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Pase y llore

Mataremos a cada capo tantas veces como sea necesario

Alguien debería correr a los guionistas de la lucha contra el narco.

Este domingo amanecimos (los que tenemos por costumbre despertar a las 13:00 horas en domingo) con un bonito déjà vu, gracias a los rumores sobre la muerte de Nazario Moreno, alias el Chayo, filósofo, poeta, narrador y autor de numerosos pensamientos (que integraban el corpus de su célebre doctrina), líder moral y religioso, además de fundador de una empresa exitosa que comenzó a operar con el nombre de La Familia Michoacana y se rebautizó, no me queda claro si por razones mercadológicas o espirituales, como Los Caballeros Templarios. Los primeros en dar la noticia fueron los de la agencia AP, que a estas alturas funciona como la oficina de comunicación social del Gobierno Federal en materia de "lucha contra el narco".

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Al Chayo le vino a la medida la oportunidad de regresar de entre los muertos, después de aquel diciembre de 2010. Se trata de alguien que siempre quiso darle una connotación mesiánica a su trabajo como CEO de una organización criminal bien diversificada, para la que las drogas eran apenas un ramo. A partir de aquel momento comenzó a regarse el rumor de que se le seguía viendo en Tierra Caliente, y en varias comunidades de la zona se le empezó a considerar algo así como un santo, o la figura equivalente para ese sincretismo chilaquilero en medio del cual se le veneraba (o se le sigue venerando).

Así, resulta que el encanto vintage del PRI no se limita a los funcionarios de administraciones del siglo pasado que fueron reciclados para éste, ni al regreso de las pizzerolas casi al mismo tiempo que reocuparon la presidencia, sino que también vuelven a meter al bote a narcos que ya se habían encarcelado y matan a otros que ya se había asesinado unos años antes. Todo, para inducirnos una regresión a la edad en la que nuestra mayor preocupación era no haber terminado la tarea. Vamos a pensar, por un momento, que detrás de su intento por gobernar el país como Chabelo conduce su programa hay las mejores intenciones (confíen en mí, se trata de un simple ejercicio). De cualquier forma, habría cuando menos dos problemas.

El primero tiene que ver con la verosimilitud. El guión de la inmensa mayoría de los capítulos en la historia de combate al narco (voy a dejar de entrecomillar cada uno de los nombres de esa guerra, o lo que sea; pero háganme el favor de poner las comillas en su cabeza), durante los dos sexenios anteriores, parece haber sido escrito por un paciente neurológico, entre justificaciones de que el aumento en el número de muertos era un indicador de lo buena que era la estrategia y accidentes aéreos en los que, de tanto en tanto, morían secretarios de gobernación, pero que no se consideraba necesario explicar de una manera convincente. El tema que menos se les daba era el de la muerte o captura de los capos más importantes. Empezaron con la de Nacho Coronel, abatido, según la historia oficial, por militares en 2010, aunque las pruebas que se hicieron públicas de esto fueron poco más que unas fotografías que recordaban, por su fidelidad, a las de ovnis que sacaba Maussan en su programa. Para cagarla más a gusto, siguieron con el Lazca, que cumplió una doble proeza después de morir: crecer 16 centímetros y escaparse de la morgue. Claro, también está el asunto del Chayo, pero no quiero que me acusen de dobletear los ejemplos para detallar un argumento.

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El Chapo, después de haberse encogido tres centímetros.

Aunque las idioteces que mencioné corresponden al sexenio de Calderón, éstas vienen al caso porque sirven como punto de referencia para ver que con el PRI no ha mejorado mucho la credibilidad en esa parte de la barra de programación. Apenas han dado los primeros pasos en eso de podar a los ocupantes de los primeros niveles en los organigramas narcos, pero ya nos recetaron la historia mayor con la captura del Chapo. Y resulta que su versión tiene más hilos sueltos que el trapo de mi cocina.

Con el cuento del Chayo parecería que la intención fue crear una premisa que hiciera viable una secuela, como cada una de las resurrecciones de Freddy Krueger, después de entregas en las que (ahora sí, de a netitas, se los juramos) nos contaban que había sido definitivamente escabechado. Pero tal vez se trate, más bien, de un caso análogo al de quienes se encargan de relanzar una franquicia narrativa para un nuevo público, como Nolan con Batman. Para el PRI, en este sentido, no podría haber sido más fácil la chamba de enmendar la trama, después de la forma épica de embarrarla que tenía el equipo de producción anterior. Y con todo, le siguen patinando.

Foto por Hans-Máximo Musielik.

Pero esto me lleva al segundo problema: aunque los asesores detrás del reality que siguió la historia de Peña Nieto (ya saben, la Gaviota y demás) hasta convertirse en presidente hayan puesto todo de su parte para confundir la línea entre la política y la ficción (y aunque alguien como Baudrillard haya alertado sobre la creciente dificultad de situarla), lo cierto es que no se puede manipular la narrativa de los hechos histórico-sociales de la misma forma que se hace con las narraciones literarias o cinematográficas, porque da la casualidad de que se trata de ámbitos distintos y nadie (que viva afuera de un pabellón siquiátrico) está dispuesto a ignorarlo. De la misma forma, resulta una pendejada suponer que un niño aficionado a los videojuegos violentos llevará a la práctica con sus vecinos la violencia de los personajes que controla en la pantalla, por "creer" que hay una suerte de continuidad en las leyes de los dos entornos. Esa diferencia se aprende demasiado temprano, aún antes de asomarse a entender qué es la ficción.

De esta forma, se pueden escenificar las capturas de capos que se les antoje, o narrar las balaceras en las que les truenan la maceta y los bañan de billetes, pero mientras el volumen del tráfico y consumo de drogas no disminuya, ni se afecten las redes financieras implicadas en el negocio del narco (empresas de fachada, cuentas bancarias en las que se blanquean miles de millones de dólares, etcétera), esas historias serán cada vez más irrelevantes, nada más que una novela barata. O como esas pelis que uno ve por mera necedad, en la madrugada, aunque a todas luces estén contadas con las patas, y que en cuanto se apaga la tele, uno tarda menos en olvidarlas que en quedarse dormido.

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