muchos prejuicios sociales y raciales entre Nueva York y Miami. Una Colombia vista desde lejos. Una compañera de colegio que le dice que su piel es color diarrea, que es una "brownie", que por ser colombiana su familia debe traficar drogas. Una amiga que trabajó en una "casa de citas" y que se cuadró con el guardia para escapar. Un novio vuelto mierda. Un rockerito sudoroso. Un papá para el que Colombia es solo "un cementerio gigante". Y muchos silencios.

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El ambiente de esas historias recuerda mucho a la Patricia de carne y hueso. Ella misma habita un resquicio cultural desde el cual emergen muchas de esas reflexiones: sus libros se encuentran y desencuentran con su sistema literario y su propia historia de vida. Hay algo que la separa de la nostalgia patriótica que la gente espera de los inmigrantes (comenzando porque ella nunca migró) o del cliché del "latino en la Florida". Como dijo el jurado del premio: "su problemática no pasa por los temas previsibles y varias veces contados: delincuencia, adicciones, desempleo, problemas migratorios, etc., sino por un desajuste casi existencial". El tono es preciso, honesto y contundente. Como ella.

Patricia ha sido embarcada en esa célebre ola de escritores latinos en los Estados Unidos como Junot Díaz, Sandra Cisneros, Jaime Manrique o Valeria Luiselli, a quienes les tocó abrazar sus identidades disputadas por complejas y desgarradoras tensiones nacionales, vitales y políticas. De ellos y de su literatura han despertado muchas preguntas: ¿cómo hacer narrable un espacio propio en ese país extraño pero familiar, en una lengua que se tensa entre dos acentos? ¿Cómo encarar los prejuicios de una sociedad en la que hierve la intolerancia y donde los inmigrantes —e hijos de inmigrantes, sobre quienes también se posan las violencias— deben hacer su voz aún más audible?

En septiembre Patricia viene al país. Visitará Cali y Medellín, en el marco del Festival Oiga, Mire, Lea y está trabajando en la continuación de Vida en un nuevo libro en torno a la vida de Sabina. Nos sentamos a ambos lados de esa difusa frontera en la que ella misma habita (yo en Bogotá, ella en Miami) para hablar sobre su literatura, el amor, los prejuicios y sobre qué implica ser una escritora latina en tiempos de Donald Trump.

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VICE: En un artículo en Electric Literature dices que te incomoda un poco la categoría "immigrant experience" con la que se suele hablar de la situación de los migrantes en Estados Unidos. ¿Por qué?
Patricia Engel: En este país, en los Estados Unidos, siempre se ha hablado de una "immigrant experience" como si fuera algo fijo, como si todos los inmigrantes o hijos de inmigrantes experimentaran esa situación de la misma manera. Entonces hablando de eso, yo pensaba que cada persona tiene su propia experiencia, su propio conocimiento a través de la experiencia de ser inmigrante o hijo de inmigrantes y se debe tratar así, de la forma más específica, no como una gran generalización injusta.

Claro, hay una idea muy rígida de "los latinos" en Estados Unidos (también reforzada por los más conservadores y el mismo Trump). ¿Cómo pluralizar esos estereotipos?
Precisamente con esa especificidad de las experiencias. Aquí ha habido también una tendencia a hablar de una "experiencia de migrantes" en la literatura, como si todos los escritores que vienen de orígenes diferentes al norteamericano o son hijos de personas que vienen de otros lugares pudieran caber en ese espacio tan rígido. Somos muy pocos los escritores de origen latinoamericano en los Estados Unidos y apenas están empezando a surgir más y más. Todos estamos escribiendo desde puntos de vista muy distintos, tenemos historias plurales y creo que estamos llegando al momento en el que la literatura y las industrias culturales se están abriendo un poco más a nosotros.

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¿Y cómo se pueden matizar o socavar esos prejuicios desde la literatura?
Lo que la literatura logra, que creo que ninguna otra manifestación cultural puede hacer de la misma manera, es que cuando una persona lee, entra a la mente de la narradora, como en Vida, o de los personajes. Entonces un lector puede llegar a entender la humanidad de una persona de una forma que no se logra a través del cine o la pintura o la música. Leer te obliga a meterte en los personajes de una forma mucho más íntima. A través de la literatura los lectores pueden identificarse con los sujetos de una manera cercana. Ese es el potencial que tenemos los escritores: utilizamos los libros para obligar a los lectores a compartir la mente de nuestros personajes y, a través de eso, los prejuicios y expectativas se rompen. La gente puede entender la situación, por ejemplo, de una hija de migrantes de forma más personal, su vida y sus dificultades.

Tu vida y tus libros están negociando siempre las fronteras: fronteras geográficas, culturales, lingüísticas. ¿Cuál es la frontera con la que más te ha costado lidiar?
Todo está conectado. No puedo decir que un aspecto sea más difícil que el otro. Siempre he hablado que hay ciertas partes de la identidad de una persona que uno siempre está explorando: hay momentos en que un aspecto gana más relevancia o se le presta más atención que los otros. Eso es algo que siempre está fluyendo.

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Hablemos sobre esta idea de frontera. Gloria Anzaldúa, por ejemplo, ha dicho que para ella su experiencia de la frontera es la de "una herida abierta". ¿Cómo definirías tú esa experiencia?
Bueno, yo pienso que no hay fronteras. Aunque yo viva en los Estados Unidos pero tenga padres colombianos, no he sentido ninguna frontera. En mi caso, nunca existió una frontera que dijera: "Ya no estamos allá, estamos acá". No. Siempre ha habido un vínculo muy profundo, siempre hubo ese sentimiento de que ambos países, ambos futuros podían coexistir al mismo tiempo —aunque uno estuviera allá en Colombia y el otro acá en Estados Unidos—. La idea de las fronteras es algo construido por la sociedad. Una sociedad que quiere hacernos creer que existen.

En ese sentido, ¿cuál es la responsabilidad política de una escritora mujer y de tradición latina en un contexto como los Estados Unidos de Trump?
Yo no escribo con una agenda política. Pero el hecho de que yo sea mujer e hija de migrantes en Estados Unidos hace que mi existencia ya esté definida como un acto político. Entonces todo lo que escribo tiene un mensaje político en el que digo que todos somos seres humanos, con nuestros sueños, con nuestra dignidad y respeto. Generalmente me enfoco específicamente en personajes, no en contextos grandes, como lo que está sucediendo ahora. Mis personajes están confrontando aspectos difíciles de la sociedad en sus vidas. Eso es lo que trato de mostrar: cómo eso afecta a una persona en la vida cotidiana, no en la Casa Blanca.

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En Vida, lo amoroso y lo político están siempre dialogando. ¿Cuál es esa relación que ves entre el amor en tus personajes y un contexto político concreto?
Bueno, yo creo que uno empieza a tener sus posiciones políticas a través de las relaciones. Relaciones familiares, amistades, relaciones románticas. Es cuando uno se enfrenta a opiniones opuestas que uno empieza a entender lo que vale el pensamiento propio, lo que uno cree de verdad y lo que uno está dispuesto a negociar o dejar atrás. Y así es como las personas se conocen de manera más profunda. Entonces me gusta utilizar las relaciones entre los personajes para demostrar eso: de qué está hecha y de qué es capaz cada persona.

¿Hay también algo en el exilio que se percibe como un desamor?
Siempre va a haber una añoranza que jamás se resuelve del todo ni se deja atrás. El amor por la patria es algo heredado también a través de las generaciones. Hasta los nietos que ya llevan dos generaciones en este país crecen y sienten esa añoranza por un país que nunca han conocido. Eso es algo que nunca se va. Y a veces eso se convierte en desamor, porque el hecho de que una persona se sienta apegada a otro país, a otra cultura, crea un dilema: uno no se siente totalmente parte de la cultura o el país en donde vive.

En tu propia experiencia, a ti que no te tocó migrar sino que heredaste las dos tradiciones, ¿cómo has negociado esa sensación de apego o desarraigo?
Yo entendí desde muy pequeña, me obligaron a entenderlo —no en mi casa, sino afuera— que nunca iba a ser como una norteamericana regular o como mis compañeros de colegio. Eso lo entendí desde muy chiquita, entendí que mi casa era mi casa: mis padres eran colombianos y para mí era lo más normal. Yo tenía la idea de que en su propia casa, como en la mía, todo el mundo hablaba otro idioma. Tuve esa idea por mucho tiempo.

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Pero creo que en algún momento entendí que yo podía o asimilar esta experiencia de una forma negativa y sentirme rechazada tanto por la cultura de los Estados Unidos como por la cultura en Colombia (porque tampoco era de allá) o podía convertirlo en algo diferente y aceptarlo y simplemente darme a mí permiso de ser parte de ambas culturas y ambos países, porque tengo pasaportes de ambos.

Supe que podía construir una identidad nueva. A través de los años, me di cuenta de que yo no soy la única en esa posición y que hay una generación completa de personas que, al igual que yo, participan de dos culturas —o más—. Por eso ya no nos sentimos tan confinados, nos sentimos más libres. Ya no se asimila de la misma manera ese sentimiento de rechazo sino que las personas pueden navegar varios países y culturas con mayor libertad.

En Madre Patria Sabina cuenta cómo le tocó vivir las historias del "horror" colombiano desde afuera, desde lejos. ¿Cómo te tocó a ti vivir esos titulares del contexto colombiano (por ejemplo, el proceso de paz o las múltiples violencias) desde Estados Unidos?
Yo crecí en los años ochenta en los Estados Unidos, nací en esa época en que solo se hablaba de Colombia desde Escobar y el narcotráfico. Tenía una imagen bastante negativa. Había muchos estereotipos y una imagen manipulada por los noticieros, las películas, por Miami Vice y la televisión. Tenía esa imagen de Colombia como un lugar súper peligroso al que uno iba para morirse. Pero, al mismo tiempo, teníamos a nuestra familia allá y todos estaban muy bien y tranquilos. Íbamos a visitar sin ningún problema. Tal vez por eso, reconociendo que la imagen que una persona acá tenía del país de mis padres no era lo que nosotros vivíamos, entendí que eso no era tan importante. Lo que uno conoce en su casa y en su corazón es lo que cuenta.

Sabina, en Vida, retoma esta la idea de una narrativa imaginada o una vida paralela posible. Su mamá se pregunta: "¿qué pasaría si nos hubiéramos quedado en Colombia?". Ahora yo te la hago a ti: ¿qué hubiera pasado si tus papás se hubieran quedado en Colombia? ¿Te has hecho esa pregunta?
Yo creo que todos nos la hacemos. Sin embargo, yo viajo mucho a Colombia, entonces siempre tuve una idea de cómo hubiera sido todo si hubiera nacido y crecido allá. Pero yo me hago más bien la pregunta de qué implica la decisión de dejar un país atrás. La cosa es que cuando los inmigrantes deciden hacerlo y empezar de nuevo en otro lugar cambian la historia completa de su familia. No solo de ellos, sino de las próximas generaciones. Es una decisión muy grande que cambia la vida de todos. A veces rompe familias y es algo muy doloroso. Uno nunca sabe si está tomando la decisión correcta. En muchos casos las personas dirían que sí valió la pena —si no por ellos, por sus hijos o los hijos de sus hijos—. A veces los sacrificios toman tiempo para tener una justificación. Pero hasta en las mejores circunstancias, la inmigración sigue siendo algo muy desgarrador.

Danos un consejo para los jóvenes exiliados o hijos de migrantes en estos tiempos de creciente xenofobia en Norteamérica.
Paciencia, comprensión, fortaleza y que se enfoquen en lo suyo. Que no se concentren en los comentarios negativos que circulan por todas partes. Nos va a llegar nuestro momento.

Y, para terminar, ¿nos puedes recomendar algunos autores o novelas que recuerdes con afecto sobre la situación de los migrantes latinos en EE. UU.?
Hay muchos. Me gustan muchos los libros de Chantel Acevedo, una cubana-americana, y de Daisy Hernández, que es una colombiana y cubana. Creo que tiene un libro en camino en Colombia. También recomiendo que lean a Carolina De Robertis, una uruguaya que vive en Estados Unidos, y Achy Obejas, otra cubana que vive aquí.