Este es nuestro homenaje a la Colonia de los Olivos de Madrid

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Este es nuestro homenaje a la Colonia de los Olivos de Madrid

Nos colamos en los últimos derrumbes antes de que el ayuntamiento realoje por fin a los vecinos del barrio, con fama de conflictivo, en viviendas sociales dignas de nueva construcción.

Hoy martes finalizan las demoliciones de la colonia de Los Olivos en Madrid, tras más de diez días viendo como van tirando abajo, una a una, todas esas casas de renta antigua construidas rápido y mal durante la posguerra para ser sustituidas por fin por viviendas sociales nuevas y dignas. Unas obras que llevaban demasiado tiempo paradas y que Rafa, uno de mis vecinos, me confirma que no se pusieron en marcha hasta que llegó Manuela Carmena a la alcaldía.

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Por su parte, el señor Juan, que llegó aquí con apenas cinco años, cuenta que por aquel entonces los pisos ofrecían refugio a las familias que llegaban de los suburbios del sur de Madrid, la España rural y la capital. "¿Tú crees que la gente se quedaría aquí si tuviera recursos?", me pregunta. Y le respondo que en este barrio de La Latina, al llegué expulsada de Malasaña por el éxodo urbano de la crisis en busca de 60 metros cuadrados sin precios abusivos, encontré mi primera vivienda en propiedad.

La de Rafa y el señor Juan no es una historia triste. O, más bien, parece que va a dejar de serlo, porque la Empresa Municipal de la Vivienda ha iniciado ya su realojo. Como Pedro que, tras ocho años de espera, no se quiere perder el espectáculo de ver cómo derriban la casa en la que dormía con su mujer y sus cuatro hijos en una misma habitación. Siete personas en un cuchitril con humedades, en un edificio que se venía abajo y poco más de veinte metros cuadrados. "Podías mear y hacer la cena a la vez", bromea. Ahora su familia se podrá criar "en un sitio civilizado como las personas".

Mientras paseo dentro y fuera de las vallas con mi cámara, hablo también con Juan Carlos. Su piso tiene dos habitaciones, por llamarlas de algún modo: en una duermen él y su mujer y en la otra el hijo mayor, casado y de 24 años. El salón lo comparten los dos hijos adolescentes, de catorce y dieciséis. Aquí es donde está su gente y aquí es donde quieren seguir viviendo. La sensación general es que el realojo va a toda leche y que todo el mundo está agradecido, a pesar de que los alquileres de sus nuevos pisos son más altos que los de la vieja colonia. Frente a la fama de zona conflictiva, lo que se respira -además del polvo de los escombros- es ilusión por una vida mejor.

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