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Los asesinatos en Venezuela son algo de todos los días

Esta semana se cumplió un mes de protestas contra el gobierno de Maduro en el país.

Fotos por Jean Pierre Díaz.

Esta semana Venezuela conmemoró el inicio de un gran mes de protestas con tres muertos más agregados a la ya larga lista. Las principales ciudades del país están tensas, pero Caracas, Valencia y San Cristóbal se llevan la peor parte. Esas sí que están arrechas.

Aquí la represión no se trata de gas lacrimógeno y perdigones, va mucho más allá de eso. Mientras las noticias internacionales reseñan los más de veinte muertos, cifras de detenidos y declaraciones de políticos, los manifestantes  aún luchan por dar al mundo el detalle de lo que han vivido en las calles. Esta es la historia que menos se cuenta, a pesar de ser la de todos los días.

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Eran las 6PM del 19 de febrero, cuando la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) llegó a la Plaza Altamira de Caracas. Para los manifestantes que llevaban una semana reuniéndose ahí a protestar, las bombas lacrimógenas y los perdigones que disparaban ya eran cosa de todos los días. En algún punto, los perdigones se convirtieron en balas. Normal o no, una bala hace correr a cualquiera.

Laura* llevaba varios días asistiendo a las protestas. Al escuchar los tiros corrió igual que todos a esconderse. Cualquier lugar es considerado un refugio: edificios residenciales, un hotel cercano y hasta debajo de los autos.

Por cuatro horas ella y otro grupo de manifestantes consiguió esconderse en uno de esos edificios cuando los vecinos abrieron las puertas para que los muchachos se resguardaran. A la medianoche, creyendo que el caos ya había pasado, un grupo decidió salir. En ese momento, cuenta Laura, la GNB aprovechó para entrar al edificio.

12:05AM: “Estábamos en el piso de uno de los apartamentos al cual logramos entrar, con la luz apagada, todos en silencio, cuando en minutos se escuchó que rompieron el vidrio de la puerta principal. Lograron entrar los Guardias”. Durante una hora la GNB, el organismo encargado de controlar el orden público en Venezuela pateó puertas, amenazó a residentes y lanzó bombas lacrimógenas dentro de un edificio residencial para detener a más manifestantes.

Esa misma noche al interior del país, en San Cristóbal, donde comenzó todo, María Alejandra y su familia se resguardaron de los perdigones y lacrimógenas del arsenal de la GNB dentro de su casa, la gran diferencia es que en este caso, no dispararon sólo a los estudiantes sino que apuntaron también a las casas y edificios vecinos.

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“Dele a ése, dele a ése también, acaben con todos” gritaba alguien desde un megáfono. “Esto es por la patria. Corran, terroristas”.

Al otro lado de Venezuela, en la Urbanización Tazajal de Naguanagua, Valencia, Jorge* llegaba a casa del trabajo cuando se encontró con unos 20 vecinos que montaban una barricada frente a su conjunto residencial. Al poco tiempo llegó la Guardia.

Nadie sabe bien cuántos eran, entre ocho y doce, venían en motos con las luces apagadas y no los vieron porque el humo de unos cauchos que se quemaban obstruían la visión. Lo primero que oyeron fueron las motos acercándose y los disparos de perdigones al aire.

La gente corría, todos buscaban resguardo, en medio del alboroto una chica cayó al piso: “Ella no reaccionó a tiempo y cuando lo hizo fue muy tarde. Empezó a correr y el guardia le disparó como a la altura del hombro, ella se cae y cuando se va a parar le vuelven a disparar. Ahí no había bombas molotov, ahí no había pistolas, o por lo menos yo no las vi. Nadie lanzó botellas, en ningún momento se buscó agredir a la Guardia”.

Esa chica se llamaba Geraldine Moreno. Un perdigón le atravesó un ojo y tres días después moría en un hospital cercano. Tenía 23 años. “Se dice que estaba caceroleando y no, ella no estaba caceroleando. La chama prácticamente salió a buscar su muerte”.

No es la única, desde el 12 de febrero algunos cuentan 20 muertos, otros 23, pero la mayoría concuerda en que el número va por 25. La cifra exacta de los asesinados en actos relacionados a las protestas se confunde.

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El 5 de marzo, mientras el gobierno y sus simpatizantes conmemoraban el primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez, elresto del país prefería llorar por esos muertos, más los 24 mil que hubo el año pasado y los 2,800 y tantos que ya se contaron en lo que va de año gracias a la delincuencia.

La muerte en Venezuela es cosa de todos los días. También lo es el desabastecimiento, el alza de los precios, la falta de insumos en hospitales, las fallas prolongadas de agua y luz y, por sobre todo, el descontento.

Es por eso que los jóvenes salieron a las calles, donde se encontraron con una represión nunca antes vista, pero que en vez de asustar sólo les sirve de combustible.

En San Cristóbal, Ángel*, un estudiante de La Universidad de Los Andes, fue perseguido por cuatro GN armados con rifles de perdigones, todo por estar tomando fotos de una protesta con su celular: “Uno de los guardias cargó el arma y la puso contra la espalda a uno de mis amigos, en eso estábamos cuando los vecinos del sector salieron a gritarles que nos dejaran en paz. Empezamos a caminar cuando el que apuntó a mi amigo me dijo, y cito: ‘Si lo vuelvo a ver, lo mato, hijueputa”.

Es ésta una de las dos ciudades donde la represión ha pasado de mucho más que lacrimógenas lanzadas a una protesta. Desde que empezaron las manifestaciones San Cristóbal está, básicamente, en paro. No hay clases ni en colegios ni universidades, los supermercados abren en las mañanas únicamente, no hay transporte público y sólo uno que otro taxi recorre las calles trancadas con barricadas improvisadas, el suministro de gasolina fue suspendido por el propio gobierno y, desde el 20 de febrero, los ciudadanos reportan aviones de guerra sobrevolando la ciudad junto con una fuerte presencia militar.

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“¿Qué no me motivó a salir a protestar? Tengo 21 años y un futuro muy incierto. Veo lejos una estabilidad económica y si yo considero que estoy pelando, no me quiero imaginar el desespero de los que están peor” dice Jean, un estudiante de Valencia que ha salido a la calle desde el primer día. “En la ciudad me pueden robar o matar si algún loco me elige como víctima del día, porque sabe que no hay quien lo impida. Pero actualmente, salgo por todos los manifestantes heridos y asesinados en las protestas, pidiendo justicia para ellos”.

Hoy por hoy, según el Foro Penal Venezolano, se cuentan 2,512 detenidos desde que empezaron las manifestaciones el 2 de febrero y el número aumenta cada día. Cuarenta y dos personas han denunciado torturas.

Pero no todos los que salen a las calles lo hacen por “guarimbear” —el nombre popular que se les da a las barricadas improvisadas— ni gritar consignas, algunos lo hacen simplemente para que el resto del país se entere de lo que pasa.

Según el Sindicato Nacional de Trabajadores de Prensa a la actualidad van 89 periodistas agredidos por militares, GN o policías, a 22 de ellos les han robado los equipos. Hace unos días, Francesca Commissari, fotógrafa italiana detenida en Altamira denunció en su cuenta de Twitter (@francescacommi) la venta de todo su equipo decomisado en MercadoLibre.com. El autor de la publicación no daba detalles y sólo decía que la está vendiendo “por necesida” [sic].  Luego sacaron a CNN del país.

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El 12 de febrero, mientras se corría la voz por redes sociales y medios internacionales del asesinato de Bassil Da Costa y Robert Redman, los dos primeros jóvenes en morir durante las protestas, los canales nacionales transmitían películas y telenovelas. En respuesta a eso, los mismos ciudadanos decidieron convertirse en los medios.

Ana tiene 21 años, estudia medicina y dice no creer mucho en la protesta pacífica ni menos estar de acuerdo con violencia, vandalismo o el cierre de vías. Sin embargo, pertenece a esa misma generación de chicos lo suficientemente hartos de la situación como para salir a la calle.

Ella no protesta, pero sí volantea todos los días. Es su manera de burlar la censura comunicacional y no es la única. Si revisas en Twitter el hashtag #Volantear te encuentras con montones  de chicos por todo el país que, como ella, se reúnen en grupos de voluntarios para recolectar y confirmar noticias, redactar volantes, diseñarlos, fotocopiarlos y repartirlos en sus ciudades, donde en muchos casos, fuera de los focos de protestas, la mayoría de la gente sin acceso regular a redes sociales e internet no tiene idea de lo que está pasando ni por qué.

En las calles se reparten noticias, en las colas para comprar productos regulados del supermercado los panfletos llevan sopas de letras o crucigramas y en las manifestaciones son “Guía de Protesta Inteligente” o “¿Qué hacer si me detienen?” Hay volantes para cada momento, cada queja y cada lugar. Aquí no se aceptan consignas políticas, se trata de pura información y nada de propaganda.

*Los nombres han sido cambiados por seguridad.