FYI.

This story is over 5 years old.

cáscaras literarias

Cuando los deportistas se dejan llevar por sus impulsos

¿Cuál es la relación de algunos atletas, como Cristiano Ronaldo, y los personajes de las obras clásicas?
Foto: GETTY

Los humanos somos seres fascinantes. Un instante nos basta para mezclar euforia y alegría con amargura y desconsuelo. Y qué mejor ejemplo para comprobarlo que el deporte mismo.

Sin importar qué deporte practiques o disfrutes ver, no podrás negar que has vivido momentos de decepción tan profunda que solo pueden ser equiparados con el inmenso placer que ocasiona una victoria sufrida o sorpresiva —un gol de último minuto, un nocaut en los asaltos finales, un touchdown imposible, un cuadrangular que termina fuera del estadio, etc.—.

Publicidad

Sin embargo, los aficionados suelen experimentar más momentos de rabia y descontrol a lo largo de sus vidas que momentos gratos, ya que ganar todos los años sería algo aburrido e improbable. Es en esta situación que exhibimos nuestra verdadera naturaleza primitiva, animal, irracional, que "logramos" reprimir, ya desde hace unos cuantos cientos de años, gracias a los constructos que rigen nuestras relaciones sociales.

Y es que tampoco hay que sorprendernos, la explosividad espontánea es un atributo nato que hasta la fecha nos ha servido para que los demás no nos vean la cara de tontos y pintemos nuestra rayita. ¿Pero qué ocurre cuando no eres un simple mortal, cuando cuentas con miles o millones de seguidores en redes sociales, y eres la imagen de marcas e instituciones prestigiosas? ¿Se vale comportarse de vez en cuando como un primate en celo, y todo por un flujo repentino de sangre a la cabeza, como diría Coldplay?

Leer más: Arturo Gatti, el héroe trágico moderno

Hace menos de un mes, Cristiano Ronaldo, el Apolo del futbol e ídolo del madridismo, explotó en zona mixta después de la derrota en casa del cuadro merengue ante el rival capitalino: el Atlético de Madrid.

Cuando a Ronaldo se le preguntó cuál había sido la razón del pobre rendimiento del equipo, el astro portugués respondió, "Si todos estuvieran a mi nivel, iríamos primeros." Su respuesta le dio la vuelta al mundo en cuestión de minutos, y muchos se frotaron las manos porque finalmente contaban con un motivo para seguir bombardeando el legado de un tremendo futbolista con argumentos trasnochados que versaban sobre su exceso de individualismo y egolatría.

Publicidad

En efecto, Ronaldo se equivocó en sus declaraciones, pero no precisamente por su honestidad. Antes que los medios, las críticas más severas por su rendimiento provienen del portugués, aunque no lo exprese públicamente. Cuando CR7 desaparece de los partidos importantes, no hay nadie que sienta más rabia que él mismo. Se sabe incapaz, por alguna u otra razón, de marcar la diferencia y no poder llevarse los reflectores en la victoria del equipo. Entonces sucede que el futbolista tiene que liberar, de vez en cuando, la carga de mierda que se le ha acumulado en los hombros a lo largo de las semanas (por no decir años) y termina por perder el control de sí mismo y arremete contra aquellos que lo rodean.

¿Pero a qué viene todo esto de la pérdida de la mesura? Pues bien, tal vez recuerdes (o no) en tus clases de literatura clásica de secundaria o preparatoria (la clase que siempre te saltabas) haber leído algo sobre la desmesura, o en términos clasicistas, hybris. El caso es que todos en algún punto hemos leído la Ilíada, ya sea por placer o por librar una materia. El poema épico atribuido a Homero nos muestra una fascinante ventana de la cosmovisión de aquellos tiempos. En términos simplistas, la Ilíada relata la guerra de Troya y la cólera de Aquiles. Por si tenías la duda, la pésima cinta protagonizada por Brad Pitt es una versión muy pobre comparada con el texto literario. En el poema épico, los troyanos son derrotados por los aqueos gracias al ingenioso caballo de Troya con el que logran infiltrarse más allá de las inquebrantables murallas troyanas.

Publicidad

Leer más: "Un hombre ahí ved": La historia olvidada del boxeador shakesperiano de Australia

Pues bien, la hibris es un concepto que se encuentra muy presente en las obras clásicas donde los personajes transgreden los límites establecidos por los dioses, lo cual se traduce en una falta de control de los impulsos y una actitud violenta y desequilibrada.

Héctor, el príncipe de Troya, es castigado por su hibris luego de matar a Patroclo, el estimado compañero de armas de Aquiles, y desatar la furia del guerrero semidiós. Cuando el príncipe decide hacerle frente al mejor de los guerreros, ignorando la opinión del consejo troyano de refugiarse ante el inminente embate de la fuerza de Aquiles, perece en el duelo y su cuerpo es atado al carruaje del semidiós para ser arrastrado por toda la periferia de las murallas. Su falta de autocontrol terminó por arrebatarle la vida.

Cristiano Ronaldo, al igual que Héctor, se dejó llevar por la calentura del partido y sus impulsos lo traicionaron, ya que él también pasó desapercibido en aquel trágico partido. No escuchó al vestidor, y decidió enfrentarse a la prensa por sí solo y arremeter contra su reputación y el equipo. ¿El resultado? Una lluvia de críticas en todo el mundo y el desprecio de los aficionados (el Bernabéu lo manifestó una semana después).

Cristiano Ronaldo no está solo en esto de la hibris. En noviembre del año pasado, Ronda Rousey cometió el mismo error al creer que los dioses le tenían reservado un destino glorioso ante Holly Holm. Las semanas previas al combate, Ronda se la pasó fanfarroneando, como ya es costumbre, sobre su superioridad en el octágono. Su característica forma de intimidar a sus rivales terminó por hacer aún más grande su caída, y al igual que el príncipe troyano, su cuerpo quedó inerte ante los ojos de sus seguidores.

En fin, podría listar una cantidad interminable de deportistas que perecieron en su intento por infringir los límites establecidos (el caso de Adrien Broner ante Marcos "El chino" Maidana es uno de mis favoritos) y terminaron con el orgullo herido y la rechifla tanto de seguidores, como de detractores.

A pesar de los miles de años de distancia entre el mundo de la Antigua Grecia y nuestro mundo, los personajes y su comportamiento siguen siendo los mismos y cometiendo los mismos errores. Cuánta verdad tiene aquella frase de Shakespeare que versa, "El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores."