Si de casualidad estás en Boca del Río, Veracruz (México), ya sea, como en mi caso, en una competencia de kitesurf sin viento (el huracán en el Pacífico se lo tragó todo), o de paseo, vete un ratito de la playa sucia (llueve con frecuencia y el mar se llena de la basura que trae el río Jamapa) y conoce la laguna de Mandinga.A 25 minutos de Boca, éste es uno de esos pueblos donde encuentras dos expendios en cada cuadra, a las familias comiendo en la calle con el refresco de cola en el centro de la mesa, y donde un volador de Papantla es también vendedor de vainilla.
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El nombre viene de los mandingas, los provenientes de Senegal, Guinea, Guinea-Bisáu, Costa de Marfil o Malí. Llegaron a México como esclavos de los españoles y la historia, la contada de lengua en lengua, dice que buscaban un lugar con alguna familiaridad a sus paisajes africanos y lo encontraron entre una laguna grande y una chica.Los restaurantes, todos de mariscos, marcan la periferia del agua. Hay lanchitas que te pasean por las dos lagunas y hay bailarinas en sus trajes típicos blancos con rebozo colorido y un trío de arpa, jarana y requinto para perfumarla de son jarocho.Pides unos camarones enchilpayados con su chile chilpaya, mayonesa y ajo o un pulpo encebollado con tomillo y laurel, un toque sencillo y al mismo tiempo lleno de sabor. ¿No te convence? Bucea en el caldo de camarón, en unas jaibas rellenas (mmmm), en un chilpachole o en mojarra frita. O te decides, animado por el regionalismo, por un filete de pescado a la veracruzana para extirpar el corazón de la salsa de aceituna verde, de alcaparra, de chile güero y del fiel jitomate. No olvides la cerveza fría y las ganas de reposar los ojos en la laguna. Agua tranquila entre manglares, la música cuando no es jarocha es salsera, los mariscos en su punto y el resto del mundo muy lejos de ahí.
Eso sí, los vendedores ambulantes andan de mesa en mesa con ofertas de todo tipo de productos nacionales, piratas, gastronómicos, tradicionales y demás. La mercancía estrella es el reloj en todas sus marcas y presentaciones a precio accesiblemente corrupto.Aunque en Boca del Río ya se respira un ambiente pueblerino donde no conocen el tráfico y los minutos caminan lentos, en Mandinga el tiempo desaparece. El atardecer es el indicador sonriente para la despedida de los turistas y para los locales un pretexto más para abrir otra chela (u otra quigua como le llaman algunos en aquella tierra húmeda) y cotillear con familia y amigos.