Cuando el peso de ser el Cristo de Iztapalapa no está en la cruz
Foto por Manuel Hernández Yáñez.

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Identidad

Cuando el peso de ser el Cristo de Iztapalapa no está en la cruz

Entre todos los asistentes al Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, Daniel era el único que tenía una vista inmejorable del Oriente de la Ciudad de México. A pesar de que era un momento dramático, se sentía tranquilo: había logrado llegar entero a su...

Entre todos los asistentes al Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, Daniel era el único que tenía una vista inmejorable del Oriente de la Ciudad de México. Desde su posición veía las calles de su barrio, las grandes avenidas que atraviesan el Distrito Federal, el techo de las bodegas de la Central de Abasto, el Autódromo Hermanos Rodríguez, las casas y edificios construidos de manera desordenada, sin planeación urbana, los anuncios espectaculares, los cerros en la periferia. En fin, contemplaba la ciudad. A pesar de que era un momento dramático, Daniel Agonizantes —a veces uno lleva el destino en el nombre— se sentía tranquilo: ya había quedado atrás lo más pesado de su labor, lo había logrado. Llegó entero a su crucifixión.

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Una ráfaga de viento golpeó su cara y su cuerpo semidesnudo. Ese frescor lo hizo sentir aliviado. Interpretar a Jesús de Nazareth no había sido fácil. Recorrió dos kilómetros zigzagueando entre las calles de los ocho barrios de Iztapalapa, cargando y arrastrado cien kilos de madera en forma de una cruz de seis metros de largo, bajo los rayos de sol que al chocar con el pavimento incrementan la sensación térmica y uno siente que la piel se quema. La adrenalina no lo dejaba sentir hambre aunque llevaba casi 15 horas sin probar alimento. Lo único que había ingerido ese día, desde las siete de la mañana, era agua. Sólo le faltaba decir unas cuantas líneas más ante las casi dos millones de personas que esperaban su muerte. Y así lo hizo por ahí de las 4:30 de la tarde.

Foto por Anita Valerio.

Daniel estaba tan concentrado en su actuación y rodeado de cientos de extras vestidos como los antiguos soldados romanos, así como de policías de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, que no vio en su recorrido hacia el Cerro de la Estrella, el Gólgota en el DF, que entre toda la gente que fue a verlo un par de muchachas se manifestaban con unas cartulinas. Una se preguntaba por qué Dios se olvido de la justicia para Ayotzinapa y la otra reclamaba que después de dos mil años el pueblo siga eligiendo a los ladrones. Otro pequeño grupo protestaba con una manta la declaración a Venezuela como una amenaza por parte de los Estados Unidos. Tampoco vio que buena parte de los 500 extras que montaban a caballo y que hacían referencia al ejército romano daban un breve show cada que podían: sus caballos bailaban, se agachaban con la pata izquierda hacia adelante como si hicieran una reverencia, o ejecutaban ese movimiento donde el animal camina hacia adelante levantando las patas delanteras, dando pasos largos y altos que lo hacen ver orgulloso. El paso español, le llaman.

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Foto por Manuel Hernández Yáñez.

No miró —porque en ese momento estaban a punto de darle la pesada cruz— que en una de las calles por la que pasaría, Judas, el apóstol que lo traicionó, aventaba las 30 monedas doradas que le habían entregado en un pequeño saco café por vender a su maestro. Las arrojaba con furia hacia las cientos de personas que lo veían correr desesperado. "Judas, echa unas acá", gritaba un señor que no dejaba de grabar con su celular. Y Juan Eduardo López, el Judas de Iztapalapa, le hacía caso. Las monedas chocaban con algunos espectadores, pero nadie se quitaba, primero porque ya habían encontrado un buen lugar para ver al Cristo cargando la cruz, y, segundo, porque el dinero siempre es bien recibido en esta época de crisis, aunque las monedas sean de chocolate.

Judas. Foto por Anita Valerio.

Calles más adelante Judas sufría, la culpa no lo dejaba libre y en su angustia soltó un discurso que parecía más un reclamo político que un pasaje bíblico: "Se ha traicionado a los gobiernos, a la familia, a los amigos y a los hermanos. Año tras año, día tras día van naciendo los más célebres traidores…" Después se adelantó al Cerro de la Estrella y se ahorcó. Daniel tampoco vio eso porque él estaba crucificado, pero sabía que eso pasaría, como todos lo años desde 1833. Lo que no se imaginaba es que Judas sufrió una convulsión al terminar la escena de su suicidio. Y aunque no estaba en el guión ni en las escrituras bíblicas, Judas fue atendido por los paramédicos de la Cruz Roja.

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El Cristo de Daniel Agonizantes murió, el tenor Fernando de la Mora interpretó el Avemaría de Franz Schubert y los asistentes al Cerro de la Estrella se fueron a la verbena popular que se instaló en Iztapalapa. Ya que estaban ahí por qué no comprar un rosario de colores para el recuerdo, una cazuela de barro para los guisados, una cerveza para saciar la sed, unos chapulines asados al comal con sal, limón y un poco de salsa Valentina para el antojo, o de plano unos tacos de bistec para calmar el hambre.

Foto por Anita Valerio.

Los apóstoles también se retiran pero no a esconderse, como cuenta el relato bíblico. Los de Iztapalapa se dirigen a una casa de la calle Aztecas, a unos metros del Jardín Cuitlahuac, en el barrio de La Asunción. Es una casa con un solar grande de aproximadamente 15 metros de largo. Bien se puede llevar ahí una fiesta popular como los 15 años o una boda. Pero esta propiedad se utiliza desde hace 70 años para ensayar las escenas de la representación de la Pasión de Cristo. Por eso se le conoce así, como la casa de los ensayos. Doña Lourdes Cano y su hermana, dueñas de la casa, esperan a los actores. Su función es una de las más importantes: ellas dan de comer a todos los que intervienen en la fiesta popular más importante que tiene Iztapalapa.

La primera en llegar es la virgen de la Soledad, con su túnica negra, su cabeza circundada por rayos dorados de latón y un séquito de apóstoles, romanos y demás personajes bíblicos. Sus ojos están rojos porque ha llorado mucho al crucificado del Cerro de la Estrella; lo hizo de verdad, se metió en el papel y le quedaron hinchados. Carga la corona de espinas del Cristo de Iztapalapa. La coloca en un pequeño altar en una de las recámaras de la casa y da las gracias al resto de los personajes que la acompañan. Entonces todos se comienzan a abrazar. La representación de la Pasión de Cristo fue un éxito. Dulce Marisol Morales es asediada por romanos, judios y civiles del Siglo XXI que la felicitan y le piden la foto del recuerdo. En cuanto puede se quita el tocado y los rayos. Recupera parte de su personalidad veinteañera, se suelta el cabello y sonríe aliviada. Si no hubiera interpretado a la virgen de la Soledad bien le quedaría el papel de Claudia, la guapa y sexi esposa del Poncio Pilatos.

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Foto por Manuel Hernández Yáñez.

De pronto se escuchan aplausos y "bravos" cuando cruza la puerta de la casa un muchacho de 25 años. Es Daniel Agonizantes, ya sin barba y sin cabellera larga, con una gorra puesta con la visera hacia atrás, tenis, un pantalón deportivo negro y una playera azul. Trae el rostro rojo, señal de la sangre de utilería que escurrió por él. Y aunque se ve cansado aún se siente fuerte. La adrenalina lo mantiene prendido. Abraza a Dulce con firmeza, es de esos abrazos de triunfo, de satisfacción. Durante una semana llevaron a cuestas una cruz que pesa 172 años de tradición.

El joven les sonríe a todos, los conozca o no, y les agradece su felicitaciones. Tiene hambre y sed y con trabajos pide que alguien le abra una coca cola. Él no puede hacerlo, tiene que complacer a todo el que le pide una foto. Por fortuna llegó doña Lourdes para avisarles a todos que ya pasen a comer lo que prepararon ella y su hermana: bacalao noruego capeado en salsa de jitomate con plátano macho y papa, así como mole con romeritos.

Daniel y Dulce. Foto por Manuel Hernández Yáñez.

Daniel sube a la mesa en la que comen, entre otros personajes, el ladrón Dimas, el apóstol Pedro, una de las damas de la corte de Pilatos, dos reporteros y la comitiva de cultura de Iztapalapa. Algunos apóstoles y otros actores ya han comido porque aún no termina la conmemoración y se tienen que ir a un procesión por las calles de los ocho barrios cargando la imagen de una virgen.

Daniel ya no tiene prisa. Cristo está muerto y de él sólo le queda un codo que muestra la carne viva en maquillaje. Por hoy puede comer a gusto. Ya mañana, sábado por la noche, resucitará.

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Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por Anita Valerio.

Foto por AnitaValerio.

Foto por Manuel Hernández Yáñez.

Foto por Manuel Hernández Yáñez.

Foto por Manuel Hernández Yáñez.

Foto por Manuel Hernández Yáñez.

Foto por Manuel Hernández Yáñez.