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Cultură

En busca de la iluminación criptocactácea

El espinoso problema del Cactus de los Cuatro Vientos.

Hay muchas cactáceas que se han convertido en leyendas: desde el polémico peyote blanco del que escribió Bernardino de Sahagún y los míticos pachanoi morados, hasta el sagrado San Pedro de Huancabamba, Perú, que ataca con una infección parecida al sarampión que produce pequeñas ampollas en todo el cuerpo a quien se atreva a cosecharlo. Algunas de estas cactáceas se pueden encontrar fácilmente, como la Ariocarpus retusus, una especie que según los tarahumaras enloquece y provoca la muerte de aquellos con un “corazón impuro”. Otras han eludido el ojo entrenado de los taxónomos y han permanecido escondidas durante años, a veces siglos. Son las criptocactáceas, confinadas a los márgenes de la literatura etnobotánica, donde se discuten y se debaten, pero jamás se observan. Entre ellas, hay una que sobresale entre las demás por elusiva y poderosa: es el Cactus de los Cuatro Vientos, un antiguo cactus columnar caracterizado por sus cuatro costillas longitudinales, y del cual se rumora que posee poderes curativos sobrenaturales. Durante un viaje reciente a Lima, Perú, mientras escribía una historia completamente ajena a esto, utilicé mi tiempo libre para buscar especímenes silvestres de estas criptocactáceas, con la esperanza de toparme con un Cactus de los Cuatro Vientos.

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Para poder cazar Trichocereus (el género del Cactus de los Cuatro Vientos), uno debe dominar las técnicas utilizadas para detectar las diferencias taxonómicas entre las especies. Las cactáceas columnares se distinguen entre sí por su altura máxima, grosor, número de costillas, perímetro, longitud, número y ángulo de las espinas, tono exacto entre la amplia gama de verdes, presencia de cera epicuticular (y si ésta se puede remover fácilmente), el brillo de la cutícula, la presencia de pequeñas hendiduras en forma de V sobre las areolas y la flexibilidad de la columna cuando ésta se agita. Por supuesto, sin mencionar la obsesiva atención en los detalles para poder diferenciar el fruto, las semillas y las flores. Sin embargo, nadie podría confundir al Cactus de los Cuatro Vientos.

En su libro Plantas de los dioses, Richard Evans Schulte dedica un capítulo completo al Cactus de los Cuatro Vientos, cuya especie es conocida como Trichocereus pachanoi, o San Pedro. El antropólogo Douglas Sharon escribe en su libro El chamán de los Cuatro Vientos: “Las cactáceas de cuatro costillas, al igual que el trébol de cuatro pétalos, son consideradas una rareza que trae consigo muy buena suerte, se cree que tienen poderes curativos especiales porque corresponden a los ‘cuatro vientos’ y a los ‘cuatro caminos’, poderes sobrenaturales asociados con los puntos cardinales que se invocan durante los rituales de sanación”. El historiador italiano, Mario Polia, dijo: “El San Pedro de los Cuatro Vientos es ciertamente una rareza en la naturaleza, y es un símbolo de elección: se cree que quien lo encuentra es un gran chamán o está destinado a convertirse en uno”. Wade Davis, uno de los muchos etnobotánicos que han recorrido Sudamérica en busca de este cactus sagrado, escribió: “Es posible que aquí se encuentre la clave para comprender… la fuente de todos esos impulsos religiosos que recorrieran las montañas hace cuatro mil años. El Cactus de los Cuatro Vientos, una planta tan poderosa que puede aniquilar la conciencia, transformar el cuerpo en espíritu y partir los cielos”.

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A pesar de todas las leyendas que el Cactus de los Cuatro Vientos ha inspirado, sus especímenes maduros, si es que existen, son extremadamente escasos. Es muy común que un agricultor de cactáceas comerciales se encuentre un espécimen inmaduro de Trichocereus bridgesii de cuatro costillas o, aunque es menos común, un San Pedro inmaduro. Existen reportes recientes que hablan de Trichocereus scopulicola de cuatro costillas de más de un metro de alto, pero ninguno ha estado acompañado de una fotografía. He visto un Trichocereus bridgesii de cinco costillas que adquirió la sagrada configuración cuaternaria cuando una sequía provocó que el diámetro de su tallo se encogiera; sin embargo, nunca he visto un Trichocereus, de cualquier especie, completamente maduro, ni tampoco ninguno de los cuatros comerciantes de cactáceas que entrevisté.

Tenía sólo una semana en Lima para encontrar el cactus, así que decidí visitar a Karel Knize, un dealer checo con la granja de cactáceas más grande de Sudamérica y, probablemente, la colección más grande de Trichocereus del mundo. Durante décadas, Knize ha sido uno de los principales exportadores de cactáceas psicoactivas a América del Norte, y muchos comerciantes etnobotánicos basan sus negocios en la clonación y reventa de los especímenes en su colección. Entre sus clientes internacionales, Knize ha desarrollado una reputación negativa por exportar cactáceas sin nombre, híbridas o erróneamente identificadas, a tal grado que muchos especialistas consideran que nombres taxonómicos como “Antorcha peruana” son completamente arbitrarios.

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Al entrar a la granja de Knize me siento abrumado, e intento recuperar mi postura apoyando mis manos sobre un Cereus repandus. Hay un sinnúmero de cactáceas que se extienden hacia el horizonte y largas filas de espinosos San Pedros que balancean sus pencas, cual móviles de Calder, junto a los cuartos de cultivo, donde se llevan acabo los xenotransplantes más atrevidos de Lophophora. Las cactáceas se cuentan por millares, las espinas por millones.

Me recibe el asistente de Knize, quien me guía entre los especímenes mientras toma apuntes sobre un portapapeles del pato Donald. Recorremos la granja, contando costillas hasta encontrar el Trichocereus bridgesii de cuatro costillas, cuatro de ellos para ser exactos. Los especímenes son más grandes que cualquiera que haya visto en mi vida, pero siguen estando inmaduros. También están a la venta, así que los empaco para su envío a Estados Unidos (donde serán químicamente analizados), y después me encaminan hasta la oficina privada de Knize para discutir el pago.

Unas cactáceas enormes eclipsan las ventanas y sumergen el hogar de Knize en la penumbra. Me cuenta que es un dealer de tercera generación y que su familia lleva recolectando cactáceas desde la muerte de Napoleón. Después de ofrecerme una taza de café y de insistir en endulzarla con whisky (sostenía la botella sin la última falange de su dedo cordial, que seguramente perdió durante un experimento fallido con una cactácea), acordamos un precio por los cuatro ejemplares, los cuales podrían (o no) calificar como verdaderos especímenes del Cactus de los Cuatro Vientos.

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Si el Cactus de los Cuatro Vientos existe, hay múltiples razones para pensar que será menos potente que sus hermanos más arrugados. El número de costillas ofrece diversas ventajas: facilita la pérdida de calor por convección, permite la expansión y contracción de acuerdo con las variaciones en la temporada de lluvias, y extiende el área superficial para llevar a cabo la fotosíntesis. Esto último es particularmente significativo porque el tejido fotosintético es donde se encuentra la más alta concentración de mescalina(1). Asumiendo que los reportes de Davis, Polia, Sharon, et al., son correctos, examinemos las cuatro posibles explicaciones para esta espinosa paradoja:

1. Extinción antropogénica: Según Plinio el Viejo, el Silphium, una antigua planta medicinal, era “uno de los regalos más preciados de la naturaleza para el hombre”, pero se cree que los humanos la llevaron a su extinción a finales del siglo I, cuando se documentó por última vez como un regalo presentado al emperador romano, Nero. De forma similar, es posible que los humanos sean responsables por la desaparición del Cactus de los Cuatro Vientos debido a su sobrexplotación por sus propiedades psicodélicas. Contrariando la teoría de la supervivencia simbiótica de los hongos y las plantas psicodélicas propuesta por Terence McKenna, es posible que nuestros ancestros hayan acabado con una de las plantas medicinales más valiosas hace miles de años. Esto es muy probable, en especial cuando consideramos el grave peligro de extinción en el que se encuentran las poblaciones de peyote del suroeste de Estados Unidos.

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2. Cabras depredadoras: Cuando le pedí a mi estimado amigo cactólogo, K. Trout, su opinión sobre el Cactus de los Cuatro Vientos, me respondió: “Parece ser que fue borrado de la naturaleza. Quizá por cabras”. En el siglo XVI, los colonizadores españoles llegaron a México con una carga muy valiosa: cabras. Con sus pezuñas bianguladas y sus barbas remojadas en orines, estos alienígenas rumiantes usaron sus hocicos para abrirse paso por el continente, donde prosperaron en cautiverio, además de establecer poblaciones salvajes en el campo. Igual que la mangosta y la serpiente, el cactus y la cabra son enemigos mortales. Las cabras son unas terribles devoradoras de cactáceas, responsables por la desaparición de las poblaciones salvajes de Browningia candelaris, Trichocereus pachanoissp. riomizquiensis, y la sorprendente Opuntia echios de las Galápagos. Si una población aislada de cactáceas de cuatro costillas se cruzó en el camino de una manada de cabras salvajes, es posible que el resultado haya sido una masacre de proporciones inimaginables.

3. Rasgos recesivos: Hay un trébol de cuatro hojas por, aproximadamente, cada diez mil tréboles de tres. Se cree que este rasgo se expresa sólo en los tréboles con múltiples genes homocigóticos recesivos; y aun cuando esta condición se cumple, parece que se requieren de ciertas condiciones ambientales para la expresión fenotípica de las cuatro hojas. De forma similar, es posible que la configuración de las cuatro costillas esté limitada a una cierta combinación de genes recesivos en un entorno muy particular, lo que hace que esta expresión fenotípica sea muy poco probable. A diferencia de los tréboles, que experimentan una recombinación genética anual, muchos Trichocereus sp. se propagan por clonación humana y natural, lo que retrasa el desarrollo morfológico de las distintas poblaciones.

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(1) La dosis de una cactácea se calcula por su longitud, una métrica útil pero cuestionable. La potencia se puede estimar con mayor exactitud calculando el área superficial. Si asumimos que el centro tiene un radio constante, las costillas resultan en una área superficial adicional, cosa que se puede modelar por la siguiente ecuación:

Donde r2_ = radio incluyendo las costillas, r1= radio sin incluir las costillas, y_ _ = longitud del cactus._

4. El valor es simbólico, no químico: Los curanderos peruanos prefieren las cactáceas de siete costillas antes que cualquier ejemplar de seis costillas, pues los consideran diabólicos. Esto asumiendo que los cactus de cuatro costillas no estén disponibles, lo que parece ser una constante. Las cactáceas con espinas largas son consideradas fuertes y masculinas, mientras que las de espinas pequeñas son gentiles y femeninas. ¿El rasgo dicta el efecto o el efecto dicta el rasgo? Incluso entre los placebos, el color de la cápsula tiene un impacto sobre la naturaleza de la experiencia. Es posible que estos rasgos externos estén conectados con la composición química del cactus, pero también es probable que su poder sea meramente simbólico. El Cactus de los Cuatro Vientos podría estar basado en los símbolos precolombinos: los cuatros caminos, los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones; o símbolos cristianos como los cuatro jinetes del apocalipsis, o un fragmento del libro de las revelaciones en el que cuatro ángeles se paran en las cuatro esquinas de la tierra y detienen los vientos. Para los indígenas huicholes, los especímenes de peyote más valiosos son aquellos que poseen cinco costillas. Un cactus de peyote maduro suele tener ocho o más, así que los peyotes de cinco costillas suelen ser jóvenes. Uno pensaría que los “peyotes abuelos” con más costillas (y con una concentración más alta de alcaloides psicodélicos) tendrían un valor más alto, pero no es así. Del mismo modo, las únicas cactáceas con cuatro costillas que uno puede encontrar con cierta regularidad son los especímenes jóvenes de Trichocereus.

Hay muy poca información disponible para saber con exactitud el significado de un cactus maduro de cuatro costillas. Los antropólogos han rastreado dos piezas de cerámica de culturas peruanas donde aparecen representaciones al respecto. Una fue diseñada por la cultura preincaica Chavín, la otra por los chimúes de la época actual; también hay un grabado en un templo chavín de una bestia mitológica que sujeta un cactus columnar. Estos ejemplos se citan como evidencia de este tipo de cactáceas y su uso tradicional como un agente psicodélico. Por último, el número de costillas en el grabado es un poco ambiguo,(2)y de todas maneras no podemos estar seguros del papel que estas plantas han jugado. Lo mismo sucede con las otras criptocactáceas, cada una merecedora de su propio artículo, en donde se detallen las posibles explicaciones de por qué nos siguen eludiendo.

Cuando regresé de Lima, esperé pacientemente la llegada de mis cuatro cactáceas, pero nunca llegaron. Más tarde, descubrí que había enviado mi pago durante una huelga del servicio postal peruano, así que “perdí” tanto mi dinero como mis cactáceas. Quizá, en algún lugar, un cartero peruano tiene mi paquete y esté partiendo los cielos y descubriendo cómo transformar el cuerpo en espíritu.


(2) Según el número de formas en las que se puedan interpretar cinco líneas paralelas en un dibujo bidimensional, la bestia de Chavín podría estar sujetando un cactus con tres, cuatro, cinco, seis, ocho o diez costillas.