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FICCI

El alcohólico que metió a sus exnovias a la cama para hacer un documental

“Yo, Lucas”, película del colombiano Lucas Maldonado, gira con gracia en torno a su relación con el alcohol, el amor, las drogas y el sexo.
Imagen cortesía de Black Velvet.

En el documental Yo, Lucas, del realizador colombiano Lucas Maldonado, hay de todo: entrevistas en camas, un hombre desnudo bailando en paisajes desolados al aire libre, dibujos que presentan escenas de sexo, drogas y fiestas, entrevistas a familiares y películas viejas grabadas en Colombia. Todo esto —desde que se lee el título hasta que ruedan los créditos finales— presentado transversalmente con el tono de una autobiografía. De unas memorias etílicas.

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Yo, Lucas muestra momentos clave de la relación que el director ha sostenido, por periodos, con el alcohol. ¿Y por qué? Pues porque del alcohol, como se desprende de la vida de cualquier adicto a él, depende todo lo demás: el amor, el sexo, las drogas. En ese oscuro periodo de su vida no hubo evento separado de la sombra etílica. Y creo que, guardadas las proporciones con nuestras vidas íntimas, todos podemos relacionarnos de alguna forma con esa narrativa tan personal relacionada con el trago y sus excesos. Al menos en el Festival de Cine de Cartagena el estreno fue un éxito. Se presentó cuatro veces, las cuatro con aplauso de por medio.

Hijo de la famosa cineasta colombiana Camila Loboguerrero, la primera mujer en Colombia en incursionar en el cine como directora de largometrajes, Lucas tuvo una infancia llena de lujos. Asistió a fiestas pesadas desde niño, perdió la virginidad con una prepago, lanzó pilas gigantes a los carros de la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, y se consagró, finalmente, como uno de esos "adolescentes problema". Actualmente, trabaja como camarógrafo y director artístico de teatro.

Su vida social era variada: desde parchar con la alta sociedad bogotana hasta llegar a los rincones más oscuros del Cartucho y del barrio Santafé. Y esos dos mundos, combinados, lograron que un día decidiera rehabilitarse y crear una película sobre lo que llevaba de vida (o no vida, como prefieran verlo).

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En la película decidió meter a la cama a cada una de sus exnovias para entrevistarlas frente a frente sobre lo que fue su relación. Entre risas, preguntas directas y silencios incómodos, logra convertir al espectador en un confidente de lo que fue su vida en los años pasados y logra que cada una de las personas presentes en la sala viendo ese proceso logre de alguna manera identificarse con las situaciones incómodas a las que sometió alguna vez a las personas que lo rodearon. A una la dejó por otra; a otra le dijo que no la iba a querer más que un vaso de vodka; a otra simplemente la dejó hablar con cara de sorpresa cuando le contó todas las barbaridades que él le había hecho.

—¿Por qué no les pediste perdón?— le pregunté.

—No quería que la película fuera de arrepentimiento, eso es muy aburrido— me respondió.

En el documental también habló con su familia. Con su mamá y su hermano sobre su niñez y adolescencia, en la que él y sus amigos eran los reyes del mundo y, además, utilizó tomas de cuando era niño y tomas de películas donde su difunto papá es protagonista. El hecho es que en esta amalgama de entrevistas logra tejer de manera entretenida su vida por medio del absurdo, del cinismo y de lo divertido que es ver a alguien tomar las decisiones que para muchos pueden ser erróneas. Se trata una película que llega a lo más íntimo de su autodefinición como persona.

Lucas: un hombre sonriente de cuarenta y pico de años que en el Festival siempre estuvo acompañado de su mamá y su productora. Las funciones de Yo, Lucas, todas llenas, fueron ese aire que muchos le pedían al Festival en medio de tantas piezas complejas o documentales realizados con un formato narrativo que, aunque innovador o exquisito, no fue pacientemente recibido por un público que se iba saliendo poco a poco. En cambio, al final de Yo, Lucas , oí "ese man es un bacán" y sus similares.

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Un día después de su última función nos sentamos en la Plaza de Santo Domingo de Cartagena. Acompañados de varios cigarrillos y una gaseosa (no hubo trago de por medio, aunque hubiera decidido volver a tomar), me contó que todo empezó hace varios años. Al iniciar su relato, entendí que su película es precisamente como él: anécdotas absurdas represadas.

Inicialmente, me contó, quería hacer algo sobre su amigo muerto, el actor Blas Jaramillo. Pero poco a poco fue tomando forma de autobiografía. Hace seis años empezó a grabarla sobre sí mismo conscientemente.

Y en esa decisión, llegó a su vida una fatídica noche de calle, habitantes de ella, un robo y mucho basuco. Muerto de la risa me confesó que cerca de su casa había dos chicas de la calle, chicas que cuidaban carros en La Macarena. "Esa noche yo estaba como un loquito, borracho por ahí buscando problema. Ahí me encontré con Lizbeth, una indigente que cuida carros cerca de mi casa, ese personaje tan lindo que sale en la película diciendo que ella no tenía pensado robarme, sino que las cosas se dan".

Ahí mismo soltó una carcajada contagiosa que nos duró un buen rato. Todas las preguntas vinieron seguidas de risas, silencios de reflexión, vendedores ambulantes que nos interrumpían sin parar y formas de hacerme entender a mí por qué quiso hacernos a todos partícipes de su proceso, de su confesión.

Yo sólo me hacía preguntas: ¿rumbear con indigentes? ¿Invitarlos a una casa ajena? ¿Fumar basuco hasta la inconciencia y dejar que se llevaran las pertenencias de su amiga? Ese evento fue para él, tal y como lo llaman los alcohólicos rehabilitados, "tocar fondo".

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Con ese punto de quiebre, Alcohólicos Anónimos se convirtió en una revelación para él, puesto que allí la idea es conocerse a sí mismo, sacar sus impulsos, entender sus necesidades. Y, según me dijo, esta película es un poco eso: una forma de entenderse y entender lo que los demás piensan de él.

Al ver Yo, Lucas uno siente que lo conoce. Uno se relaciona con él como si fuera ese amigo desastre que se la pasa de rumba y no le pasa nada nunca. Y cuando lo conocí de frente, de carne y hueso, fue exactamente lo que esperaba: un conversador incansable, muerto de la risa, payaso, simpático. Es una persona que entretiene, le habla a las personas con una confianza que va más allá de la simple cordialidad y que es él, al fin y al cabo, transparente. Hablar con él, en lo que iba a ser una entrevista de unos cuantos minutos, se alargó una hora completa, con cigarrillos y confesiones.

Entre risas sobre la producción le pregunté que si seguía tomando trago.

—Sigo tomando como una cuba —respondió—. Lo peor es que siempre me preguntan yo qué aprendí haciendo esta película y no sé qué decir. Quedo como un imbécil —se ríe—.

Cortesía de la productora de Yo, Lucas.

La película, una especie de confesión o como la llama él "una filmoterapia que no sirvió para nada" ni siquiera le sirvió para dejar de tomar. Pero sí para darse cuenta de cosas. Como la relación con su mamá, por ejemplo, quien no es la más fanática de esta producción. "Es muy duro ver el daño a mi mamá, las peleas sobre los guiones, todo. No se trata de que me dé vergüenza mostrarme así, sino más la relación que se generó en la película con ella, es una suerte que sea cineasta también", me dijo.

Yo, Lucas llegó a tener 120 horas de grabación en las que Maldonado logró grabar a muchas más personas que las que salen en ella. "Yo le pedí a mis exnovias que hicieran parte de esto. Me dijeron que me ayudaban porque, con esto, paraba el tema de la drogadicción y me ponía serio [risas]. Pero cuando les dije que era para que hablaran mal de mí, les pareció divertidísimo".

Cuando llegó a esa cantidad de material de grabación, lo único que quería era volver a tomar. De hecho, me confesó que volver a ese pasado era una forma de darle un final a la película. "Ahí es donde uno no sabe si uno vive por la película o la película vive por uno… es confuso", me dijo.

Su producción se convirtió para muchos en una forma de reivindicarse con el mundo, con él mismo, con su mamá. Sin embargo, él no lo concibió así: "Yo no quería hacer una película sobre un arrepentido, eso es muy aburrido y luego lo que pasó es que la película misma cogió esa forma de desfachatez. Pero lo que funcionó fue el descaro".

Unos piensan que esto es una oda a su ego. Una oda a la contemplación por parte de terceros. Una oda al hecho de que él simplemente no diera la cara a la gente a la que alguna vez le hizo daño, pero sí al cinismo. Él nunca lo negó.